Eterno Retorno

Friday, March 23, 2012




Tal vez los psiquiatras no me entiendan si me un aferro a defender que el acto de crear es a menudo un acto esquizofrénico, una invitación al desdoblamiento de otra persona que nos habita. Una, o acaso varias personas; decenas de voces narrativas habitando en la tinta prófuga de un escritor que da rienda suelta a sus obsesiones. Hay quien me ha dicho que un narrador debe encontrar su estilo y morirse en la raya con él. Yo más bien creo que el estilo encuentra al narrador y lo delata cuando sale a superficie aun involuntariamente. La voz narrativa, al igual que la huella digital, la caligrafía o el timbre del habla, es única y acaba por desnudarnos. Aunque un narrador busque ocultarse en sus heterónimos, al final su voz lo revela como un indiscreto ADN.

Tuesday, March 20, 2012




En el Fausto de Goethe hay una inolvidable descripción del inicio de la Primavera. La nieve se está derritiendo sobre la hierba verde y Enrique (Fausto) sale de casa a respirar el aire fresco. Es ahí donde ve por vez primera a Mefistófeles en forma de perro.

Uno cree que la escena de la nieve derritiéndose en marzo es propia de Alemania, pero esta misma mañana he visto La Rumorosa cubierta de blanco, justo en el último día de Invierno. Con semejante caricia helada, el invierno nos dice adiós y le damos la bienvenida a una Primavera cargada de desafíos.

Alguna vez en este blog escribí la historia de las casas en las que he vivido. Pues bien, mi colega Paul Auster ha hecho lo mismo en Diario de Invierno, su autobiográfico experimento en segunda persona que ahora mismo me estoy chutando y que como todo lo de Auster, tiende a alucinarme.

No quiero caer en tentación del elogio de la sobriedad, pero en todo lo que va del 2012 no he bebido una gota de alcohol. Es una promesa que se fue alargando y lo peor de todo, es que me siento de maravilla. Vaya no es un sacrificio ni una manda. La sobriedad me está sentando de maravilla. La verdad es que apenas he extrañado a ese viejo amigo que antes creía inseparable. Volveré a brindar cuando tenga mi nuevo libro publicado en la mano. Antes no. Lo increíble es que la sobriedad es tan o más alucinante que la embriaguez y que me perdone Baudelaire, pero también la sobriedad tiene su tercera persona creativa.

Sunday, March 18, 2012







Con su caricia de lluvia se despide el Invierno, después de jugar al desierto en pleno febrero. Con el tiempo las estaciones serán meros símbolos, nombres para designar a ciertos meses que nada tendrán que ver con el termómetro, y el clima de cada mañana será una tómbola caprichosa. Helado amanecer el de este último domingo invernal. Lo recibo con un café más negro que mi alma y un tributo a DIO en los audífonos. La Muerte suele destapar baúles de recuerdos y reflexiones. La pérdida de Leonardo del Bosque me ha hecho subirme a la máquina del tiempo y dimensionar la trascendencia de una época y su espíritu. La época en que dormir no importaba demasiado. Hoy al igual que en esos años, me gusta dar la bienvenida a los amaneceres, pero en aquel tiempo la luz nos sorprendía tras noches enteras despiertos. Amaneceres en el desierto, amaneceres en el Cerro de las Mitras, amaneceres editando el Bitácora, amaneceres arreglando el mundo, amaneceres jugándonos el alma y la dignidad en el futbolito.
Recuerdo la tarde del Viernes Santo de 1997. Retornábamos de Austin, Texas. En un entronque carretero pasando Saltillo, Leonardo y yo nos bajamos en la mitad de la nada. Rebeca continuaba su viaje hacia Durango donde se reuniría con su familia y nosotros agarrábamos camino rumbo a Real de Catorce. El silencio y la desolación del viernes de crucifixión eran amos y señores en cada detalle del entorno. El vacío y el absoluto de la llanura noroeste estaban ahí, como ancestrales consejeros de un mundo ignoto. Poner en el alto el pulgar y la fe, subir a la cabina de un tráiler que nos arrojó hasta Matehuala en donde encontramos un improbable café cerca de la media noche. ¿Lizbeth Alemán se llamaba la persona con la que platicamos esa noche? Olvido caras, pero recuerdo nombres. Recibir el amanecer del Sábado Santo en la banca de un parque potosino y seguir nuestro camino rumbo a Real. Subir el cerro del Quemado, deambular entre derruidos muros de adobe, hablarle de tú a las estrellas y dormir en el ruedo. Descender al desierto y en la mitad de una madrugada tomar un improbable tren del pleistoceno. Y hace quince años, cuando jugábamos a ser personajes de un relato de Carlos Castaneda… ¿los caprichosos dioses habían acordado ya que Leonardo moriría asesinado una noche de marzo? ¿Un narrador cruel había decidido ya el final de su historia y escribía en cuenta regresiva? ¿Ese narrador había imaginado ya el último domingo de invierno de 2012 en que yo escribiría sobre la muerte de Leonardo en un lluvioso amanecer? ¿O era la errabunda aleatoriedad quien iba sacando las cartas? Errabunda. La palabra ha brotado por libre asociación. Uno de los testamentos literarios de Leonardo fue Melmoth el Errabundo, el canto de cisne de la narrativa gótica escrito en 1820 por el irlandés Charles Marturin. Melmoth the Wanderer. Un Fausto tardío que pacta con el Diablo una larga vida de dos siglos que al final no soporta. Melmoth vaga por el mundo tratando de heredar la carga de sus 200 años y su irrompible pacto. Sí, había una naturaleza fáustica en Del Bosque, un Byron que se entregaba por igual a la proeza que al magnetismo oscuro. Había un destino fatal en ese amigo extraordinario. El libro que fue mi compañero de viaje en aquel viaje a Austin y Real de Catorce era Sobre Héroes y Tumbas de Ernesto Sábato. Yo buscaba respuestas en la personalidad de Alejandra Vidal Olmos (no me he cansado de decir que es el personaje femenino más fascinante que ha parido la literatura) un personaje marcado por un ancestral destino oscuro, habitado por un ignoto abismo interior. Imposible no creer que había una marca trágica en Leonardo y su clan. Casi tres décadas antes su padre tuvo un destino idéntico: morir acribillado por un comando asesino en el Nuevo Laredo de los ochenta. Una sombra demasiado pesada, una orfandad que fue trazando un camino. Fidelidad a la desgracia para honrar al padre. Fidelidad al sendero abismal. Fidelidad a nuestros muertos omnipresentes mientras el narrador de nuestra errabunda vida traza círculos fatales, un Eterno Retorno obsesivo e irrenunciable.