Eterno Retorno

Thursday, September 08, 2022

The Queen is Dead

 


El Puente de Londres se va caer y hay una parvada de negrísimos cuervos revoloteando sobre la Torre. Las reinas también mueren y su canijo dios anglicano no está ahí para salvarlas eternamente. The Queen is Dead, canta The Smiths y pienso que acaso todo comenzó cuando la Reina Ginebra le hizo de chivo los tamales a don Arturo y se fue al lago con su amado Lancelot. Entonces la mesa redonda se volvió cuadrada y Camelot enterito se fue al carajo. Acaso la maldición de la bruja  Morgana no caducó nunca. Bretones, caledonios, sajones y normandos cubrieron de sangre la Isla mientras Leonor de Aquitania engendraba reyes cruzados que gobernaban Inglaterra hablando en francés. Tudors, Estuardos, Yorks, Windsors.   Las reinas también mueren y engañan. Una espada de doble filo hizo volar por los aires la cabeza de Ana Bolena. “No tendrá mucho problema, ya que tengo un cuello delgado”, dijo Ana a su noble verdugo quien fue eficiente como pocos. Los tercos cuervos de la Torre se acostumbraron a revolotear frente al calabozo donde yacía María Estuardo. A diferencia de Bolena, a la reina de Escocia no le bastó un solo hachazo para separar la cabeza de su cuerpo. Hay verdugos chambones y el asesinato no siempre es una de las bellas artes (so sorry De Quincey). Los cuervos siguieron sobrevolando la Torre y el Puente mientras la primera de las Isabeles, la Reina Virgen, miraba el naufragio de la Armada Invencible. Entonces florecía en los corrales de comedias el sublime teatro shakespereano y Marlowe fungía como su espía y escritor fantasma de la soberana. Los reyes también mueren y el Lord Protector, Oliver Cromwell, hizo rodar la cabeza de Carlos Estuardo y por menos de una década convirtió a Inglaterra en una república puritana mientras Milton, ciego y moribundo, dictaba a sus hijas el Paradise Lost. Siglos después,  la Reina Victoria inmortalizó su nombre en una época mientras esparcía la hemofilia por todas las cortes europeas y las fábricas manchesterianas empezaban a arrojar densas nubes de vapor. Los caballeritos se vistieron con sombrero de copa, Wilde fue condenado por inmoral y en los verdes campos de la Isla nació el bendito futbol mientras la Union Jack colonizaba el Tercer Mundo. Irrumpió entonces el Siglo XX con su baño de sangre y sus utopías. Millones de cuerpos concretos inmolados en el altar de las ideas abstractas. La LuFTwaffe bombardeó la Isla mientras Churchill arengaba y bebía whisky en la cabina de radio y una joven princesa adolescente confeccionaba uniformes militares en Windsor y visitaba a los granaderos. Soberana desde 1952, la llamaron reina lo mismo en Jamaica que en Nueva Zelanda y en toda la Mancomunidad de la Union Jack. Se casó con un aristócrata venido a menos con fama de vividor y cabroncete y engendró a un primogénito pusilánime y timorato. Los Beatles le cantaron Her Majesty, Freddy Mercury emuló su cargo  y su corona y los Sex Pistols le cantaron God Save the Queen navegando por el Támesis el día del Jubileo y hasta la madre de chemo y chiva  le gritaron No Future in Englands dreamland. Ella cumplió con nombrar  caballeros lo mismo a Paul McCarthney que a  Mick Jagger y a Alex Fergusson,  pero David Bowie la mandó mucho al carajo. Por lo que a mí respecta le habría dado el título de Sir a Bruce Dickinson, Steve Harris, Rob Halford y al inmortal Lemmy. Ahora el timorato mayor asume el trono y yo, republicano y ateo como soy, me sigo preguntando si no es suficientemente ridículo que sobrevivan monarquías en esta época, aunque siendo brutalmente honestos, hay otras tantas cosas soberanamente ridículas que no piensan extinguirse pronto. Sospecho que el Puente de Londres se tambalea pero no ha caído y los pinches cuervos graznan a grito pelado sobre la Torre. Las manecillas del Big Ben han quedado congeladas este 7 de septiembre.  Tiempo de escuchar a los Sex Pistols y beber una muy británica Ginebra a la salud de la infiel reina original.

Wednesday, September 07, 2022

Los misterios del telar encantado

 


 

En los últimos años de su vida, Federico Campbell se sumergió en lecturas sobre  el funcionamiento del cerebro humano y su relación con la creatividad artística. Muchos de sus textos en el lustro más reciente estuvieron influidos por la lectura del psiquiatra británico Oliver Sacks   y el mexicano Bruno Estañol. “Cuando Federico se obsesionaba con un tema leía y leía hasta agotarlo y no hablaba de otra cosa”, nos comentó  Humberto Musacchio durante una charla en la Feria del Libro de Tijuana. Campbell buceó en las profundidades del tema tratando de descifrar el gran misterio neuronal  de la creación literaria. El cerebro humano sigue siendo  un gran misterio, aunque hemos aprendido más sobre su funcionamiento en las últimas dos décadas que en toda la historia. Pese a todo, la mente humana sigue albergando zonas oscuras e incomprensibles. El telar encantado, como le llama Bruno Estañol, es un océano poblado de islas incógnitas y habitado por monstruos marinos.  

¿Hay alguna predisposición genética para la creatividad artística? ¿O es el medio el que lo determina? ¿Puede una verdadera vocación literaria pasar desapercibida si no se le estimula? ¿Dónde habitan exactamente las historias? Hay casos que son verdaderos retos para la psiquiatría, como del poeta Arthur Rimbaud, capaz de escribir una poesía demencial e iluminada en su adolescencia, solo durante tres años de su vida, para después sumergirse en la total agrafía a partir de los 19 años y convertirse en un burdo traficante de marfil. Cómo es que alguien como Juan Rulfo fue capaz de transformar en lenguaje los abismos ontológicos del pueblo mexicano en dos libros irrepetibles para después quedar afectado para siempre  por el síndrome de Bartleby. ¿Fue la terapia de choques eléctricos que recibió para superar sus problemas de alcoholismo? ¿De no haber habido electroshocks habríamos tenido otro Llano en llamas? Casi nadie escribe desde la zona de confort. La literatura nace de la insatisfacción,  de la búsqueda y no pocas veces de la locura. Maupassant escribió El Horla cuando empezaba a tener los primeros síntomas de sífilis cerebral, mientras Poe tuvo fecundos periodos de creatividad desbordada entre crisis de delírium tremens. ¿Se puede escribir inmerso en un arrebato, en una suerte de posesión iluminada?  César Aira parodia esa idea en su novela Varamo, donde narra la historia de un apocado burócrata panameño que en una sola noche escribe un poema genial a la altura de un Mallarmé para después volverse a someter a su miseria de rutina. Acaso no le falte razón a Roberto Bolaño cuando afirmó que hasta al peor escritor le es dado experimentar al menos por un segundo el éxtasis si en verdad su escritura parte de una necesidad. Hay siempre una dosis de tormento en la vida de todo escritor, un sueño de la razón produciendo monstruos. Acaso escribir sea una tentativa de exorcismo o una necesidad de hablarnos de tú con nuestros demonios,  destapando hasta lo más profundo el pozo del subconsciente. Sí, es innegable: hay una suerte de esquizofrenia en el vicio escritural.