Eterno Retorno

Friday, August 22, 2008

Lo bello y lo triste
Yasunari Kawabata
Emece

Por Daniel Salinas Basave

¿Cuánto néctar esencial de una novela se pierde durante el proceso de traducción? Escribir es traducir, encerrar en los límites de un alfabeto y un vocabulario emociones para las que a menudo un nombre es como una prenda de talla más chica. Traducir al español una novela japonesa cuya prosa está cargada de imagen poética, es una empresa en donde irremediablemente habrá pérdidas. Es tanto como pasar la carga de un barco a otro en medio de un mar en tormenta. Al concluir la lectura de “Lo bello y lo triste” de Yasunari Kawabata me quedo con esa sensación de que el espíritu de esta novela reside únicamente en su lengua original. Tal vez esto pueda ser aplicable en cierta manera a la traducción cualquier obra literaria, aunque ante el abismo que separa al japonés del castellano, la sensación de pérdida es omnipresente. Nunca antes el Japón me había parecido tan misterioso e inalcanzable. Haruki Murakami, por ejemplo, es un autor nacido en Japón y cuyas historias se ambientan en ese país, aunque su prosa está confeccionada como un traje a la medida del gusto occidental. Yasunari Kawabata, en cambio, es un autor que no tira un cable a tierra occidental, un heredero de la añeja tradición literaria nipona. Lo primero que envuelve en “Lo bello y lo triste” es la prosa, rica en imágenes. Antes que la trama lo que atrapa es la atmósfera creada por Kawabata. Es la atmósfera de la nostalgia, la imperfecta anatomía de la memoria. “Lo bello y lo triste” podría ser perfectamente una tragedia griega o incluso un romance medieval y si bien la historia se ambienta en el Japón de mediados del Siglo XX, la realidad es que fuera de ciertos elementos que sugieren modernidad como el tren, lo cierto es que la trama podría ser atemporal. Amor, deseo, celos, venganza; la tragedia se anticipa mucho tiempo antes del desenlace.
En un escenario donde hay seis butacas giratorias, un tren panorámico, la contemplación del monte Fuji y el deseo de escuchar las campanas de Kyoto, emergen a la superficie los recuerdos omnipresentes. Oki Toshio, un escritor maduro, viaja solo rumbo a Kyoto para escuchar las campanadas de sus templos en el último día del año. En esa ciudad habita Otoko, su antigua amante adolescente a la que Toshio inmortalizó en una obra literaria. La novela dentro de la novela como una muñeca rusa, el infinito poder de la literatura condicionando el destino de sus personajes en el mundo real. Siendo ya un adulto casado y con un hijo, Oki toma a Otoko como amante cuando ésta sólo tenía 16 años. Romance trágico cuyo desenlace es la muerte del bebé de ambos al nacer y el abandono de Oki. Tras episodios de locura e intentos de suicidio, la vocación artística salva a Otoko quien se convierte en una célebre pintora. Por su parte Oki escribe la historia de su amor con la adolescente y convierte al libro en un best seller. Han pasado casi 25 años desde la última vez que estuvieron juntos y ahora Oki acude al encuentro de su antigua amante que no está sola. A su lado vive Keiko, su discípula y enamorada, una joven dueña de una belleza asesina, fatal y tempestuosa por naturaleza, por mucho el personaje más fuerte del libro, el ángel exterminador encargado de consumar la sentencia del destino.
Yasunari Kawabata nació en Osaka en 1899 fue Premio Nóbel de Literatura en 1968 y en 1972, sin carta alguna de por medio, se quitó la vida.

Tuesday, August 19, 2008

Detectives salvajes

Raramente leo un libro por recomendación. Digamos que de cinco libros que leo, cuatro son por mi solitaria intuición de sabueso y uno como consecuencia de alguna reseña interesante o el comentario favorable de alguien en cuyo gusto confío.

No me gusta sentirme forzado a leer a un libro. A veces cuando me prestan libros o me los mandan como regalo de instituciones culturales los mantengo demasiado tiempo en la congeladora antes de meterles diente, pues de otra forma me siento forzado o apresurado a leerlos y eso no puedo soportarlo. Los libros que leo los elijo yo o acaso ellos me elijan a mí pero en cualquier caso es casi siempre cosa de dos. El celestinaje literario no va conmigo. Es como las mujeres. Jamás tuve una pareja que me fuera presentada o acomodada por influencia de un tercero o en una cita a ciegas o alguna pendejada de esas. Aún así, debo reconocer que me he llevado gratas sorpresas cuando me han regalado libros que yo jamás hubiera comprado por mi iniciativa y al final resultaron fascinantes.


Siempre he considerado (y a la fecha considero) al chileno Roberto Bolaño como el máximo ejemplo de un escritor sobrevalorado. Dueño de una secta de adoradores que lo han elevado a un injustificado estatus de culto, Bolaño es para mí un escritor del montón. Ni siquiera me parece demasiado malo o estridente como para reconocerlo por ello. Me parece simple y llanamente del montón, de segunda división. Si tuviera que hacer una lista de los cien autores que más me han influido, sin duda no aparecería en ella. Leí Putas asesinas y Llamadas telefónicas y creo que los he olvidado por completo. Libros que pasaron sin dejar huella, sin darme esa sacudida, esa inyección de magia que inconscientemente busco en toda obra literaria.

Contra todos los pronósticos he comprado Los detectives salvajes, la obra cumbre del chileno Bolaño. Decidí vencer mis resistencias y prejuicios. Me dije: si este tipo tiene entre sus devotos a personas cultas que en lo personal considero inteligentes y de buen gusto, por algo será. Tal vez oculte algún tesoro en las profundidades al que no he podido acceder. El libro no me costó barato. Pagué 320 pesos por él en la librería del Cecut y pese a que considero a Anagrama, en la forma y en el fondo, una buena editorial, una semana después algunas hojas se están desprendiendo de mi ejemplar.


Las frases de la siempre mentirosa contraportada son excesivas y podrían pecar de irresponsables. “La novela que Borges hubiera deseado escribir”. Yo me lo pensaría mil veces para hacer una afirmación así. Tal vez jamás en mi vida me permitiría hacer semejante afirmación sobre un libro y mucho menos sobre uno de segunda división. Mi buen Jorge Luis, por favor descansa en paz aunque las patadas en tu tumba están más que justificadas ante semejante blasfemia. Una nueva Rayuela. Mmmm, y dale con los sacrilegios. Elogios demasiado grandes que le hacen mucho daño a los detectives.

Empecé la lectura de Los detectives salvajes al arrancar el viaje a Hollywood, justo cuando hacíamos una línea de tres horas el miércoles por la mañana. Continué su lectura en un embotellamiento de hora y media que nos agarró a la altura de Carlsbad a consecuencia de un choque. Proseguí la lectura en el hotel de Universal City y continúo ahora mismo en diversos escenarios tijuanenses. Lo que he leído (unas 160 páginas) me ha gustado, me ha entretenido demasiado, pero no me ha dado argumentos como para sacar a Bolaño de la segunda división. La historia que he leído la hubiera perfectamente escrito José Agustín aunque con su típico lenguaje juguetón. La historia de García Madero es perfectamente joséagustiniana y mira que José Agustín me gustó mucho en alguna etapa de mi vida y lo considero un ágil narrador, pero no como para pensar en él como creador de la novela que Borges jamás escribió.

En fin, me faltan unas 450 páginas para acabar con los detectives y aún le sigo dando el beneficio de la duda a Bolaño. Me divierte, me entretiene, pero me queda claro que no es la novela que cambiará mi vida. Posiblemente para cuando acabe el libro estará deshojado y mi opinión sobre Bolaño no habrá cambiado mucho, pero no deseo ser prejuicioso.

Cierto, yo soy un tipo de gustos a veces en extremo tradicionalistas. La gente no entiende mi resistencia a Bolaño y mi idolatría en torno a obras como Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sabato. Tiendo más a lo clásico que a la vanguardia. De la misma forma que en música soy más feliz con un Heavy ortodoxo con sus solos guitarreros a la antigüita en lugar de las marcianadas aburridas y mariconas del coachella, en literatura suelo preferir lo que los teorreicos vanguardistas consideran caduco.

¿Saben cuál ha sido el autor que más he disfrutado leyendo en el 2008? No, no esperen una mariguanada vanguardista de revista La Tempestad o un nombre exótico o impronunciable. Este 2008 he redescubierto a un escritor que se llama Mario Vargas Llosa al que leí asiduamente en mi adolescencia. Ahora mismo leo Pez en el agua y recién leí La Tía Julia y el escribidor y las Travesuras de la Niña mala y confieso que simplemente fui feliz.

Monday, August 18, 2008

Un 18 de agosto de 1978 conocí el Mar. A la fecha sigue siendo uno de los recuerdos más antiguos en mi disco duro y tal vez la imagen más profundamente impactante de mi infancia. La Isla del Padre, desde el puente que la une con Puerto Isabel, fue mi primera imagen del Océano. Hoy contemplo el Pacífico cada mañana de mi vida y no dejo de admirarlo, de pensar en sus infinitos misterios. El Mar me recuerda que la vida merece la pena ser vivida.

Espíritu combativo

Hollywood me devolvió el coraje y despertó ese espíritu combativo que requiero para poder seguir respirando con algo de dignidad.

¿Qué me dejaron tres días en Hollywood? Mirar como el absurdo se viste de gala y el ridículo se embriaga en sus jugos narcisos. La incurable pendejez del mundo y una cultura desnudándose con total desparpajo.

Gracias Hollywood, me devolviste ese vivificante asco por cierta humanidad, esas infinitas e incontrolables ganas de mear sobre la cara de un político.

Gracias colinas de mierda y sueños rotos. De vez en cuando necesito sentir furia para estar vivo.

California Über Alles

I, m Govenor Arnold podría decir una versión moderna de los Dead Kennedys, 24 años después de Jerry Brown, aunque ni en su peor pesadilla imaginó Biafra algo tan siniestramente grotesco y ridículo como el Governator.

California se estafa a sí misma.

California se embriaga en su propia mierda (eso sí, mierda descafeinada, deslactosada, pasteurizada, bajísima en calorías)

California flota en los enviciantes humos del cigarro que prohíbe fumar (250 dolaritos y un buen disgusto me hubiera costado prender un tabaco en mi habitación de hotel)

California se mira en el espejo de sus sueños y se descubre apeteciblemente anoréxica y fisurada.

El rostro de la infinita pendejez se parece al del éxtasis místico, al del estado de gracia de algunos santos

Con sus tetas operadas, California baila un table sobre su déficit histórico y camina petulante por la percudida alfombra roja que sale de las mansiones rematadas por la crisis inmobiliaria.