Eterno Retorno

Tuesday, September 08, 2020

Soles rojos de septiembre

 

Septiembre irrumpe con sus soles rojos y su lluvia de cenizas, con una devastadora colitis y la incierta caza de un botín de 4 mil euros que navega a la deriva en algún lugar del Cantábrico. Tripa y entraña en rebelión,  la gran conjura intestinal decidida a masacrar domingos, anticipando el Armagedón de una muerte burocrática, patéticamente lenta y degenerativa. Mal negocio cuando el cuerpo usurpa los temas de conversación.  Mientras el informe del interior arroja catástrofes, yo me limito a dormir en exceso y a jugar al justo juez en los raros momentos  en que despierto y me doy a la tarea de leer cuentos  paceños solo para incluir que un imitador de la marrana prieta es el único capaz de arrojar alguna dosis de malicia narrativa en esta furtiva cacería.   La vida de los pepenadores suele ser así. Vamos por liebres y por bisontes y correteamos la chuleta de maneras poco ortodoxas.

 

Procesos creativos en puerta

 


Monday, September 07, 2020

El Ñato en la ruta

 

El impacto tiene una doble intensidad  cuando un mastodonte de fierro como un tráiler impacta a un vehículo pequeñito. Para el chofer del tráiler es apenas una sacudida, algo no muy distinto de lo que se siente impactar a un perro. Para los tripulantes del Renault, en cambio, aquello es el Apocalipsis. Es muy posible que el chofer haya tenido una fracción de segundo para alcanzar a ver al Renault y haya alcanzado a meter el freno cuando el impacto era ya inminente. Acaso logró amortiguar un poco el golpe pero no evadir el choque. Hay un latigazo de adrenalina que sin duda sacude a todos los choferes de maquinaria pesada cuando han impactado a un vehículo menor. El chofer no está herido, ni golpeado, pero está viviendo uno de los peores momentos de su vida en el instante en que ve el frente del Renault destrozado. “Mierda, la pucha, la puta que los parió”, pudieron ser sus expresiones. “Ya me cargó la chingada”, habría pronunciado de haber sido un chofer mexicano. Lo peor es que en el asiento del conductor del carrito destrozado hay un anciano que está inconsciente. ¿Está muerto? Para cualquier abuelo del mundo debe ser difícil sobrevivir al impacto de un tráiler.  Hay también un par de mujeres que lloran a grito pelado. En un primer momento el chofer maldice, mienta madres  y afirma para sus adentros que no se debe permitir conducir a los ancianos, sin reparar en que él mismo ya no es un joven. Maldice su suerte y se resigna a la cruz de lo inevitable en el primer accidente de su carrera al volante. En ese preciso momento Víctor o Walter Hugo ignora que su víctima tiene licencia de instructor de manejo y que hasta hace muy poco tiempo se ganaba la vida enseñando a conducir, pues fue dando clases a bordo de un auto-escuela como conoció a su esposa, 46 años más joven que él, quien viaja en el automóvil y está herida. El chofer también ignora que ese anciano que yace sobre el tablero del humilde Renault, llegó a peinar carreteras italianas conduciendo un Ferrari a velocidades muy superiores a las permitidas en cualquier parte del mundo. En ese momento tampoco sabe que el accidente provocado por él dará la vuelta al mundo, pero no como titular de sucesos policiales, sino de las secciones deportivas. El  chofer no sabe que acaba de impactar a una leyenda, al último sobreviviente de una gesta heroica elevada a la categoría de mito. Víctor o Walter Hugo no sabe que ese anciano, quien se debate entre la vida y la muerte,  se llama Alcides. Alcides Edgardo  “El Ñato”  Ghiggia.

Sunday, September 06, 2020

¿Quieres hacer reír a tu dios?

 

 ¿Quieres hacer reír a tu dios? Entonces cuéntale tus planes. Tú puedes elaborar una perfecta ruta de navegación para tu existencia, pero en los mares más calmos también suelen brotar monstruos. Muy a menudo la apoteosis o la hecatombe dependen de una mínima variable que puede cambiar de golpe y porrazo el rumbo de una vida. Tres segundos de más o de menos, un giro equivocado, un cruce de miradas pueden definir un destino. De entrada todos nosotros somos hijos de la aleatoriedad y no de la planeación. Aunque tu concepción haya sido planeada por tus padres, la loca carrera de los espermatozoides te echa en cara lo aleatorio de tu condición, o al menos hasta donde entiendo no hay ganadores predeterminados en esas lides. Ello por no hablar de que la mayoría de los embarazos no suelen ser planeados. Somos hijos del accidente obsesionados en tener control de nuestra vida, pero la vereda existencial suele bifurcar en laberintos en donde además de la suerte influyen las circunstancias. Una época y un lugar determinado tuercen, sepultan o encumbran una carrera. Los creyentes en la omnipotencia de un destino irrenunciable trazado por dioses caprichosos, dirán que nada podemos hacer para escapar a ese minuto de fortuna o desgracia Hay una voluntad superior que así lo ha definido y nosotros, pobres juguetes de la deidad, debemos resignarnos y someternos a sus designios. En cambio, los defensores de la aleatoriedad dirán que todo es posible en el caos y que si a caprichos vamos, ningún dios iguala a las leyes de la improbabilidad y sus azarosas combinaciones. Por supuesto, los promotores de la cultura del esfuerzo y la superación dirán que todo en la vida es consecuencia de lo que se hace o deja de hacer. La perseverancia, la tenacidad y la paciencia obtienen su recompensa tras años de abnegación, de la misma forma que la irresponsabilidad, la desidia y el vicio prolongado acaban por cobrar factura irreversible.

Esos mantras suelen ser efectivos en manuales de superación personal. La realidad es que somos hijos del caos, no del orden y casi todo lo que es trascendente o digno de recordarse, ocurre en instantes de lo más fugaces. Todos nosotros somos producto del non plus ultra de lo improbable y aleatorio. Dejemos los debates teológicos para después: la primera gran lotería de nuestra vida es nuestro origen.

 

El truco del oficio