Eterno Retorno

Thursday, September 23, 2021

El año ha emprendido la fuga y has deshojado los días de una efímera flor de verano.


 

Aun suponiendo que careciéramos de reloj y calendario,  uno podría leer en el horizonte el vaivén de los ciclos, la espiral del eterno retorno. No necesitas saber que es 23 de septiembre para respirar la esencia del otoño que lentamente se derrama sobre nosotros. Es todavía un otoño tímido que la juega de discreto, pero su presencia es ya innegable.  Cierto, no es la nuestra  una descarada  otoñalidad vestida de rojo profundo como en Nueva Inglaterra,  pero hay algo en la luz y en el viento donde la recién llegada estación se anuncia. El atardecer nunca miente.  Sin duda muchos milenios antes de que nos diera por medir el tiempo, los antiguos podían descifrar lo circular del destino en las puestas de sol. La fantasmal silueta de las islas, la luz crepuscular diluyéndose en el Pacífico, el fresco de la tarde y el fluir del pensamiento huelen a espíritu otoñal y de pronto, como si tal cosa, reparas en que el año ha emprendido la fuga  y has deshojado los días de una efímera flor de verano. Aún faltan los vientos de brujas, los fatuos fuegos santaaneros, calaveras, calabazas y la canija vida corriendo como yegua desbocada al filo del desbarrancadero.

 

Tuesday, September 21, 2021

La ciudad se encarga de proveer siempre un nuevo moribundo

 


La ciudad se encarga de proveer siempre un nuevo moribundo, uno tras otro, cada uno con los minutos contados. En el Hospital General recibimos a los que nadie quiere recibir, a los no afiliados al Seguro Social, a los que nunca han podido destinar un peso para pagar un médico privado, los mil y un sobrevivientes de la economía subterránea, la carne de cañón machacada por las fauces de esta gran bestia urbana. Deportados, indigentes, paracaidistas, migrantes recién llegados. Entonces me acostumbré a ver morir y me acostumbré rápido.

Con todo, dentro una sucesión de jornadas idénticas y aun cuando  parecíamos vacunados contra cualquier forma del horror, hubo días o momentos que nadie olvidaremos. Fue al final del verano del 83. La paciente era una pocha de Los Ángeles, una hommie de treinta y tantos que parecía  de sesenta, demacrada, carcomida, con manchas rosas en la cara, ardiendo en fiebre, tan moribunda y en la ruina como tantos de los que cruzan por esa puerta. La diferencia es que la pocha aterraba a todo el mundo y nadie se le quería acercar.

Fue la doctora Remedios Lozada quien la atendió. Aunque estábamos saturados, se le destinó un cuarto propio que fue  aislado por completo con medidas de seguridad que nunca antes habíamos empleado. No cualquiera podía entrar y para hacerlo había que cubrirse por completo con un traje hermético. Se trataba, al parecer, de esa nueva enfermedad tan rara que estaba matando homosexuales y haitianos en Estados Unidos y aún desconocíamos  casi todo de ella. La doctora me eligió como su asistente en ese arduo proceso. Entrábamos a aquel espacio con el cuidado y el terror de quien manipulará material radioactivo sabiendo que ahí, sobre esa cama, yacía algo terrible y desconocido para la ciencia, algo oscuro y mórbido que no alcanzábamos a dimensionar. Ese era el primer caso registrado en un hospital mexicano.  Tal vez hoy lo acabamos por asumir como algo cotidiano, pero en 1983  en verdad aterraba. Aquel sarcoma era el rostro de lo que entonces era visto como una plaga apocalíptica. La paciente murió a las pocas semanas. Su recuerdo se nos quedó para siempre. Sería la primera de muchísimos enfermos que vendrían a morir en nuestras camas. Escuálidos, carcomidos, devastados por la neumonía o la diarrea y marcados por el estigma de lo aberrante. Eran los nuevos leprosos, los apestados a los que nadie quería acercarse. 

Monday, September 20, 2021

...surcada por ausencias y saudades

 



Nuevos e inesperados  libros llegan a mí con el final del verano. Leo Felicia de Ruth Vargas Leyva,  oscilante como péndulo entre la onírica red de la duermevela y las trampas de la memoria.  Caminamos de la mano con Felicia Félix o Felicia Torrescano cuya vida corre paralela con los cimientos  fundacionales de Baja California. Ruth derrocha poesía hasta en la prosa mientras Felicia recorre la península yaciente entre las cartografías fantásticas de dos mares. Leo Ciclos constantes y leo  Guitarras de Eric Jair Palacios,  un joven que ha emprendido una trilogía poética iniciada con La cláusula maestra y surcada por ausencias y saudades. Los libros hablan por alguien que muere lentamente en el inmenso deseo de ser escuchado, escribe Eric, cuya cordura no se ha ido con el último aliento mientras mi tocayo Daniel rasga una guitarra que se eterniza en dos pieles. Por cierto, Eric  ha emprendido el magno proyecto de reunir una gran biblioteca de autores bajacalifornianos algo que celebro y respaldo.  Leí (antes de su publicación) y ahora recibo recién salido de la imprenta  El juego secreto de Moctezuma de Omar Nieto A medio milenio de la caída de Tenochtitlán Omar escribe no la historia de lo que fue, que tantas veces hemos leído, sino la de lo que pudo haber sido, que hoy leeremos por primera vez. El autor tuerce la historia, sin embargo, más allá de un divertimento o una simple fantasía sacada de la manga, Nieto va armando un rompecabezas de posibles alternativas en donde solo hace falta modificar un detalle o circunstancia para que el desenlace en  el histórico choque de dos culturas se altere por completo. Cortesía también de Harper Collins recibo en casa  Sombras nada más de César Silva Márquez. Emprendo el recorrido por las primeras páginas y retorno con mi colega reportero Luis Kuriaki y el agente Julio Pastrana a la gran noche juarense donde al parecer  irrumpe furtivo el  Zurdo Mendieta, prófugo de la saga  de Élmer Mendoza. Leo a César Silva y ya se antoja una cerveza en el Kentucky y una torta de colita de Pavo mientras el sol se pone en la Mariscal. Ya alguna vez  probé la embriaguez del Juárez whisky. ¿Qué enigmas se ocultarán tras estas sombras? Ya les platicaré.