Eterno Retorno

Thursday, May 23, 2024

FITO YEE, EL CHEF INNOVADOR


 

Yee Checkng tenía solo doce años cuando llegó a Mexicali, procedente de Cantón, China. Lo primero que llamó su atención, fue ver pintadas las bardas de la ciudad con un solo nombre: Adolfo López Mateos.

Era el año de 1958, en México estaban por celebrarse elecciones presidenciales y el nombre del candidato oficial del PRI se multiplicaba en todos los espacios públicos del país. Por si fuera poco, el Presidente de México se llamaba Adolfo Ruiz Cortines.

Siguiendo la costumbre de los migrantes chinos que al llegar a México adoptaban un nombre hispano, Yee Checkng no lo pensó dos veces a la hora de elegir el suyo: se llamaría Adolfo, como el presidente en funciones y como el candidato y futuro primer mandatario. El recién llegado se hizo llamar Adolfo, pero a partir de ese día todos los llamarían Fito. Fito Yee.

Yee nació en Cantón en 1946, cuando la revolución comunista de Mao Tse Tung se hacía cada vez más fuerte y arrinconaba al gobierno del Partido Nacionalista. Hijo de un agricultor y una partera, creció con no pocas carencias económicas

China había quedado devastada tras la guerra contra el Imperio de Japón y en 1949, cuando el pequeño Yee tenía solo tres años

de edad, los rojos de Mao tomaron el poder e impusieron su ley a sangre y fuego.

El padre de Yee y una de sus hermanas fueron asesinados en la guerra civil. Aterrorizada ante la idea de que su hijo pudiera correr la misma suerte, la madre consiguió el dinero y se las arregló para subir a su hijo a un avión que lo llevaría rumbo a los Estados Unidos. Lo acompañaba su amigo Po a quien apodaban El Payaso, por su enorme nariz.

En Mexicali lo aguardaba su tío Simón Yee quien habitaba en la Chinesca con su esposa sinaloense Rosario Sánchez y con sus hijas Chayo, Carmen y Anita.

Recién llegado, Fito Yee empezó a trabajar en el café Santa Ana, pero poco después encontró trabajo como garrotero en el restaurante más famoso y popular de Mexicali: el célebre 19.

Trabajando para Fernando Ma, Fito hizo de todo en larguísimas e inacabables jornadas: lavaba platos, fregaba pisos, recogía las mesas y llevaba mandados.

Pero Fito no solamente se limitaba a trabajar en el restaurante, sino que se las arreglaba para armar sus pequeños negocitos. Solía ir al mercado Escamilla a comprar naranjas que después bañaba en chile y vendía a cinco centavos en la escuela Leona Vicario, donde estudiaba la secundaria. También vendía dulces y zanahoria rayada.

Una mañana cualquiera, estando en el restaurante, su patrón Fernando Ma le pidió que lo ayudara con la masa de los noodles y descubrió que Fito tenía muy buena mano para amasar las bolitas.

Desde entonces se quedó como responsable de amasar y freír los noodles y de esta manera fue entrando en contacto con la cocina y demostrando su atípica creatividad, haciendo esculturas con la comida.

Con las zanahorias se las arreglaba para formar dragones y con los tomates formaba un ave.

Su creatividad era infinita y también su buen humor. La gente recuerda a un jovencito de sonrisa fácil que contaba chistes a la menor provocación mientras repartía noodles en bicicleta por las calles del centro mexicalense.

En esos recorridos conoció muchísima gente e hizo amigos en muy diversos frentes.

Además del célebre restaurante 19, trabajó también en el Shagri La donde conoció al cocinero chino Canuto Lím Díaz con quien proyectó su primera gran aventura como emprendedor: el restaurante Siglo XX.

Ante el éxito del restaurante Siglo XX, decide emprender un proyecto aún más ambicioso: el restaurante Pekín en la Avenida Justo Sierra, el más grande restaurante chino de su tiempo y el primero importante en instalarse fuera del primer cuadro.

Su Chop Suey estilo californiano empezó a dar de qué hablar. Aceite de ajonjolí, semillas de chile seco, diente de ajo y jengibre picado, eran la cama saborizante del pollo o la res acompañados por varas de apio, zanahorias y germinado de soya.

Aquello no era la comida china tradicional. Era la comida china mexicalense y Fito Yee su indiscutible padrino culinario.

Cuando mejor le estaba yendo al restaurante Pekín, un desafortunado incendio lo redujo a cenizas.

El ánimo no decayó y Fito Yee emprendió el tercero de sus emprendimientos: el Dragón.

Con el Dragón inicia la expansión del imperio de Fito Yee a las ciudades de Tecate y Tijuana, donde abre sucursales y sería el antecedente del que sería el mayor y más recordado de sus proyectos.

El restaurante Misión Dragón fundado en 1984 fue una obra faraónica, el más majestuoso de los restaurantes que había conocido la ciudad de Mexicali hasta entonces.

Los comensales entraban al Misión Dragón pasando por un descomunal jardín y cruzando un puente que estaba sobre un río artificial en donde nadaban las tortugas, mientras pavorreales y faisanes se desplazaban entre plantas exóticas.

El lugar contaba con elegantes salones con grandes candelabros y cortinas rojas. Además de los comedores, había salas privadas que podían rentarse para eventos.

Fue en la cocina del Misión Dragón donde nacieron accidentalmente los chiles güeros fritos. Fito tiró por accidente un plato de chiles crudos a un sartén con aceite hirviendo y de pronto notó que algo olía muy bien y que el chile frito sabía de maravilla. Los sirvió así a sus comensales y el platillo se convirtió en un éxito.

La fama del Misión Dragón pronto trascendió más allá de Baja California y se empezó a hablar de él en todo México.

Artistas y políticos visitaban regularmente el restaurante, que se transformó en la parada obligada para quienes visitaban Mexicali.

“Varias veces fue Antonio Aguilar con sus hijos que estaba chiquitos y alguna vez Pepe Aguilar, siendo adolescente, se puso a cantar”, narra Susana Yee, hija de Fito.

“Verónica Castro fue buena amiga de mi papá y varias veces fue al restaurante. Por ahí también estuvieron Lupita Dalessio, Vicente Fernández, Gloria Trevi, Yuri”, expresa Susana. “Una vez cocinó una comida especial para Juan Gabriel y le encantó”.

Un domingo en la noche, Fito Yee hizo el corte de caja y por primera vez contó más de un millón de pesos de ganancias en un solo día.

Fito Yee cultivaba sus amistades y disfrutaba la convivencia en camaradería. Además de su socio Canuto, su grupo de amigos inseparables estaba conformado por Sóstenes y Daniel Mohedano, Beto y Octavio Díaz, Pepito Legi, Ritchie Ochoa. Raymundo Jiménez, Jaime Díaz Ochoa y el Pato Lucas, entre otros muchos.

Militante del Partido Revolucionario Institucional, Fito Yee hizo muchos amigos en el mundo de la política y pronto su fama llegó a Los Pinos, donde el Presidente José López Portillo se enamoró de sus platillos, al grado que mandaba traerlos a Mexicali.

Más de una vez Fito Yee fue llevado a Los Pinos para cocinar en cenas presidenciales, incluido un gran banquete en Campo Marte siendo presidente Carlos Salinas de Gortari.

“Fue el primero en proyectar la comida china mexicalense nacional e internacionalmente a partir de los años setenta, fue el que le dio la fama, el que la puso de moda” , afirma Rubén Chen, delegado del Centro Histórico.

“A todo mundo le decía que la comida china de Mexicali era la mejor del mundo, porque era una cocina fusión que absorbía lo mejor de la gastronomía china y mexicalense” sostiene Susana Yee, hija menor de Fito.

Como presidente del Comité de Turismo y Convenciones a principios de los 90, promovió el hermanamiento con la ciudad de Nanjing.

Para la ceremonia de hermanamiento, fue traída desde China la célebre Pagoda colocada en Avenida Madero y Calle Melgar en 1995.

Entre los mayores admiradores de su cocina estuvo siempre el empresario Jorge Hank Rhon, quien además se convertiría en uno de sus mejores amigos

En ocasiones especiales como su cumpleaños, el 28 de enero, Jorge Hank solía hacerle encargos muy especiales a Fito Yee que lograba platos deliciosos usando como materia prima los animales exóticos que tanto gustaban al Ingeniero.

“Yo me acuerdo muy bien cuando le hizo un caldo de penes de ganso que le encargó el Ingeniero. También cuando le pidió que le cocina la sopa de tigre. Le quitaron la piel al tigre, parejito. El cráneo del tigre le sirvió para hacerle el caldo, hirvió los huesos por horas. También hacían jamón serrano de oso en ocasiones especiales como el cumpleaños del Ingeniero”.

Aunque podía cocinar los caldos más atípicos y exóticos imaginables, su comida preferida era de lo más sencilla, pues amaba el caldo de res sobre todas las cosas.

“Comía muy sencillo, comida de paisano y lo que más le gustaba, no le va a creer, era el caldito de res con sus tortillas”, narra Susana Yee.

Misión Dragón tuvo que cerrar sus puertas en el 2001. El espacio después fue comprado por Jorge Hank Rhon que soñó con convertirlo en Casa de Gobierno de haber ganado las elecciones de 2007.

En junio de 1999, un grupo de más de 200 migrantes indocumentados chinos fueron retenidos por más de dos meses en el Auditorio Municipal de Tijuana antes de ser deportados a Pekín.

Durante esos más de 60 días, Fito Yee se ofreció para apoyarlos llevándoles comida todos los días, además de ropa y cobijas. Como ese, tuvo muchísimos gestos altruistas con la comunidad china o mexicana.

Para entonces Fito Yee era una celebridad. Sus inversiones se seguían multiplicando por todo el estado, pero su salud empezó a mermar en el Siglo XXI.

Estando ya muy enfermo y sin apenas movilidad, Fito Yee tuvo fuerzas para salir a votar el 1 julio de 2012. Por la noche alcanzó a celebrar el triunfo de su candidato, el priista Enrique Peña Nieto. Fue su última alegría.

Todavía tuvo tiempo de hablar con sus amigos Juan Lee y el Richy Ochoa. Les dijo que estaba contento y listo para decir adiós.

Finalmente, el 6 de julio se despidió del mundo dejando por herencia un estilo culinario único que sigue embrujando paladares y convirtió a Mexicali en la capital de la comida china en América.

Monday, May 20, 2024

TSONDOKU




 Me ocurre (me apena confesarlo) con muchos de los libros que me dan a leer porque los voy a presentar, evaluar o prologar. Me sucede por designio casi fatal cuando un colega me dice muy emocionado “te voy a dar a leer la novela que estoy escribiendo para que me des tus impresiones y me digas qué te parece”. Mmm. Un brutalmente honesto consejo: no lo haga compa. Hay un 92% de probabilidades de que no lea tu novela. Le peor es que no sé decir no y siempre les digo “mándamela con confianza colega” y les juro que a menudo tengo la sincera intención de leerla, pero por alguna razón no me doy el tiempo y su lectura se posterga hasta el infinito. Con las novelas es más difícil, porque al no ser susceptibles de ser leídas en desorden, cuando alguna se empantana simplemente se queda en vía muerta como un vagón abandonado, pero a veces transcurren uno o dos meses antes de que reconozca oficialmente que ya no me interesa continuar. En contraparte, me sucede muy a menudo que abro un libro que ya leí completo en el pasado y de repente, sin saber cómo, lo vuelvo a leer con emoción de la primera a la última página. La relectura fluye de maravilla, a veces mucho mejor que la primera lectura. Podría creer que los mejores libros que me tocaba leer en esta vida ya los leí, pero eso es una falacia. Siempre me topo con algún libro extraordinario capaz de volarme la cabeza. Ese es el gusanito que mantiene vivo y latente el Tsundoku y por eso vuelvo a caer en tentación, porque sé que en una pepena de siete u ocho libros habrá por lo menos uno que me hará volar alto.