Yace Poe en la vieja estación
Una sábana de negrísimas nubes cubría el Cerro de la Silla cuando mi amigo
Gerardo Ortega y yo llegamos al recién inaugurado Museo del Escritor en la Casa
de la Cultura de Nuevo León.
Después del intenso calor de la mañana, una repentina lluvia cayó sobre
Monterrey cuando empezaba a atardecer.
La antigua estación del ferrocarril, ubicada sobre la Avenida Colón, alberga desde hace décadas a la Casa de la
Cultura en donde transcurrieron muchas de las más intensas tardes de mi
temprana juventud en el taller literario
de Rafael Ramírez Heredia, en donde acuchillábamos textos a navajazo
limpio y despiadado.
En algún momento esa vieja casona formó parte de mi vida cotidiana y
sin embargo, tenía más de 23 años sin pisar el recinto desde mi última sesión con el Rayito
Macoy, en marzo de 1999, días antes de
marcharme para siempre a vivir a Tijuana
Pedro de Isla, director de la Casa, fungió como nuestro guía. El Museo del
Escritor reúne la colección personal de René Avilés Fabila, que después de su
muerte había quedado confinada en un algún sótano.
La bienvenida corre a cargo de la pieza más antigua y valiosa del museo: un
ejemplar de las Historias extraordinarias con la firma autógrafa de Edgar Allan
Poe.
No es una dedicatoria, sino apenas una firma pequeñita colocada en la parte
baja de una página de advertencia. Sin embargo, es una firma de su puño y
letra. Edgar Allan Poe escribió en esa página. Sí, en mi biblioteca hay cientos de libros firmados
y el ritual del garabato se repite miles de veces en una feria del libro, pero
ver esa pequeña firma de Poe me produce una sacudida, como si de pronto se materializara la presencia de un ser de
otro mundo, emparentado con las deidades y no con las hordas de ordinarios
tunde-teclas que vamos de ahí para allá
con nuestras letras desparramadas. Poe es carne de Olimpo o Pandemonio, más
mítico que real.
La sensación es extraña, diría alucinante u onírica. El ajetreo del
apresurado viaje, las sombras de la tarde, la inminencia de la lluvia, el
volver a estar en la vieja casona después de dos décadas y media y de
pronto, la firma de Poe.
Encuentro el garabato justo cuando estoy ultimando detalles de mi proyecto de ensayo, Canon
del Limbo, y de repente, me
siento asaltado por una certidumbre: El mundo en que vivimos, o por lo menos ni
mundo y el de millones de personas, sería tan distinto de no haber existido
nunca Edgar Allan Poe.
Entonces me asalta la duda: ¿Cómo habría sido mi vida si no existiera Poe?
¿Cómo sería el mundo sin La caída de la casa Usher, El
gato negro, Ligeia o Berenice?
Cierto, el orden mundial sería tal como lo conocemos. Viviríamos igual en
un mundo globalizado, polarizado e igualmente lacerado por una pandemia y un
fatal calentamiento global en donde la omnipresencia del aleph digital marca la
pauta, pero en nuestras vidas no habría habido un cuervo diciendo nunca más, ni un gato con el cuello
marcado por la huella de una soga, ni una pestífera máscara roja recorriendo
los salones de un palacio enfiestado.
Sin Poe la vida de Charles Baudelaire habría sido harto distinta y acaso Los
paraísos artificiales o las mismas Flores del mal habrían nacido con
otro adn. En cualquier caso, los días de su vida que dedicó a traducirlo
hubieran sido empleados en otro asunto y su camino de vida se habría alterado.
Sin Poe acaso no habría habido Horacio Quiroga pero tampoco Howard Philips
Lovecraft. ¿Habría existido Sherlock Holmes si en la vida de Arthur Conan Doyle
no hubiera existido Auguste Dupin? No lo creo.
Sin Los crímenes de la calle Morgue, La carta robada, El misterio de Marie
Róget o El escarabajo de oro es posible creer que Sherlock Holmes no
habría nacido y el camino de Conan Doyle habría tomado otros derroteros.
¿Habría existido El Horla si Guy de Maupassant nunca hubiera leído a Poe?
Lo dudo mucho. Vaya, el dostoievskiano Raskolnikov de Crimen y castigo es hijo
de Montesor de La barrica de amontillado, sin olvidar que en Los
hermanos Karamazov hay una referencia a El cuervo.
Sin Poe no existirían varias decenas o cientos de canciones o discos
conceptuales inspirados en su obra – de Alan Parsons a Iron Maiden- y tampoco un montón pinturas, camisetas y parafernalia diversa que hace
alusión a su persona o su legado.
Poe forma parte de la cultura popular. Su imagen puede ser reconocida
incluso por gente no versada en literatura y un montón de lectores ocasionales
o dispersos, sin duda leyeron El gato negro o alguna otra historia
en su juventud.
De la misma forma, cabría
preguntarnos si Poe hubiera sido Poe de no haber existido Thomas de Quincey,
Charles Dickens o incluso su contemporáneo
Nathaniel Hawthorne.