Eterno Retorno

Saturday, November 19, 2011



Cuando un escritor chingón muere, mi tristeza es egoísta. Básicamente estoy triste porque ya no leeré un nuevo libro de Daniel Sada. El más reverendamente chingón prosista de este país se ha ido. Al final, todo queda en la prosa y en el caso de Sada la forma acaba por transformarse en un fondo profundo.Cuando eres un adicto a la literatura, te puedes enamorar de un escritor por diversos factores. Sus tramas, sus reflexiones, la psicología de sus personajes, sus atmósferas o simplemente su lenguaje. La materia prima del escritor son las palabras y hay quien simplemente sabe jugar con ellas. Daniel Sada podría escribir de lo que quisiera. Si el tema es un amorío ranchero de los años 40 o un magnicidio de villorrio importa poco. Con Daniel Sada la palabra se vuelve música. Su capacidad de hipnosis no es por la trama o la atmósfera sino por el lenguaje. Un perpetuo malabarismo narrativo, una jugarreta de lenguaje donde las frases son plastilina y piedra en el mismo párrafo y queda la permanente sensación de que acaso todo sea una tomadura de pelo del narrador que se divierte como enano burlándose de sus personajes y poniendo al lector a brincar cuerdas respiratorias a la hora de articular oraciones. Un ritmo cambiante, por momentos atropellado y pese a todo simétrico, casi poético.
Más que un estilo, el narrador mexicalense Daniel Sada es dueño de un sello de autenticidad resistente a cualquier intento de imitación. Pareciera que la “prosa Sada” es una marca registrada y si bien ya dijimos que la imitación parece imposible (y resultaría sin duda ridícula) no es exagerado afirmar que ni siquiera hay lugar a la odiosa comparación. ¿Cuál es el punto de referencia para ubicar a Sada? Un espejo. ¿A quién se parece? A nadie en lo absoluto. Sí, alguien podría decir que por la temática lo suyo es novela rural ¿Y acaso le encuentran parecido alguno con Rulfo, Revueltas o Yáñez? Sin duda amamantó de ellos en su juventud, pero ya no quedan demasiados rastros de los maestros en su ADN literario. También lo han encerrado en la forzada caja de zapatos de la “narrativa norteña” como si por los rumbos de este punto cardinal se dieran como nopales prosas como la suya. Como si cualquier pobre pendejo pudiera de buenas a primeras escribir una novela como Casi nunca.
La vastedad del Norte, sede oficial de la narrativa sadiana, eterno purgatorio inabarcable, la hostilidad infinita de la que sólo el paisaje de Coahuila es capaz, donde mora como alma en pena ese fantasma omnipresente llamado deseo.

Wednesday, November 16, 2011


A propósito de ese territorio maldito de la calle Bucareli, he escrito esto para publicarlo con mis colegas de El Informador. Si te interesa saber un poco más de la historia de la Secretaría de Gobernación, chutáoslo.

Los inquilinos del Palacio de Covián

Por Daniel Salinas Basave

Felipe Calderón ya ha pasado a la historia como el presidente del México contemporáneo que más secretarios de Gobernación ha tenido en su periodo. En los últimos 80 años, ningún presidente mexicano ha tenido cinco inquilinos en Bucareli. Antes del fatídico 11-11-11, Calderón había empatado el record de Lázaro Cárdenas, Miguel Alemán y Ernesto Zedillo, que tuvieron cuatro secretarios en su periodo. Ahora Calderón tendrá, por lo menos, un quinto responsable de la política interna, y tan turbulentos e impredecibles son estos tiempos, que ya no podemos estar tan seguros de que se quedará en cinco. En más de 30 años de gobierno, Porfirio Díaz tuvo tres secretarios de Gobernación: Su suegro Manuel Romero Rubio, su compadre el Manco Manuel González y Ramón Corral. Con el estallido de la Revolución, empezó la época en que los presidentes cambiaban de secretarios de Gobernación como calcetines. En sus fugaces catorce meses de gobierno, el apóstol de la democracia, Francisco I. Madero, tuvo tres secretarios: Abraham González, Jesús Flores Magón y Rafael Hernández. El 19 de febrero de 1913, se dio una insultante opereta que rayó en el ridículo. Traicionado y derrocado por Victoriano Huerta, Francisco I. Madero renuncia a la presidencia y asume el secretario de Relaciones Exteriores Pedro Lascurain. El único acto de gobierno de Lascurain, en su presidencia de 45 minutos, fue nombrar secretario de Gobernación a Victoriano Huerta, para después renunciar con la única finalidad de que el traidor se pusiera automáticamente la banda tricolor. De esta manera, Huerta pasó a la historia como el secretario de Gobernación más efímero, pues su periodo duró si acaso unos 30 minutos. Ya como presidente, enfrentando a sangre y fuego la revolución constitucionalista, Huerta tuvo cuatro secretarios de Gobernación: Alberto García Granados, Aureliano Urrutia, Manuel Garza Aldape y Mariano Alcocer. El record histórico se lo llevó Pascual Ortiz Rubio que en apenas dos años de inestable gobierno tuvo seis secretarios: Emilio Portes Gil, Carlos Riva Palacio, Octavio Mendoza González, Lázaro Cárdenas del Río, Manuel Téllez y Juan José Ríos. Los presidentes con mayor estabilidad en Bucareli han sido Luis Echeverría Álvarez y Miguel de la Madrid. Ambos tuvieron un solo secretario en el periodo. Con el hombre de la guayabera trabajó Mario Moya Palencia y para el tecnócrata de la renovación moral trabajó Manuel Bartlett Díaz. Ernesto Zedillo tuvo cuatro secretarios: Esteban Moctezuma, Emilio Chuayfett, Francisco Labastida Ochoa y Diódoro Carrasco. Vicente Fox sólo tuvo dos: Santiago Creel y Carlos Abascal. Felipe Calderón ya lleva cinco: Francisco Ramírez Acuña, Juan Camilo Mouriño, Fernando Gómez Mont, Francisco Blake Mora y su sucesor. Por lo pronto el encargado de despacho es Juan Marcos Gutiérrez. Se dice que el Palacio Covián en la calle Bucareli es la antesala de Los Pinos. La historia dice que diez secretarios de Gobernación, han sido presidentes de México: Manuel González, Victoriano Huerta, Roque González Garza, Plutarco Elías Calles, Emilio Portes Gil, Lázaro Cárdenas del Río, Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortinez, Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría. El hombre de la guayabera fue el último secretario de Gobernación que logró saltar de Bucareli a Los Pinos. Desde entonces el Palacio de Cobián parece estar maldito, aunque tiradores y suspirantes ha tenido de sobra: Mario Moya Palencia, Manuel Bartlett, Francisco Labastida Ochoa y Santiago Creel. De ellos, sólo Labastida alcanzó a ser candidato, mientras que el resto se quedaron en precandidaturas o simples aspiraciones. Se daba por hecho que Juan Camilo Mouriño sería aspirante, pero murió muy pronto. La ley de la gravedad arrebató dos secretarios de Gobernación a Felipe Calderón. A la fecha, es tal vez el único mandatario en la historia del mundo que ha perdido dos ministros del interior por accidentes aéreos en un mismo periodo. Los demonios del aire andan sueltos.

Sunday, November 13, 2011


El frío de la mano izquierda

(Un perfil bajacaliforniano de Francisco Blake)

Por Daniel Salinas Basave

En el verano del 2004, en plena campaña electoral bajacaliforniana, la hija del candidato a diputado Francisco Blake Mora se mató en la Vía Rápida de Tijuana cuando su vehículo volcó como consecuencia del exceso de velocidad. El cuerpo de la chica de 14 años quedó despedazado sobre el asfalto. Los más viejos zorros de Tránsito Municipal lo recuerdan a la fecha como uno de los impactos más devastadores en la historia de una vialidad a la que si algo le sobran son anécdotas de accidentes fatales. Dos días después de la muerte de su hija, Blake Mora debía participar en un debate organizado por el periódico Frontera en donde enfrentaría a los otros candidatos del décimo distrito, donde su rival a vencer era el priista Abel Mora Rodarte, ex basquetbolista y líder de la Alianza Transportista de Tijuana. Dado que el papel de árbitro no es el sueño dorado de nadie, a mí me tocaba en aquella época ser el moderador de los debates organizados por el periódico. Dimos por hecho que Blake Mora no estaría en el debate y ni siquiera esperábamos una llamada de cancelación por parte de su equipo de campaña, pues se da por sentado que cuando un padre ha perdido a una hija en semejantes circunstancias, no hay cabeza ni corazón disponibles. Lo cierto es que los más sorprendidos fuimos nosotros cuando Blake apareció en la sala de redacción el día del debate, hierático e imperturbable como siempre, sin signo de consternación en el rostro. No hubo petición de minuto de silencio ni mención alguna de la tragedia. El debate se llevó a cabo y Blake lo ganó de calle. No hubo en sus intervenciones sentimentalismo alguno ni autocompasión. Duro, conciso y exponiendo ideas claras, se llevó la victoria según la votación de los consejeros editoriales del periódico. Tal frialdad fue justificada por los panistas argumentando que la joven fallecida era hija de su primer matrimonio y hacía algunos años que no vivía con su padre, por lo que la relación no era cercana. Se dijo que para Blake el deber siempre se anteponía a cualquier drama. Lo cierto es que la frialdad de ese hombre que nunca sonreía me impresionó desde entonces.

No fue un verano cualquiera el de 2004. En juego estaban las cinco alcaldías bajacalifornianas y el Congreso local, pero los ojos del país estaban puestos en Tijuana, donde una leyenda negra viviente llamada Jorge Hank Rhon competía como candidato a la alcaldía. El 22 de junio de aquel año, Francisco Ortiz Franco, editor de semanario Zeta, fue acribillado por la espalda delante de sus dos pequeños hijos cuando salía de la Procuraduría de Justicia. Zeta no dudó en señalar como sospechoso al candidato priista Jorge Hank . La narcoviolencia iba en franco ascenso. Uno de los más violentos sicarios de Tijuana, El “Chris” García Simental, hermano mayor del Teo, fue capturado una noche en medio de un nutrido tiroteo. En aquel verano de 2004 hervía la sangre en las calles de Tijuana.

Con todo y su enorme leyenda negra a cuestas, Jorge Hank Rhon derrotó en las elecciones del 1 de agosto al panista Jorge Ramos. Hubo rasgado de vestidura azul, llanto e impugnación en el Trife, pero al final los magistrados confirmaron el triunfo hankista. Sin embargo, Francisco Blake sí ganó en su distrito y se convirtió en diputado de una legislatura turbulenta. Baja California era gobernada por Eugenio Elorduy, un panista de la más tradicional estirpe, duro e intolerante, pero Tijuana era gobernada por Jorge Hank, heredero del priismo más caciquil y dinosáurico. El choque de trenes se antojaba de antología y Francisco Blake debía operar desde un Congreso salpicado de tricolores.

Con experiencia como diputado federal y regidor, Blake Mora había picado piedra abriéndose paso desde la tercera división de la política. En su rostro los gestos y emociones brillaban por su ausencia. Ni por casualidad sonreía. Su apellido de poeta proviene de aquellas leyendas de corsarios que merodearon la parte Sur de la península en el Siglo XIX. Sus antepasados eran hombres de mar que desafiaban al Pacífico, aunque Francisco nació en el otro extremo de la península, en Tijuana, el 22 de mayo de 1966.
Si el poeta William Blake era capaz de ver ángeles colgando de los árboles, el político Francisco, nada dado a la ensoñación mística, era capaz de anticipar el soplar de los vientos y las tempestades políticas, herencia de sus antepasados marinos. Nunca le pregunté si dentro de su árbol genealógico había una mínima conexión con el poeta y casi estoy por apostar que nunca lo leyó, aunque como operador de mano izquierda, supo concretar más de una vez las bodas del cielo y el infierno, sacando siempre provecho para la causa azul.

Cuando la tormenta preelectoral de 2006 llegó a Baja California, el diputado Blake Mora jugó sus fichas en el tablero. El gobernador Eugenio Elorduy, gran amigo de Vicente Fox y disciplinado panista, se alineó con el precandidato Santiago Creel, pero Blake Mora se rebeló y se transformó en el operador y coordinador de la precampaña de Felipe Calderón en la región. Cuando Calderón se convirtió en candidato presidencial, Blake se transformó en su principal alfil bajacaliforniano. El diputado cumplió 40 años en plena campaña presidencial del 2006 y por primera vez se empezó a intuir que aquel hombre que nunca sonreía y que no era en absoluto carismático, podía escalar peldaños demasiado altos. Aún así, Blake seguía siendo un político de bajo perfil, un funcionario de entrevista banquetera que aun iba por la vida sin choferes sin guardaespaldas manejando su propio carro. Su bella esposa Gloria Cossío, tenía un modesto empleo como asistente en la administración de regidores en Tijuana y para los reporteros tijuanenses era común verla, siempre sonriente, caminando entre los apretujados pasillos del área de ediles. Aunque la carrera de Blake iba en franco ascenso, si en aquel 2006 se hubiera hecho una apuesta para tratar de adivinar qué político bajacaliforniano llegaría más alto en la administración federal, el nombre de José Francisco no aparecería en el casillero.

El verdadero desafío para Blake Mora llegó en las elecciones estatales de 2007. Enfrente estaba nuevamente Jorge Hank Rhon, compitiendo ahora como candidato a la Gubernatura. En la otra esquina, José Guadalupe Osuna Millán, ex alcalde tijuanense y ex diputado federal, hijo de jornaleros agrícolas sinaloenses que de joven se ganó la vida trabajando en una maquiladora. A Blake Mora le tocaría coordinar su campaña y enfrentar a la marea roja hankista que se multiplicaba en todo el estado. El panismo aprendió la lección del 2004, y se dio cuenta que la única manera de atacar a Hank era hacerlo ver ante la opinión pública como un criminal mafioso y tratar de contrarrestar la imagen de mesiánica de alegre filántropo, que llevaba fiesta y tortillas calientes a las colonias más pobres de la entidad. Aun se recuerda aquel spot ideado por el creativo mexicalense Memo Rentería donde se veía un chaleco rojo colgado sobe una silla mientras se escuchaba una voz diabólica que prometía comprarlo todo, incluidas almas y voluntades, para terminar entre risas infernales. Blake Mora supo que para vencer a Hank había que concretar pactos y jugar con mano izquierda. En ese sentido, la ayuda de la maestra Elba Esther Gordillo y los operadores del Panal, fue oro puro para los panistas. También el rompimiento o traición del coordinador de la campaña de Hank, el senador Fernando Castro Trenti, conocido como “El Diablo”. ¿Pactó Blake con Castro Trenti la derrota hankista? La duda aún flota en el aire.

Lo cierto es que la operación antihankista rindió frutos y Osuna se llevó la victoria, aunque no sin impugnación. Recuerdo un lluvioso atardecer a finales de octubre en la Ciudad de México, a donde había viajado para cubrir el fallo final del Trife sobre la elección bajacaliforniana. Un par de días antes, entrevisté a José Guadalupe Osuna en el trayecto del World Trade Center a la Secretaría de Hacienda en una tarde con tráfico. A bordo de la camioneta iba, obviamente, Francisco Blake. Por primera vez noté en él algo parecido a una sonrisa. Aunque debían guardar las formas y esperar el fallo, lo cierto es que tenían el triunfo en la bolsa y era solo cuestión de aguardar a que los magistrados en forma unánime lo confirmaran. Osuna Millán sería gobernador y Francisco Blake su secretario de Gobierno. Por primera vez le tocaba ser quien controlara oficialmente los hilos de la política interna del estado.

El 2008 ha sido el año más violento en la historia de Baja California. En aquel 2008, a los reporteros tijuanenses nos quedó claro que el chaleco antibalas sería una herramienta de trabajo tan necesaria como la cámara o la grabadora. El rompimiento entre la sanguinaria célula de Teodoro García Simental “El Teo” con el Cartel Arellano Félix comandado por Eduardo Sánchez Arellano “El Ingeniero” fue sellado la madrugada del 26 de abril con la balacera del Cañaveral, en la Zona Este de la ciudad, donde un enfrentamiento entre los dos bandos dejó un saldo de trece muertos. La guerra había comenzado y con ella la era del terror. Cuerpos disueltos en tambos de ácido sulfúrico, colgando de los puentes, decapitados, desmembrados, con mensajes sobre sus pieles laceradas por la tortura, escritos siempre con pésima ortografía. Francisco Blake Mora, el hombre que coordinaba la política interna del estado, fue el enlace e interlocutor con los mandos militares. Baja California requería terapia de shock extrema y cirugía mayor. Lo primero fue limpiar las corporaciones policíacas y dejar todas las comandancias y subcomandancias en manos de militares. Después, debilitar y cercar a la célula más violenta de la mafia. La operación dio resultado. La captura de Teodoro García Simental y el encarcelamiento de más de un centenar de policías amafiados, lograron pacificar las calles de Tijuana. Baja California está lejos de ser una entidad segura, pero es un paraíso comparado con el infierno de Ciudad Juárez, Monterrey o Tamaulipas.

Pese a las buenas cuentas en el combate a la delincuencia organizada, el ánimo del electorado se predispuso contra el panismo. El coletazo de la recesión económica, particularmente duro en California y las torpes políticas centralistas del gobierno federal, como el Siave, lento e inútil sistema de revisión en la aduana, aunados a la medida de controlar los pagos y depósitos en dólares y el incremento estratosférico en las tarifas de importación de automóviles, crearon un caldo de cultivo anti-azul en la entidad. El resultado fue una devastadora derrota panista en las elecciones de 2010. Por primera vez, desde el triunfo de Ernesto Ruffo en las elecciones de 1989, el PAN perdió todas las alcaldías y el Congreso local.

El gobernador Osuna Millán estaría solo entre priistas. La derrota de aquel 4 de julio del 2010 fue el primer gran tropiezo en la carrera de Francisco Blake como operador político. Para nadie era un secreto que el secretario de Gobierno de Baja California había dado su bendición a todos los candidatos panistas y había metido las manos al fuego por ellos. La opinión pública le pasó la factura de la derrota. Por aquellos días de julio, las columnas políticas estaban salpicadas de rumores sobre la inminente caída de Francisco Blake como Secretario de Gobierno, que saldría por la puerta de atrás pagando con su cabeza la hecatombe azul. La mañana del 14 de julio de 2010, la columna AFN Político, aseguró que ese día se concretaba la caída de Francisco Blake del gabinete estatal. De buena fuente sabía que el Secretario de Gobierno había ya hecho la mudanza y vaciado su oficina, que quedaba vacante para su sucesor. No se equivocaba la Agencia. En efecto, ese día Francisco Blake Mora dejó la Secretaría de Gobierno, pero no para irse a la congeladora de los desempleados como suponían las columnas, sino para convertirse en el Secretario de Gobernación de la República Mexicana. De golpe y porrazo, aquel 14 de julio Blake se convertía en el político bajacaliforniano que había llegado más alto en toda la historia. La prensa nacional se preguntaba quién era ese hombre al que Felipe Calderón había puesto en Bucareli. Por su ausencia brillaba en su historial la prosapia de apellidos rimbombantes y universidades extranjeras, sin trofeos ni títulos en las grandes ligas de la política nacional. Blake era un orgulloso egresado de la Universidad Autónoma de Baja California. Salvo por su experiencia como diputado federal de 2000 a 2003, nunca había operado políticamente fuera de territorio bajacaliforniano. Era un gran ajedrecista de mano izquierda en el juego político, cierto, pero era todavía un personaje demasiado local, un caballo de batalla en la división de ascenso. Bucareli se llenó de bajacalifornianos. Subsecretarías, direcciones, asesorías y empleos de escritorio fueron acaparados por la ola tijuanense. Los pasillos del Palacio de Cobián se inundaron con el acento de la Baja.

Aunque el futuro del PAN parece más nebuloso que nunca, Blake tenía desde ahora su pasaporte sellado para ser el próximo candidato a la Gubernatura de Baja California en 2013. Puede haber aún muchas dudas en torno a si el PRI postulará a Fernando Castro Trenti o a Jorge Hank, pero nadie dudaba que el abanderado panista sería Blake. Dejando de lado las presupuestadas teorías de conspiración y superchería barata que por lógica desata un acontecimiento como estos, la muerte de Blake movió por completo los cimientos políticos de Baja California. En esta entidad su muerte se vivió de manera mucho más intensa que en el resto del país y aquí sí hubo algunas lágrimas sinceras. Blake es desde ya, mártir del panismo bajacaliforniano, el militante de a pie que llegó más lejos, el gran gobernador que no pudo ser. No descarto a la brevedad una avenida con su nombre en Tijuana y un monumento. La opinión pública nacional, en cambio, lo olvidará pronto. En país tan rico en muertos y escándalos, el periodo de vida de las grandes noticias en primera plana se hace irremediablemente más corto y hasta los mayores terremotos se vuelven efímeros. Marcado por un irrenunciable destino de tragedia griega, por la tiranía de un Eterno Retorno caprichoso, en la Historia de México Blake no será Blake, sino el segundo secretario al que la ley de la gravedad jugó una mala pasada. En Baja California, en cambio, será leyenda y personaje principal en el fascinante libro de la historia de lo que pudo haber sido. DSB

PD- Alfredo

La posteridad suele ser una dama injusta. Las jerarquías políticas marcan su protocolo hasta en el luto y la memoria colectiva. Del accidente del 4 de noviembre de 2008, todo México recuerda a Juan Camilo Mouriño, unos cuantos recordamos a José Luis Santiago Vasconcelos y a los demás tripulantes del jet sólo los recuerdan sus familias. La historia de estas catástrofes aéreas es desigual e ingrata y del accidente del 11-11-11, sólo sobrevivirá un nombre para la historia: Francisco Blake Mora. Sin embargo, para los que ejercemos el periodismo en Baja California hay un nombre que sobrevive: José Alfredo García Medina, colega de oficio, reportero de calle y trinchera. Tradicionalmente, los voceros y comunicadores oficiales que escalan peldaños en la administración pública, fueron mediocres en su etapa de reporteros o simplemente jamás ejercieron el oficio. Viceversa; aquellos que fueron buenos reporteros, son un desastre a la hora de trabajar en el gobierno (como yo comprenderé). Alfredo fue un caso raro: fue un buen reportero de investigación en Semanario Zeta, combativo y entrón, que firmaba con nombre y apellido notas duras en la época de los narcojuniors del Cartel Arellano Félix. Hijo de migrantes zacatecanos, de pequeño Alfredo se ganó la vida como ayudante en puestos de tacos y como paqueterito en el Calimax de la Zona Río. Destacado jugador de futbol americano, integró un equipo de ensueño en la prepa del Cobach que perdió una final de antología contra Instituto México. Pero el destino marcaba que Alfredo sería defensa y no delantero y a capa y espada defendió a su jefe, Alejandro González Alcocer, desde la Dirección de Comunicación Social del Gobierno del Estado. A partir de ese momento fue escalando posiciones que lo llevaron hasta la sala de prensa de Los Pinos, en donde dirigió la coordinación de medios de los estados y después al complicado territorio de Bucareli, donde fue nombrado vocero de la Secretaría de Gobernación en tiempos de una turbulenta política interna. Hace un par de meses, durante la grabación de las entrevistas de la serie Tijuanizando México, estuvimos en Bucareli en donde platicamos con Alfredo en la biblioteca del Palacio de Cobián. Entre otras cosas nos platicó cómo lo marcó la muerte de su gran amigo Juan Camilo Mouriño, quien nació casi al mismo tiempo que él, con minutos de diferencia. Juan Camilo nació el 1 de agosto de 1971, minutos después de la madrugada y Alfredo el 31 de julio, minutos antes de la media noche. Alfredo afirmaba que no entendía la injusticia del destino, capaz de interrumpir de esa manera una carrera en ascenso. “Cuando Juan Camilo murió yo sentí mucha rabia e impotencia y me preguntaba cómo es que el destino puede interrumpir de esa manera una carrera ejemplar que iba en pleno ascenso”, nos dijo Alfredo en aquella ocasión rodeados por los libros centenarios de la biblioteca. El colega no imaginaba que estaba narrando su propia historia. Nacidos bajo algún horóscopo trágico en aquel verano del 71, Alfredo y Juan Camilo se hermanaron en un mismo destino. DSB