Eterno Retorno

Friday, August 15, 2025

El gran campeón de mis relecturas

 


Anoche me releí de hidalgo tres cuentos de Borges: El otro, Ulrica y El Congreso, terceto que abre El libro de arena. He estado leyendo los diálogos entre Borges y el profesor Osvaldo Ferrari en donde un Georgie ya anciano reflexiona con modestia absoluta sobre su propia obra:

-     “Si yo tuviera que elegir un libro entre los míos (no lo hago ya que no hay libros míos en esta casa), yo elegiría El libro de arena, pero me han dicho que El informe de Brodie es superior. La verdad es que yo no sé muy bien a qué volumen corresponde cada uno de los cuentos, pero me han dicho que El Congreso es mi mejor cuento, y creo que está en El informe de Brodie”.

 

-     No, está en El libro de arena, lo corrige Ferrari

 

-     Entonces mi predilección por El libro de arena se confirma

El diálogo me lleva de inmediato a la relectura y me deja por herencia algunas reflexiones.

La primera es el gran desapego de Borges con su propia obra. Le importa tan poco y le parece tan modesta, que ni siquiera tiene claro en qué libro aparece cada relato, pues confunde El informe de Brodie con El libro de arena entre los que hay cinco años de diferencia (aunque ciertamente la primera publicación de El Congreso fue de manera independiente)  

La segunda, es que la posteridad ha sido injusta con el Borges tardío. Siempre que se alude a los cuentos de Borges, todo se limita a El Aleph y Ficciones, escritos en los años cuarenta y considerados sus obras maestras. De hecho son los únicos dos que compila el volumen Borges esencial de la Real Academia de la Lengua y los que suelen aparecer siempre en antologías. No olvidemos que el Borges tardío es ya invidente y que su proceso de escritura apostaba todo a la memoria. Los cuentos de El libro de arena o Los poemas de Atlas y Los conjurados le fueron dictados a Roberto Alifano, Alberto Manguel y al final a María Kodama (el propio Alifano me narró cómo fue el dictado de Los conjurados)

De los tres cuentos que me releí anoche, mi favorito ha sido siempre El otro,  que narra el encuentro entre un Borges de 75 años que está sentado a la orilla del Charles River entre Cambridge y Boston y un Borges de 19 años que está sentado a la orilla del Lago de Ginebra. Tal vez porque el encuentro con el doble es mi fantasía recurrente desde que era niño o porque conozco uno de los escenarios (también yo caminé a la orilla del Charles River) pero ese diálogo siempre me ha parecido fantástico y ayer lo reconfirmé. No alcanzo a dimensionar en cambio la gran devoción que se tiene por El Congreso, para muchos el mejor de sus relatos tardíos y para el propio Borges su mejor cuento (según le confiesa a Osvaldo Ferrari). El Congreso tiene todos los elementos borgeanos: La utopía de la totalidad, un Congreso que represente a la humanidad entera, que hable un idioma universal y tenga una suerte de Biblioteca de  Alejandría (o de Babel) con todos los libros posibles.

Creo que algunos de los relatos más entrañables de Borges están en La memoria de Shakespeare, su último trabajo en prosa. El cuento Agosto 25, 1983, sigue con la temática de El otro, en donde el Borges maduro encuentra a un Borges anciano a punto de suicidarse. Ni hablar de La memoria de Shakespeare que podría leerse como una continuación de Funes el memorioso o los Tigres azules (ningún escritor se obsesionó tanto con estos felinos).

Tal vez sea un síntoma de mi envejecimiento, pero hace tiempo ya que me es más fácil engancharme y emocionarme con relecturas que con novedades editoriales. Soy un relector compulsivo. En ese sentido, el gran campeón de mis relecturas es Georgie, un autor al que de una forma u otra siempre estoy retornando y siempre me parece que lo estoy leyendo por primera vez.

 

 

Wednesday, August 13, 2025

Adiós Rodolfo Pataky

 



Con muchísima tristeza me acabo de enterar de la muerte de mi amigo Rodolfo Pataky. Hombre muy culto y gran conversador, fue un lector omnívoro y siempre curioso. De las pocas personas en el mundo con quien intercambiaba libros. De ascendencia húngara, tenía un extraordinario gusto literario y un gran conocimiento de autores del centro de Europa. Aún tengo libros suyos de Joseph Roth, de Sándor Márai y el epistolario entre Stefan Zweig y Hermann Hesse. Conviví muy de cerca con él cuando me invitó a colaborar escribiendo los perfiles biográficos del grupo de escultores que integran la colección privada de Chaljón en los viñedos de Ramona, California. El resultado fue un hermoso libro de arte con muy buena fotografía. Recuerdo que recorrimos caminos comarcales hasta llegar a ese improbable rancho, un secreto muy bien guardado de la California rural, donde las esculturas yacen entre las vides. Siempre crítico y agudo en temas políticos, jamás perdía el sentido del humor y el fino sarcasmo. Se le recuerda sobre todo por su gran labor como director del entonces naciente Centro Cultural Tijuana, al que consolidó como una institución mayor, con exposiciones y espectáculos de un nivel que nunca se habían visto en la ciudad. Rodolfo venía ya con experiencia trabajando en el Instituto Nacional de Bellas Artes y se notaba. Fue también impulsor del Museo del Trompo (ahí fue donde lo conocí siendo yo reportero de Frontera) y director del Fondo de Cultura Económica en San Diego. Hablábamos mucho vía digital y solía compartirme textos siempre interesantes. La última vez que platicamos me pidió algunos tips de viaje para Japón a donde se disponía a volar. Solo me queda enviar un fortísimo abrazo a su esposa Josefina y a su hija Karla. Adiós Rodolfo. Intuyo que esta noche ya navegas en algún Danubio astral.

Monday, August 11, 2025

Sound Wave




 Cuenta la leyenda que ya no cierro los bares ni hago tantos excesos y ello se debe primordialmente a que entre nosotros y los mentados bares se interpone una laaaarga carretera. Por ello fue una sensación muy extraña salir de casa un sábado en la noche bajo la redonda luna de agosto e irnos a pie a un bar que está literalmente a la vuelta de la esquina. Se llama el Sound Wave y acaba de abrir hace muy poquito. Es, al menos conceptualmente, un bar de vinilos con bocinas vintage, aunque nos quedamos con las ganas de escucharlas, pues ninguna estaba conectada. Un espacio acogedor con una espectacular vista al Pacífico y gente relajada y buena onda, pero que sin duda podría mejorar muchísimo. De entrada, lo que más me gusta de los bares de vinilos es poder echarle el ojo a toda la colección, pero la gran mayoría de los discos estaban en repisas tras la barra. También me habría encantado poder hacer sugerencias y decir ponme tal o cual disco. Lo más flojo de la experiencia fue sin duda la música, pues había un dj poniendo una suerte de house o trance insulso y adormilante, como música de elevador, consultorio o teléfono en espera. Es decir, música sin personalidad de chillout after. Los bares de vinilos me gustan para escuchar rock clásico. Inolvidable el bar Sturgis en Kanazawa donde Nita San se aventaba sus solos de guitarra a lo Blackmore o aquel bar en Shibuya donde el propietario de mil amores me puso AC/DC y Motörhead. Lo que a mí me gusta cuando voy a beber y a escuchar música es poner un rock rudo y ensordecedor que de preferencia me hable de la muerte y de Lucifer y como traigo tan pasional romance con Black Sabbath este verano, reniego de todo aquello que se aparte de su esencia. Vaya, asumo que no les puedo exigir que pongan Death metal sueco o Black noruego, pero carajo, un Rolling Stones, un Led Zeppelin o un AC/DC no se le niega a un humilde parroquiano. Pero bueno, fuera de la amodorrante música, el concepto del bar está chingón y si acceden a cambiar el house por rock, ahí me tendrán como cliente. En cualquier caso es una buena noticia tenerlo cerca.