Eterno Retorno

Friday, October 26, 2012

Epílogo LA FURIA, un cuento que comencé a escribir el 1 de julio

Lo peor es que ni siquiera tengo el coraje o los huevos para indignarme y salir a la calle a gritar junto con mi hija, ni me queda tampoco muy claro a quién debo gritarle. ¿A quién le puedo echar la culpa de mi ruina? ¿Al PSOE? ¿Al PP? ¿Al banco? ¿A Wall Street? ¿A Helena? ¿A mi conformismo huevón? Almudena no tiene en las alforjas nada más que su indignación y sus hormonas adolescentes a tope. Por eso grita, marcha, arroja piedras y duerme en la plaza. Dice que le han cancelado su futuro, pero su presente es ligero, como alas de mariposa. A mí también me han cancelado el futuro, pero mi presente pesa toneladas. Las deudas, el fracaso, los sueños rotos son yunques. Soy un expulsado de ese gran jardín del edén llamado zona burguesa de confort y ni siquiera tengo los huevos tan bien puestos como ese jubilado griego que se pegó un tiro delante de todos en la plaza. Ese sí que es un buen chantaje emocional.
Hablar de los últimos dos años de mi vida es hablar de un desbarrancadero, el mío y del alegre país en el que vivo. ¿Qué es un país en el Siglo XXI? Un montón de bancos fraudulentos dueños de millones de destinos y futuros, un paro raquítico que sirve para alimentar los intereses de los mismos bancos y una patera llena de africanos que juran ver destellos dorados en nuestras costas. La España del Siglo Oro le presumía al mundo a su Quevedo, a su Góngora, a su Calderón de la Barca; Velásquez dibujaba a la Infanta Margarita rodeada de sus sirvientas y el mismísimo Dios le dictaba poemas a Santa Teresa y a San Juan de la Cruz mientras nuestro católico rey exprimía las minas de Guanajuato y el Potosí para pagarle los intereses a los banqueros judíos que tenían hipotecada la Corona. La España tan culta y exquisita en donde los tercios desempleados y mutilados se mataban en los garitos por dos maravedíes entre putas rechonchas y cueros de vino pendenciero, sacando a relucir sus aceros oxidados, reviviendo miserias de guerras perdidas. Nuestra España no tiene un Velásquez ni tiene un Quevedo y tan solo le resta legarle al mundo los goles de un argentino chaparrito y un portugués petulante, encargados de mantener vivo ese viejo de negocio de poner a pelear a catalanes y castellanos, mientras nuestro rey, feliz de la vida, mata elefantes en África para después pedir perdón como niño regañado y hacer como que no ve las manos tan largas de su yerno.
Los dos últimos años han corrido lentos, a paso de tortuga. Zapatero se largó por donde vino y a Rajoy le dieron la bienvenida millones de indignados. En mi cartera había pesetas, después hubo euros y ahora no hay nada y no queda muy claro si algún día volverá a haber ahí alguna moneda o papel que ampare alguna riqueza que no sea humo o arena mojada, con nuestra pija casa de Madrid a punto de ser embargada y rematada por el banco que es dueño de nuestro futbol y nuestras vidas. En Bruselas, Ángela Merkel y los europeos que aun se creen habitantes del primer mundo meditan si vale la pena darnos de una buena vez una patada en el culo y expulsarnos del edén de la moneda común como quien expulsa de casa a un maloliente pordiosero que se ha acercado a pedir limosna. Pronto un gran serrucho caerá sobre los Pirineos y la miserable península se irá navegando son sus sueños de primer mundo hasta el África subsahariana, mientras Europa, con su dignidad de vieja prostituta, le entrega el culito a los jeques árabes.

Mosaico Tijuana, el video realizado por la organización Yo Propongo y proyectado al final de Tijuana Innovadora 2012, muestra con claridad la esencia de lo tijuanense: un caleidoscopio de orígenes e identidades diversas y hasta contrastantes que han ido construyendo lo que somos. Es muy complicado intentar estereotipar al tijuanense, pues aquí nadie estamos cortados con la misma tijera. Nos une, tal vez, el espíritu aventurero, la capacidad de jugárnosla, de apostar por lo diferente. “Somos gente dispuesta al nuevo cambio de barajas en la vida”, nos define sabiamente Tomás Perrín en su novela El Agua de la Presa. Lo veo en los distintos equipos de trabajo que me ha tocado integrar a lo largo de catorce años de vida en esta ciudad, en los que he podido interactuar con personas procedentes de los más improbables rincones de este país, con orígenes, formaciones y visiones de la vida muy distintas. Si algo me gusta de Tijuana, es que aquí uno no es esclavo de apellidos y ridículos abolengos. Tampoco se requieren cartas de recomendación ni bendiciones de padrinos ni estamos obsesionados con los títulos universitarios. Esta es una de las pocas ciudades del país en donde vales por lo que eres y por lo que demuestras ser día con día, no por lo que un título o una carta de recomendación dicen que eres. Esa diversidad, ese espíritu aventurero y esa capacidad de adaptación e innovación frente a lo adverso o lo cambiante, es lo que enriquece a nuestra ciudad. Sin embargo, es preciso reconocer que también puede ser el origen de uno de nuestros principales karmas que nos impiden ser competitivos: me refiero a nuestro terrible individualismo, nuestra tradicional indiferencia frente a lo colectivo, nuestra incapacidad de ponernos de acuerdo en los temas fundamentales y apostar por procesos transformadores de largo alcance. A las grandes iniciativas siempre les surge debajo de las piedras una legión de detractores que nada aportan, salvo su vocación destructora. La discusión de los temas públicos se limita a grupos o grupúsculos que debaten frente a una masa indiferente. Las más de las veces los temas de interés público vienen condicionados por el interés político y la mira cortoplacista. En Tijuana hay mentes brillantes e iniciativas innovadoras, me queda claro, pero nos falta espíritu de equipo, capacidad de sacrificar el interés particular y el beneficio inmediato. Nuestra cartografía urbana y nuestra arquitectura demuestran que la planeación no se ha llevado bien con nosotros. Por más capacidad innovadora que tengamos, una ciudad con este sistema de transporte y con estas vialidades que entronizan al automóvil y condenan al peatón y al ciclista, no puede ser competitiva. Una ciudad donde las áreas verdes parecen estar prohibidas y el espacio público es limitadísimo no puede aspirar a competir entre las urbes modernas del mundo. El problema es que en esta ciudad, mientras en un foro se habla de satélites, tecnología aeroespacial, comunidades autosustentables y ciudades digitales, en Congreso se discute cómo sangrar bolsillo del contribuyente imponiéndole cuatro zánganos más que cobrarán como diputados, mientras una decena de políticos pigmeos se desgarran entre sí para obtener candidaturas. Amo a Tijuana por lo que es y me ha dado, pero aun está muy lejos de parecerse a la ciudad de mis sueños.