Lo bello y lo triste
Yasunari Kawabata
Emece
Por Daniel Salinas Basave
¿Cuánto néctar esencial de una novela se pierde durante el proceso de traducción? Escribir es traducir, encerrar en los límites de un alfabeto y un vocabulario emociones para las que a menudo un nombre es como una prenda de talla más chica. Traducir al español una novela japonesa cuya prosa está cargada de imagen poética, es una empresa en donde irremediablemente habrá pérdidas. Es tanto como pasar la carga de un barco a otro en medio de un mar en tormenta. Al concluir la lectura de “Lo bello y lo triste” de Yasunari Kawabata me quedo con esa sensación de que el espíritu de esta novela reside únicamente en su lengua original. Tal vez esto pueda ser aplicable en cierta manera a la traducción cualquier obra literaria, aunque ante el abismo que separa al japonés del castellano, la sensación de pérdida es omnipresente. Nunca antes el Japón me había parecido tan misterioso e inalcanzable. Haruki Murakami, por ejemplo, es un autor nacido en Japón y cuyas historias se ambientan en ese país, aunque su prosa está confeccionada como un traje a la medida del gusto occidental. Yasunari Kawabata, en cambio, es un autor que no tira un cable a tierra occidental, un heredero de la añeja tradición literaria nipona. Lo primero que envuelve en “Lo bello y lo triste” es la prosa, rica en imágenes. Antes que la trama lo que atrapa es la atmósfera creada por Kawabata. Es la atmósfera de la nostalgia, la imperfecta anatomía de la memoria. “Lo bello y lo triste” podría ser perfectamente una tragedia griega o incluso un romance medieval y si bien la historia se ambienta en el Japón de mediados del Siglo XX, la realidad es que fuera de ciertos elementos que sugieren modernidad como el tren, lo cierto es que la trama podría ser atemporal. Amor, deseo, celos, venganza; la tragedia se anticipa mucho tiempo antes del desenlace.
En un escenario donde hay seis butacas giratorias, un tren panorámico, la contemplación del monte Fuji y el deseo de escuchar las campanas de Kyoto, emergen a la superficie los recuerdos omnipresentes. Oki Toshio, un escritor maduro, viaja solo rumbo a Kyoto para escuchar las campanadas de sus templos en el último día del año. En esa ciudad habita Otoko, su antigua amante adolescente a la que Toshio inmortalizó en una obra literaria. La novela dentro de la novela como una muñeca rusa, el infinito poder de la literatura condicionando el destino de sus personajes en el mundo real. Siendo ya un adulto casado y con un hijo, Oki toma a Otoko como amante cuando ésta sólo tenía 16 años. Romance trágico cuyo desenlace es la muerte del bebé de ambos al nacer y el abandono de Oki. Tras episodios de locura e intentos de suicidio, la vocación artística salva a Otoko quien se convierte en una célebre pintora. Por su parte Oki escribe la historia de su amor con la adolescente y convierte al libro en un best seller. Han pasado casi 25 años desde la última vez que estuvieron juntos y ahora Oki acude al encuentro de su antigua amante que no está sola. A su lado vive Keiko, su discípula y enamorada, una joven dueña de una belleza asesina, fatal y tempestuosa por naturaleza, por mucho el personaje más fuerte del libro, el ángel exterminador encargado de consumar la sentencia del destino.
Yasunari Kawabata nació en Osaka en 1899 fue Premio Nóbel de Literatura en 1968 y en 1972, sin carta alguna de por medio, se quitó la vida.
Yasunari Kawabata
Emece
Por Daniel Salinas Basave
¿Cuánto néctar esencial de una novela se pierde durante el proceso de traducción? Escribir es traducir, encerrar en los límites de un alfabeto y un vocabulario emociones para las que a menudo un nombre es como una prenda de talla más chica. Traducir al español una novela japonesa cuya prosa está cargada de imagen poética, es una empresa en donde irremediablemente habrá pérdidas. Es tanto como pasar la carga de un barco a otro en medio de un mar en tormenta. Al concluir la lectura de “Lo bello y lo triste” de Yasunari Kawabata me quedo con esa sensación de que el espíritu de esta novela reside únicamente en su lengua original. Tal vez esto pueda ser aplicable en cierta manera a la traducción cualquier obra literaria, aunque ante el abismo que separa al japonés del castellano, la sensación de pérdida es omnipresente. Nunca antes el Japón me había parecido tan misterioso e inalcanzable. Haruki Murakami, por ejemplo, es un autor nacido en Japón y cuyas historias se ambientan en ese país, aunque su prosa está confeccionada como un traje a la medida del gusto occidental. Yasunari Kawabata, en cambio, es un autor que no tira un cable a tierra occidental, un heredero de la añeja tradición literaria nipona. Lo primero que envuelve en “Lo bello y lo triste” es la prosa, rica en imágenes. Antes que la trama lo que atrapa es la atmósfera creada por Kawabata. Es la atmósfera de la nostalgia, la imperfecta anatomía de la memoria. “Lo bello y lo triste” podría ser perfectamente una tragedia griega o incluso un romance medieval y si bien la historia se ambienta en el Japón de mediados del Siglo XX, la realidad es que fuera de ciertos elementos que sugieren modernidad como el tren, lo cierto es que la trama podría ser atemporal. Amor, deseo, celos, venganza; la tragedia se anticipa mucho tiempo antes del desenlace.
En un escenario donde hay seis butacas giratorias, un tren panorámico, la contemplación del monte Fuji y el deseo de escuchar las campanas de Kyoto, emergen a la superficie los recuerdos omnipresentes. Oki Toshio, un escritor maduro, viaja solo rumbo a Kyoto para escuchar las campanadas de sus templos en el último día del año. En esa ciudad habita Otoko, su antigua amante adolescente a la que Toshio inmortalizó en una obra literaria. La novela dentro de la novela como una muñeca rusa, el infinito poder de la literatura condicionando el destino de sus personajes en el mundo real. Siendo ya un adulto casado y con un hijo, Oki toma a Otoko como amante cuando ésta sólo tenía 16 años. Romance trágico cuyo desenlace es la muerte del bebé de ambos al nacer y el abandono de Oki. Tras episodios de locura e intentos de suicidio, la vocación artística salva a Otoko quien se convierte en una célebre pintora. Por su parte Oki escribe la historia de su amor con la adolescente y convierte al libro en un best seller. Han pasado casi 25 años desde la última vez que estuvieron juntos y ahora Oki acude al encuentro de su antigua amante que no está sola. A su lado vive Keiko, su discípula y enamorada, una joven dueña de una belleza asesina, fatal y tempestuosa por naturaleza, por mucho el personaje más fuerte del libro, el ángel exterminador encargado de consumar la sentencia del destino.
Yasunari Kawabata nació en Osaka en 1899 fue Premio Nóbel de Literatura en 1968 y en 1972, sin carta alguna de por medio, se quitó la vida.