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Friday, March 09, 2018
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Wednesday, March 07, 2018
Uno de mis propósitos para 2018 que contra viento y marea he cumplido hasta este día, es no ser partícipe de discusiones y debates estériles en redes sociales. Sólo escribo de lo que sé o de lo que me incumbe. De manera específica me propuse no emitir opiniones ni posicionamientos personales en torno a las campañas presidenciales.
Por favor no se confundan ni me malinterpreten. Me encanta vivir en un país democrático y celebro nuestra aparente y engañosa libertad de expresión. Es extraordinario que los mexicanos podamos manifestar nuestro sentir, pues existen no pocas naciones como China, Corea del Norte o Cuba en donde esto es imposible. Creo, pese a todo, que la irrupción de ese ágora llamado redes sociales en nuestra vida diaria ha traído más cosas positivas que negativas y ha contribuido a tener una sociedad más abierta. Nuestra vida se ha transformado en una permanente plaza pública, un ágora omnipresente e infinito que nos coloca ante los reflectores aun cuando creemos estar en la intimidad. Si hay un mundo impactado por esta nueva forma de comunicación y de vida, es el mundo de la política. Las redes sociales no cambiaron las reglas: cambiaron todo el juego por completo. Lo que regía hace una década en materia de campañas electorales hoy es obsoleto. Para ganar una elección es preciso dominar este agora. El problema es que en esta plaza pública no reina la tolerancia ni el juego limpio, sino el linchamiento y la cuchillada bajo la mesa. A veces veo a Facebook y a Twitter con una turba medieval de aldeanos ignorantes que antorcha y cuchillo en mano linchan a la “bruja” del pueblo responsabilizándola de una sequía o una epidemia. En pleno Siglo XXI el nivel no es muy superior al de una horda embrutecida de la era feudal.
Bienvenida la libre expresión, pero yo he tomado la decisión de abstenerme de discutir. Parece ser que en este México nuestro la consigna es tener siempre una opinión firme y por lo general intolerante en torno a todo tipo de temas. De la misma forma que la ceremonia de los Óscar hace brotar debajo de las piedras a un millón de “expertos” en cine que vociferan y despotrican con total desparpajo, la contienda electoral nos convierte a todos en “politólogos” con información privilegiada y confidencial para encumbrar o atacar a tal o cual candidato. He dicho que las redes sociales son una gran plaza pública, aunque visto el nivel del debate, creo que sería más atinado decir que son una descomunal barra de cantina en donde varios miles de borrachos embrutecidos intercambian insultos y descalificaciones. Y no, no es por falta de convicciones o de ideas que he decidido no entrarle al tema, pues tengo muy claro a favor de quién voy a votar y a quién por nada del mundo quiero ver en la presidencia. Creo tener razones sólidamente fundamentadas para ello, pero ya me quedó claro que de nada sirve verter esas opiniones en una columna periodística o en mis espacios en redes sociales. Lo único que tengo claro, es que no voy a convencer ni a hacer cambiar de opinión a quienes piensan diferente a mí. Aquí no existe un diálogo, pues nadie parece dispuesto a escuchar y ni siquiera podemos hablar de un debate. Por ahora sólo quiero ejercer mi derecho a no expresar una opinión radical. Con eso me basta.
Monday, March 05, 2018
Alfredo Killer de Coyotes del Neza conduce un cacharro calafiero que abordo afuera de una piojosa universidad en la Zona Este con la esperanza de llegar a tiempo a la clase que imparto en otro plantel. Llevo conmigo un fardo de librajos mastodonte estilo colección Toledo en Banamex y alguna joyiya kafkiana en Acantilado, descendiendo por una escaleras en pendiente de 90 grados, una verticalidad asesina capaz de hacer caer mis libros y hacer me caer a mí delante de un petulante millenial que se regodeaba en su indiferencia mientras yo intentaba levantarme y seguir libre ya del fardo mastodonte, perdido o robado. Buscaba desesperado mi botín perdido pero debía irme y tomar mi calafia. Almafuerte me acompaña a la calle y el camionero Killer irrumpe con su pelambre a lo mullet ochentero. Una horda de barristas de Veracruz exiliados de Chiapas irrumpen en el cacharro y una gorda irreverente con su camiseta de roja tiburona se sienta en mis adoloridas piernas y por momentos siento que mi Lenovo y mis correrías oníricas están tan jodidas como mi cuerpo.
Sunday, March 04, 2018
WAR I
Eres el hijo menor en una familia de soldados del sur de California y en casa amamantas historias de guerra cuando apenas comienzas a hablar. La palabra War se inhala y exhala en tu familia. ¿De qué más puede hablarse en a la hora de la cena? ¿Cuál es el tema en un domingo cualquiera? La guerra, siempre la guerra. La que fue, la que es y la que viene.
De tus hermanos heredas un arsenal de juguetes bélicos. Tanques y ametralladoras de plástico y varios cientos de soldaditos a los que formas en trincheras cavadas con tu pequeña pala en el jardín delantero. En aquellos años sin videojuegos lo común es que los niños jueguen a la guerra y emulen las hazañas de sus padres soldados.
Una íntima ceremonia de convivencia familiar es reunirse frente a la televisión para ver la serie Combat en ABC. Ni siquiera has entrado a la escuela y ya puedes recitar de memoria las hazañas del Sargento Chip Saunders y del Teniente Gil Hanley. Es emocionante ver en la pantalla todos esos tanques y aviones sabiendo que papá estuvo ahí. Saunders y Hanley son actores, pero papá es un soldado de cepa y él ha recorrido una Europa en llamas luciendo el mismo uniforme que usan en Combat, subido en un tanque igualito al de la tele. Papá se emociona y cuando acaba el programa vuelven a llover anécdotas. Muchas ya las conocen de memoria pero lo más emocionante es escucharlas una vez más, pues papá siempre agrega detalles y precisiones. En una improvisada vitrina en el garaje se pueden admirar las medallas, las gorras, los relojes y también los tanquecitos y los aviones fabricados a escala. En las calles los hippies se desnudan y protestan contra Vietnam, a donde tus dos hermanos mayores parten a principios de los setenta.