No hay ni una Guiness en el refri, pero por fortuna sobreviven unos tragos de Jameson, unas bolsitas de té negro y unas cuantas letras prófugas de una húmeda isla para armarle un altarcito a San Patricio en este día. Claro, la obviedad es pensar primero en Joyce y luego en Beckett, Yeats, Shaw, Wilde o Swift, pero estos canijos celtas de los tréboles, la cerveza oscura y los riñones fritos le han dado un chingo de librazos a este mundo. Ponte a dar un repaso a ojo de pajarraco y concluirás que en verdad son un putamadral de cuentos, novelas y obras teatrales. Desde el canto de cisne del gótico romántico encarnado en Charles Robert Maturin y su Melmoth el Errabundo, a los vampiros victorianos de Bram Stoker y Sheridan Le Fanu, pasando por Banville y su heterónimo policiaco Benjamin Black, o Connolly y sus demonios. Buenos pa contar historias los irlandeses. Creo que la única cosa ñoña y fresoide que han parido los hijos de Patricio es U2. Tiempo de escuchar Dropkick Murphys (la Irlanda más irlandesa está en Boston) y leer El crepúsculo celta. También el San Pato tijuano nos ha regalado una lluvia mañanera para despedir el invierno.