En el mundo actual solo se mata en nombre de algo superior y divino. Los combatientes de Estado Islámico decapitan infieles frente a las cámaras y desbarrancan homosexuales en nombre de la supremacía de Alá y su profeta. En los campus universitarios de Estados Unidos surge cada cierto tiempo un acomplejado que toma una ametralladora y asesina a sus compañeros o un veterano de guerra con la cabeza atiborrada de traumas y demonios que un día cualquiera reparte una tormenta de plomo en un restaurante. En México los sicarios del narco matan por jornales apenas superiores a las rayas de hambre de la maquila o matan con la esperanza de ser inmortalizados como plebes bien pesados en un narcocorrido alterado. En la galería actual de la muerte solo se mata por temor a un dios, por dinero o por complejos. No hay ya quien mate por puro y simple rechazo al poder como un ente corruptor.
Si en el espejo de alguna clase de conspirador o terrorista he de mirarme, elijo el de los anarquistas rusos de finales del Siglo XIX y principios del XX. Los endemoniados dostoievskianos, aquellos que lograron impactar sus bombas caseras en el cuerpo del Zar Alejandro II o del Gran Duque Sergio Romanov. Un Piotor Verjovenski que sude y sangre nihilsmo puro. En un entorno infestado de guerrilleros de Twitter y Facebook que hacen la revolución con un hashtag entre la cascada de peroratas e imbecilidades que conforman ese circo al que llamamos nuestra libertad de expresión, no habrá nada tan limpio y transparente como un balazo anarquista. (fragmento Racimo de H)
Friday, February 06, 2015
Thursday, February 05, 2015
Dos lecturas paralelas han empezado a bombear sangre al corazón del 2015: la antología del cuento croata A todos nos falta algo y El idioma materno de Fabio Morábito. Concluiré con ambos entre hoy y mañana. Entre los diez escritores croatas incluidos (de los cuales tres se llaman Zoran) hay por lo menos cuatro cuentos rompedores que amenazan pronta relectura. El cuento Zlatka de Maja Hrgovic no tiene madre. Por lo que al sui generis Morábito respecta, debo decir que este híbrido divinamente inclasificable me ha colocado un par de sacos que me quedan a la perfección. En el capítulo Ladrón y centinela el narrador habla de su obsesión por levantarse a escribir a las 5:30 de la mañana. “La gente va despertando mientras escribo”, dice Fabio y solo puedo decir que me identifico con cada párrafo de esa página. Para mí la hora de la escritura es y ha sido el amanecer. En La vanidad de subrayar (un capítulo que subrayé casi completo) narra Morábito la historia de un amigo suyo que no puede leer sin ir desparramando tinta en el libro, lo cual es exactamente mi caso. No puedo leer sin pluma. El subrayado, dice Fabio, era su mecanismo de defensa para no escribir, un sustituto de la escritura. Tal vez sea mi caso. En Los demasiados libros (guiño al paisano Zaid) Morábito dice carecer de orgullo bibliófilo y afirma que un escritor de narrativa o poesía que posea más de mil libros empieza a parecerle sospechoso. “Solo debería escribirse para paliar alguna carencia de lectura”, sostiene. Yo debo parecerle terriblemente sospechoso a Fabio: hace mucho que rompí la barrera de los mil libros (en realidad tengo más de 2 mil) y suelo ser inclemente a la hora de subrayarlos. Qué quiere que haga. Soy solo un lector, un vil tecato de la lectura que a veces, como consecuencia natural y obvia, escribe algunos párrafos.
De la Antología personal de Ricardo Piglia he leído en desorden los textos inéditos. Aunque tengo todo lo que Anagrama ha publicado de Piglia en México, releerlo siempre será como una nueva exploración. Ricardo es de esos narradores que puedes leer diez veces y siempre serás acechado por un nuevo hallazgo. Me aguardan las 51 paginitas de Los dos payasos de César Aira que leeré en una sola sentada (diría un solo vaso de Jack Daniels, pero por ahora no estoy bebiendo). Me espera también El libro tachado de Patricio Pron, de quien tengo altísima expectativa, aunque luce tan infestado de pies de página como un ensayo académico. Cuando marzo toque la puerta y la primavera arroje señales, tocará turno a Después del invierno de Guadalupe Nettel.
Wednesday, February 04, 2015
Ponerse en los zapatos de los reporteros muertos- Por Daniel Salinas Basave
A la cofradía de intelectuales que promueven boicotear a Veracruz como sede del Hay Festival, les tengo una mejor propuesta. En lugar de “castigar” al gobierno estatal no asistiendo al evento o quitándole la sede, mejor tomen el toro por los cuernos y jueguen a la ofensiva. En vez de darle la espalda, mi sugerencia es que vayan al festival y ahí, en la tierra donde viven las familias de los periodistas asesinados, confronten y reten públicamente al gobernador. El impacto sería contundente, en todo caso mucho más fuerte que simplemente boicotear con la inasistencia. Imagínense el peso mediático que tendría ver a un Juan Villoro o a un Martín Caparrós sacar un moño negro durante su intervención o colocar en su mesa fotos de los colegas asesinados. Imaginen si Villoro (o el invitado que a ustedes se les ocurra) llega a la sala donde va a presentarse acompañado de la viuda o la madre de un reportero asesinado y la sienta junto a él. Piensen por un momento en la trascendencia que podría tener el mensaje si los escritores promueven una reunión con los familiares de los reporteros muertos o exigen que en el calendario del festival se incluya una mesa con reporteros veracruzanos. Eso sí le dolería en serio a Javier Duarte, no su inasistencia. Vayan y peleen, atrévanse a retar al lobo en su cueva. A ustedes no los va a tocar ni a amenazar nadie. Si los censuran o coartan su derecho a expresarse libremente en el festival se haría un escándalo y Duarte se hundiría aún más en su arena movediza. Quitándole el festival a Veracruz a los únicos que castigan son a los lectores veracruzanos y a la gente que acude a disfrutar de las diversas actividades del evento. Vayan y protéstenle a Duarte en su cara, mirándolo a los ojos, no escribiéndole una cartita. Vayan y visiten los pueblos donde vivían los colegas asesinados, enfrenten públicamente al alcalde que mandó matar a Moisés Sánchez y por favor, exijan un espacio en el festival para los reporteros de trinchera, los soldados de a pie. Ustedes no tienen una puta idea de lo que es la vida de un reportero de provincia como Moisés Sánchez y los cientos de colegas que hay como él en todo México, los anónimos obreros de la información que nunca en su vida van ser invitados a un foro como el Hay Festival ni los van a publicar en Gatopardo, Etiqueta Negra o el Malpensante y cuyo nombre solo va a ser mencionado por los rockstars del periodismo cuando un narcopolítico los mate. Traten de imaginar por un momento lo que significa impulsar un humildísimo semanario como La Unión y trabajar de taxista para mantenerlo. Sospecho que La Unión no manejaba ese pretencioso lenguajito hipster del que algunos abusan, ni tenía publicidad de relojes o alta moda y la semblanza biográfica de Moisés Sánchez (me temo) nunca apareció escrita con ese ridículo tonito de ironía vanidosa que marca la moda del periodismo narrativo. ¿Quieren hacer algo trascendente? Vayan a Veracruz y confronten a Duarte y traten de vivir un día de sus vidas, un solo día, como vivió Moisés Sánchez. Pónganse verdaderamente en sus zapatos. Ustedes con su poder de convocatoria pueden hacer muchísimo más que mandar una simple carta y desairar un festival. Dicho en lengua romance: TÍRENSE A MATAR Y TENGAN HUEVOS.
Tuesday, February 03, 2015
La historia permanece oculta en alguna profundidad. Es una larva, pura y vil fase embrionaria, pero la historia está ahí, sabes que está ahí, como acaso hay esculturas ocultas dentro de la más burda piedra. Habrá también un limbo a donde vayan los pensamientos nunca transformados en narrativa, los relatos que pudieron haber sido. ¿Cómo sacar a la bestia de los abismos? ¿Se le alinean los astros? ¿Se crean las condiciones adecuadas? Por el bulevar de las historias no escritas, tapizado con los pétalos secos de mil mañanas deshojadas. Pecho amarillo me ha dejado plantado y el duende escritural es un calienta huevos.
Luz y silencio de febrero. La absoluta quietud del lunes constitucional donde nada se mueve. Teatro de las sombras y presagios de febrero. La altamar de una vida en giros. Pecho amarillo no hace su arribo, muros y cortinas surcados por líneas verticales.
Intuí por un instante la muerte burocrática. La muerte monserga que irrumpe, como el final de las vacaciones. Cuando el azul del cielo tiene cara de estepa inmaculada. Estepa inabarcable rumbo al desbarrancadero del futuro inmediato.
Monday, February 02, 2015
Se llama Alanah, así, con h al final, o al menos así consta en su pasaporte y en su número de seguridad social. Con el tiempo ha acabado por acostumbrarse, aunque en un principio lo haya asumido como un mal agüero, como si una maldición o un castigo divino cayera sobre su cuerpo por usurpar el nombre de una muerta que se despidió del mundo con una mariposa negra sombreándole la cara. Alanah. En los primeros días sintió que el fraude se reflejaría en su mirada como una marca más obvia e indignante que la mancha mortuoria de su hermana, pero cuando el migra filipino le dio el pase sin siquiera buscarle la mirada para detectar algún contraste fenotípico, se dio cuenta que Alanah sería el nombre de su vida en dólar. La h final le confiere un aura de sofisticación y extranjería, una invitación a que le pregunten si no es de aquí, aunque su acento tijuanita acabe por delatarla.
Juliana es el nombre de lo magro, al que responde o respondía la cajera de supermercado de delantal azul que ganaba un salario en pesos apenas por encima del mínimo. Juliana fue el nombre de la hermana no afortunada, la que el destino arrojó del lado equivocado en donde el hambre le pide a la necesidad.
Sunday, February 01, 2015
En el imaginario colectivo, el magnicida es aquel oscuro conspirador que desde las sombras logra burlar a una guardia férrea para dar muerte a un hombre todo poderoso. Hay algo de David contra Goliat en la tarea del magnicida, un aura de proeza o hazaña. Pero incluso entre la galería de regicidas, los hay quienes fueron simples burócratas que se limitaron a cumplir órdenes y cuyo nombre, por tanto, se pierde en la historia. No es un guerrero que desafía a la omnipotencia, sino un empleado intercambiable. Pese a todo, aún en la burocracia puede haber vena artística. Charles Henri Sanson fue el hombre que accionó la guillotina para cortar las cabezas de Luis XVI, Robespierre y Danton por mencionar solo a los más celebres entre los 2 mil 918 cuellos que cortó. Charlie Henri Sanson fue nieto e hijo de verdugos y heredó el oficio a su primogénito. De hecho fue su hijo Henri quien cortó la cabeza de la reina María Antonieta. Se puede decir que la familia tuvo el monopolio de las ejecuciones en Francia, y en tiempos de la Revolución tuvieron trabajo de sobra. Charles Henri Sanson fue un empleado modelo que nunca faltó a su trabajo aunque nadie en la posteridad le llama regicida. Cierto, al momento de su muerte Luis XVI era solamente el ciudadano Luis Capeto, pero pese a todo la cabeza del rey debe haber ocupado un lugar especial entre sus miles de trabajos. Después de todo, el empleo de verdugo que mantuvo a cuatro generaciones lo había obtenido su abuelo por licencia real
Otro regicida burócrata fue Yákov Yurovski, el relojero que ejecutó a la familia Romanov en un sótano de Ekaterimburgo en el verano de 1918. A diferencia de Henri Sansón, que tan solo se limitó a dejar caer una cuchilla sobre casi tres mil cuellos, la labor de Yakov Yurovski en la ejecución del depuesto zar y su familia fue mucho más ardua. Después de todo la muerte de los Romanov no fue una ejecución legal y había que cuidar detalles y guardar apariencias. Fue Yurovski el encargado de realizar el primer disparo, que fue a la cabeza de Nicolás Romanov. Él mismo se encargó de disparar sobre tzarevich Alexis y el resto de la tropa completó la faena con una tormenta de plomo que barrió con la zarina, las cuatro princesas, el médico de cabecera y tres ayudantes. Al igual que Luis Capeto, el zar de Rusia era solamente el ciudadano Nicolás Romanov al momento de su muerte. Yurovski mató al último gran monarca absoluto de la historia, al que gobernaba un mayor territorio y sin embargo nadie le llama regicida.
Con su meticulosidad y su paciencia de relojero, Yurovski se encargó coordinar el desmembramiento de los cuerpos y su posterior incineración. El arte de Yurovski a la hora de hacer desaparecer cadáveres fue evocado durante las investigaciones para intentar localizar los 43 cadáveres de los normalistas de Ayotzinapa, Guerrero, en el sangriento México de 2014, donde especialistas austriacos de la Universidad de Innsbruck, que habían colaborado en la identificación de los restos de los Romanov, fueron contratados para identificar los fragmentos carbonizados localizados en el Río Cocula. Fracasaron en el intento.