Eterno Retorno

Friday, September 11, 2009

9-11 y 999

A Dios, al chantajista ese qué inventaron los judíos, comercializaron los cristianos y llevaron al límite de la crueldad los musulmanes, le gusta secuestrar aviones para dar fe de su existencia. Esa criatura egoísta y celosa que lo mismo derrumba murallas en Jericó que ahoga egipcios en el Mar Rojo o manda a su angelito exterminador a matar primogénitos, es capaz de cualquier bestialidad con tal de dejarnos claro, a nosotros los mortales, lo enojado que está con este bodrio de creación que abortó un mal día. Ese mentado engendro monoteísta parece estar furioso con sus hijos y le ha ordenado a sus files corderos que se pongan a secuestrar aviones para demostrarle a esos humanos descreídos, idólatras de la razón, quién carajos manda aquí.
Sí, es cierto: Dios nos odia a todos. El juguetito que fabricó en el Génesis le ha salido defectuoso y ahora quiere desquitarse. Pero resulta que hay muchos dioses que dicen ser uno ¿Cuál es el que más nos odia? Es fácil identificarlo: es el que está siempre en primera fila apadrinando todas las masacres de la humanidad. Los hebreos, que fueron los primeros en alucinarlo, le pusieron Jehová o Yahvé y luego el emperador Constantino (o más bien dicho su mamá) le inventó un hijito mártir que vendría a redimir el mundo y de paso a concretar algunos buenos negocios que hicieron millonario al Imperio Romano y a todos los imperios del mundo occidental, que a la fecha siguen viviendo de ese exitoso changarro vaticano. Pero seis siglos después de que el hijito de ese dios judío nos chantajeara sentimentalmente con su martirio, un vendedor de camellos se transformó en eficiente secretario y tundiendo tecla en tablas de oro, copió al píe de la letra las enseñanzas de otro cabrón, que en realidad era el mismo, el mismito chingado dios del desierto, ese que nació de la arena entre Israel y Mesopotamia y le exigió a la humanidad contrato de exclusividad. Nada de adorar otros dioses. Aquí nomás mis chicharrones truenan. Pues sí, resultó que el dios ese que el arcángel le presentó al vendedor de camellos, era el mismo de los judíos y los cristianos. También le gustaba mandar plagas y asesinar primogénitos, pero salió más desgraciado e hijo de puta que sus antecesores.

Hace ocho años, ese iracundo Alá ordenó a Mohamed Atta y su pandilla que transformara un par de American Airlines en falos asesinos para sodomizar al Imperio. Porque Alá, el mismo que fue revelado a Mahoma por el Arcángel Gabriel y que le dio un paseo por los cielos despegando del helipuerto de la roca negra, es un cabrón bien hecho que no soporta a los infieles. Pobre de aquel que no lo respete y se entregue a una vida disoluta sin postrarse cada día en dirección a La Meca.

Las Torres se cayeron, el Imperio exhibió flácida e impotente su falsa virilidad y los comerciantes de la fe y el patriotismo hicieron un negocio redondo vendiéndonos pastillas de viagra bélico. Había que ir a arrojar misiles a Kabul y Bagdad para recuperar la potencia sexual y enseñarles a los puercos árabes que el dios luterano, ese que eligió y bendijo al pueblo americano desde el desembarco del Mayflower, no iba a perdonar esa clase de escupitajos en su cara. God Bless America. Porque resulta que el diosito protestante, ese en quien confía ciegamente cada dólar (In God we Trust) y tiene en la familia Bush a sus más abnegados y fieles pastores, es un dios de tan pocas pulgas como su gemelo Alá, al que unos pakis de mierda no pueden poner en tela de juicio. Vengan los misiles, que unos cuantos niños afganos mutilados no le hacen daño a nadie. Y ahí tienes a ese par de dioses enfrentados otra vez. Casi un milenio antes, en el año 1095, la versión católica-romana del dios de Bush, le cantó un tiro a Alá en voz del Papa Urbano y Pedro el Ermitaño. Deus Vult, Dios lo quiere, vengan Las Cruzadas, bañemos de sangre Jerusalén, expulsemos a los infieles de la tumba del Señor y de paso hagamos un buen negocio, que el metro cuadrado se cotiza bien en Tierra Santa y la plusvalía va a la alza . Vamos a exterminar al infiel, al otro, ese mentado otro, siempre enemigo, siempre demoníaco. El otro, omnipresente en nuestras pesadillas.

En nuestro México, toda copia suele ser por definición tragicómica y las más de las veces ridícula hasta el hartazgo. Vaya, aquí en México ni siquiera podemos aspirar a un enemigo de altura a la hora de jugar a los terroristas aéreos. Al igual que sucedió hace ocho años, al dios monoteísta le dio por ordenarle a uno de sus fieles e ilusos pastorcillos que secuestrara un avión. Los motivos eran más o menos los mismos. “Estos pinches hijos desagradecidos se han olvidado de mí y nada mejor que secuestrar un avioncito para recordarles quien reparte aquí las nalgadas”, le dijo dios a José Mar, su siervo boliviano. Este dios no es tan cabroncito como su alter ego Alá y por supuesto José Mar no es Mohamed Atta. Este boliviano bonachón quiere lo que todos los evangélicos del mundo: que le pongas un poco de atención, que le hagas caso cuando berrea a grito pelado que el Apocalipsis está a la vuelta de la esquina. Así son los evangélicos: necios, molestosos, desparramadores compulsivos de saliva e idiotez. Soy un enemigo de todas las religiones monoteístas, pero si he de seleccionar a quienes más aborrezco, los cristianos evangélicos ocupan el sitio de honor en el altar de mi desprecio. Me gustaría que existiera un circo romano para poder arrojarlos a que escupieran sus peroratas bíblicas entre los leones.
Pero sentimientos aparte, el caso es que José Mar puso en evidencia un par de asuntos que de cualquier manera, creo yo, estaban sobreentendidos. Uno, lo he abordado ya; al dios monoteísta le gusta secuestrar aviones para que no nos olvidemos de él. El otro, es que el sistema de seguridad nacional es para cagarse de la risa. Un pobre imbécil armado de una lata de Jumex es capaz de poner patas arriba a la policía federal y de provocar una reacción presidencial. Genaro García Luna sale muy orgulloso a presumir la valiente e inteligente intervención de los agentes a su cargo. Muy digno Genaro, propio de Scotland Yard. Creo que allá en Israel el Mossad te anda buscando para que les des unas conferencias sobre seguridad nacional e inteligencia. Nos presume Genaro que no hubo sangre y la pregunta es: ¿pudo haberla habido? A menos que la lata de Jumex acertara directo en la frente de un pobre pasajero, no veo cómo se las hubiera arreglado José Mar para causar algún daño. Un loquito necesitado de atención y adicto a esa maligna droga llamada Cristo desquició a una nación. Pero el cristiano en cuestión también le hizo su milagrito a Genaro y a Calderón. Ellos también estaban necesitados de aplausos, de fanfarrias, una porrita que los haga sentirse héroes después de tanta cagazón. Bienvenido el boliviano y sus delirios, que les permita sentirse por una vez los héroes de la película.

“Dios bendiga a todas las autoridades mexicanas, a los militares, al Presidente (Felipe Calderón), y al Gobernador, quiero anunciar que viene un cataclismo tremendo”, nos dice José Mar.
Totalmente de acuerdo contigo mi boliviano. Venga un tesito de coca para celebrar la hazaña. Claro que viene un cataclismo tremendo, pero por desgracia ya no requerimos del Apocalipsis y los ángeles exterminadores de tu dios cristiano para mandar a México al infierno. Para cataclismos nos basta y sobra con un solo jinete apocalíptico llamado Agustín Carstens (por talla de pantalón ocupa el espacio de los cuatro jinetes con todo y caballos) y no se necesita ser un profeta de la condena para intuir lo que pasará. De cualquier manera, gracias por recordárnoslo.

Hoy es 11 de septiembre. He amanecido más blasfemo y deicida que de costumbre. El 11 de septiembre me recuerda la eternidad de las guerras santas y la crueldad del monoteísmo. Ahí dejo un par de reliquias, blast from the past, que ya alguna vez había incluido en este espacio y me permito reciclar del bote de la basura. La primera fue escrita con pluma en el Cuaderno Piel de Vaca a bordo de un American air lines que me trasladaba a Nueva York el 15 de septiembre de 2001. La segunda es una reflexión que publiqué en Frontera con motivo del quinto aniversario de las torres.

Volando en cielos infestados de espectros

(Escrito en el Amigo Piel de Vaca a bordo de un American Airlines la mañana del 15 de septiembre de 2001).

Tinta de guerra, burlona aleatoriedad. Quién iba a decir que pasaría el sacrosanto día de nuestra Independencia surcando cielos infestados de fantasmas, en camino rumbo a la podrida manzana, cuyas larvas yacen sepultadas bajo los escombros de las Torres Gemelas. No hace falta decir que Morfeo ha sido tacaño, como corresponde a los grandes días. Hace exactamente cinco años, precisamente un 15 de septiembre de 1996, deambulaba por suelo neoyorquino entre Rochseter y Buffalo, camino a Toronto.
Hoy me diluyo en la atmósfera norteamericana y todo a mi alrededor es peste patriotera aderezada con polvos de paranoia e indignación. Qué funerario resulta volar este día en un American Airlines igualito a los que s estrellaron como flechas en los falos de Babel. Haciendo la ruta inversa California-Boston sobre un cielo poblado de terror y cenizas. La paranoica burocracia aeroportuaria llega a los límites de lo barroco, un sábado a las cinco de la mañana sumergido en una fila que no cree en sí misma, entre un millar de anglosajones despavoridos para sentarme en el asiento de este avión, con la cruz de mil horas de espera a cuestas, entre escarceos mentales que fueron de la indignidad a la euforia.

Qué manía esta la mía de reseñar la existencia, de pretender que es importante y trascendente, desparramar sinrazón y desvarío en aviones gabachos repletos de rostros sajones como si fuera una historia mil veces repetida. No deja de ser significativo el estar, al menos por unas horas, sobre suelo bostoniano, sobre esa pista del aeropuerto Logan que parece diluirse en el Mar. Sólo espero tener la oportunidad de arrojar, al menos un día, mis pasos a la bella Nueva Inglaterra. Ahora sólo me resta acorzar con bucólico idilio mi incertidumbre. En el aire flota la palabra Guerra. O tal vez sea mejor el simple alarido animal de War, Waaaarrr, Guarrr. Espectro gutural emergido de cavernarias profundidades, tan ancestral, tan humano, tan necesario, como la sed de amor. Y mientras algunos insisten en bañar el asunto con babas apocalípticas, yo no dejo de pensar en esta suerte de catástrofe anunciada. Vaya, me imaginaba desde hace algún tiempo la llegada de un mega conflicto, un terremoto planetario que anunciara la entrada de una nueva era histórica, pero con toda la honestidad del mundo no imaginé que llegara tan pronto y mucho menos de una manera tan pintoresca. ¿Será el 11 de septiembre de 2001 un parte aguas, una cicatriz histórica como el 14 de julio de 1789 o como el 12 de octubre de 1492? ¿Quién acabará bajo la piedra en la licuadora bélica que se avecina?Las guerras cambian el sentido de la vida, redimensionan la existencia, más que un hecho parecer ser un estado de ánimo cíclico de la humanidad, algo así como el apetito, el deseo. Es lujuria de guerra lo que sentimos.





(Intermedio, rescatado del Piel de Vaca un día cualquier del verano de 2001)

Mientras Dios no deje de morir, mientras la carne siga escupiendo sangre amarga. Mientras la vida se deshaga lentamente en instantes prófugos de significado. Mientras todo sea un despavorido correr hacia la consumación e ir cortando lentamente las arterias de la noche, derramar el deseo en hojas secas. La palabra se decide a sublevarse y las máscaras transforman en líquido los conjuros del alba. Busquemos entonces el ácido sabor, la fantasía no desangrada, la negra tierra- tatuaje).

Testimonio de quinto aniversario

Arribé a Nueva York la tarde la tarde del 15 de septiembre de 2001 enviado por Frontera a cubrir los efectos de la tragedia del 11 de septiembre. Poder salir de San Diego entre una fila de más de 50 mil pasajeros varados fue algo más que una hazaña que demandó más de un día de espera. Al arribar a la Gran Manzana en medio de un ambiente funerario y desolador, tuve bien claro que estaba ante la misión más grande que se me había encomendado en los siete años que tenía entonces de dedicarme al periodismo escrito.
Sobre la calle Greewich se habían apostado centenares de camiones, cada uno dibujado con el logotipo de un canal diferente, en cuyo techo siempre había un enviado especial que trasmitía en vivo para darle al mundo los últimos reportes oficiales. La imagen de fondo, en todos los casos, era la reducida panorámica de los escombros de la Torres Gemelas que alcanzaban a divisarse a unos 100 metros desde la calle improvisada como sala internacional de prensa. Comprendí entonces que mi lugar estaba lejos de la avalancha de reporteros y que para bucear en lo más profundo de la herida aún sangrante, debía ir ahí a donde están los más pobres, los miles de inmigrantes a los que de un momento a otro se les derrumbó la torrecita de esperanza que habían logrado construir. Ahí encontré los relatos de los incontables seres sin nombre que empeñaban su existencia limpiando el cristal de un rascacielos, yendo y trayendo encargos desde el mundo subterráneo hasta el piso 123, sin que sus patrones acertaran siquiera a preguntarse si detrás de ese rostro enigma existió alguna identidad. Es entonces cuando recordé las palabras de Ryszard Kapuscinski: los reporteros pisamos la tierra y andamos entre la gente, de ahí la tarea de reflejar los problemas humanos de la existencia cotidiana. Comprendí que la existencia cotidiana de miles de seres se había transformado en infierno por obra y gracia de un conflicto entre fanáticos.Ahí, en las esquinas de la Calle 116 o en los andenes del metro en Queens, fui llenando una alforja de testimonios. Mexicanos prófugos del error de diciembre, hondureños que no habían nacido cuando estalló la Guerra del Futbol y a los que el Huracán Mitch arrojó al piso 100 de un rascacielos, argentinos que presentían el cierre del corralito, colombianos que no querían sumarse al 20 por ciento de desempleo que les regaló el gobierno de Pastrana. Todos con una historia que a su vez le sabía a destino y fotografía de un continente. Todos con algún ser querido que en un segundo se había transformado en polvo. Ahí conocí al padre Joel Magallán, líder moral de los mexicanos cuya iglesia guadalupana en la Calle 14 se transformó en refugio de las familias de conacionales que buscaba a sus desaparecidos. También conocí la burocrática cerrazón del Consulado Mexicano en Nueva York, encabezado por Salvador Beltrán del Río, que se negó a hacer pública la lista de mexicanos desaparecidos, hasta que Juan Hernández, entonces Comisionado Presidencial para los Mexicanos en el Extranjero, se lo exigió. Sin embargo, el momento culminante de esa desgarradora experiencia fue la noche del 28 de septiembre 2001, cuando conocí a Los Topos, el grupo de rescatistas veteranos del terremoto de 1985.Ahí encontré a Joel Nuñez, un ex bombero tijuanense habitante de la Colonia Libertad que participaba activamente dentro del grupo de rescate. Entre anécdotas de sismos e inundaciones, conseguí que el grupo me tramitara una credencial que me acreditaba como rescatista, lo que me permitió entrar por primera vez a caminar en torno a los escombros de las Torres, a donde como reportero jamás habría tenido acceso. Ahí, sobre las ruinas, mirando a los Topos diluirse por en espacios de centímetros entre brazas ardientes, sentí que en este mundo que me tocó vivir no hubiera él podido dedicarme a otra cosa que no fuera esta adicción por contarle cosas a un lector que cada mañana se bebe su café con el periódico tapándole el rostro y cinco (nueve) años después me resulta imposible dejar de revivir a cada momento esa noche.

Thursday, September 10, 2009

Mis colegas de www.recolectivo.com han puesto la frase "a que no sabías" como tema de la semana. Carajo, creo que no me fijé bien y lo escribí basado en "a qué no sabes qué". En fin. Its the same. Esto es lo que se me ocurrió.

“A que no sabes qué”. Escuchar eso te hace parar antenas. Alguien posee una información que tú ignoras y la frasecita le inyecta una dosis de suspenso al asunto. Un mensaje recibirás que te hará reír, sorprenderte o cambiará en algo tu opinión, tu perspectiva, tu agenda o acaso tu vida entera. La vida diaria está llena de esos “a que no sabes qué” y las más de las veces son el preludio de un chisme.
Durante casi diez años escribí una columna política y eso me convirtió en receptor de toda clase de cizañas e intrigas palaciegas de la peor calaña. Secretitos de pasillo, racimos de orejas paradas, chascarrillos soeces. Era increíble como de la nada podía en un solo día llegarme tanta información de tan contrastantes emisores. Información cierta, falsa o, en la mayoría de los casos, con algo de cierto y algo de falso. Las verdades y mentiras absolutas son seres atípicos en este mundo. Tijuana también ha estado llena de “a que no sabes a quien mataron”: “no mames, mataron a Ortiz Franco”, “se chingaron a Delgado Neri”, “acribillaron a Alfredo de la Torre”. Algunas veces, la frase te llega a través del fatal 12-17 de la frecuencia policíaca.

Hay millones de “a que no sabes qué” perdidos en el olvido. Pero hay unos cuantos cuyos efectos son duraderos o acaso eternos en tu vida. Muchos de los aspectos más trascendentes de la existencia humana vienen precedidos de unas palabras. Salvo aquellos hechos en los que el chingazo o la evidencia avisan, como un accidente fatal, la atípica contemplación de un hecho insólito o el beso que vuelve absurda e innecesaria toda palabra, las más de las veces es de boca a boca como surge todo aquello que te ha marcado o te ha hecho cambiar. Alguien pronuncia una frase y después de eso nada es igual.

Trato de recordar las palabras exactas con que recibí aquellas noticias que han marcado mi camino. Siempre recuerdo las circunstancias, pero en muchos casos olvido la frase precisa. Alguien te avisa que ha muerto un ser querido ¿Qué palabras emplea? ¿Qué dices tú después?
Cuando murió mi Abuela fue mi Madre la que me dijo. Ocurrió hace 24 años y las palabras vinieron precedidas de mi terrible sospecha. También recuerdo que cuando llegaron a casa yo estaba leyendo Sandokán de Emilio Salgari.
Recuerdo las palabras que usó la directora del Liceo Anglo Francés el 10 de marzo de 1988: Me sacó de la fila y así, muy bajito, me dijo: “estás expulsado”, sin decir agua va, sin agregar nada más, sin poner un mínimo de emoción.
El 23 de marzo de 1994, alguien llegó a la cafetería de la escuela de Derecho y gritó: “ya valió madre, le dieron dos balazos a Colosio”.

Paradójicamente, creo que muchas si no es que la mayoría de las noticias más trascendentes me han llegado por teléfono y últimamente casi siempre por celular.
Una tarde de otoño de 1998 una persona me llamó a la redacción de El Norte y sin decir agua va me dijo: “¿Quisieras venirte a trabajar a Tijuana?”.

Una mañana de septiembre, un inoportuno amigo llamó a la casa a las 6:30 de la mañana: “Cabrón, prende la tele, se están quemando las Torres Gemelas”. En aquel momento ignoraba que tres días después yo estaría parado frente a los escombros de esas torres, pues la noche del 13 de septiembre recibí en casa una llamada del director del diario: “¿Cómo te sientes para irte mañana a Nueva York?”, me dijo sin mayores preámbulos.

Hay una persona que en cinco años sólo llamó dos veces a mi celular, pero ambas llamadas fueron lo suficientemente trascendentes en mi vida como para no olvidarlas. La primera llamada la recibí un día de primavera de 2004 cuando viajaba en el asiento de atrás de un taxi y fue para decirme que el jurado me había declarado ganador de un premio de periodismo en la categoría de reportaje. La segunda fue el 30 de enero del 2009 para decirme que tenía una plaza disponible e invitarme a trabajar con ella.

La tarde del 27 de diciembre de 2007, pisaba el acelerador por la Vía Rápida. Manejaba a toda velocidad luego de haber ido al hospital de especialidades del IMSS a conseguir un medicamento de contrabando para intentar salvar la vida de Morris. Escuchaba GBH y driblaba carros a 80 millas, cuando sonó mi celular: Era mi cuñada. Las palabras fueron escuetas: “ya falleció Morris”.
También fue por celular que mi padre me dio la noticia de la muerte de mi abuelo el 14 de enero de 2006. Recuerdo que veníamos regresando a la casa tras haber comprado una sala.

Pero la mayor bomba que he recibido en mi vida entera, la que me voló la cabeza y me ha hecho ver el Sol y el entorno entero de otro color a partir de entonces, me llegó a más de diez mil kilómetros de distancia el 2 de abril de 2009. Iba a bordo de un autobús que nos trasladaba de la ciudad de Kunshan a la ciudad de Nanjing en China cuando a través de un celular prestado, escuché a Carolina decirme que tendríamos un hijo. He olvidado las palabras exactas, la frase textual y sólo se quedó conmigo la emoción, la más absoluta emoción. Sólo recuerdo que ambos llorábamos y decíamos cosas y alrededor llovía o había llovido e intuía que la vida había cambiado para siempre.

Tuesday, September 08, 2009

- Al Conejito Iker Santiago cada vez le queda más chiquito su departamento uterino.

- La ciudad se ha derretido en mi cabeza.

- Todos los libros que llaman mi atención en la Gandhi cuestan más de 400 pesos. Tendrán que aguardar tiempos de bonanza. Hoy hace más falta una cuna.

- Septiembre está lleno de presagios y deja vu.

- Algún día recordaré el verano en que leía la historia de Lisbeth Salander y aguardaba, en cuenta regresiva, la llegada del Conejito.

- Nunca combines bebidas energéticas, café de olla y cerveza Tijuana. La tarde puede acabar en desastre.

- Travesuras artísticas. En mis planes no estaba contar con un libro de Monet, pero mi librero lo agradece.

- La portada de Alter Dark de Murakami es una de los más fantásticos diseños de la colección Andanzas de TusQuets. Las piernas de una chica que carga sus zapatos y camina descalza sobre un pavimento empapado en donde se refleja el bosque de neón y las luces de los carros. Lo extraño es que durante muchos meses, mis ojos creyeron que la chica caminaba de espaldas, tomando distancia del lector que contempla la fotografía. Muy tarde comprendí que la chica camina de frente hacia nosotros y a veces creo que cada noche se aproxima más.

- La saturación verde ha llegado a tal grado, que televisa ha conseguido hacerme desear que la selección mexicana sea eliminada y no vaya a Sudáfrica 2010. Los más interesados en calificar no son Aguirre y sus muchachos, sino Azcárraga, Calderón y todos aquellos que no desean que el Bicentenario se convierta en la tercera insurrección, cuando a falta de futbol, millones de mexicanos muertos de hambre no tengan nada mejor para matar el aburrimiento que sublevarse.

- La cerveza es uno de esos placeres que hacen deliciosa la existencia, pero gracias a Agustín Carstens pronto se convertirá en un lujo impagable y una simple chelita será el equivalente a la más cara botella de champaña.

- -El oído derecho siempre me ha dado guerra. Me reventó hace 16 años y suele taparse a la menor provocación. Hoy decidió amanecer tapado y sospecho por su actitud que tiene hartas ganas de darme mala noche.

- - Nunca he sido un devoto de Munch, pero igual lo tengo a menos de un metro de mis ojos en mi escritorio. El grito, Angustia y Noche en Saint Cloud me parecen esta tarde el non plus ultra de lo contemporáneo.

- Nunca había tenido una oficina con atardeceres tan intensos. La pantalla y el muro resplandecen hasta cegarme y el Sol se derrite en mi ventana.

- Fernando Savater me jura que el pensamiento es una aventura y con sencillez intenta contarme, la historia de los que se aventuraron a pensar.

La mórbida obesidad del sistema

Veo al gordo Carstens y pienso en Necker, el ministro de Hacienda de Luís XVI, el que aumentó los impuestos al pan y desencadenó la toma de la Bastilla con su terrorismo fiscal. Leo las crónicas socialité de las multimillonarias bodas de nuestros trepadores politiquetes con delirios aristocráticos e imagino las fiestas de María Antonieta en el Trianón. Vaya, tan prototípico, tan de manual, tan de caricatura es esto, que hasta las caras de los actores responden al estereotipo. ¿Cómo caricaturizarías a un codicioso e insensible ministro de Hacienda? Sí, exactamente, lo caricaturizarías como un gordo mórbido y repugnante. Calderón debería cesar a Carstens al menos para romper con el estereotipo que corresponde tan a la perfección con su cara y cuerpo. No digo que lo cese por su nula efectividad. Después de todo, cualquier economista parido en Chicago o en la London School of Economics, quien quiera que sea, será un marrano condenado a equivocar sus pronósticos. Que lo cese por su aspecto, pues en la obesidad de Carstens está dibujada y caricaturizada la patología de un país en proceso de pudrición. Obeso y mórbido como su burocracia, como su aparato gubernamental, como su poder legislativo, como su justicia, como su sistema electoral, como su fisco bestial e insaciable, decidido a sangrar hasta la última gota del trabajador y el pequeño empresario. Un país diabético e hipertenso, en espera de la amputación de sus extremidades. Una nación enferma terminal, yaciente en la puerca sala de terapia intensiva de un hospital del IMSS. Un país engusanado, como un pedazo de carne podrida desparramada en la carretera

Toda revolución es prostituta

Y no, no tengo esperanzas de redención en un movimiento revolucionario. He leído algo de historia y tengo la suficiente malicia para saber que las revoluciones, como todo fenómeno de masas en este país, son asunto de oportunistas, de trepadores, de políticos desempleados. Se que las revoluciones son licuadoras donde el miserable siempre termina licuado abajo con su miseria multiplicada. Pero las revoluciones suelen tener el momentáneo alivio de un oído doliente que revienta o una muela podrida que es arrancada. Antes que una nueva casta de cerdos oportunistas las patente, las revoluciones (sólo algunas revoluciones), surgen como estallidos espontáneos, como una cuerda que revienta, como un vómito que brota incontenible como lava ardiente tras horas de asco y retortijón estomacal.

Pienso en los miles de rusos que hacían filas en las panaderías en el helado febrero de 1917 mientras sus tropas desnutridas eran masacradas en el frente alemán y los zares sólo tenían ojos y oídos para su hijo hemofílico. El hambre no conoce de ideologías ni estudió ciencias políticas. El hambre es un sentimiento animal capaz de sacar a la superficie nuestros más primitivos demonios. El hambre de un hijo, la impotencia de un padre. Por hambre asaltaron los rusos las panaderías. Ya después llegaría Lenin a aprovecharse de la situación, pero en un primer momento, la revuelta que hizo abdicar al Zar Nicolás II y acabó con una dinastía Romanov de tres siglos, fue un exabrupto de hambre, frío y hartazgo, donde Lenin, Stalin y Trotski ni siquiera estuvieron presentes.

A veces hasta el clima se pone de acuerdo. Los inviernos prerrevolucionarios son siempre los más fríos y los veranos los más calientes. El invierno del 17 fue congelante en Moscú y San Petersburgo. El julio parisino de 1789 se recuerda insoportablemente bochornoso. Una sequía en combinación con impuestos a la alza pueden dar como resultado un veneno mortal. Y si a eso le agregas influenzas, ricketzias, presas vacías, tierras secas, playas desoladas, el caldo se transforma en arma atómica.


La clase media desciende a la pobreza

El verdadero escupitajo en el rostro, el verdadero pedazo de mierda en tu boca, es que ellos se ríen en tu cara. El sistema político mexicano danza desnudo alrededor de un tubo mostrando su absurdo e injusticia con total obscenidad. Es tan tragicómicamente injusto este sistema, que podrías reírte a carcajadas de él, sino fuera porque eres su cautivo. Vaya, imagina que desde el lejano palco de un observador imparcial observaras el drama de una nación enferma que yace sumergida en arenas movedizas donde cada mínimo movimiento lo hunde más y donde todo está diseñado a priori para que te jodas. Un país donde lo peor que te puede pasar es integrar esa carne de cañón y flagelo fiscal llamada clase media.
Están cagando sobre un millón de bocas desdentadas. Sus culos yacen posados sobre infinitas fauces inofensivas, pero cuidado, que alguna de ellas podría tener colmillos.

Érase una vez un país que castigaba al trabajador y premiaba al oportunista, donde el huevón, el trepador y el zángano son amos y señores. Un país donde lo peor que se te puede ocurrir es emprender un pequeño negocio o tratar de trabajar honradamente. Un país donde pretenden subir los impuestos para que un mínimo de la población, esos pocos ciudadanos sobre los que caen todos los latigazos institucionales, sigan manteniendo contra viento y marea a la casta gobernante.

¿Para qué nos quieren subir los impuestos Calderón y Carstens? Para poder seguir pagando los choferes carros y guaruras de los diputados, senadores y magistrados electorales. Para pagar sus bonos, compensaciones, y gratificaciones especiales. Para poder seguir alimentando con nuestro dinero a partidos tan necesarios e importantes para la vida nacional como el verde y el panal, para mantener al sindicato de maestros y sus privilegios, para alimentar a millones de burócratas cometortas, para dar trabajo a sus mil y un compadres del partido (no importa qué partido, los partidos siempre generan mil y un compadres).

¿No se dan cuenta que esto va derecho y sin escalas al infierno? ¿Nadie los asesora? ¿No les han dicho que la austeridad se debe vivir y demostrar? ¿Por qué carajos se regodean en sus bodas derrochadoras? ¿Por qué les emociona salir en las revistas del corazón?


No creo, como dice el tijuanense Federico Campbell, que una narcoinsurgencia pueda ser el detonante de un movimiento armado que derroque al gobierno. ¿Para qué quiere el crimen organizado el poder político formal si ya tiene el poder de facto? En fin, basta ya, esto está escrito con las tripas. No se si ha sido suficiente, pero en algo me desahogué.

Monday, September 07, 2009

La obra existe aún antes de cobrar vida, como un germen con todas las posibilidades de expansión, dice mi Madre. Y yo pregunto: ¿Existen ya en mi piel los tatuajes que aún no me he hecho?

Concluyo la lectura de El Tatuaje en Monterrey de Ana María Basave y sólo se que quiero tatuarme más. Ojalá mi madre se traiga sus instrumentos cuando venga a saludar a Iker

El principio del placer es el motor de mis lecturas. Leer es un acto hedonista. Para estoicismos ya tengo suficiente. Leer esta obra fue un acto de placer puro. Ojalá Bataille hubiera leído este libro. Por momentos sentí bucear en las profundidades de Las lágrimas de eros del buen y atormentado Georges o en De lágrimas y santos de Ciorán.

Esta obra es un ritual de iniciación en sí misma y a su vez describe el sentido espiritual de dichos rituales. Es como si al cortar o al tatuar, algo en la persona muriera, nos dice la autora. Después, el nuevo tatuaje o escarificación toma el lugar de lo que ha muerto y surge una nueva persona. También en este ritual de escritura-tatuaje muere y nace alguien. Los rituales que involucran dolor, como el tatuaje, la escarificación, la circuncisión son como analogías de la naturaleza y están diseñados, por medio de la imitación y el poder de los símbolos, para curar. Escribir un libro y además materializar el libro en la propia vida, es algo así. Ritual de iniciación. Nacimiento del otro. Poco o nada se yo de teoría del arte y sin embargo en la historia y espiritualidad del tatuaje encuentro revelaciones sobre los grandes dilemas de la insuficiencia ontológica humana.



Por conducto de mi amigo Pedro Beas recibo una columna en donde Mario Vargas Llosa se confiesa poseso y emocionado por la trilogía Millenium de Stieg Larsson, cuyo primer libro he concluido. Por eso ya está en mis manos el segundo ejemplar de la serie y pronto me haré del tercero. Este es exactamente el artículo que necesitaba leer para confirmar lo que pienso. Coincido con Mario en su franca emoción. Me siento igual que él. Puedes odiar al peruano- español por neoliberal, pero alguien que puede disertar de esa forma sobre Víctor Hugo u Onetti algo sabe de ese arte tantas veces asesinado en nombre de la teorrea llamado Novela. Vuelvo a lo mismo: yo leo porque soy un tipo hedonista y nada más. Hasta la saciedad me han repetido que la novela se ha muerto, que un ladrillo de 665 páginas (le faltó una para la marca de la bestia) en donde se narran andanzas de inexistentes personajes buenos y malos es algo caduco y prehistórico, algo muy del Siglo XIX. Por fortuna soy sólo un lector o acaso soy, en definición de Cortázar citado por el propio Vargas Llosa, un “lector hembra”, un tipo que sólo sabe si lo que lee le gusta o no le gusta y no sabe exactamente por qué le gusta. Tan fácil como eso. Como un buen vino, como un buen sexo. He leído sobre análisis estructural del relato y teoría literaria. Se que hay criterios técnicos para diseccionar una novela y calificarla como buena o mala. Imagino a los amantes de la postnarrativa, los metatextos y toda esa bazofia criticando a los anticuados lectores de una novela gorda y comercial como Los hombres que no amaban a las mujeres y recomendando que leamos autores modernos marca revista La Tempestad en donde celebren una y otra vez un funeral frente a un ataud vacío donde según ellos debe estar la Novela. A chingar a su puta madre teorreícos. Mientras un personaje de ficción como Lisbeth Salander creado en la mente de un tipo que ya ha muerto, se reproduzca al mismo tiempo y con distintas caras en las mentes de cientos de miles de lectores, mientras uno, dos o un millón de seres humanos repitan en armonía ese mismo acto misterioso, solitario y fascinante de sumergirse con pasión en las andanzas de personajes que no existen, la novela nos seguirá dando gritos de vida y salud eterna.