Estando aquí no estoy
Durante años fui reacio a las video-llamadas,
juntas o presentaciones virtuales. Cuando
alguien me proponía un enlace vía FaceLive
o dar una charla por Skype me negaba de
antemano. Mi argumento solía ser que me era imposible concentrarme en el tema a
tratar, pues a menudo uno estaba más pendiente de detalles técnicos que de la exposición. Pues bien, ese rechazo sistémico a los enlaces
virtuales se me ha quitado a la fuerza y hoy el Zoom y el Google Classroom se han
convertido en parte de nuestra vida diaria, al grado de que ya no podríamos
concebirla sin esas herramientas. A la fecha he perdido la cuenta de las
charlas, talleres, entrevistas, mesas redondas y juntas que he celebrado sin
salir del pequeño cuarto que a medias tengo habilitado como estudio. Ello por
no hablar de la vida de Iker, que de lunes a viernes pasa toda la mañana
en clases virtuales. A usted ti estás leyendo este texto, puedo apostarte doble contra sencillo a que este año te ha
tocado integrar muchas veces una sala virtual. Más bien lo extraño en este 2020
es lo presencial. Todo aquello que antes nos congregaba hoy se hace a través de
una pantalla. La nueva modalidad tiene su lado cómodo. Después de todo, muchos
de los dolores e inconvenientes que trae
consigo la vida diaria se derivan del
proceso de trasladarnos de una parte a otra para hacer presencia. Los corajes
por el tráfico lento, los percances viales, el gasto de gasolina, el desgaste
de los vehículos, el quedar varado en un aeropuerto o tener un vuelo lleno de
sobresaltos es algo con lo que no he
tenido que batallar este año. Por ejemplo, este 2020 he hecho presentaciones
librescas para las ferias de Ecuador, Venezuela, Nueva York y no pocas
entidades mexicanas, todas ellas sin
necesidad de salir de este cuarto, siempre con los pies descalzos, a menudo en
shorts y no pocas veces con un vaso de whisky. Una visión comodina, podría
llevarme a afirmar que dar la plática vía Zoom me permitió ahorrarme el
desgaste que todo viaje implica y que al final hice lo mismo sin necesidad de
cruzar la puerta de casa. Sin embargo, si me hubiera sido dado elegir, habría
preferido por mucho ir a esos destinos y hablar de frente con personas a las
que saludaría de mano y con quienes compartiría libros, sin importar todo lo
cansado que el viaje pudiera resultarme. Aún en aquellos casos en que he tenido
contratiempos o malas experiencias, cada viaje emprendido relacionado con la
literatura me ha dejado un grato legado y de cada uno conservo algún buen
recuerdo. En cambio, con el maratón de eventos virtuales que he sostenido en el
2020 me sucede que apenas me quedan memorias y a menudo confundo uno con otro.
Vaya, no importa si el evento lo organiza Chihuahua, Venezuela, Monterrey o
Nueva York, pues al final siempre me queda la sensación de que todo es
exactamente igual y de que mi participación no es del todo real. Al final de
cuentas soy yo sentado en la misma silla hablando a través de la misma
computadora. La mejor forma para sintetizarlo, es el título de una canción del
grupo Santa Sabina: Estando aquí no estoy.