Los Mitos del Bicentenario
Nuestro Obama insurgente
Por Daniel Salinas Basave
Si bien la afirmación común es que en este país no hay población afroamericana, la realidad es que 179 años antes de que Barack Obama fuese electo presidente de los Estados Unidos, México tuvo un mandatario mulato. El segundo presidente de la historia del país, quien tuvo un efímero y conflictivo periodo de gobierno de menos de nueve meses de duración, fue un descendiente de africanos. Su nombre: Vicente Guerrero.
Decir que la historia no ha hecho justicia a Guerrero podría parecer una afirmación desacertada. Después de todo, a diferencia de Iturbide, este caudillo ha entrado en caballo de hacienda al pandemonio de la historia oficial. Existe una entidad federativa que lleva su nombre, además de los cientos de calles, escuelas y monumentos que lo homenajean. Sí, el sistema beatificó a Guerrero y permitió su ingreso al santoral oficial. Se le considera, de hecho, el único y gran consumador de la Independencia, el bueno de la película, el hombre íntegro y leal del abrazo de Acatempan, por encima del corrupto y ambicioso Iturbide. Cierto, Guerrero ha sido beatificado por los libros de texto, pero da la impresión que su figura se ha quedado petrificada en el bronce de las estatuas o en el oro de las letras que inscribieron su nombre en el Congreso. Nos hemos conformado con pronunciar una y otra vez la más célebre de sus frases, “La Patria es primero”, sin duda una de las más bellas y contundentes del refranero nacional, aunque a la fecha pocos se han detenido a responder la pregunta obvia y fundamental: ¿Quién era este hombre?
Para bien o para mal, casi nadie se ocupa de de dimensionar la obra de Guerrero y su trascendencia histórica, lo que no es poca cosa, tomando en cuenta que la del mulato fue una carrera de más de dos décadas de lucha constante e incansable. Tan sencillo como que la mitad de su vida estuvo consagrada al combate y la resistencia en condiciones en extremo desventajosas. Vicente hizo verdadero honor a su apellido, pues fue un auténtico guerrero, o más acertado sería decir guerrillero, sin que el calificativo sea peyorativo o le reste méritos. El segundo presidente de México fue el padre las guerras de guerrillas en este país. Los suyos nunca fueron ejércitos multitudinarios, como el de Morelos y Galeana, sino gavillas integradas por unos cuantos combatientes que utilizaban el elemento sorpresa y su conocimiento de la sierra para sorprender al enemigo. Guerrero combatió 20 años en las montañas del estado que hoy lleva su nombre, en los mismos agrestes terrenos donde más de siglo y medio después combatirían Genaro Vásquez Rojas, Lucio Cabañas y más tarde surgiría el EPR.
Tal vez la suya no fue la más vistosa de las tropas, pero lo cierto es que fue efectiva y se transformó en un dolor de cabeza para el virreinato, pues jamás pudieron derrotarlo. Para dar una idea de la magnitud de la resistencia de este hombre, tal vez proceda una odiosa comparación: la carrera insurgente de Hidalgo y Allende duró apenas seis meses, mientras que Vicente Guerrero fue el único de los paladines de la Independencia que luchó sin parar los once años, de 1810 a 1821 y aún después de consumado el movimiento, volvió a sus amadas sierras a combatir.
Vicente Guerrero nació el 10 de agosto de 1782 en la población de Tixtla. La suya era una familia de arrieros, labor que desempeñó en su adolescencia, lo que le permitió conocer a la perfección las sierras en donde después combatiría. Su padrino en el movimiento insurgente fue Hermenegildo Galeana, quien lo reclutó en 1810 para la causa de Morelos. Muertos Morelos, Galeana y Matamoros, Guerrero se convirtió en el heredero del movimiento, en el encargado de mantener viva la flama insurgente resistiendo contra corriente cuando todo parecía perdido. Iturbide no pudo derrotarlo y al final optó por pactar con él. De ese pacto, supuestamente sellado con el abrazo de Acatempán, nació el Plan de Iguala y con ello se consumó la Independencia de México.
Indomable por naturaleza, Guerrero volvió a tomar las armas para desconocer al Imperio de Iturbide. En una de las reyertas de esa rebelión, una bala le atravesó el pulmón y aunque lo dieron por muerto, logró sobrevivir, si bien la herida lo hizo vomitar sangre por el resto de su vida. Tras un fugaz retiro durante la Presidencia de Guadalupe Victoria, volvió a las armas, en su calidad de Gran Maestre de la Logia Yorkina para ayudar a sofocar la rebelión orquestada por el vicepresidente Nicolás Bravo, Maestre del Rito Escocés. Fueron precisamente los masones yorkinos quienes propusieron a Vicente Guerrero como candidato presidencial en 1828. Fundador del Rito de York en México y de la Legión del Águila Negra, Guerrero también tiene el dudoso honor de haber encabezado la primera elección presidencial polémica y fraudulenta de la historia, casi 200 años antes del “voto por voto” de López Obrador y la caída del sistema de Bartlett. El triunfo originalmente había correspondido al candidato Manuel Gómez Pedraza, pero el Motín de la Acordada, encabezado por los yorkinos, dio el triunfo a Guerrero. Con la sombra de la ilegitimidad a cuestas y en medio de turbulencias políticas, Guerrero gobernó como pudo y su efímero periodo presidencial pasó la historia por diversas acciones.
Durante su periodo fue derrotada en Tampico la expedición de reconquista española encabezada por Isidro Barradas. También materializó en decreto constitucional la abolición de la esclavitud, redactada 20 años antes por Miguel Hidalgo. Así las cosas, 30 años antes de Abraham Lincoln, el presidente mulato de México inscribía en Ley Suprema la prohibición de tener esclavos dentro del territorio nacional. También materializó el polémico decreto de expulsión de los españoles de México. En diciembre de 1829 una sublevación encabezada por Anastasio Bustamante le arrebató el poder y el Congreso lo declaró imposibilitado para gobernar. Una vez más Guerrero se refugió en sus montañas y tampoco esta vez pudieron derrotarlo, al menos no limpiamente. Para acabar con la vida de este caudillo indomable fue preciso recurrir a la traición. El corsario italiano Francesco Picaluga, fue pagado por Bustamante para capturarlo y con engaños y promesas de alianzas logró llevarlo a bordo de su barco para entregarlo a las autoridades. Guerrero fue fusilado el 14 de febrero de 1831. Lleno de errores, como todos los hombres (y no héroes) que construyeron el naciente país, Guerrero fue ante todo un ejemplo de resistencia, coraje y corazón.
Nuestro Obama insurgente
Por Daniel Salinas Basave
Si bien la afirmación común es que en este país no hay población afroamericana, la realidad es que 179 años antes de que Barack Obama fuese electo presidente de los Estados Unidos, México tuvo un mandatario mulato. El segundo presidente de la historia del país, quien tuvo un efímero y conflictivo periodo de gobierno de menos de nueve meses de duración, fue un descendiente de africanos. Su nombre: Vicente Guerrero.
Decir que la historia no ha hecho justicia a Guerrero podría parecer una afirmación desacertada. Después de todo, a diferencia de Iturbide, este caudillo ha entrado en caballo de hacienda al pandemonio de la historia oficial. Existe una entidad federativa que lleva su nombre, además de los cientos de calles, escuelas y monumentos que lo homenajean. Sí, el sistema beatificó a Guerrero y permitió su ingreso al santoral oficial. Se le considera, de hecho, el único y gran consumador de la Independencia, el bueno de la película, el hombre íntegro y leal del abrazo de Acatempan, por encima del corrupto y ambicioso Iturbide. Cierto, Guerrero ha sido beatificado por los libros de texto, pero da la impresión que su figura se ha quedado petrificada en el bronce de las estatuas o en el oro de las letras que inscribieron su nombre en el Congreso. Nos hemos conformado con pronunciar una y otra vez la más célebre de sus frases, “La Patria es primero”, sin duda una de las más bellas y contundentes del refranero nacional, aunque a la fecha pocos se han detenido a responder la pregunta obvia y fundamental: ¿Quién era este hombre?
Para bien o para mal, casi nadie se ocupa de de dimensionar la obra de Guerrero y su trascendencia histórica, lo que no es poca cosa, tomando en cuenta que la del mulato fue una carrera de más de dos décadas de lucha constante e incansable. Tan sencillo como que la mitad de su vida estuvo consagrada al combate y la resistencia en condiciones en extremo desventajosas. Vicente hizo verdadero honor a su apellido, pues fue un auténtico guerrero, o más acertado sería decir guerrillero, sin que el calificativo sea peyorativo o le reste méritos. El segundo presidente de México fue el padre las guerras de guerrillas en este país. Los suyos nunca fueron ejércitos multitudinarios, como el de Morelos y Galeana, sino gavillas integradas por unos cuantos combatientes que utilizaban el elemento sorpresa y su conocimiento de la sierra para sorprender al enemigo. Guerrero combatió 20 años en las montañas del estado que hoy lleva su nombre, en los mismos agrestes terrenos donde más de siglo y medio después combatirían Genaro Vásquez Rojas, Lucio Cabañas y más tarde surgiría el EPR.
Tal vez la suya no fue la más vistosa de las tropas, pero lo cierto es que fue efectiva y se transformó en un dolor de cabeza para el virreinato, pues jamás pudieron derrotarlo. Para dar una idea de la magnitud de la resistencia de este hombre, tal vez proceda una odiosa comparación: la carrera insurgente de Hidalgo y Allende duró apenas seis meses, mientras que Vicente Guerrero fue el único de los paladines de la Independencia que luchó sin parar los once años, de 1810 a 1821 y aún después de consumado el movimiento, volvió a sus amadas sierras a combatir.
Vicente Guerrero nació el 10 de agosto de 1782 en la población de Tixtla. La suya era una familia de arrieros, labor que desempeñó en su adolescencia, lo que le permitió conocer a la perfección las sierras en donde después combatiría. Su padrino en el movimiento insurgente fue Hermenegildo Galeana, quien lo reclutó en 1810 para la causa de Morelos. Muertos Morelos, Galeana y Matamoros, Guerrero se convirtió en el heredero del movimiento, en el encargado de mantener viva la flama insurgente resistiendo contra corriente cuando todo parecía perdido. Iturbide no pudo derrotarlo y al final optó por pactar con él. De ese pacto, supuestamente sellado con el abrazo de Acatempán, nació el Plan de Iguala y con ello se consumó la Independencia de México.
Indomable por naturaleza, Guerrero volvió a tomar las armas para desconocer al Imperio de Iturbide. En una de las reyertas de esa rebelión, una bala le atravesó el pulmón y aunque lo dieron por muerto, logró sobrevivir, si bien la herida lo hizo vomitar sangre por el resto de su vida. Tras un fugaz retiro durante la Presidencia de Guadalupe Victoria, volvió a las armas, en su calidad de Gran Maestre de la Logia Yorkina para ayudar a sofocar la rebelión orquestada por el vicepresidente Nicolás Bravo, Maestre del Rito Escocés. Fueron precisamente los masones yorkinos quienes propusieron a Vicente Guerrero como candidato presidencial en 1828. Fundador del Rito de York en México y de la Legión del Águila Negra, Guerrero también tiene el dudoso honor de haber encabezado la primera elección presidencial polémica y fraudulenta de la historia, casi 200 años antes del “voto por voto” de López Obrador y la caída del sistema de Bartlett. El triunfo originalmente había correspondido al candidato Manuel Gómez Pedraza, pero el Motín de la Acordada, encabezado por los yorkinos, dio el triunfo a Guerrero. Con la sombra de la ilegitimidad a cuestas y en medio de turbulencias políticas, Guerrero gobernó como pudo y su efímero periodo presidencial pasó la historia por diversas acciones.
Durante su periodo fue derrotada en Tampico la expedición de reconquista española encabezada por Isidro Barradas. También materializó en decreto constitucional la abolición de la esclavitud, redactada 20 años antes por Miguel Hidalgo. Así las cosas, 30 años antes de Abraham Lincoln, el presidente mulato de México inscribía en Ley Suprema la prohibición de tener esclavos dentro del territorio nacional. También materializó el polémico decreto de expulsión de los españoles de México. En diciembre de 1829 una sublevación encabezada por Anastasio Bustamante le arrebató el poder y el Congreso lo declaró imposibilitado para gobernar. Una vez más Guerrero se refugió en sus montañas y tampoco esta vez pudieron derrotarlo, al menos no limpiamente. Para acabar con la vida de este caudillo indomable fue preciso recurrir a la traición. El corsario italiano Francesco Picaluga, fue pagado por Bustamante para capturarlo y con engaños y promesas de alianzas logró llevarlo a bordo de su barco para entregarlo a las autoridades. Guerrero fue fusilado el 14 de febrero de 1831. Lleno de errores, como todos los hombres (y no héroes) que construyeron el naciente país, Guerrero fue ante todo un ejemplo de resistencia, coraje y corazón.