Eterno Retorno

Saturday, June 18, 2005

Temblores

La tierra se vuelve loca. Hoy al suelo que yace bajo nuestros píes le ha dado por ponerse a temblar todos los días. El planeta se empeña en mandarnos recordatorios de que el día que se le venga en gana nos manda al carajo. La tierra se mueve. Algunos entran en pánico. Yo nunca siento nada. Me entero que tiembla porque la gente me platica. La noche del miércoles la alerta de tsunami provocó que la hermana de Carol y sus pequeños, que habitan en San Antonio del Mar a la orilla del Pacífico, vinieran a refugiase en casa. Al menos nuestro hogar está en lo alto de la colina y tendría que ser un tsunami de dimensiones apocalípticas para que el mar se tomara la molstia de traer sus olas hasta la puerta. Pensé entonces en lo engañosa que puede ser la plusvalía de vista al mar. La contemplación de ese charco le sube unos cuantos centavos al valor de tu tejabán, pero también le agrega a tu existencia el picoso temor de saber que un día cualquiera, al Pacífico se le antoja tragarse tu patrimonio como botana.

El autor de este blog había considerado la posibilidad de rehabilitarse de su mal vicio de la lectura, pero por lo que se puede leer, en la cuna porqueriosa sólo habla de que lo que lee.
¿Qué acaso no sucede nada más en su vida? ¿No hay existencia más allá de sus pinches libros?
Pero existencia sí la hay y también mucho trabajo, carajo. También hay en el arsenal cosas dignas de ser contadas e ideas que rondaron por la cabeza y se largaron al carajo sin decir adiós. Ideas que no volverán, que habitaron mi mente como huéspedes patanes y al final optaron por abandonarla sin permitir que las llevara presas al calabozo de la palabra escrita.

Más pinches libros

Dije que no, que no habría más libros, que al carajo con esa maldita adicción, pero esta semana me he hecho de buenos ejemplares que piden a gritos ser leídos. Uno de ellos es Las Siete Iglesias, del autor checo Milos Urban. ¿Saben por qué me decidí por este libro? Pues porque el personaje central es nada menos que la ciudad de Praga, uno de los rincones de este planeta que más me han impactado. Tal vez el deseo de volver a recorrer las calles del Stare Mesto, cruzar el Karlova Most y contemplar la Muerte Desnuda del Reloj, es lo que me mueve a perderme en las páginas de ese libro. Ojalá que Milos Urban sea capaz de pasearme por Praga en verano.
Otro libro que está sentado en sala de espera, es el Síndorme de Ulises del colombiano Santiago Gamboa, colega periodista que abandonó el noble oficio seducido por una puta viciosa llamada literatura.
El Síndrome de Ulises es una novela sobre el rompimiento del sueño parisino. Vaya, es el París de los migrantes, el de los Manúchaos, los argelinos, marroquíes, tunecinos y latinoamericanos que deambulan rumiando el hambre y la desgracia en los suburbios. Las bonitas nalgas de la chica que aparece en la portada, motivará sin duda que más de un imbécil del Ayuntamiento me pregunte ¿Qué estás leyendo?

La cava está llena

La cava está llena. Hay hartas botellas de Santa Silvia, un vinito argentino que recién descubirmos y que como suele suceder por cortesía de nuestra bienodiada Secretaría de Hacienda que flagela a la inustria vinícola nacional, es mucho más barato que los vinos locales. Cuesta trabajo creer que un vino cuya uva fue cultivada al píe de Los Andes y que tuvo que cruzar América para llegar a nuestra apetecible cava, sea más barato que aquel cuya uva fue cultiva a 80 kilómetros de aquí, en el Valle de Guadalupe. Pero así son los latigazos fiscales que le azotan a nuestros vinicultores. En fín, volviendo al tema que nos ocupa. La cava, como les decía, está llena. El Santa Silvia lo hay en denominación Malbec, muy propio de todo producto argentino, pero también lo hay en Cabernet y en blanco, este último por cierto de lo más apetecible y sin la acidez que caracteriza a sus primos.
Hay también en la cava el rusoensenadense Bibayoff, con sus altas dosis de sedimento y un chileno que aún no bautizamos llamado Cousiño Macul de Viña Maipo, del que hemos leído grandes reseñas. Aún sobra más de media botella de patota de elefante de Herradura Reposado y un par de Jack Daniels que pepené en el Duty Free, pero al momento de escribir esto son las 13:00 y saboreo una Tijuana oscura, mientras en las bocinas suena HIM. Y el improbable lector de estas sandeces dirá ¿Acaso quien esto escribe es un miserable alcohólico con vocación teporochil? ¿O es un hombre light que bebe con moderación?. En cualquier caso, SALUD.

La carretera libre a Mexicali, en el tramo que va de Vallecitos a La Rumorosa, se ha transformado en un punto de encuentro de migrantes indocumentados.
A cualquier hora del día es posible ver a migrantes que descienden de camiones de redilas o aún de autobuses comerciales que los dejan medio de la carretera, para que se internen en el monte en busca de cruzar la frontera.
Esto ha dado lugar a que algunos lugareños se hayan improvisado como guías de migrantes.
Los pobladores coinciden en que no hay día en que no lleguen indocumentados a internarse en la montaña.
?Aquí llegan los pollos todos los días, cada vez más, creen que por aquí está muy fácil cruzar, aquí hay gente que se conoce bien el monte y los lleva, yo la verdad prefiero no meterme en broncas?, afirmó Juan de Dios Bernal.
Algunos de los habitantes de La Rumorosa ofrecen sus servicios como guías a través de las montañas para aquellos migrantes que llegan solos.
Los pobladores de La Rumorosa se han acostumbrado a la presencia diaria de los migrantes y no se les hace nada extraño verlos llegar en grupos pidiendo agua o comestibles.
Para los bomberos, las noticias de gente que se ha perdido en las montañas es un pan de cada día.
Para quien no conoce la montaña, la posibilidad de perderse es enorme y en invierno el riesgo aumenta por las bajas temperaturas.
?Hace poco levantamos a un muerto que se había perdido en las montañas, nosotros tenemos que entrarle al quite a veces, la gente se pierde muy seguido en la montaña?, afirmó el bombero.

Ni Mallarme, ni Verlaine ni el mismo Rimbaud pudieron permanecer indiferentes después de leer Las flores del mal.
Pese a la efímera celebridad lograda con estos dos libros, la entrada a la década de los sesenta marca la entrada a un sendero de decadencia física, económica y espiritual.
El poeta está arruinado y los estrágos de la sífilis empiezan a ganarle la batalla.
Solo el opio logra curar sus dolencias. Finalmente el 31 de agosto de 1867, Baudelaire muere en el mismo lugar donde perecieron Tolouse Lautrec y Arthur Rimbaud: en los brazos de la madre.
Desde entonces descansa o deambula en su amado Montparnasse y acaso se de algún tiempo para platicar con sus vecinos o compartir la virtudes de un buen Burdeos con algún hipócrita lector.

Velada nocturna en Montparnasse

No importa cuantas dósis de nihilismo traiga uno en la cabeza. Tampoco el estar aferrado a la convicción de que el único futuro posible después de la muerte es un fiel cortejo de gusanos o un caja de cenizas condenada a arrumabse en el closet más viejo.
Cuando se camina por un cementerio como el Montparnasse en una oscura mañana de lluvia, es imposible resistir la tentación de imaginar improbables diálogos entre los huespedes de las tumbas.
¿Con que pretexto iría el solitario Eugene Ionesco a saludar a sus alegres vecinos Carol Dunlop y Julio Cortazar? Con un poco de inspiración, la conversación se convertiría en cuestión de segundos en un interminable juego de palabras. Ya animados, tal vez se les ocurra caminar hasta el muro del cementerio y pasar a visitar a Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre, que acostumbrados como están a las visitas inoportunas, tendrán ya el vino sobre la mesa. Si la velada va tomando calor, no es descartable hasta al mismísimo Porfirio Díaz le de por salirse un rato de su mausoleo, aunque sea para ir a gritarles que lo dejen dormir o que si no están dispuestos a callarse, por lo menos le platiquen algo de Oaxaca.
Ya entrada la noche, los alegres comensales verán entre las sombras una figura encorbada, vestida de negro, con mirada triste y meditabunda que acaso llegue a preguntarles si por casualidad no han visto por ahí a su amada Jean Duval o si entre esas lápidas no está oculto algún lector de Poe.
El visitante les confiesa que está harto de vivir en una vieja tumba donde cual si fuera una burla del destino, su nombre está escrito enmedio del de su aborrecido padrastro y su amada madre, en la que no hay un solo monumento alusivo ni un solo verso escrito en la lápida.
Sólo hasta que bebe la copa de vino que le ofrece Jean Paul y Julio rompe el hielo con algún aforismo, el extraño se presenta como Charles Baudelaire y afirma que ha sido incomprendido. Vuelve a guardar silencio. Cuando empieza sentirse el frío del amanecer y los invitados, ya algo ebrios, emprenden a sus tumbas, Charles acaso se dirija a los filósofos, al dramaturgo y al narrador y en un murmullo les diga: ?Sé siempre poeta, incluso en prosa?.

Fue la noche del domingo 21 de marzo de 1999 cuando tomé la decisión definitiva. Aquel día, en las principales ciudades del país, militantes del Ejército Zapatista habían colocado mesas de consulta en parques y plazas para preguntarle al pueblo mexicano si estaban de acuerdo en que el Ejército siguiera controlando la zona de conflicto. Esa fue mi última nota en El Norte. Al anochecer mi decisión era irrevocable y la única alternativa era ver para adelante.
Sólo hasta que estuve en Tijuana, amontonado con mis nuevos compañeros en las pequeñas oficinas de la corresponsalía de La Crónica de Mexicali, base de operaciones del proyecto, pude darme cuenta que participar en la fundación de un periódico demandaría algo más que insomnios y sobredósis de buena voluntad.
La madrugada del domingo 25 de julio de 1999, congregados todos en la imprenta, vimos nacer el primer número de nuestro diario que nosotros mismos nos encargamos de encartar para ir después a repartirlo a las calles. Habíamos pasado meses planeando el primer número, pero ahora teníamos menos de 24 horas para elaborar el segundo.

Historias de brujas medievales
Ángeles de Irisarri
Booket

Por Daniel Salinas Basave


Con buen sabor de boca e inocultable sonrisa concluyo la lectura de los seis relatos que conforman Historias de brujas medievales, de la aragonesa Ángeles de Irisarri.
Cuando lo encontré en la Feria del Libro de Tijuana, no sabía a ciencia cierta qué podía esperar de este ejemplar que despertó mi curiosidad desde el principio.
Lo cierto es que al concluir la lectura de estas historias, uno queda impregnado de un olor a Lazarillo de Tormes o a Buscón Don Pablos.
Vaya, el libro de Irisarri es un digno ahijado de la tradición picaresca española y es capaz de derrochar ironía e ingenio.
Historias de brujas medievales está conformado por seis relatos cuya extensión anda en las 60 páginas en promedio.
Todos los relatos tratan sobre mujeres, medio brujas, medio pícaras, que oscilan entre la magia y el descarado embuste.
El entorno de los seis relatos es invariablemente la España medieval y aunque no pretende ni por asomo emparentarse con la novela histórica, Irisarri se permite mostrar como telón de fondo algunos episodios de la reconquista y los conflictos entre los reinos aragonés y castellano.
El nectar de este libro, ni duda cabe, es el lenguaje de Irisarri, fiel en los seis relatos al español antiguo y a la estructura típica de un Quevedo o un Cervantes.
Claro que podría pensarse que por tratarse de cuentos de brujas, la obra está emparentada con la literatura gótica o las historias de terror, lo cual es erróneo, pues si bien en todos los relatos la autora plantea la resolución de un misterio, el elemento terror o angustia no aparece nunca y sí en cambio un constante sarcasmo.
La cacería maldita, Entre Dios y el Diablo, El aquelarre, La meiga, El collar del Dragón y Dalanda la santiguadora son los títulos de las seis historias que conforman el libro.
En la primera, un conde desaparece misteriosamente en un bosque al perseguir a un jabalí y su mujer se da a la tarea de buscarlo desesperadamente ayudada por dos brujas.
En la segunda, una vieja santiguadora se ve obligada a transformarse en maestra del gobernador de Burgos, obsesionado por aprender a volar.
El aquelarre, sin duda la más fuerte de las seis historias, trata sobre tres mujeres que por azares del destino coinciden en un sabbat en la Noche de San Juan.
La meiga trata sobre una bruja gallega que en compañía de un extraño duende o demoñejo, debe resolver un caso de licantropía.
El collar del Dragón es la única de las historias que se desarrolla en la España arábiga y trata sobre una hechicera que funge como esclava en el harem del califato de Córdoba.
La última historia trata sobre una curandera toledana a la que su fama lleva hasta el lecho de la Princesa de Noruega.
Además de la riqueza del lenguaje, la dimensión humana de los personajes es de resaltar, pues las brujas de Irisarri son ante todo mujeres que se las arreglan para ganarse la vida con unos cuantos trucos, una dosis de suerte y muchos embustes que hacen reir a cualquier lector.