Eterno Retorno

Thursday, March 02, 2023

las mofetas que a punto estuvieron de mear a Meóstenes


 

De la primera red duermevelera ensenadense, queda por herencia el caballo moribundo y las mofetas que a punto estuvieron de mear a Meóstenes. El caballo era blanco, como el de José Alfredo y yacía postrado en el patio con las patas traseras rotas o tullidas. Solo quedaba la alternativa de sacrificarlo, pero el sacrificio mismo sería una monserga. Conseguir un arma para dispararle, sacar a rastras su descomunal cuerpo de nuestro patio, deshacernos de él antes de que la peste lo infiltrara todo. De las mofetas solo recuerdo mi urgencia por retratarlas con el celular. Dos de ellas eran pequeñas e inofensivas, pero una tercera era choncha y feroz como un ratel. Creo recordar que había también un gatito moribundo, pero ni siquiera me consta. De la última noche nada queda por herencia salvo la boca seca y la falta de café

Wednesday, March 01, 2023

Yace poblada de estuarios la zona profunda de mi telar encantado

 


Yace poblada de estuarios la zona profunda de mi telar encantado. Charcos de agua salada, con arcos de roca y escualos de aguas mansas. Duermeveleros estuarios pueblan mis madrugadas. ¿Alguna vez jugué con pequeños tiburones en la costa de la Baja? En la Isla del Padre vi un par en la gran lengua de roca, pero no hay peces dorados en mi vagancia peninsular. ¿Les conté que volvieron los cetáceos? Horda de orcas en frenética cacería que infructuosamente trataba de inmortalizar cámara en mano desde la lejanía del Paseo Hacienda del Mar. Negras aletas en círculo, divino aquelarre de ballenas asesinas.

 

Monday, February 27, 2023

El libro es el mejor amigo del mar, la montaña, de la aventura y la mochila

 


Cierto, puede caerse, pero lo volado quién nos lo quita. La lectura es el viaje que nunca termina y por cierto, leer y viajar son placeres simbióticos. Me gustan los libros llenos de arena de mar o de lodo del campo, con hojas secas y tierra, libros paseados y con kilometraje como uno.

La lectura se vive intensamente en vacaciones o en días ajetreados; en Navidad o en Pascua; bajo la lluvia o bajo el sol; en la nieve o en el desierto. Vaya, un solo día de la vida sin lectura, simplemente no es concebible. El libro es el mejor amigo del mar, la montaña, de la aventura y la mochila.

Tal vez estemos en peligro de extinción, tal vez seamos en verdad los últimos lectores, pero ya muchas veces nos han desahuciado y arrojado los santos óleos y aquí seguimos aferrados, dándole duro al vicio.

El último lector muere todos los días. Sabemos que a cada instante se extingue en el planeta una especie animal o vegetal y sabemos también que con no poca frecuencia se extinguen lenguas y dialectos que nunca podrán ser recuperados, de la misma forma que se extinguen oficios y algunos pueblos rurales van quedando abandonados por la migración o el crimen. Así nos vamos extinguiendo los lectores hedonistas, pero aún bajo el gran meteorito digital,  el eterno retorno de ese acto de magia concebido hace más de cinco milenios sobre la arcilla de Sumeria resurge en la vida cotidiana como un milagro. Un milagro capaz de germinar y rebrotar todos los días de la vida en un sinfín de cabecitas infantiles que descubren e interpretan el universo con la misma emoción que lo descubrirán e interpretarán los niños que nacerán dentro de un siglo. El mundo será sin duda muy distinto, pero acaso habrá quienes descubran que tomando estos senderos de palabras se puede llegar a universos ignotos y que esa luz hecha de tinta, locura y hechicería, será capaz de iluminarnos y embrujarnos mientras haya alguien dispuesto a consumar el milagro.