Epílogo LA FURIA, un cuento que comencé a escribir el 1 de julio
Lo peor es que ni siquiera tengo el coraje o los huevos para indignarme y salir a la calle a gritar junto con mi hija, ni me queda tampoco muy claro a quién debo gritarle. ¿A quién le puedo echar la culpa de mi ruina? ¿Al PSOE? ¿Al PP? ¿Al banco? ¿A Wall Street? ¿A Helena? ¿A mi conformismo huevón? Almudena no tiene en las alforjas nada más que su indignación y sus hormonas adolescentes a tope. Por eso grita, marcha, arroja piedras y duerme en la plaza. Dice que le han cancelado su futuro, pero su presente es ligero, como alas de mariposa. A mí también me han cancelado el futuro, pero mi presente pesa toneladas. Las deudas, el fracaso, los sueños rotos son yunques. Soy un expulsado de ese gran jardín del edén llamado zona burguesa de confort y ni siquiera tengo los huevos tan bien puestos como ese jubilado griego que se pegó un tiro delante de todos en la plaza. Ese sí que es un buen chantaje emocional.
Hablar de los últimos dos años de mi vida es hablar de un desbarrancadero, el mío y del alegre país en el que vivo. ¿Qué es un país en el Siglo XXI? Un montón de bancos fraudulentos dueños de millones de destinos y futuros, un paro raquítico que sirve para alimentar los intereses de los mismos bancos y una patera llena de africanos que juran ver destellos dorados en nuestras costas. La España del Siglo Oro le presumía al mundo a su Quevedo, a su Góngora, a su Calderón de la Barca; Velásquez dibujaba a la Infanta Margarita rodeada de sus sirvientas y el mismísimo Dios le dictaba poemas a Santa Teresa y a San Juan de la Cruz mientras nuestro católico rey exprimía las minas de Guanajuato y el Potosí para pagarle los intereses a los banqueros judíos que tenían hipotecada la Corona. La España tan culta y exquisita en donde los tercios desempleados y mutilados se mataban en los garitos por dos maravedíes entre putas rechonchas y cueros de vino pendenciero, sacando a relucir sus aceros oxidados, reviviendo miserias de guerras perdidas. Nuestra España no tiene un Velásquez ni tiene un Quevedo y tan solo le resta legarle al mundo los goles de un argentino chaparrito y un portugués petulante, encargados de mantener vivo ese viejo de negocio de poner a pelear a catalanes y castellanos, mientras nuestro rey, feliz de la vida, mata elefantes en África para después pedir perdón como niño regañado y hacer como que no ve las manos tan largas de su yerno.
Los dos últimos años han corrido lentos, a paso de tortuga. Zapatero se largó por donde vino y a Rajoy le dieron la bienvenida millones de indignados. En mi cartera había pesetas, después hubo euros y ahora no hay nada y no queda muy claro si algún día volverá a haber ahí alguna moneda o papel que ampare alguna riqueza que no sea humo o arena mojada, con nuestra pija casa de Madrid a punto de ser embargada y rematada por el banco que es dueño de nuestro futbol y nuestras vidas. En Bruselas, Ángela Merkel y los europeos que aun se creen habitantes del primer mundo meditan si vale la pena darnos de una buena vez una patada en el culo y expulsarnos del edén de la moneda común como quien expulsa de casa a un maloliente pordiosero que se ha acercado a pedir limosna. Pronto un gran serrucho caerá sobre los Pirineos y la miserable península se irá navegando son sus sueños de primer mundo hasta el África subsahariana, mientras Europa, con su dignidad de vieja prostituta, le entrega el culito a los jeques árabes.