Uno de los años más trágicos de nuestra historia fue 1847 y estoy seguro que si entonces hubieran existido Twitter y Facebook, los habríamos encontrado cargados de mensajes con una vibra nociva, cizañosa, conspiratoria y sembradora de discordia, muy similar a la tóxica vibra que reina en 2020. Ya me imagino cómo hubiera sido el Twitter de Santa Anna o el de Matías de la Peña. Cuando la unidad nacional era cuestión de vida o muerte, los mexicanos se enfrentaron entre sí por mezquindades. Durante 1847, cuando miles de soldados mexicanos yacían desangrados en los campos de batalla y el ejército de Estados Unidos avanzaba imparable rumbo a la Ciudad de México, estalló en nuestro país una rebelión. Dado que el presidente interino Valentín Gómez Farías se atrevió a tocar y embargar los cuantiosos bienes de la iglesia para financiar la defensa contra los estadounidenses, el clero se sublevó y financió al general Matías de la Peña Barragán para que derrocara al presidente. Santa Anna, como siempre, jugó a dos manos, hizo como que defendía a Farías pero al final apoyó a los golpistas. Aquel cuartelazo fue conocido como Rebelión de los Polkos (hay quien dice que a los soldados golpistas les gustaba bailar la polka, aunque en realidad le pusieron la mesa al presidente estadounidense Polk). Nada más para que se den una idea, en 1847 hubo seis relevos presidenciales. Paredes y Arrillaga, Manuel de la Peña y Peña, Gómez Farías, Santa Anna, Pedro María Anaya. Con la guerra a punto de perderse, en México nos seguíamos peleando entre centralistas y federalistas, liberales y conservadores (mientras Yucatán se desangraba en su propia guerra de castas), grillándonos, escopeteándonos, intrigando, saboteándonos, cada quien buscando su propio protagonismo, lucrando con la situación, jalando agua a su miserable y pichicatero molinito político. Batallas se perdieron por pleitos de egos y celos. El final de la historia ya lo conocemos: se perdió la guerra y se perdió más de la mitad del territorio. Estados Unidos derrotó fácilmente a un México dividido, fragmentado, inmerso en una inacabable guerra civil. Un México muy similar al que encuentra el Covid-19 en 2020. En mis años de vida no recuerdo un México tan enfrentado entre sí. La verdad que deprime entrar a las redes sociales, sobre todo a Twitter, y encontrarse con tantísima mala leche, un festín de intolerancia y mezquindad. Estamos inmersos en un desbarrancadero económico y sanitario y aquí seguimos en nuestros pleitos de pigmeos facciosos, metiendo zancadillas, inventando ridículas teorías paranoicas, creyéndonos sabios epidemiólogos, incapaces de reconocer nuestra absoluta ignorancia, sacando raja política, alucinando conspiraciones. Lo hecho por Ricardo Salinas y Tv Azteca es de una bajeza histórica, similar a la rebelión de los polkos y los sabotajes de 1847, pero así nos gusta jugar en las contingencias. ¿Seremos capaces de avanzar en una sola dirección al menos durante mes? ¿Dos semanas de unidad nacional aunque sea? ¿Será mucho pedir?
Saturday, April 18, 2020
Thursday, April 16, 2020
Si ayer el whiskocho malevo fue en memoria del gran Fonseca, hoy toca un mezcalito a la salud de Luis Sepúlveda. Pinche Corona virulenta nomás no perdona. Llegué a este chileno por recomendación de su amigo Rafael Ramírez Heredia. Estirpe pura de ixquierda, anti pinochet de cepa y guerrero verde greenpeacero de vieja guardia (antes de que se pusiera de moda ser ecologista) Luis es de la raza brava estilo Jefe Taibo. Fue siempre un narrador muy cumplidor que como lector jamás te dejaba abajo. Como flashback recuerdo que Un viejo que leía novelas de amor me la chuté casi entera haciendo sala de espera durante una cita con el ginecólogo cuando Iker iba a nacer. En cualquier caso, si tuviera que elegir, yo mejor me quedo con sus crónicas viajeras de Patagonia Exprés y La lámpara de Aladino. Nadie narró con tal pasión el gran sur chileno. Tristemente le tocó pasar a la historia como uno de los primerísimos casos de Covid oficialmente diagnosticados en España. Ojalá liberen sus cenizas en el helado mar de Chiloe o en los fiordos mapuches. Sepulveda no es para quedarse encerrado en un ataúd.
Si hoy como a mí les da por descorchar un pendenciero licor de malevaje, entonces beban y brinden a la salud del gran Rubem Fonseca, un hombre con cara de eternidad capaz de asestar trancazos contundentes y concretos, como una rola jarcorera de los Ratos de Porao. Hoy diremos Feliz Año Nuevo en pleno abril y los corazones solitarios llevarán collar de perro; Mandrake litiga en siniestros ministerios límbicos y el Cobrador cobrará en un más allá donde Ipanema es pura sospecha y negritud.
PD- Por cierto ¿sabían que Rubem presenció el Maracanzo? Él estaba en el estadio aquel 16 de julio del 50. Hoy sin duda ya ha ido a saludar a Alcides Ghiggia, a Barbosa y a mil y una mujeres de criminal estirpe.
2- PD- Mi nombre es Mandrake. Soy abogado criminalista. El caso que voy a relatar comprueba, como dijo alguien cuyo nombre no recuerdo, que la verdad es más extraña que la ficción porque no está obligada a obedecer a lo posible.
Tuesday, April 14, 2020
Podría decir que hoy se cumple un mes del arranque oficial de este encierro, un tiempo fuera del tiempo, un paréntesis bipolar en donde no acierto a determinar si los días se arrastran, caminan, corren o simplemente se diluyen como humo de cigarro o arena entre los dedos. Aún no sé si un mes es mucho o poco tiempo. Las horas se disfrazan con la máscara de la quietud pero de pronto me doy cuenta que confundo los primeros días de marzo con la semana pasada y ya no puedo determinar con precisión qué fue primero y qué después. En cualquier caso, en afán de marcar una cronología, diré que hoy se cumple oficialmente un mes de confinamiento.
Fue el viernes 13 de marzo cuando por primera vez empezamos a tomar en serio la consigna de recluirnos. Mi primer gran dilema fue si debía o no cancelar mi participación en UANLeer. La agenda decía que yo me subiría a un avión que me llevaría a Monterrey el sábado 14 por la mañana para presentar el Samurái de la Gráflex en Colegio Civil. El Cuídate de los Idus de Marzo irrumpió terco en alguna zona del subconsciente. Un resfriado común con exceso de estornudos y los consejos de Carolina sobre pensármelo dos o tres veces antes de subirme a un avión en semejante escenario, hicieron mella y lograron lo imposible: por primera vez en diez años de ires y venires librescos, opté por cancelar un viaje literario. Me habría gustado muchísimo más que la cancelación viniera de parte de los organizadores del evento para no tener que cargar a cuestas con la culpa del desaire, pero UANLeer se mantuvo en pie y fui yo quien tuvo que escribir la carta anunciando que no viajaría. Escribí y mandé el correo la noche del viernes 13 (y llovía-llovía). Acaso la terquedad de la lluvia incida en mis confusiones cronológicas, pues tengo la sensación de que el cielo bajacaliforniano simplemente no ha dejado de derramarse en 2020. Llovía el fin de semana en que optamos por encerrarnos y llueve al amanecer de este lunes. La lluvia y la salud de Canica han marcado el tic-tac de este Apocalipsis. El resto es caos mental y dispersión.
Nuestra perrita está de vuelta en casa. Tras su exilio de cuatro días con su milagrosa veterinaria, Canica ha vuelto ligeramente más repuesta, con buen paso, pero aún dentro de la zona de peligro en donde su supervivencia es moneda en el aire y patina en una delgada línea. Ayer le aplicamos su primera sesión de suero casero. Carol va agarrando mano de experta enfermera y aunque Canica ya está harta de tanta aguja y se defiende, logramos sortear hora y media drenando el líquido salvador dentro de su maltrecho cuerpecito. Hoy se repitió la operación Mientras el suero goteaba lentamente vimos una película turca, Milagro en la celda 7. Hermosa fotografía, muy buenos actores, tristísima trama y final un radical giro inesperado (no spoilers please). La lluvia ha vuelto tras un Domingo de Pascua soleado. Hoy al amanecer salí a caminar a Canica por el baldío. Lluvia chingaquedito, nubes oscurísimas y el mar plomizo como un territorio irreal donde los barcos petroleros son meras alegorías. Por la tarde ida y vuelta al parque. Un día a la vez.
La buena noticia es que amanecí ahora sí al amanecer después de un sueño atípicamente regular y cuando eso sucede, despierto con hambre no fingida ni inducida de escribir. Apetito natural de desparramar palabra. En mi hipotético manual sobre el arte de leer con café y escribir con whisky debería resaltar la importancia de despertar temprano y del sueño regular como un elemento clave en la alineación de neuronas literarias. Hay mucha, muchísima lava hirviendo adentro del volcán pero se requieren condiciones concretas y atípicas para hacerla brotar. Puede a medias inducirse, pero el entorno y sobre todo el metabolismo, pueden conspirar a favor o en contra. Desde hace meses vengo barajando algunos personajes e historias que revolotean por ahí, en plan celestino y calientahuevos. Hoy reparé en que bien se puede hacer una mescolanza de todo, un chocochorro prosístico donde lo mismo arrojemos frijoles, tocino, cabezas de pescado podrido, ajos, manteca, verdura y gordos de carne. Embadurnar todos los personajes y tramas fallidas y colarlos dentro de la pestífera moda cuarentenera y dar forma a algo que bien puede evocar un debrayado Decamerón, una ristra de errabundos que coinciden una tarde lluviosa de domingo frente al muro de Playas de Tijuana. Los une la complicidad del humo, el desbarrancadero existencial y el sinsentido. Acabarán refugiándose en algún viñedo por los rumbos de San José de la Zorra, aunque tampoco descarto ponerlos en plan Transpeninsular y hacerlos viajar a la heroica o a Loreto.
¿Puedes creer que en treinta días no he podido dar forma a ningún impulso prosístico? Claro, he escrito las columnas de rigor y los ordinarios posts facebookeros, pero no he acertado a siquiera intentar cerrar la figura geométrica de algo que se parezca a un cuento. Duermo mal e irregularmente. Largas siestas vespertinas o derrumbes mañaneros en la cama techada de Iker antecedidos por alucinantes duermevelas pobladas por vívidos viajes oníricos. No menos caótico he sido como lector (Chaos is my life diría Exploited). En carrera parejera compiten varias novelas gordas. La más aventajada es Narcisa de Shaw en donde voy merodeando la mitad (la porra mermao, fala serio Cigano, porque Yo lo valgo ¿Siguiente?). Pese a sus defectos de edición, las aventuras de esta carioca crackómana se dejan leer con jocosa fluidez. Más lenta avanza Nuestra parte de noche de Mariana Enríquez a quien al puro estilo de Mister Crowley le gusta aquello de talk with the dead. Sí, ya lo sabemos: lo de Mariana son los muertos, chingos de muertos que te jalan las patas y hablan contigo, pero si hablamos de géneros literarios lo suyo parece ser el cuento y no la novela (y tampoco la crónica, por cierto). Las cosas que perdimos en el fuego se dejaba leer, pero este premio Herralde es (al menos hasta la página 120), denso, hostil y farragoso. El niño Gaspar y su cuerísimo padre médium moribundo no acaban de hacer clic conmigo. Tampoco acaban de arrancar los diarios Abad Faciolince. Me pasa que no le creo al colombiano. Los diarios, como la realidad, son caóticos y desestructurados y Lo que fue presente me parece trabajado a posteriori. Demasiado aburguesado el paisa, esclavo a perpetuidad de la muerte de su padre (ya chole con los escritores obsesionados con la figura paterna) aunque cierto es que apenas voy en 1988. En desorden y como no queriendo mucho la cosa también le entro a Los errantes de Olga Tokarczuk. Me gusta la ética mochilera de la Premio Nobel polaca, su arte de la fuga tan entregado a las jugarretas del subconsciente aunque las historias de ficción incrustadas o sacadas como muñecas rusas en medio de la dispersa crónica tienden a ser aburridonas. En cualquier caso, nada tan potente como el vicio de la relectura. De pronto, me descubro a mis anchas y como pez en el agua volviendo a andar sobre mis huellas en La habitación cerrada de Paul Auster que leí hace década y media en mis treinta y pocos, cuando la adicción austeriana era incontrolable. Mientras acompaño una vez más a Fanshwae en sus correrías, vuelvo a tener la sospecha de que los mejores libros de mi vida ya los leí y que el resto de la existencia estará condenada a ser una eterna relectura. Así también he vuelto a El hacedor de Borges, ese portento de brevedad y minimalismo ubicado en el umbral de la ceguera casi total, cuando Borges ya empezaba a ser Borges y a mí no me queda más que corroborar que Georgie no solo tiene un pacto con la eternidad, sino que tiene la capacidad de mimetizarse y ser siempre un nuevo escritor cada vez que lo lees. Ya nada más de pilón me puse a repasar Estambul de Orhan Pamuk, por aquello de que yo también creía tener un doble en mi infancia que se duplicaba en las fotos y miraba antiguas locomotoras desde la portada de un álbum fotográfico.
Monday, April 13, 2020
Aeronaves bicéfalas de anónimas tripulaciones
Inmoladas en faldas de nube
Abortando pasajeros en el azul del firmamento
Aeronaves de posibles pasados, sueños de fiebre e inciertos despertares.
Aeronaves de furtiva palabrería
de cordura en retaguardia
de pensamientos plástico y latidos flagelo.
Aeronaves en su ataúd de pavimento
Bebiendo polvo, lamiendo suela,
oliendo el humo blanco en el cuello de la tarde.
Absurdas e insurrectas
Prófugas de nombre y significado
Durmiendo al aullido del lobo
Conjurando el forzoso aterrizaje
Sunday, April 12, 2020
Aquello era un desmadre. Con el portón metálico abierto de par en par puede mirar adentro de la vivienda y entonces reparé en que nada me impedía entrar. Lo que entonces me cerró el paso no fue algún agente, sino el hedor, una pestilencia como no había enfrentado en mi vida. Aquel sitio apestaba a cagadas y a muerto. Tapándome la cara con la manga de mi chamarra crucé el portón y caminé por una cochera tapizada por mierda de perro, luchando infructuosamente por no pisar alguna. Pronto la suela de mis zapatos estuvo totalmente embarrada. Además de las heces, sobre el piso había mechones de pelo canino, huesos roídos, pedazos de juguetes, Barbies descabezadas, carritos sin llantas, montones de revistas y periódicos empapados. En el lugar permanecía una docena de perros echados a los que tomé varias fotos. Eran al parecer más viejos que la jauría fugada en estampida o acaso estaban enfermos o lisiados pues no hacían por levantarse del suelo, ni siquiera cuando me acerqué demasiado para fotografiarlos. Policías entraban y salían de la casa pero nadie parecía reparar en mi presencia. Era una vivienda que hace tres o cuatro décadas habría pasado por ostentosa, una casi mansión de nuevo rico que habría podido despertar envidias en los años setenta, pero que hoy era puro y vil herrumbre. La casa estaba rodeada por un jardín cubierto de matas baldías infestado también por las heces. Platos metálicos abollados, restos de mamparas y prendas en jirones, botellas vacías y una mesa metálica cuyo centro de cristal estaba pulverizado. Al centro del jardín había una piscina en cuyo fondo de agua empantanada y cubierta de lama yacía un gato en descomposición. Era evidente que en muchos años nadie le había dado una mano a aquel inmueble.