Eterno Retorno

Tuesday, December 22, 2020

Beber de hidalgo la Concachafa


 Nunca imaginé que esta copita supiera tan bien. Hace falta sufrirla en serio para saborearla y beberla de hidalgo. Hay partidos de puño cerrado y cuchillo cebollero en donde no se regala un milímetro. Hoy compruebo una vez más que Tigres y yo siempre vamos de la mano. Yo tenía también mi copa maldita que históricamente perdía y por fin se me hizo ganarla en 2020. Ahora el Felino de San Nicolás fue a rugir a Magic Kingdom... y vaya rugido. Lo siento angelinos, pero su guionista de Hollywood les falló con el final feliz a la gringa. Ahora sí: Habemus Mundial de Clubes. Puedes empezar a rezar Bayercito Múnich, porque te van a despellejar a zarpazos. Ya te cayó la Mazacuata de Nuevo León. ¡Arribaaa los Tigueeereeesss!!!

 

Pero claro, esta historia viene de lejos: era el 26 de febrero de 2020 y el mundo aún fingía girar. Alianza de San Salvador estaba a segundos de eliminar a Tigres cuando al minuto 94 Nahuel Guzmán desafió a la gravedad,  a la lógica  y a la cordura y con tremendo cabezazo mandó el balón al fondo del arco de Rectoría. Vino después el viaje a Nueva York en el que tantos regios se infectaron del recién llegado virus chino y entonces la vida entera se puso en puntos suspensivos. Diez meses después el maleficio se rompe. La copa embrujada al fin se va a San Nicolás y Tigres rumbo a Qatar. Agárrense ahora sí mis bávaros cerveceros,  aunque si de pedir deseos se trata, me gustaría vengarme de las gallinas rioplatenses de Núñez (si es que ganan la Liber, que lo dudo). Por lo pronto, estas copas se beben de hidalgo. Salud hoy y siempre.

Pd- Y sí, esta copa sí vale, sí cuenta, sí se disfruta, sí se grita,  pero escuchen bien guadalupanitos con rayas: nada,  absolutamente nada,  iguala ni eclipsa al 10 de diciembre de 2017. Digo, por si estaban con el pendiente.

 

Nunca imaginé que esta copita supiera tan bien. Hace falta sufrirla en serio para saborearla y beberla de hidalgo. Hay partidos de puño cerrado y cuchillo cebollero en donde no se regala un milímetro. Hoy compruebo una vez más que Tigres y yo siempre vamos de la mano. Yo tenía también mi copa maldita que históricamente perdía y por fin se me hizo ganarla en 2020. Ahora el Felino de San Nicolás fue a rugir a Magic Kingdom... y vaya rugido. Lo siento angelinos, pero su guionista de Hollywood les falló con el final feliz a la gringa. Ahora sí: Habemus Mundial de Clubes. Puedes empezar a rezar Bayercito Múnich, porque te van a despellejar a zarpazos. Ya te cayó la Mazacuata de Nuevo León. ¡Arribaaa los Tigueeereeesss!!!

 

Pero claro, esta historia viene de lejos: era el 26 de febrero de 2020 y el mundo aún fingía girar. Alianza de San Salvador estaba a segundos de eliminar a Tigres cuando al minuto 94 Nahuel Guzmán desafió a la gravedad,  a la lógica  y a la cordura y con tremendo cabezazo mandó el balón al fondo del arco de Rectoría. Vino después el viaje a Nueva York en el que tantos regios se infectaron del recién llegado virus chino y entonces la vida entera se puso en puntos suspensivos. Diez meses después el maleficio se rompe. La copa embrujada al fin se va a San Nicolás y Tigres rumbo a Qatar. Agárrense ahora sí mis bávaros cerveceros,  aunque si de pedir deseos se trata, me gustaría vengarme de las gallinas rioplatenses de Núñez (si es que ganan la Liber, que lo dudo). Por lo pronto, estas copas se beben de hidalgo. Salud hoy y siempre.

Pd- Y sí, esta copa sí vale, sí cuenta, sí se disfruta, sí se grita,  pero escuchen bien guadalupanitos con rayas: nada,  absolutamente nada,  iguala ni eclipsa al 10 de diciembre de 2017. Digo, por si estaban con el pendiente.

 

Diciembre de sombras largas

 



Anoche, infinitos  ojos buscaban en el cielo oscuro la atípica conjunción de Júpiter y Saturno. Acaso en el fondo albergamos la esperanza de que semejante alineación astral en el solsticio de invierno pueda traer consigo un buen presagio, un cambio de rumbo o el cruce de un umbral. En cualquier caso, los humanos solemos buscar respuestas en los astros. Cometas, eclipses o conjunciones como heraldos de cataclismos, renacimientos o nuevas eras. Deseamos una estrella de Belén señalando el camino hacia alguna parte o anunciando la llegada de algún enviado del cielo capaz de redimir este infierno pandémico. Por ahora seguimos esperando.  

No recuerdo una Navidad de cielos tan claros en Tijuana. La condición Santa Ana, atípica a estas alturas de diciembre, ha despejado los horizontes y el azul del cielo es de una desnudez que hiere.  Como ráfaga de otoñal viento se nos está yendo este mes de sombras largas y cielos yermos. De las neblinas fantasmales de los primeros días de noviembre pasamos a los azulísimos cielos que ya no contemplan los miles que la enfermedad se ha llevado.

 Tiempo de obituarios y condolencias como ritual de vida diaria y de mirar la propia vida como vela en medio de la tormenta. El círculo de la epidemia se va estrechando. Hoy todos tenemos algún familiar enfermo. Largas filas se congregan en torno a los bancos y los supermercados. Aunque el miedo en teoría repta en cada esquina, la calle no conoce un minuto de calma. Mientras Baja California retorna  al rojo del semáforo (del que acaso no salimos nunca) y el arresto domiciliario se prolonga indefinidamente, la única conclusión posible es que en su aparente inmovilidad, el  año  se consumió como arena en puño dentro de un zoom con complejo de eternidad. Diciembre es un soplo y por herencia nos quedará tantísimo atardecer derramado.

En estos días la nostalgia por la costumbre pide nubes, un frío acogedor y hasta algo de lluvia, pero parece ser que en 2020 todo absolutamente está destinado ser  atípico. La claridad de los días es inversamente proporcional a los augurios de cara al futuro mediano e inmediato en donde casi todo pinta difuso u oscuro. La multiplicación de los enfermos, la saturación absoluta de los hospitales y la inquietante noticia en torno a la mutación de la cepa en el más agresivo Covid-20, no nos permiten ser demasiado optimistas, aunque queda la esperanza de que las vacunas empiecen a tener efectos positivos a la brevedad. A alguna velita encendida debemos aferrarnos.

Dos aves rapaces sobrevuelan el parque al mediodía. Giran en círculos planeando bajo. Gavilanes de Cooper o acaso aguilillas cola roja en busca de los múltiples conejos o ardillas que pueblan el monte. Hay tantísimos mundos paralelos coexistiendo en nuestro microcosmos, infinitos ojos observándote mientras caminas por las calles que crees conocer de memoria. Cuando el entorno se torna incomprensible, entonces trato de imaginarlo contemplado por ojos externos, un gran escenario en donde todos somos actores e intérpretes. Cada uno es el público de otro y hoy nos toca mirarnos celebrar la Navidad más extraña y solitaria de nuestras vidas.

Monday, December 21, 2020

La noche interminable

 

 

Tuve una relación compleja con este libro. Nuestra parte de noche me atrapaba y me rechazaba con igual intensidad. Como compañero de viaje fue intermitente, pero siempre estuvo ahí, a lo largo de casi todo el 2020. Lo pepené después de una larguísima caminata en la CDMX a finales de febrero y lo comencé a leer en los lluviosos primeros días del confinamiento que entonces llamábamos cuarentena. Me costó entrar en su atmósfera. Aquello era como esos densos sueños de febrícula en donde trataba de caminar con pies de plomo sin apenas avanzar. Me oprimía la incomprensible y por momentos cruel relación del misterioso Juan con su pequeño Gaspar, una suerte de mórbido Remi. Era como si el libro y yo no nos aceptáramos. He sido un aferrado lector de los cuentos de Mariana Enríquez, pero su fase como novelista de larguísimo aliento me costó. El implícito pacto lector-autor estaba tardando en consumarse. Al irrumpir las primeras manifestaciones concretas del horror (la invocación y aparición de un demonio en el cementerio o el primer ritual de la Orden) me quedé con actitud de “no te creo”. Prefería vivir el terror como una intuición o una sospecha y no como una encarnación. La idea de la luz negra mutilando brazos rayaba por momentos en lo kitsch, una sensación como de Santo contra las momias de Guanajuato. Abandoné el libro cuando aún no llegaba a las 200 páginas. Lo dejé reposar un par de meses y después volví, en la mitad del verano. Sucedió entonces que el libro me atrapó e incluso empezó a meterse a mis sueños (soñé con el túnel de los mutilados que pasa por debajo de la mansión de Puerto Reyes). La lectura se tornaba alucinante, aunque por momentos yo acabara agotado, tal como acababa el médium Juan Peterson después de sus sesiones con la Oscuridad. Entonces dejaba el libro unas cuantas semanas y me entregaba a otras lecturas más ligeras. Vaya, en medio de este Apocalipsis zombie mis sentidos pedían más ironía y menos angustias (tal vez por eso disfruté tanto Poeta chileno, de Zambra). Mientras avanzaba en forma intermitente en Nuestra parte de noche, leí muchos otros libros que terminaba en dos sentadas, mientras la novela de Mariana aguardaba siempre al acecho en el buró. Disfruté la parte del Londres psicodélico, las correrías del Gaspar adolescente, los múltiples guiños a las típicas obsesiones de Mariana (andróginos poetas suicidas, textos ocultos, cementerios). De pronto el libro era como un disco de Mercyful Fate o de Type O Negative (mi representación visual de Juan era la imagen de Peter Steele, el gigantón con cara de muerto que cantaba en esa banda). Al final llegué a la página 667 con la sensación de haber atravesado un laberinto de túneles. No cualquiera tiene el fuelle para escribir una novela así. Se requiere condición física y emocional para mantenerle el pulso y la autora casi siempre logra sostenerla. No olvidaré fácilmente este libro, pero aun así prefiero a la Mariana cuentista. Left Hand Path forever.