Contemplar Corea del Norte desde la comodidad del palco de nuestro mundo libre. Observar al gran monstruo de la geopolítica global sin temor a ser mordido. Ver a la distancia al gemelo malvado de la península coreana.
Ahí está frente a nuestros ojos la gran anomalía, pero lo que vemos son solo colinas verdes y algunas estructuras arquitectónicas cuadradas.
Vaya paradoja: una de las fronteras más tensas y hostiles del mundo es al mismo tiempo una atracción turística. Cientos de visitantes vienen todos los días a fotografiarse en la gran llaga supurante que dejó por herencia la guerra fría. ¿Me sorprende? En absoluto. Vivo en una frontera y me he acostumbrado a que el lugar de mi ciudad en donde se toman más fotos al día, es donde una horrible barda oxidada se interna en un mar contaminado cercenando las américas.
Claro, me dirán que la frontera intercoreana no la cruza nadie, que están condenados a verse sin tocarse, pero también en Tijuana hay miles de personas que solo pueden ver Estados Unidos desde la barda sin tener esperanzas de pisarlo jamás. Cientos mueren en el intento. También hay no pocos estadounidenses que solo contemplan Tijuana sin atreverse a visitarla, pues para ellos el sur de la frontera es salvaje, sucio y peligroso. Cierto, debe ser duro vivir en una frontera donde un dictador megalómano y ególatra se divierte mandando globos radioactivos, pero a la hora de las sumas y restas, la conclusión es que actualmente muere más gente en la frontera México-Estados Unidos que en la frontera de las dos coreas. Por cierto, ambas fronteras compartimos nuestra pasión por los túneles.
Recorremos la zona desmilitarizada intercoreas y mil reflexiones nos asaltan. Lo primero que pienso es en las máscaras de Jano o los siameses del Bonded by Blood. La ultra sofisticada y hipercapitalista Corea suriana tiene un siamés mórbido, el espejo demoniaco. El Norte es el horror del Gulag encarnado en el stalinismo kitch de un dictador rechoncho. Opresión, miedo, hostilidad, pero aquí en el paraíso neoliberal la orgía materialista hace sus maldades. En una sociedad obsesivamente competitiva como la surcoreana, quedar fuera de los estándares de riqueza y belleza se traduce en suicidio.
Detrás de la ñoña frivolidad del K Pop y la infancia perpetuada en la naif moda kawaii se oculta una nación de suicidas estresados y deprimidos. Keep on rocking in the free world.
Y sí, no lo niego: me causa bastante conflicto, por no hablar de franco asco, ver que la mayor y más venerada estatúa de la Zona Desmilitarizada, es la de Harry S. Truman.
Perdónenme coreanos, tal vez ustedes lo ven como un libertador, pero para mí Truman es y será por la eternidad el carnicero de Hiroshima y Nagasaki.
Hace un año estuvimos en Hiroshima y ver esa estatua en Corea me revuelve el estómago. Tal vez los haya salvado del infierno comunista, pero para mí Truman será siempre un genocida. También hay un monumento a las mujeres coreanas que fueron sometidas como esclavas sexuales durante la invasión japonesa y el guía surcoreano se esmera en aclarar que Japón nunca pidió perdón por semejantes atrocidades. No, Japón y Corea no se quieren y eso ya me ha quedado clarísimo
En fin, estas son las reflexiones de un ciudadano de la frontera más transitada visitando la frontera más tensa.
La frontera es pathos y karma, delirio esquizoide, bipolaridad bajo palabra.