Publicado en El Informador
Fray Servando vs Ramos Arizpe
Por Daniel Salinas Basave
Después de dedicar varias columnas a la Feria del Libro de Tijuana y al fenómeno de la lectura, hay quien me ha dicho que Mitos del Bicentenario ha perdido su inicial vocación de incluir solamente temas sobre Historia de México. Así las cosas, volvamos al origen y vocación inicial de esta columna sin renunciar por ello a tocar de vez en cuando temas de actualidad. Hoy toca hablar del primer debate legislativo registrado en la más alta tribuna del naciente país. La gran controversia inicial que enfrentó a los primeros diputados que tuvo esta nación, cuando la República se encontraba en un estado embrionario, sin definiciones políticas ni un sentido de identidad nacional. Hace 190 años los diputados tampoco solían ponerse de acuerdo muy a menudo, pero aunque se debatía fuerte en tribuna, lo cierto es que los legisladores del primer Congreso Constituyente del México Independiente no vivían con tantos lujos y privilegios como los legisladores actuales. El debate fundacional del México independiente enfrentó a dos legisladores norteños; uno de Coahuila y otro de Nuevo León, ambos con formación sacerdotal, republicanos y liberales, pero con una visión radicalmente distinta sobre la forma en que debía conformarse la nueva República. Ambos habían vivido buena parte de sus vidas en Europa y tenían influencias de filósofos y pensadores de la Ilustración europea. El de Coahuila se llamaba Miguel Ramos Arizpe y el de Nuevo León Fray Servando Teresa de Mier. El de Coahuila se pronunciaba por una república federal, mientras que el de Nuevo León votaba por conformar una república centralista. No es exagerado afirmar que este debate fundacional definió en gran medida el errante rumbo que tomaría la joven nación en los años venideros. Miguel Ramos Arizpe representó a Coahuila en las Cortes de Cádiz, aquel intento de monarquía constitucional y parlamentaria que nació en la turbulenta España de 1812. Por aquellos años Fray Servando también estaba en Europa, pero no en un curul de diputado, sino en las prisiones de la Inquisición, de donde se fugaba una y otra vez con sorprendente habilidad. El destino reunió a este par de norteños en el primer congreso republicano de México, conformado después de abortar el malogrado e iluso imperio de Iturbide. Ramos Arizpe admiraba el sistema político de los Estados Unidos de América a quienes consideraba el verdadero templo de la libertad. Su corriente de pensamiento, respaldada por las logias yorkinas y reforzada más tarde por el embajador Joel Poinsett, pugnaba por hacer del naciente México un imitador a ultranza de los Estados Unidos. Todo lo que se hiciera al norte de la frontera estaba bien hecho y debía copiarse al pie de la letra. Fue por ello que se pugnó por apoyar la conformación de una república federal que en estricto sentido era un zapato a la fuerza sin una motivación social o política sólida. El federalismo fue un sistema perfectamente coherente para los recién conformados Estados Unidos de América. Después de todo, la nueva nación surgía de las trece colonias inglesas que durante más de un siglo vivieron gozando de cierta autonomía. Si bien en lo fiscal debían tributar a la corona inglesa, sus asuntos internos podían resolverlos con libertad. Es cierto que el monarca inglés nombraba a muchos de los gobernadores coloniales, pero todos ellos debían gobernar conjuntamente con una asamblea elegida, por lo que se puede decir que en los hechos, las trece colonias ya vivían una suerte de federalismo antes de independizarse. Cuando se conformaron los Estados Unidos, el federalismo fue para ellos el sistema coherente, el que les quedaba como anillo al dedo. Eran trece colonias que voluntariamente elegían conformar una federación. Pero en el Virreinato de la Nueva España no existía tradición federalista alguna. Los tres siglos de dominio español se vivieron bajo un centralismo político extremo, sin posibilidad alguna de autodeterminación. A nivel colonial el Virrey estaba en México y éste a su vez obedecía órdenes de España. El único poder estaba en el Palacio del Escorial y los gobernadores se limitaban a cumplir órdenes. El sistema federalista era absolutamente incoherente con la realidad mexicana y eso fue lo que advirtió en su momento Fray Servando Teresa de Mier. Sin una tradición política federal, los estados acabarían por convertirse en pequeños feudos. La propuesta de Ramos Arizpe daría lugar a un “feuderalismo” como le llama Agustín Basave en su ensayo Mexicanidad y Esquizofrenia o a un centralismo simulado. La realidad es que Fray Servando no andaba nada errado y el futuro inmediato le dio la razón. México no estaba preparado en 1824 para ser una república federal y sin embargo Ramos Arizpe y los pro estadounidenses ganaron aquel histórico debate que tan caro nos salió. El absurdo de aquel federalismo de imitación se ha inmortalizado en el nombre oficial de nuestro país, un Estados Unidos Mexicanos que nadie utiliza ni ha utilizado más que en papelería burocrática y cuya elección se debió a la admiración irracional que los federalistas de 1824 sentían por el vecino del norte, un nombre que por simple coherencia debería ser borrado, aunque los intentos legislativos por hacer que nos llamemos oficialmente México o República Mexicana han naufragado. Casi dos siglos después, al catecismo oficialista le gusta seguir teniendo un nombre nacido de una absurda copia.