Nunca intenté escribir a máquina un solo párrafo de aquella historia. En realidad, siendo brutalmente honesto, jamás me pasó por la cabeza enseñar ese relato a lector alguno o trabajarlo en un taller literario. La escritura de la novela era un fin en sí mismo. Mi único propósito fue deleitarme escribiéndola. Era, en todo el sentido de la palabra, una novela masturbatoria. Con ella no pretendía llegar a nada más allá del placer morboso que me producía escribirla.
Paseos ciclistas sobre calles espectro, parques-mentira tragados por una urbana mancha. Pedales en pantano, omnipresencia del Santa Catacha, recordar finales inexistentes contempladas desde las cimas de estadios-mole, américaspueblas que no ocurrieron nunca y el sueño bálsamo, el sueño umbral: reescribir la historia de un cuerpo reencarnado tras reparar neuronas borrachas. La vida vuelve a empezar y desea ir construyendo la vereda con pura palabra. ¿Acaso hubo alguna otra cosa en el inventario? Palabras, puras pinches palabras.
Saturday, January 02, 2016
Friday, January 01, 2016
Thursday, December 31, 2015
Un camino de tierra, una niña y la imperiosa e impostergable necesidad casi fisiológica de comenzar un cuento, Hablar con Andrés y defender las virtudes literarias de Vientos de Santa Ana, decirle que el periodismo y no el Alfio es el verdadero villano de la novela. Lo demás, supongo, se fue en viajes con retraso, improbables estaciones y el pájaro de crepúsculos que arriba al patio a despedir la última luz del 2015.
Sin rodeos ni preámbulos les diré que el libro cuya huella fue más profunda en el año que despedimos es el ensayo De animales a dioses del israelí Yuval Noah Harari. Me gustan los libros que son capaces de dejarme la cabeza sembrada de signos de interrogación y luego de leer esta sui generis y muy crítica historia de la humanidad quedan mil y un dudas surcando mi cabeza y no pocas ideas para nuevos relatos. Hace 50 mil años había sobre la Tierra seis diferentes razas humanas, de las cuales solo una sobrevivió, el homo sapiens, que de ser un simio insignificante pasó a ser el amo del planeta. Sin caer nunca en superchería apocalíptica, el autor concluye que el final del homo sapiens tal como lo conocemos puede estar cerca. Este simio inventó el dinero y lo transformó en la religión planetaria por excelencia y al mismo tiempo en la mayor intersubjetividad del Universo y la mayor prueba de confianza entre extraños. El cuadro de honor lo completan Limónov de Emmanuel Cárrere, El año del verano que nunca llegó de William Ospina y El encantador de Lila Azam. Estos cuatro libros fueron los que me marcaron en 2015 y demandarán pronta relectura. Limónov es el retrato de un personaje complejo, contradictorio, absurdo y mesiánico, el auténtico Bowie bolchevique, que en su momento reseñé en este mismo espacio. El libro de Ospina tira de los infinitos hilos que pueden ir deshebrando un mito literario como es el oscuro verano de 1816 que reunió en la mansión de Villa Diodati, a orillas del lago Lemán, en Suiza, a Lord Byron, Percy Shelly, Mary Woolstoncratf y John Polidori. En aquel húmedo junio donde el sol nunca salió, nacieron para la literatura dos de sus monstruos emblemáticos: Frankenstein y el Vampiro. Finalmente El encantador de la bella franco-iraní Lila Azam es un ensayo sobre el concepto de la felicidad en la obra de Vladimir Nabokov. Adorable e inspirador (de hecho ha inspirado un cuento ganador).
Wednesday, December 30, 2015
Cada quien sus nostalgias, cada quien sus saudades. Las mías suelen ser aferradas, tercas como la chingada. Irremediablemente redundan en prófugos garabatos con complejo arañil, escupitajos de tinta yacientes en improbables cuadernos refundidos en las ignotas profundidades de mis libreros, en las mil y un ideas que zumbaron como abejorros alrededor de mi cabeza sin acertar a transformarse en palabra escrita (el entrevero con mi Emilio Renzi particular es que ni yo mismo le entiendo un carajo a la caligrafía de mis diarios adolescentes). Saudades que naufragan en calles mojadas peinadas por tenis rotos con una mochila- menhir sobre la espalda. Penumbrosas nostalgias tocando una y otra vez las mismas rolas metaleras de toda la vida. ¿Y qué carajos suena esta noche? Suena Motorhead ¿Podría sonar otra cosa? One more fucking time. El título lo resume todo. Las sombras de diciembre arriban puntuales por la puerta corrediza del patio. Este mes nunca se niega a sí mismo. En la esquina brilla el árbol y por la ventana irrumpe el traje negro bordado de niebla. Lost in the Ozone. Mi carta de navegación ha trazado la ruta que deberá seguir la tinta en 2016. Vaya lección de arado en el mar: la pluma va ir por donde se le dé la chingada gana, como siempre.
Monday, December 28, 2015
Y el camino de vida es -entre otras cosas- las canciones compañeras y ese disco que gira terco y pertinaz, musicalizando tu emoción, tu locura y tu rabia. Cuando tarareo el soundtrack de mi existencia, reparo en las infinitas horas transcurridas con ese bajo rabioso reventando las bocinas y en los vasos de Jack Daniels vaciados mientras escuchaba esa voz de mil aguardientes y tabacos rudos proclamando “we are Motorhead and we play Rock and Roll” . La adolescencia y los años adultos se me fueron apretando el puño de hierro, buscando bajo cada piedra muerta el as de espadas, cabalgando el infierno en un imaginario corcel de acero. Cada que me torturaba la mierdosa idea de envejecer y oxidarme en las miserias de la edad adulta, pensaba en el señor Lemmy Kilmister y en su perrísima actitud ante la vida. Pocos personajes encarnaron a tal grado la Actitud y los Huevos, así, con mayúscula. El desparpajo, el coraje, la capacidad de mentarle la madre al entorno entero. “Sé que nací para perder, y que apostar es para pendejos, pero esta es la forma que he elegido y no quiero vivir para siempre”. El beso de la Muerte llegó con el invierno Capricornio. Grande Lemmy. Hay un motor de metal rugiendo por la eternidad en mi cabeza.