Cuando el narco tomó por asalto las librerías
Por Daniel Salinas Basave
En la actualidad, todo capo del narco que se de a respetar ya no sólo se conformará con tener sus corridos y sus videos en youtube, sino que deberá presumir tener su biografía con enorme foto en la portada expuesta en la mesa de novedades editoriales de Sanborns y firmada por algún personaje como Ricardo Ravelo, Anabel Hernández o Diego Osorno. Saber si el capo en cuestión se tomará el tiempo de leer su libro es harina de otro costal. La verdad es que salvo por el brasileño Marcola, que presume haber leído más de 3 mil libros entre los que La Divina Comedia tiene mención honorífica (la idea de un narco que lee a Dante me parece fascinante, pero eso será motivo de otra columna) la realidad es que los señorones de los carteles mexicanos no destacan por ser agudos lectores. Vaya, no sé si el Chapo Guzmán se tome el tiempo y el trabajo de leer el gordito libro de Anabel, que sin duda no se acaba en una sentada, aunque seguramente lo mandó comprar y acaso se ría un poco al encontrar inexactitudes y leyendas sobre su persona. Los narcos, a diferencia del garcíamarqueano coronel, sí tienen quien les escriba y no me refiero solamente a los miles de aspirantes a chalinos dispuestos a componer y cantar un corrido por una módica cantidad, sino a todos esos reporteros que desean cubrirse de gloria con libros cuyo periodo de vida será de un semestre.
Los libros de oportunidad han existido siempre y la regla no escrita es que su periodo de vida es tan efímero como el de esos insectos que mueren al acabar el verano. Vaya usted a un Sanborns o la misma librería Gandhi y cuente cuántos libros sobre Ciudad Juárez, los zetas, el Chapo, Osiel Cárdenas, el secuestro o las mujeres de la mafia encuentra en la mesa principal. Hace unos días, en una revistería de aeropuerto, conté 23 narco-libros en una mesa donde no había espacio para nada más. El tema de moda es el amo y señor. Conste que me refiero únicamente a “reveladores” libros de no ficción paridos por sesudos investigadores y no incluyo en la clasificación a todas esas narco-novelitas paridas por poetas chilangos de La Condesa que sueñan con parecer Elmer Mendoza e intentan recrear con sus contraculturales plumas el lenguaje de Badiraguato. Alguna vez mi paisano Gabriel Zaid se refirió en forma crítica a los “demasiados libros”. Pues bien, hoy hay demasiados libros de narco, una saturación que ya raya en lo indigesto.
Insisto, lo de bombardear las librerías con “fast food” es una añeja tradición. En 1994, cuando yo era un estudiante de 20 años, trabajé en la Librería Castillo de Plaza San Agustín, en Monterrey y la mesa principal estaba atiborrada de “reveladores” libros sobre el asesinato de Colosio y el EZLN. Todos prometían documentos secretos sobre oscuras conspiraciones en las más altas cúpulas de poder, complots sanguinarios, Aburtos múltiples y redes extranjeras de espionaje en la Selva Lacandona. Después del 94 no he vuelto a ver uno solo de esos libros en un aparador ni he sabido de alguno que se reedite. Algunas veces los he visto perdidos por ahí en remates de libros usados, pero hasta donde se no conmocionan a nadie ni generan crisis de insomnio. En aquel entonces el asesinato del Cardenal Posadas Ocampo estaba fresquito y ya había por ahí unos tres o cuatro libros que tenían en su portada al Chapo y a los Arellano. De las cascadas de tinta que generó el caso Colosio, lo más rescatable me parece, por mucho, Un asesino solitario, novela de Elmer Mendoza que a la fecha sigue siendo reeditada por la editorial TusQuets. Lo demás fue paja y verborrea, como esos libritos cocinados en microondas por Luis Pazos.
A ver, deténgase usted un momento frente a la mesa de novedades de la librería de aeropuerto y pregúntese cuántos de esos libros se seguirán editando y leyendo dentro de diez años. ¿Habrá alguno de ellos que pase la prueba del tiempo? Yo sospecho que no y si usted quiere, en esta columna le firmo la apuesta.
Ahora bien, podríamos pensar que el destino de todo libro-reportaje sea pasar de moda pronto y de una u otra forma los editores se han resignado a ello, apostándole a vender unos cuantos miles de ejemplares mientras el escándalo está en pasarela, sabiendo que muy pronto se convertirán en la cena de polillas y ratones. No sólo el narco o los escándalos políticos generan libros de microondas en este país. Hasta donde tengo entendido, ese reality show llamado Paulette ya ha generado, por lo menos, un par de libros y puedo asegurarle que en lo que se tardaron en escribirlos y editarlos, varios niños fueron asesinados a golpes por sus padres en este país sin merecer siquiera una nota de cuatro párrafos en los periódicos. Vaya, hasta el ridículo caso Paco Stanley generó sus tres o cuatro libros en 1999. Tienes razón Zaid: demasiados libros.
Pero claro, no todos los textos de no ficción son productos de microondas ni están condenados a ser aves de paso. Un tipo que se llamaba Truman Capote se dio a la tarea de escribir un libro sobre el asesinato de una familia en el poblado de Holcomb en Kansas en 1959. Cierto, fue un crimen brutal, pero le apuesto que desde 1959 varias decenas de miles de personas han sido asesinadas en forma sádica en los Estados Unidos y nada tendría de especial una familia de granjeros. ¿Por qué los Clutter se volvieron inmortales y por qué A sangre fría es un libro que casi medio siglo después se sigue editando? ¿Será porque está escrito con pluma maestra? En cualquier caso, Capote se autoproclamó padre del género non fiction. Los gringos son dados a proclamar paternidades, pero nueve años, antes un argentino llamado Rodolfo Walsh escribió Operación Masacre, un fenomenal reportaje que nos narra lo sucedido la noche del 9 de junio de 1956, cuando un grupo de militares argentinos se sublevaron contra el gobierno autodenominado de la "Revolución Libertadora". El cuartelazo naufraga y en pocas horas se ha convertido en un fracaso total. Pero esa noche, so pretexto de aplicar a rajatabla la ley marcial, el gobierno comete aberrantes atropellos. Lo que Walsh nos narra, es la detención y fusilamiento de doce hombres acusados de estar involucrados en la rebelión, cuando en realidad sólo tres de ellos eran militantes peronistas activos mientras que el resto fueron detenidos por estar en el sitio equivocado. Actualmente, el libro va en la trigésimo sexta edición. ¿Podrá alguno de esos libros microondas de Sanborns sobrevivir más de medio siglo y llegar a 36 ediciones? Si quiere otro gran ejemplo, ahí está Plata quemada de Ricardo Piglia, que narra el asalto a un banco de la Provincia de Buenos Aires cometido en la década de los 60 y que está tan magistralmente construido, que puedo afirmar sin temor a exagerar que está entre los 20 mejores libros de todos los géneros que he leído en mi vida entera
Que los reporteros hagan magia y estiren sus poquísimos ratos libres para escribir textos que trasciendan al papel periódico sigue siendo un mérito pero no es ninguna novedad. Lo que sería una novedad es que en lugar de obsesionarse por vender grandes revelaciones que al final resultan ser de bisutería, apostaran por escribir bien y le entraran sin miedo a los malabarismos narrativos, a los juegos entre la segunda y la primera persona, que bucearan profundo en la psicología de sus personajes y que su aparente distancia reporteril, se permita metamorfear en licencias casi poéticas. Bueno, es una recomendación.
Tal vez estoy siendo injusto al medir a todos los libros microondas con la misma vara. Justo es reconocer que Gumaro de Dios, el Caníbal de Alejandro Almazán es uno de los libros de no ficción mejor escritos en este país. Una verdadera excepción. El libro Los demonios del edén de Lydia Cacho tiene todos los elementos para transformarse en un clásico y resistir la prueba del tiempo, además de haber sido un libro auténticamente revelador que tuvo efectos contundentes. Aunque no lo he leído, sospecho que el libro de Carmen Aristegui sobre Marcial Maciel es algo más que un texto maruchán y quiero creer que el libro de la colega Anabel Hernández, a quien me tocó atender y apoyar en Tijuana allá por 2007, sea algo más que un escandalito de ocasión. Pero si quieren que sea brutalmente honesto, yo paso de la mesa de novedades y de los narco-libros. Hay más libros que vida y la verdad no puedo dedicarles mi tiempo. Fui feliz leyendo Blanco nocturno de Piglia, estoy feliz en este momento con Verano de Coetzee y espero con ansias desesperadas tener en mis manos Sunset Park de Paul Auster y para ser sincero, me llaman más la atención las noticias bomba de lo que ocurrió hace un par de siglos, que las noticias de lo que hicieron los narcos en la esquina de mi calle.