Eterno Retorno

Friday, September 04, 2009

Estoy preso entre las redes de un best seller

En cuestión de libros suelo ser contreras. El que un libro presuma millones de ejemplares vendidos y aparezca como favorito en las listas de popularidad, suele tener un efecto negativo en mí. Las más de las veces este tipo de publicidad es un inhibidor, un repelente que me hace rechazar su lectura. Al parecer, la moda de griales, conspiraciones vaticanas, merovingios y toda esa añeja parafernalia sensacionalista revivida por Dan Brown y su Código Da Vinci ya está pasando de moda, si bien los templarios y sus compinches suelen ser omnipresentes en los aparadores de librería comercial. Nada tengo en contra de esa temática y de hecho me considero un adicto incurable al tema de las Cruzadas (templarios incluidos) desde muchos años antes que Dan Brown se hiciera millonario explotando el ancestral cuento. Lo que me molesta es que haya tanto charlatán desparramando barata superchería sensacionalista en torno a esos temas.

Los adolescentes, por lo que veo, siguen bebiendo la sangre de sus lindos vampiros mormones. También me considero un devoto de la literatura gótica clásica, desde El Castillo de Otranto de Walpole, hasta El Monje de Lewis y Melmoth El Errabundo. Me da gusto que los adolescentes sean felices con sus vampiros. Es mucho mejor que quieran ser Nosferatus a que envenenen su mente con basura tipo juventud en éxtasis, si bien los vampiros de Meyer, por lo que veo, son políticamente correctos, el lindo yerno que toda madre mormona desearía tener.

Pues bien, todo esto es un simple preámbulo con el que acaso estoy evadiendo el tema que me ocupa. Vamos al grano: me confieso preso entre las redes de un best seller (¿qué no era un poema, pregunta borracho José José?) Estoy preso entre las redes de un best seller policíaco, nórdico y no tan típicamente negro. Desde hace un par de meses empecé a ver en las librerías un ejemplar gordo con un dibujo interesante en la portada y un título sugerente: “Los hombres que no amaban a las mujeres”. Después me enteré que el libro en cuestión era un éxito de ventas en toda Europa y que ya hasta película tenía, lo cual encendió mis antenitas de la desconfianza. Un churrasco total, pensé, hasta que me di a la tarea de investigar un poco en torno a su autor, Stieg Larsson, y el asunto empezó a llamar mi atención. Admito que si el autor hubiese sido gringo lo habría mandado sin escalas al mismísimo carajo, pero su nacionalidad sueca fue un punto a su favor. ¿Por qué? Porque resulta que desde hace años soy un devoto lector de un policíaco sueco llamado Henning Mankell que a la fecha no me ha defraudado jamás. La historia de Larsson y su background de colega reportero llamaron mi atención. También la temática de la novela. Todo comienza con un reportero que es condenado por difamar a un empresario. Mmm… esta historia la conozco. Ya alguna vez he platicado que como periodista puedes ajerar duro a los políticos sin consecuencia alguna, pero no se te ocurra meterte con Urbi, Geo o algún gran corporativo corrupto, porque conocerás las fauces de la represión. Así las cosas, el factor identificación con el personaje influyó también de forma positiva. Dos puntos a favor, gancho suficiente para decidirme a meterle diente a la novela.


Mira que soy un lector rápido, bastante rápido en realidad, pero a menudo carezco de todo el tiempo que quisiera para leer. Es por ello que me parece una proeza haber leído más de tres cuartas partes de un libro gordo de casi 600 páginas en apenas una semana. Todo indica que este fin de semana acabaré con “Los hombres que no amaban a las mujeres”. Es de esas lecturas que puedo continuar tres o cuatro horas seguidas sin interrupción. ¿Por qué? ¿Cuál es la clave? Mmm. No se. En términos estructurales es bastante simple y literariamente no es en absoluto innovadora, pero engancha, como una rolita de composición simple y llegadora, como una hamburguesa al carbón que te sabe deliciosa. Sí, no será una cena gourmet con un vino extravagante, pero a veces una hamburguesa es justo lo que necesitas


Algo tiene la novela negra escandinava, que al igual que su death y su black metal, son capaces de contagiarme una atmósfera incomparable. Alguien como Bellatín sin duda me mentaría la madre por utilizar esos criterios, pero la verdad es que la nacionalidad del autor y sobre todo el escenario de desarrollo de una trama de ficción influye mucho en mí. Vaya, el hecho de que el autor sea escandinavo y la novela se desarrolle en Escandinavia es algo que contagia la atmósfera de la lectura. ¿Por qué no leo a Ellroy? Porque su escenario cotidiano es Los Ángeles y California me resulta un sitio aburrido.


En el último número de la revista “Qué Leer” aparece un artículo sobre la novela negra escandinava y ese boom de autores suecos, noruegos, islandeses y daneses que tiñen de sangre las nieves eternas de sus tierras vikingas. Por desgracia, muchos de los autores y novelas ahí mencionadas no se pueden conseguir en México. No deja de ser una paradoja que los países escandinavos, paraíso de la seguridad y el bienestar social, del respeto, la tolerancia y el orden, sean la cuna de las más negras de las novelas y del más brutal death-black metal. Por lo que he podido leer, en un año en todo Finlandia matan mucha menos gente de la que se despachan en Rosarito. Ya no digamos que Ciudad Juárez, que sin duda tiene más crímenes que los cinco países escandinavos juntos.

Suecia y Noruega, con aportaciones de Islandia y Dinamarca son hoy en día las grandes mecas de la novela negra en donde Mankell funge como monstruo sagrado. La paradoja es que Mankell no es por vocación y espíritu un novelista negro. Al escucharlo, me recuerda más a un Ryzard Kapuscinski, obsesionado por África, la desigualdad y la injusticia social en el tercer mundo. Tal vez Mankell hubiera deseado escribir una obra como la de mi colega Ryzard, algo cómo Ébano o El Emperador, pero uno no es lo que quiere, si no lo que puede ser.


Hay algo de la esencia escandinava que me llega profundo. Desde mitología nórdica y las leyendas vikingas hasta su literatura y su música. Algún día iré a Suecia y Noruega. Islandia sí conozco, de hecho fue el primer país europeo que pisé, per el resto es tarea pendiente. Sueño con el día en que pueda cruzar el puente que une Dinamarca y Suecia. Se que algún día lo lograré y sólo deseo que en nuestro próximo viaje podamos llevar a nuestro hijo.


Info baja

En mis manos el tercer número de la revista Infobaja. José Fimbres, santo patrono del empresariado tijuanense, se lleva la portada pero lo verdaderamente rifador y rompe madres es la entrevista con el secretario de Seguridad Pública Julián Leyzaola. Hacía rato que no leía una entrevista tan llegadora, tan bien hecha. Incluso reporteros tradicionalmente malalechosos y descalificadotes la han alabado. Honestamente, mi colega Ana Cecilia Ramírez se la rifó con esta entrevista. La verdad está como para ponerse de ejemplo en un diplomado de Periodismo. Infobaja llega a tres números y poco a poco empieza a dar de qué hablar.

Wednesday, September 02, 2009

De cerros, océanos y atardeceres

Diría que ayer reaparecieron, pero los delfines siempre han estado ahí. Sucede simplemente que yo no había sido tan observador. Basta con fijar la vista en el horizonte y buscar el destello de algún movimiento a contraluz para descubrir las aletas y las colas, la curvatura del movimiento cetáceo y la formación militar de la tropa. Los delfines jamás nadan solos y tampoco lo hacen en desorden. Si es tu día de suerte, puedes verlos saltar de cuerpo completo. Aún recuerdo cuando uno saltó a menos de diez metros de mí y dio en el aire una maroma que hubiesen envidiado sus primos cautivos en el Sea World. En realidad, es sólo cuestión de poner un poco de atención para verlos aparecer, pero en mis últimas incursiones a la playa me había conformado con los clavados suicidas de los pelícanos. Cuando los delfines se asoman a Tijuana me inunda algo parecido a la paz. Me gusta imaginar que son nuestros guardianes silenciosos, los centinelas perpetuos en los que nadie piensa, esos observadores privilegiados que desde su palco del honor del Pacífico observan a nuestra ciudad enloquecer y arrojarse al abismo. La visión chilanga de la geografía de México, la de los cartógrafos que juran que fuera del DF todo es Cuautitlán, juraría que nuestro mar yace castigado por la furia de Jimena. Después de todo, vivo en la Península de Baja California ¿Qué no está ahí a ladito de Los Cabos? Eso preguntarían los cultísimos chilangos, tan doctos en sus Cuernavacas y Acapulcos, pero tan ignorantes de la geografía norteña. Ellos creen que ir a La Paz o Loreto desde Tijuana es como ir a Rosarito o Ensenada. Si supieran que ayer a las 18:00, en el extremo Norte de esta península y de la patria entera, el Sol me tatemaba sin clemencia. Basta ver mis brazos y mi cuello rojos (sí, soy un redneck) para descubrir que Jimena no ha venido a visitarnos en este rincón tan olvidado de Dios y tan consentido por el Diablo. Por cierto, el nombre Jimena siempre me ha gustado. Nunca he tenido una amiga o novia que se llame así, pero casi todas las Jimenas que he conocido suelen ser bonitas, empezando por la dama del Cid Campeador, aunque esa nació algunos años antes que yo.

Supersticioso y afecto como soy a ciertos rituales, busco siempre lugares idóneos para contemplar atardeceres. En Monterrey viví casi siempre cerca de los cerros y a los cerros subía buscando no se qué. En Loma Larga o en Colinas de San Jerónimo, siempre hubo frente a mí una montaña para trepar, aunque sus faldas poco a poco se fueron llenando de casas. Desde el cerro podías contemplar prototípicas postales regias y puestas del Sol tan bellas en el Cerro de las Mitras, que hasta llegué a creerme enamorado de mi ciudad natal. Desde lo alto del cerro Loma Larga contemplabas de un lado a Monterrey, con su Obispado en eterno acecho y su Río Santa Catarina como supurante cicatriz, pero girabas la cabeza unos cuantos centímetros para mirar del otro lado la petulancia de San Pedro y sus palacetes tecnócratas infectando como un chancro las faldas de la Sierra Madre. Hace más de 20 años que no subo al Cerro Loma Larga y sospecho que ya no existe más. La voracidad inmobiliaria o la fiebre invasora debe haberlo consumido. Con el Cerro de las Mitras mi relación es un poco más reciente. De hecho la casa de mis padres está en sus mismísimas faldas y desde la terraza puedes recitar el Sol de Monterrey de Alfonso Reyes mientras te embriagas con la más perfecta postal de ese reino de codicia llamado regiolandia. Tal vez sólo debo agregar que mis padres, por fortuna, contemplan ahora atardeceres más bellos y mira que las montañas regias son hermosas, pero sospecho que nada se compara a un Sol derritiéndose en el transparente Caribe.

En Groton Massachussets solía ir siempre a un claro de bosque para esperar el atardecer. No recuerdo una puesta de Sol especialmente impresionante, pero mi ritual consistía en aguardar la puntual llegada de una pareja de venados que acudían a cenar al pastizal. Un claro de bosque perfecto para la aparición de un gnomo o la celebración de un ritual pagano. En el rancho de los Linder en Fort Collins, Colorado, los invitados a cenar no eran una solitaria y monogámica pareja de venados, sino toda una manada. Unos 25 o 30 ciervos que bajaban de la montaña y se daban un festín justo frente a la casa de Roland y Helen. A veces olvido que a mis 15 años de edad viví dentro una postal que envidiaría el vaquero del mundo Marlboro.

Debo ir más seguido a caminar a la playa. Al igual que mis incursiones en las librerías, la contemplación del mar pone en orden mis ideas y sosiega a mis siempre insurrectos demonios. Sí, lo mío es terapia de delfines.

Promociones editoriales Bolaño

Me siento en un peñasco frente al Pacífico y comienzo la lectura de una novela chilena tan light como un vino blanco californiano de cosecha reciente. No todo es densidad y azotaje. Cierto, el librajo no tiene cara de Dostoievski, pero tampoco creo que sea chatarra total. Se llama “La razón de los amantes” y lo escribe un chileno llamado Pablo Simonetti. Por supuesto, en el apartado de elogios promocionales y estrategias de mercado, Simonetti presume una porrita de Roberto Bolaño: “La primera vez que leí un cuento suyo lo hice por curiosidad y no pude dejarlo hasta el final. El suspenso te engancha desde el principio en sus relatos. Hace tiempo que no leía cuentos tan bien narrados por un escritor chileno”. Tal parece que las frases de Bolaño se cotizan muy bien en el mercado editorial. En “El viajero del Siglo”, del argentino Andrés Neuman, lo primero que lees en la contraportada es esta frase: “Tocado por la gracia. La literatura del Siglo XXI pertenecerá a Neuman y a unos pocos de sus hermanos de sangre”. ¿Quién creen que lo escribe? Sí, acertaste, Roberto Bolaño. El problema es que tanto “La razón de los amantes”, como “El viajero del Siglo”, fueron escritos cinco años después de la muerte de Bolaño en 2003. No digo que la porra sea falsa, pues es obvio que se refería a trabajos anteriores de estos narradores, pero es evidente que cada frase pronunciada por este chileno sobrevalorado y convertido de la noche a la mañana en escritor de culto, es oro puro para cualquier narrador en vías de desarrollo.
Respecto a “La razón de los amantes”, sólo puedo decir que pinta como un libro ideal para llevar a la playa. Hay libros de buró, libros para el patio, libros para el trabajo y sus eternas salitas de espera y libros para la playa. Sobre “El viajero del Siglo”, lo único que puedo afirmar es que es de esos libros que pudo haber dicho lo mismo con menos de la mitad de páginas. Desde “El vuelo de la Reina” de Tomás Eloy que un premio Alfaguara no logra volarme la cabeza. Este libro de Neuman será de los que reseñaré en el programa de mi colega Roxana en Síntesis. El más reciente fue Las grandes traiciones de México de Pancho Martín Moreno.

Atardecer en Sea Port Village

Mi trabajo me ha permitido tener una butaca privilegiada para contemplar el absurdo teatro de nuestra vida actual. En cuestión de horas puedes ver a los actores de esta tragicomedia representando su paródico papel en escenarios ridículamente contrastantes. Una noche estás en una gala en el Marriot de Sea Port Village con el jet set sandieguino y a la mañana siguiente estás bajo el inclemente Sol del Pípila colocando piso de cemento en míseros tejabanes.
Todo en California es light. Las sonrisas, los saludos, las conversaciones, el vino, los canapés y la cena siempre tempranera. Un ambigú frente al embarcadero donde descansan aburridos los yates bajo un Sol que se desparrama como betún sobre las calmas aguas. Ambigú con vino californiano, suavecito y anoréxico, sin sangre ni pasión. Empresarios sandieguinos, políticos bajacalifornianos, sonrisitas distantes, bonitos deseos de hermandad binacional, jurándonos que ese abismo cicatriz que nos separa no es infranqueable. Después llega el momento de la cena: Mixed California Greens, with Sliced Bartlett (¿Manuel?) Pears. Grilled Salmon Beurre Blanc Sauce. Fresh Berry Basket. Vino igualmente suavecito. Orador estrella de la noche: Mister secretario de Gobernación, Fernando Gómez-Mont, hablando en inglés de un país que se mantiene digno, orgulloso y de píe frente a la crisis y el crimen organizado. Sigo quebrándome la cabeza, pues en honor a la verdad no se exactamente a cuál país se refiere. Digo, a mí me gustaría que mi hijo pudiera nacer en un país así.

Qué lindas son las celebraciones binacionales. Tijuana y San Diego siempre unidos, volverán las épocas de gloria y bonanza, la línea y el Siave nos la pelan, la crisis es psicológica, San Diego y Tijuana se quieren y no son novios, volverá el turismo, la frontera es ficticia, el muro no existe, no hay abusos de la Border contra los migrantes y la policía tijuano-rosaritense ya no muerde gringos en la carretera. Habrá tercera, cuarta y quinta garita, abriremos el Chaparral y cruzar la frontera será algo tan placentero como rasurarse con rastrillo nuevo y los trailers cruzarán Otay a la velocidad de la luz, dejarán de entrar armas y drogas y habrá edecanes sirviéndote martinis y champaña de cortesía mientras aguardas tu turno en la línea y el migra, que es un modelo de educación, te dará los buenos días con una sonrisa y te deseará lo mejor en tu visita a su hermoso país. Como verán, todo es perfecto en esas reuniones binacionales de gala. Lástima que el vino sea tan suavecito.



Amanecer en el Pípila

En el lejano y salvaje Este siempre hace más calor. No es una idea, es una realidad palpable en el termómetro. Tijuana es una ciudad de microclimas y al acercarte a las faldas del Cerro Colorado estás penetrando en otra dimensión, no solo social y cultural, sino climática. En Playas sueles amanecer con algo de frío aún en verano y a las 7:00 de la mañana la brisa lo empapa todo. Al cruzar el Cañón del Matadero e iniciar el descenso hacia el Centro has cruzado un umbral. Las nubes han desaparecido y el solecito empieza a calar, pero en Zona Río es aún tolerable. Conforme avanzas hacia el Este la temperatura va subiendo radicalmente. Una vez que estás en la ruta Mariano Matamoros o en el Florido enésima sección, te das cuenta que has ingresado al mismísimo Infierno y Satanás no ha salido a darte la bienvenida, porque lo han asaltado mientras iba en camino. El sudor en tu cara relata que el viento ha dejado se soplar y el picor en tu nariz te recuerda las toneladas de polvo en al aire. La zona Este es color café infernal. Es color cerro seco y toda ella es un terrón que se desgaja. Cerros y laderas cercenadas a machetazos, polvo omnipresente, y casitas, muchas microcasitas extendiéndose entre los cerros como una infección cutánea avanzando sobre un cuerpo yaciente. 9:00 de la mañana. Arranque del programa Piso Firme en el Pípila. Los actos políticos en colonias populares son idénticos. No importa en qué rincón del Tercer Mundo lo celebren. La universalidad de la pobreza todo lo viste con el mismo uniforme. La cara de la miseria, el lenguaje de la miseria, la actitud de la miseria y el político siempre benefactor, mesiánico, dador y repartidor de migajas, sabedor que el voto del pobre vale lo mismo que el voto del rico.


Domingo de excursión en Ikea

Hacer línea es el más tijuanense de los rituales. Si hubiese una iglesia de la tijuanería, la línea sería su santísimo sacramento. Esperar y contemplar cómo la fila de a lado corre siempre más rápido. Esperar y sentir un incómodo hormigueo al intuir que tu carro ya está caliente y al que va delante de ti lo han pasado a segunda revisión, porque te formaste justo frente a la caseta de un migra filipino bien mierda. ¿A dónde va? Debería responder que no lo se exactamente y que de lo único que estoy seguro es de que voy a gastar más dinero del que tengo, pero por algún extraño ritual siempre respondo que voy a Chula Vista. Pasado el trago amargo, sólo queda la inmensidad del 805. Desde ahí contemplas el Qualcomm y los suecos colores tigrescos amarillo-azul del Ikea. Lo contemplas, pero no hay a tu alrededor la mágica salida que te lleve hasta allá. Olvidamos que antes fue preciso tomar el 15 en Beaches. Cuando entras a un amasijo de freeways telarañosos desearías ir arrojando migajitas de pan como Hansel y Gretel. Finalmente siempre hay un ángel o demonio te guía por el camino correcto y henos ahí, en la puerta de Ikea minutos antes de las 10:00 de la mañana. Bienvenidos al paraíso escandinavo del hogar moderno. Madera y metal, atmósfera zen de vikingo confort minimal. La excursión se prolonga por horas y Carolina cae en estado de hipnosis. Nuestra casa debe ser reformada, pues pronto llegará a ella un nuevo habitante llamado Iker Santiago que tendrá una cuna rodeada de libros. Al final, compramos un atajo de fierros, cuerdas, telas y de más parafernalia que sustituirán las desempleadas puertas de nuestro segundo closet. También compramos una silla de escritorio que hasta yo pude armar, lo cual es mucho decir, pues sin duda un niño de tres años tiene más habilidad que yo para ensamblar sillas de Ikea. La silla no se ha hecho pedazos ni he caído de nalgas al suelo, lo cual significa que como ensamblador sólo moriría un poquito de hambre.

Tuesday, September 01, 2009

Las noticias me hieren cada vez más

Estoy perdiendo mi capacidad de indiferencia y mi desparpajo nihilista. Debe ser la proximidad del Conejito. Cuando uno se transforma en padre de familia todo adquiere una nueva dimensión. Lo que no importaba, ahora importa y por lo tanto, preocupa. Las cosas cobran sentido y sobre todo, trascienden, lo que significa que ahora el futuro ha empezado a quitarme el sueño. Será por eso que hoy en día me duelen tanto las malas noticias. Llevo demasiados años de mi vida dedicado al periodismo, lo que significa que he sido testigo permanente y privilegiado de un banquete de miasmas. He visto de cerca la pudrición del mundo y he sido espectador de mil y un historias de mierdez humana e injusticia sin que hasta ahora me haya sentido afectado. La cuestión es que hoy en día las noticias me hieren como dardos envenenados, me lastiman, me hacen sentir rabia e impotencia de saber que traeré un hijo a habitar un país canceroso e infecto que desciende por un abismo sin fondo. Un país donde un tango de Discepolo sonaría alegre y optimista.
Quizá por cierto instinto animal de supervivencia hago esfuerzos por mantener una actitud positiva y trato de sonreír aunque los pronósticos del planeta marquen todo en contra. Después de todo, frente a viento y marea, voy flotando sobre un océano en tempestad y sí, lo acepto, soy feliz. Toco el vientre de Carolina, siento a las patadas del siempre inquieto Iker y pienso que sólo por eso la vida ha valido la pena ser vivida. Un nuevo ser, un milagro, un misterio infinito, un oasis de amor que aguarda su momento desde su perfecto estado de uterina paz. Y tal vez por ello es que ahora el entorno me duele tanto, pues es el mundo en donde lo dejaré lo que se está pudriendo sin remedio. Sí, sonrío, estoy lleno de energía y esperanza, pero no puedo fingirme ciego y dejar de ver que a mi alrededor está lloviendo mierda.
Pocas veces la vida se explica a sí misma con tan odiosa claridad. Hoy la decadencia y la injusticia se exhiben con sonriente desparpajo.

El recetario de la revolución

Hoy más que nunca me parece estar viviendo dentro de un libro de historia, experimentando en carne propia el capítulo de antecedentes de un cataclismo revolucionario. Abre un libro al azar, sobre la Revolución Francesa, la Rusa o la Mexicana. Lee el capítulo inicial. Todo historiador suele comenzar con antecedentes y causas. Léelo y dime qué diferencias encuentras con nuestra época actual. Sí quieres que te sea honesto, yo no encuentro muchas. El caldo de cultivo es de recetario. Vaya, parece un escenario dibujado para un manual de historiografía revolucionaria. Es tan prototípicamente prerrevolucionario, que me parece estar leyendo a un médico que describe la sintomatología inicial de una enfermedad. Dolor de cabeza, escalofríos, mocos y dolor de garganta: gripa segura. Desigualdad creciente, clase media en franco descenso, gobierno sin legitimidad, creación de nuevos impuestos, políticas fiscales persecutorias, sordera institucional, despotismo total, lujo exhibido con desparpajo, violencia como pan de cada día: ¿Cuál es el resultado de esta ecuación Felipito? ¿En qué enfermedad desencadenan estos síntomas? ¿Será Revolución? Todos los elementos están ahí, menos el coraje, la furia y la capacidad de indignación, que también nos ha sido secuestrada a los mexicanos, tan dóciles y conformistas como siempre.
Lástima que la palabra Revolución sea tan anacrónica, tan pasada de moda, tan prostituta y manoseada. Vaya, no dejo de sentirme ridículo y caduco al hablar de revolución y sin embargo los síntomas están ahí y la bacteria no ha podido ser asesinada por los antibióticos del fin de la historia. Por lo demás, esto se parece mucho a la Francia de 1789 o a la Rusia del 17.

Monday, August 31, 2009

El tatuaje en Monterey

La palabra “tesis” entró en mi vida cuando yo tenía seis años de edad, en el lejano 1980. Por aquel entonces mi madre estaba por graduarse en licenciada en Ciencias de la Comunicación y un deber monumental llamado tesis se apoderó de su tiempo. Desde mi perspectiva, la tesis aparecía como la tarea más monumental que te podían encargar en el colegio. La recuerdo trabajando en el comedor de la casa de Río San Juan tundiendo incansable las teclas de una máquina de escribir color gris. Aún faltaban algunos años para que la computadora entrara a nuestras vidas. Recuerdo haberme sorprendido al saber lo complicado que resultaba borrar un error en la máquina y la velocidad con la que trabajaba mi madre. La tesis en cuestión se tituló “El texto publicitario en el periódico”. Recuerdo muy bien una tarde en que acompañé a mi madre a recorrer todas las redacciones de los periódicos de Monterrey. Se trataba de una investigación de campo o algo así. Por supuesto visitamos la redacción de El Norte en la calle Washington en donde mi madre trabajaba por aquel entonces y en donde yo trabajaría 17 años después. También fuimos al Diario de Monterrey, al Porvenir, al Tribuna, aunque omitimos el célebre Alacrán. Desde entonces me quedó claro que hacer una tesis requería tiempo y dedicación extrema.
29 años después, mi madre pone punto final a una nueva tesis, mucho más interesante que la primera. El 29, por cierto, es un número cabalístico y en extremo significativo en su vida. Esta segunda tesis no trata sobre textos publicitarios en los periódicos, sino sobre tintas brillando en pieles humanas. Esta tesis va a convertirse en un clásico. Sobre el tatuaje hay revistas y exposiciones, pero nadie en México se había dado a la tarea de escribir un libro que explore la dimensión estética, espiritual, artística, cultural y contracultural de esta práctica. Su historia, su evolución, la mutación de su significado social y su desarrollo.

“El Tatuaje en Monterrey, Aproximación a su Difusión y Promoción Estética, por Ana María Basave Benítez. Universidad Autónoma de Nuevo León, Facultad de Artes Visuales, División de Estudios de Posgrado”. Más que una obra académica, este libro me parece un ritual de iniciación, todo un proceso en el que el autor se involucró hasta la comunión con el tema del ensayo. Vaya, mi madre no tomó la fría, académica y cómoda distancia del ensayista que diserta contemplando al mundo desde su palco. Sí, ella abordó el tema desde un punto de vista artístico, antropológico y filosófico, pero también decidió involucrarse como practicante de la materia de su tesis. Vaya, lo que está impreso en el papel es sólo una parte de esta obra iniciática. El resto está en la piel. Mi madre estudió, investigó, disertó y planteó sus propias hipótesis y conclusiones. Pero también aprendió y practicó. Tatuó y se tatuó. El pensamiento se materializa; la obra se vive, ahora sí, en carne propia.

Como en todo gran texto filosófico, mi madre emprende el camino planteando algunas preguntas: ¿Por qué se tatúa un ser humano? ¿Desde cuándo y por qué existe el tatuaje? ¿Es el tatuaje una experiencia mística, espiritual o es solamente una moda? ¿Puede el tatuaje ser considerado arte?
Ötzi, un hombre del neolítico europeo cuyos restos aparecieron en un glaciar alpino, es el ente tatuado más antiguo del que se tiene noticia, nos cuenta mi madre. Ötzi, más antiguo aún que las momias de las ancestrales dinastías reales egipcias, tenía cruces y líneas grabadas en su piel con polvo de carbón. ¿Alguien duda de la eternidad del tatuaje?

Impresionante reflexión sobre la dualidad del tatuaje, como la única obra artística en la que el lienzo sobre el que el artista dibuja, está vivo, siente y sugiere. Una comunión total entre pintor y superficie. Vaya, por perfecta o monumental que sea una obra, la superficie suele estar muerta. Los muros sobre los que dibujaron Siqueiros u Orozco eran piedra, un pedazo mineral sin vida que les sirvió únicamente para desparramar pintura. Al lienzo sobre el que dibujó Da Vinci jamás se le ocurrió siquiera sugerir modificaciones a la sonrisa de la Monalisa. En cambio, la relación entre tatuador y tatuado es una relación viva. Pero en vez de explicarlo yo, prefiero parafrasearlo.
“El tatuaje se realiza en un lienzo vivo. Es una obra hecha entre dos: la mano que tatúa y la persona cuya piel recibe la tinta. Esto lo hizo aún más atractivo para mí. El tatuaje es el resultado de dos mentes. Es una obra en la que la materia habla, opina, siente, decide y un artista que trabaja, sugiere, trabaja y también decide”.

Recibí este libro el miércoles pasado y la verdad es que me he emocionado. Me emociona lo que significa esta obra, lo que ha representado el poder consumarla. Me emociona saber que si bien es una obra concluida, es también el principio de algo y me siento demasiado orgulloso de haber formado parte de ella. En mi biblioteca hay ciertos libros con los que tengo una relación casi espiritual, pero este sí que es punto y aparte. Este libro, al igual que el lienzo del tatuador, está vivo y leerlo me hace vivir.