Es difícil saber qué hubiera sido de Argemiro si no le hubieran matado a su padre, me dijo el bibliotecario. Rebelde fue desde chiquito, pero después de la muerte de Celso se volvió un burro sin mecate. Ya a los 16 años tomaba bastante. A los 17 de escapó de casa. Desapareció del pueblo por unos dos años. Según decían se había ido a vivir a una comuna en el desierto de Arizona. Él contaba muchas cosas, todas contrastantes. A algunos les dijo que había estado viviendo con los indios navajos. A otros les contó que se había ido de polizonte en un barco hasta Europa. También hablaba de liturgias de ácido y peyote en una comuna nudista del desierto. Algo debe haberse tomado en esos años que le acabó de volar la cabeza. Regresó barbudo y tostado a Nacozari. Cuando entró por la puerta de la biblioteca fue imposible reconocerlo, me dijo Trinidad. Parecía un Robinson Crusoe. Poco después se fue a Hermosillo. Terminó la prepa en una escuela nocturna, desempeñó algunos oficios y a los 21 años consiguió entrar a trabajar como reportero al periódico El Imparcial. Apenas tenía la prepa terminada, pero en el examen de selección demostró que en ortografía y redacción estaba por encima del resto. Contra la costumbre del elitista diario lo admitieron sin título universitario. Argemiro se cortó el pelo, se puso una corbatita y empezó a reportear. Aunque el manual de estilo del periódico era de lo más estricto, Argemiro se permitía cerrar sus notas con alguna rima que su editor irremediablemente le censuraba. Un día el director descubrió los textos censurados de Argemiro y tuvo la idea de crear la primera columna de chascarrillo político escrita en verso. No hubo funcionario sonorense que se salvara de las rimas soeces de Argemiro. Ese fue sin duda el mejor momento de su vida. La columna se volvió un éxito. Era como Francisco de Quevedo burlándose de la corte de Felipe IV. Para los lectores de El Imparcial aquello era algo totalmente nuevo. Su único parámetro para una escritura semejante eran las calaveras del Día de Muertos, pero ahora tenían una columna en verso todos los días de la que ningún funcionario se pudo escapar. Lo increíble era la velocidad a la que Argemiro escribía, pues además de hacer sus cuatro notas informativas del día, sujetas al manual de estilo del periódico, se daba el tiempo para escribir la columna rimada en donde daba rienda suelta a su creatividad.
Al principio Argemiro se limitó a las cuestiones eminentemente políticas para elaborar sus rimas. Sabía o intuía que existía una línea que no debía traspasar. Pero en Argemiro el deseo de transgresión siempre pudo más y sus columnas empezaron a incluir asuntos de políticos captados infraganti en borracheras prostibularias. Los comentarios molestaron y levantaron ámpula. Una cosa era la esfera pública y otra muy diferente la vida de los funcionarios. El problema fue que Argemiro no se limitó a hacer versos sobre borracheras. Un día se enteró de muy buena fuente de las infidelidades matrimoniales de la esposa del alcalde y no pudo resistirse a dedicarle unos versos. Aquello fue el acabose. Gritos, llamadas del alcalde a la oficina del dueño del periódico y lo que fue peor: la amenaza del retiro de la publicidad oficial del Ayuntamiento si no les entregaban la cabeza de ese soez reportero. En México no hay obrero de la información que sobreviva a la cancelación de una cuenta publicitaria y Argemiro no fue la excepción. Cuando los dueños del periódico vieron que la amenaza de cancelar la cuenta del gobierno municipal iba en serio, optaron por la más sencilla y económica de las soluciones, consistente en pedirle una disculpa al cornudo alcalde y darle una patada en el culo a Argemiro. La primera de muchísimas patadas que recibiría a lo largo de su vida, aunque sin duda la más dolorosa, pues nunca se recuperó. A partir de ese momento Argemiro inició una ruta descendente, bajando peldaños en diarios de circulación miserable, revistas de corta vida y pasquines de ocasión. A los 26 años Argemiro había comenzado el decadente resto de su vida.