Eterno Retorno

Friday, May 07, 2021

29 minutos de intensidad y crudeza.

 


¿Cuál es el engranaje secreto de la creatividad? ¿Hay alguna fórmula que garantice una obra cumbre? ¿Por qué hay solo unas cuantas creaciones irrepetibles y una ristra infinita que solo hace montón?  Para un artista puede ser una apoteosis y un karma. El pico creativo te catapulta pero también te esclaviza. Décadas transcurrirán y aunque su carrera vaya en ascenso, saben que no les será dado superar esos 29 minutos de intensidad y crudeza. Esos 29 minutos que influirán y marcarán el camino de cientos de futras bandas y que definirán el non plus ultra  de un género. Esos 29 minutos que retumbarán en las cabezas de decenas de miles de chicos en todo el mundo. Yo seré uno de ellos (y disculparás mi intromisión, porque esta es tu historia y no la mía). Aún recuerdo la tarde en que compré mi  Reign in Blood en casete, con los títulos en español, sin librito interior para leer letras. Un casete mexicano, cuyo costo era 15 mil viejos pesos, demasiado para un catorceañero  sin domingo ni mesada. Lo recuerdo reventando las bocinas de mi grabadora, sonando en mis audífonos por la noche. Recuerdo el horror de mis padres al ver la portada a medio camino entre una pintura negra de Goya y una pesadilla del Bosco. Más de 34 años han pasado y aún sigo escuchando ese disco que ha hecho brotar, entre otras muchas cosas, este amorfo relato. La temática de sus letras acarrea miles de detractores. También  mi camiseta de Slaytanic Wermatch fue proscrita en la escuela y mis no pocos compañeros judíos la odiaban por su descarada alusión al nazismo. Pero basta, pues esto no es un delirio autobiográfico ni pienso ceder a la moda de la auto-ficción. Esta es tu historia Jeff, no la mía,  y después de esos 29 minutos no volverá a ser la misma.

Wednesday, May 05, 2021

Caricaturas para las criaturas


 

Cuando el mensajero es el culpable

 


“Tenemos a la prensa…” El presidente de México se sumerge en una de sus patéticas pausas, un largo y tenso silencio. “Tenemos a la prensa…ehhh”.  El primer mandatario busca un adjetivo para denostar a esos  periodistas que osan poner en tela de juicio la “infinita bondad” de su gobierno.  Busca el término ideal para espetarles, pero las palabras, como tantísimas veces le ocurre, no acuden a él.  Finalmente,   parece dar con las expresiones buscadas. “Tenemos a la prensa…más lamentable…más injusta…la más distante… la más lejana al pueblo”.

“Lamento… que los medios de comunicación en el país estén tan...obcecados  en atacar al gobierno que represento. Desde tiempos del presidente Madero no se veía esta prensa tan tendenciosa, tan  golpeadora, defensora de grupos corruptos…una prensa que se dedica a mentir”.

Los ataques a los periodistas son parte esencial de la agenda diaria  del presidente y tristemente  ya no sorprenden.  Son ritual de lo habitual, moneda corriente en sus conferencias mañaneras. Lo que resulta  el colmo de lo patético, es que estas palabras sean pronunciadas horas después de que 24 mexicanos perdieran la vida en una catástrofe histórica que es resultado de la pura y vil negligencia, de la corrupción sin límites, de la burda indiferencia. Nunca en la historia del metro de la Ciudad de México se había vivido una tragedia como la acaecida la noche del 3 de mayo. De repente, las vías se desmoronaron y los vagones cayeron al vacío con cientos de pasajeros adentro. No fue por desgracia una tragedia impredecible o que tome por sorpresa a los mexicanos. Sobraban advertencias como para sospechar que la línea 12 del metro yacía sobre estructuras severamente dañadas. México está en shock, mandatarios de otros países mandan condolencias oficiales y al tabasqueño  no se le ocurre nada mejor que atacar a los periodistas y culparlos, una vez más, de todos los males. Habla de la prensa más distante y lejana al pueblo, pero él es incapaz de tener un acto de cercanía o compasión con las víctimas. No acude al lugar del siniestro ni visita a los casi cien heridos que yacen en hospitales. Después, en el colmo de la abyección y la vileza o  en algo ya rayano en la enfermedad mental, la horda de paleros del presidente se da a la tarea de elucubrar la teoría sobre el atentado. Como desde hace 24 años los gobiernos de la Ciudad de México no son ya encuadrables dentro de la “mafia neoliberal” a la que el presidente considera culpable de todas las desgracias de México, entonces sus adoradores trataron de sembrar la teoría de un atentado perpetrado por la derecha para dañar a los gobiernos morenistas y perjudicar a sus candidatos en las elecciones. Esto ya cae en lo patológico y refleja el grado de paranoia e irracionalidad con que se maneja la facción más fanática y recalcitrante de los defensores de la “cuarta”. Cierto, también es sumamente cuestionable que candidatos del PAN y de otros partidos de oposición lucren tan burdamente con la tragedia y acudan a posar junto a los escombros en afán de conseguir reflectores y votos, pero más allá de la guerra electoral, del primer mandatario esperaría algo más que la enésima rabieta contra los periodistas. Quiero creer que algún  día, espero no tan lejano, se recordará este momento como una infamia, una muestra del nivel tan bajo y enfermizo al que ha llegado la polarización política que desde hace un tiempo nos carcome.

Monday, May 03, 2021

La muerte de Ánimas


 

En el cierre del telón de la fallida obra teatral que fue su vida, se puede decir que Ánimas fue a un mismo tiempo bendecido y meado. ¿Quién lo bendijo y quién lo meo?  Da lo mismo. Pudieron sea las jijoeputas deidades que controlan esa catástrofe permanente e ineludible llamada destino o pudo ser la siempre caprichosa música del azar, tan aferrada a torcer caminos e introducir giros intempestivos en el guión existencial.

La bendición fue sin duda lo repentino de la muerte. Cierto, tal vez no fue una sensual caricia de manto negro o un tenue soplido para apagar la vela, pero ya bastante buen premio fue no agonizar con el culo cagado en la cama pestilente de un hospital público, con un tubo atravesándole el gaznate y una enfermera con cara de fuchi mentando madres por la enésima monserga cadavérica del día. La pandemia de  Covid-19 había hecho que la vida cotidiana se pareciera mucho a El triunfo de la muerte, la macabra obra del pintor flamenco Pieter Brueghel.

Ánimas tuvo a bien expirar en su casa  cuando invocaba unos minutos más de prófugo sueño. La muerte llegó cuando la irrupción de la primera luz era apenas un presagio, en la hora lobuna (o conejuna) que antaño tanto lo inspiraba  y cuando su esposa lo encontró, pasadas las ocho de la mañana, Ánimas estaba por cumplir tres horas de estar bien muerto. Esa muerte tan carente de burocracia y aspavientos fue el último de sus premios.

Pero claro, hemos dicho que Ánimas no solo fue bendecido sino también meado. La particular  meada que cayó sobre su muerte,  fue que incluso la más inmediata posteridad fue magra y esquiva a la hora de las fanfarrias y los arrumacos. Espetar pésames y escribir necrológicas se había transformado en un patético ritual de lo habitual en 2020. Estábamos tan acostumbrados a las condolencias, que era imposible aspirar a una dosis de originalidad en la palabrería funebrera. Si ya de por sí los pésames siempre están infestados de lugares comunes y frases hechas, en los tiempos del Covid parecían pronunciarse con machote, con inocultables deseos de olvidar y dar vuelta a la página.

La muerte de Ánimas  no tenía nada de especial y carecía de elementos morbosos o noticiosos como para convertirla en trend topic. 

Sunday, May 02, 2021

¿El periodismo o el ensayo?

 


El ensayo literario y la crónica tienen ambos vocación de ornitorrincos. Son géneros monotremas con pelaje de mamífero, pico de pato y aletas de pez. También aquí he incurrido en el vicio de engendrar ajolotes prosísticos. Por ejemplo, El lobo en su hora es en teoría un ensayo (o por lo menos ganó un premio de ensayo) pero tiene no pocos capítulos que pueden leerse como crónicas. El Samurái es una crónica, pero tiene escarceos ensayísticos. Peor aún: Vientos de Santa Ana es una novela (o al menos fue finalista en un premio de novela) pero la principal crítica que le han hecho es que parece más un ensayo sobre las miserias e ingratitudes del periodismo. Tienen razón: soy más ensayista que novelista. En cualquier caso,  la crónica purista sí que es estricta. Una cronista de cepa como Leila Guerriero no admitiría desvíos. El texto que más veces me han bateado y devuelto en mi vida fue una crónica que publiqué en Gatopardo llamada En el nombre del padre. El editor, Guillermo Osorno, no se cansaba de darme batazos  hasta que por fin  salió. La buena crónica es descriptiva y apela a los sentidos, mientras que el buen ensayo es, sobre todo, reflexivo. El ensayo literario a lo Montaigne es pensar en voz alta, conjeturar, preguntarse y responderse. Los dos me apasionan, pero si me pones contra la pared y debo elegir entre uno u otro, entonces elijo… el ensayo.