Todo apesta a profecía, a negros heraldos, a certeza del fin. Tal vez un Starbucks en San Pedro Garza García un jueves a las 18:00 no sea el sitio ideal para intuir el Apocalipsis. Pero mientras los regios chapotean en los miasmas narcicísticos de su frivolidad y beben sus cafés frente a sus lap tops, yo siento el aliento de las bestias acechando desde las nubes. Tal vez, en alguna tarde de 1908, los aristócratas porfirianos se embriagaban de vida bella sin oler la pólvora del fusil revolucionario. El 2008 será el peor año de nuestras vidas. El despotismo y la ausencia de libertades son ficciones románticas incapaces de desatar revueltas, pero si a la clase media le quitas el sustento tarde o temprano se te hará pedazos el país. Fueron las medidas fiscales de Necker y no la frivolidad de María Antonieta lo que sacó al pueblo francés a arrasar la Bastilla el 14 de julio. La reforma fiscal será la tumba de la paz. El 1 de enero de 2008 comienza el principio del fin de este falso idilio democrático. Lo de la revolución del 2010 me parecía una necedad de cegehacheros. Hoy lo veo más probable que nunca. La fuerza productiva del país, su columna vertebral de profesionistas será desangrada por Carstens y sus medidas. México y el Mundo vivirán una cirugía mayor, dolorosa, sangrante. Tomaba mi te verde helado y palpaba la decadencia. No hace falta ser Nostradamus para oler la cercanía de cataclismos naturales y humanos, tormentas, inundaciones, clasemedieros desposeídos, fuga de capitales, falta de agua. Pobreza rampante. Los jinetes apocalípticos correrán una carrera sobre nuestras vidas en el 2008. Vamos a sufrir mucho. Mientras tanto Monterrey está en enferma y sus perfumes están podridos. Su vanidad hiede. Monterrey es una fina ramera moribunda, que cubre sus llagas sifilíticas con maquillaje de lujo y su boca desdentada con diamantes.
Friday, November 30, 2007
Thursday, November 29, 2007
La Fundidora siempre estuvo ahí. El silbato de las seis de la tarde fue parte de nuestra vida cotidiana en ese Monterrey que hace tanto se fue. Allá por 1986 estalló la huelga, la fábrica cerró sus puertas, los obreros quedaron en la calle y los hornos se transformaron en elefante blanco. Se oxidaron durante años, hasta que a alguien se le ocurrió convertirlo en parque. INXS inauguró el teatro, luego llegó Scorpions y tantos más. Hoy Fundidora es simplemente irreconocible. Esta noche conocí a Luca. Fuego, chispas de soldador, numeralia en las pantallas, una soprano en las chimeneas, obreros colgando de mecates y un gigante sostenido por hilos. No se si el Fórum sirva de algo o si acaso cambie en algo el pétreo espíritu de los regios, pero por este performance de Luca y por Isis vale la pena ir a Fundidora.
La tarde que antecedió a la noche que me abandonó, Narcisa despertó con una de las peores, si no es que la peor resaca de los últimos años, años que se caracterizaban precisamente por un rosario interminable de juergas salvajes seguidas de crudas inclementes. Tal vez debería comenzar por aclarar que soy un hombre de ideas concretas, poco adepto a las metáforas. Por ello no intenté metaforizar ni buscar simbolismo alguno cuando me di cuenta, luego de tres años de matrimonio, que la mujer con la que me casé es una puta incurable. Fue precisamente por esas épocas cuando tuve que reconocer que para ascender peldaños en el Ministerio de Finanzas, tendría que mostrar algo más que méritos profesionales y hacer otra clase de favores a mis superiores. Tras resignarme a vivir con una puta, no me quedó otra alternativa que buscar sacarle el mayor provecho posible. Por eso no tuve escrúpulos en ofrecer a mi jefe, el Ministro de Finanzas, facilitarle una noche con Narcisa a cambio de un ascenso. Mi jefe, por cierto, jamás perdía oportunidad de elogiar la belleza de mi esposa. Concerté una cita entre mi jefe y Narcisa en la sala de mi casa, pero cuando faltaban apenas unos minutos para la hora marcada, mi mujer aún chapoteaba en sus vómitos y eructaba incoherencias, herencia de dos botellas de vodka y tres rohypnoles. Sólo al escuchar el motor del carro del Ministro, me di cuenta de cuan cerca estaba de perder mi ascenso. Por ello recurrí al remedio extremo del jicarazo de agua fría, uno tras otro, hasta que Narcisa reaccionó con una sonrisa babosa y fue desnuda, empapada y tambaleante a los brazos de mi jefe, que al final se ha quedado con mi puta, con mi ascenso y con el dinero de mi liquidación que me negaron a la mañana siguiente, cuando me despidieron bajo el argumento de que la Procuraduría me había abierto una causa penal por someter a mi esposa a despiadadas torturas de agua helada.
Wednesday, November 28, 2007
Asurbanipal, príncipe asirio, fue desde su niñez atormentado por Pazazu, demonio del Viento del Suroeste. Cuando Asurbanipal salía al desierto acaudillando ejércitos, Pazazu descargaba furiosas tormentas de arena que devastaban las tropas. Sólo Asurbanipal sobrevivía, acosado cada noche por pavorosas pesadillas.
Por consejo del oráculo, mandó Asurbanipal traer a Niggurath, artista capaz de plasmar imágenes eternas en la piel usando pigmentos vegetales. Nueve noches trabajó Niggurath dibujando con una aguja sobre el pecho de Asurbanipal. Después advirtió al príncipe que nunca viera ni dejara ver el tatuaje y sólo debía descubrir el pecho cuando Pazazu atacara.
Días después, al sentir la tormenta, Asurbanipal descubrió su pecho y la calma reinó en el desierto. Lo mismo sucedió en los viajes subsecuentes.
Cuando Asurbanipal murió de viejo, sus embalsamadores lo desnudaron y descubrieron con horror la imagen de Pazazu en su pecho. Se habló de un pacto con el demonio. Sólo Niggurath sabía la verdad; la imagen era tan espeluznante, que el mismo Pazazu se horrorizaba al verla.
Por consejo del oráculo, mandó Asurbanipal traer a Niggurath, artista capaz de plasmar imágenes eternas en la piel usando pigmentos vegetales. Nueve noches trabajó Niggurath dibujando con una aguja sobre el pecho de Asurbanipal. Después advirtió al príncipe que nunca viera ni dejara ver el tatuaje y sólo debía descubrir el pecho cuando Pazazu atacara.
Días después, al sentir la tormenta, Asurbanipal descubrió su pecho y la calma reinó en el desierto. Lo mismo sucedió en los viajes subsecuentes.
Cuando Asurbanipal murió de viejo, sus embalsamadores lo desnudaron y descubrieron con horror la imagen de Pazazu en su pecho. Se habló de un pacto con el demonio. Sólo Niggurath sabía la verdad; la imagen era tan espeluznante, que el mismo Pazazu se horrorizaba al verla.
Tuesday, November 27, 2007
El armisticio
La rendición debió ser incondicional. Esa fue la exigencia de mi Insomnio para admitir el armisticio. El Tratado de Paz exigía el exilio de un ejército de somníferos, menjurjes y hierbas de la más diversa ralea cuyos esfuerzos por ganar la Guerra fueron siempre infructuosos. También me exigió la entrega inmediata de los tratados kantianos y los discos de música relajante con los que inútilmente busqué invocar al sueño. El armisticio me obligaba a admitir a mi Insomnio como amo y señor. Lo más terrible fue el apartado referente a la sentencia de muerte de Morfeo, misma que debía ejecutarse sin dilaciones. A partir de ese momento mi existencia se transformó en un día largo, denso y aburrido. Perdí la capacidad de diferenciar la luz de la oscuridad, el frío del calor e incluso empecé a perder la noción de la forma humana. Lo peor fue cuando me di cuenta que mis pasos no me llevaban a ninguna parte y que al tratar de correr mis piernas se transformaban en chicle. Al final perdí la identidad: Yo era una otredad múltiple y el instante presente era el futuro de un pasado milenario. Fue entonces cuando desperté.
Cartografías en torno a la metafísica de una puerta
Cuentan que Thomas Mann, James Joyce y Marcel Proust recibieron en sus respectivas casas la fotografía en blanco y negro de dos antiguas puertas urbanas. En el reverso de la fotografía, se leía el anónimo encargo de escribir un texto literario basado en dicha imagen. Cada uno por su cuenta se puso a escribir su texto y el resultado fueron tres novelas descomunales. La de Mann fue mayor que La Montaña Mágica. Proust escribió ocho tomos con más páginas que su Busca del Tiempo Perdido, mientras que Joyce hizo de las puertas un nuevo Ulises. Los críticos y ensayistas que disertaron sobre tan monumentales obras en múltiples tratados, señalan una extraña coincidencia en las novelas: Y es que a través de las decenas de miles de páginas que se escribieron, la puerta derecha jamás se cierra, mientras que la izquierda nunca deja de reflejar a un automóvil blanco en el cristal.
La rendición debió ser incondicional. Esa fue la exigencia de mi Insomnio para admitir el armisticio. El Tratado de Paz exigía el exilio de un ejército de somníferos, menjurjes y hierbas de la más diversa ralea cuyos esfuerzos por ganar la Guerra fueron siempre infructuosos. También me exigió la entrega inmediata de los tratados kantianos y los discos de música relajante con los que inútilmente busqué invocar al sueño. El armisticio me obligaba a admitir a mi Insomnio como amo y señor. Lo más terrible fue el apartado referente a la sentencia de muerte de Morfeo, misma que debía ejecutarse sin dilaciones. A partir de ese momento mi existencia se transformó en un día largo, denso y aburrido. Perdí la capacidad de diferenciar la luz de la oscuridad, el frío del calor e incluso empecé a perder la noción de la forma humana. Lo peor fue cuando me di cuenta que mis pasos no me llevaban a ninguna parte y que al tratar de correr mis piernas se transformaban en chicle. Al final perdí la identidad: Yo era una otredad múltiple y el instante presente era el futuro de un pasado milenario. Fue entonces cuando desperté.
Cartografías en torno a la metafísica de una puerta
Cuentan que Thomas Mann, James Joyce y Marcel Proust recibieron en sus respectivas casas la fotografía en blanco y negro de dos antiguas puertas urbanas. En el reverso de la fotografía, se leía el anónimo encargo de escribir un texto literario basado en dicha imagen. Cada uno por su cuenta se puso a escribir su texto y el resultado fueron tres novelas descomunales. La de Mann fue mayor que La Montaña Mágica. Proust escribió ocho tomos con más páginas que su Busca del Tiempo Perdido, mientras que Joyce hizo de las puertas un nuevo Ulises. Los críticos y ensayistas que disertaron sobre tan monumentales obras en múltiples tratados, señalan una extraña coincidencia en las novelas: Y es que a través de las decenas de miles de páginas que se escribieron, la puerta derecha jamás se cierra, mientras que la izquierda nunca deja de reflejar a un automóvil blanco en el cristal.
Las regias vacaciones siguen su curso. Por la mañana una expedición hasta la biblioteca de mi Abuelo en la UANL. No exagero ni peco de pretencioso si afirmo que una parte de mi pasado está guardada ahí. Pasé mi infancia rodeado por esos libros que tapizaban cada pared de la casa de Río San Juan y volverlos a ver es algo así como una regresión . No puedo menos que elogiar el trabajo de la UANL y la dignidad del recinto. Aunque me da un poco de tristeza no ver esos libros en un hogar, se que el Alma Mater los está cuidando mejor que nadie. Rodeando los más de 30 mil libros, están las infinitas medallas, diplomas y cartas. Todo un santuario basaviano
Una rápida incursión a la Librería Universitaria completó la faena matutina. Ubicada justo enfrente del estadio Tigre, no es fuera de serie, pero está bien surtida la librería y para hacerla más emocionante, está atiborrada de camisetas, camisas, chamarras y cuanta parafernalia se imagine usted de los Tigres de la UANL. Mi única compra de la mañana y hasta el momento del viaje es Tratado de Ateología de Michel Onfray en Anagrama. Obvia decir que me he quedado con ganas de mucho, muchísimo más.
Concluí la lectura del light Skarmeta y me aguarda “Pan y la pesadilla” de James Hillman. Aclaro que me refiero a Pan el de las patas de chivito que se cogía ninfas y no a acción nacional.
En el radio de AOL suena Mercyful Fate, A Dangerus Meeting. Al escuchar esta rolita reproduzco en mi mente el imaginario video que hace muchos años le diseñé. Un grupo se reúne en una casona oculta en las alturas de Chipinque. Sentados en círculos entre pentagramas y ouijas, contemplan como las luces se apagan, los muebles se elevan por los aires y el aliento del Diablo sopla en el recinto. Al amanecer todos han muerto. Hay citas peligrosas. Pasé mi adolescencia entera deseando una aparición demoníaca . Tarde comprendí que el Demonio no necesita aparecerse, pues ya está en todas partes. Por lo pronto escucho ahora a Satyricon.
Una rápida incursión a la Librería Universitaria completó la faena matutina. Ubicada justo enfrente del estadio Tigre, no es fuera de serie, pero está bien surtida la librería y para hacerla más emocionante, está atiborrada de camisetas, camisas, chamarras y cuanta parafernalia se imagine usted de los Tigres de la UANL. Mi única compra de la mañana y hasta el momento del viaje es Tratado de Ateología de Michel Onfray en Anagrama. Obvia decir que me he quedado con ganas de mucho, muchísimo más.
Concluí la lectura del light Skarmeta y me aguarda “Pan y la pesadilla” de James Hillman. Aclaro que me refiero a Pan el de las patas de chivito que se cogía ninfas y no a acción nacional.
En el radio de AOL suena Mercyful Fate, A Dangerus Meeting. Al escuchar esta rolita reproduzco en mi mente el imaginario video que hace muchos años le diseñé. Un grupo se reúne en una casona oculta en las alturas de Chipinque. Sentados en círculos entre pentagramas y ouijas, contemplan como las luces se apagan, los muebles se elevan por los aires y el aliento del Diablo sopla en el recinto. Al amanecer todos han muerto. Hay citas peligrosas. Pasé mi adolescencia entera deseando una aparición demoníaca . Tarde comprendí que el Demonio no necesita aparecerse, pues ya está en todas partes. Por lo pronto escucho ahora a Satyricon.
Monday, November 26, 2007
Antes del suicidio cometeré el deicidio
Intuir a carcajadas el Apocalipsis
Danzar borracho en víspera de la guerra
Pronunciar a gritos: Mierda somos y en mierda nos convertiremos
Arrojarte al vacío sin salvavidas
Prender una fogata con tus tablas de salvación
Blasfemar contra los dioses que aún escuchan tus plegarias
Antes deicida que suicida
Mi madre y yo caminamos por el Paseo Santa Lucía una noche de Noviembre.
Budas de infinitos brazos nos contemplaron en el Museo
En una pequeña sala las bocinas arrojaban sutiles el milenario Om y de no haber sido por los impertinentes propios de todo museo, hasta hubiera probado un pedacito de nirvana
Monterrey tan atiborrada de destinos, de mil caminos de la vida (que en efecto, no son como imaginaba) Monterrey y la historia de mil y un primos e infinitos tíos, compadres, agregados y similares a los que vi por última vez tras el humo de una carne asada en los años ochenta. Las tías que hace 20 años te dijeron qué grande estás, ya no crezcas, yo te cargaba de bebito ¿A poco ya entraste a la secundaria? ¿Y no me digas que ya tienes novia? Y el primo que se casó, la prima que parió el mocoso número 141 y los compañeros de la primaria que nunca te pierden la pista aunque jamás hayas acudido a una reunión de ex alumnos, ¿supiste qué fue de ese pinche loco? Y los divorcios tan políticamente incorrectos todavía, los fracasos siempre disimulados. Las familias regiomontanas son artistas a la hora de maquillar la pobreza, de conjurar el temido “dicen le fue mal”, “quebró el negocio” y la siempre anhelada envidia del vecino, la casa en la Isla, la catoliquísima boda inmortalizada en el Sierra Madre y los que eran caguengues que yo cargaba a principios de los noventa hoy son petulantes terrores de la calle y dentro de siete o diez años estarán celebrando las mismas bodas católicamente convenientes y estarán bautizando mocosos triplemente insoportables y la mía será la historia del pariente cada vez más lejano, el loco que se largó a Tijuana (¿dónde queda esa chingadera?) y el rosario de triunfos, fracasos rezado cada vez con más devoción, implorando la protección del dios estatus, inventando exorcismos contra el demonio de la miseria siempre al acecho.
Es solo rock and roll…pero ya es mucho para vos. Ch.G.
Vos tomás un trago largo y te olvidás
Bucanero de los bares del Congreso
Cuando quieras. Ahora quiero.
Te suplico que me avises, si me vienes a buscar, no es porque te tenga miedo, es que me quiero matar.
Ciudad travesti
Monterrey no es en esencia culta, ni cosmopolita, ni refinada y mucho menos bohemia. Ni modo, no nació así.
Pero Monterrey es un travesti aferrado a mirar al espejo la imagen de lo que no es. Acaso, como diría la Agrado, uno es auténtico en la medida que se parece a lo que quiso ser.
El travesti no nació con su par de tetas y tenía una verga estorbosa. De niño lo vestían con ropa de hombre y lo educaron para ser macho. Por supuesto, no sabía cómo aplicarse cosméticos ni podía caminar en tacones. Pero un día decidió que quería ser mujer y tras años de esfuerzos, el travesti se miró al espejo y se enamoró de su imagen.
Monterrey, bronca, mojigata, provinciana e ignorante, se dio cuenta un día que eso de ser sacramentalmente inculta podía remediarse con sus millones de pesos.
Monterrey, al igual que el travesti, comenzó a maquillarse y construyó Marco, el Museo de Historia, trajo el Fórum. Se miró al espejo y cayó seducida ante su imagen. Soy insoportablemente culta. Soy más cosmopolita que el planeta Tierra.
Al ver al trasvesti, los hombres afirman: está más buena que muchas morras y si me encuentra con cinco cheves capaz que hasta me lo cojo.
Pues bien, yo contemplo a esta urbe travestida y a veces hasta pienso que parece la mera verdad, que en un descuido hasta me la cogería. Pero por más derroche en depilaciones y maquillaje, el travesti es hombre y algunas mañanas de cruda lo traiciona esa barba mal rasurada, de la misma forma que a esta ciudad la traicionan sus malos gustos, su irremediable vocación de nueva rica. ¿Qué chingados puedes esperar de una sociedad que hace de Julio Galán su máxima deidad artística?
Intuir a carcajadas el Apocalipsis
Danzar borracho en víspera de la guerra
Pronunciar a gritos: Mierda somos y en mierda nos convertiremos
Arrojarte al vacío sin salvavidas
Prender una fogata con tus tablas de salvación
Blasfemar contra los dioses que aún escuchan tus plegarias
Antes deicida que suicida
Mi madre y yo caminamos por el Paseo Santa Lucía una noche de Noviembre.
Budas de infinitos brazos nos contemplaron en el Museo
En una pequeña sala las bocinas arrojaban sutiles el milenario Om y de no haber sido por los impertinentes propios de todo museo, hasta hubiera probado un pedacito de nirvana
Monterrey tan atiborrada de destinos, de mil caminos de la vida (que en efecto, no son como imaginaba) Monterrey y la historia de mil y un primos e infinitos tíos, compadres, agregados y similares a los que vi por última vez tras el humo de una carne asada en los años ochenta. Las tías que hace 20 años te dijeron qué grande estás, ya no crezcas, yo te cargaba de bebito ¿A poco ya entraste a la secundaria? ¿Y no me digas que ya tienes novia? Y el primo que se casó, la prima que parió el mocoso número 141 y los compañeros de la primaria que nunca te pierden la pista aunque jamás hayas acudido a una reunión de ex alumnos, ¿supiste qué fue de ese pinche loco? Y los divorcios tan políticamente incorrectos todavía, los fracasos siempre disimulados. Las familias regiomontanas son artistas a la hora de maquillar la pobreza, de conjurar el temido “dicen le fue mal”, “quebró el negocio” y la siempre anhelada envidia del vecino, la casa en la Isla, la catoliquísima boda inmortalizada en el Sierra Madre y los que eran caguengues que yo cargaba a principios de los noventa hoy son petulantes terrores de la calle y dentro de siete o diez años estarán celebrando las mismas bodas católicamente convenientes y estarán bautizando mocosos triplemente insoportables y la mía será la historia del pariente cada vez más lejano, el loco que se largó a Tijuana (¿dónde queda esa chingadera?) y el rosario de triunfos, fracasos rezado cada vez con más devoción, implorando la protección del dios estatus, inventando exorcismos contra el demonio de la miseria siempre al acecho.
Es solo rock and roll…pero ya es mucho para vos. Ch.G.
Vos tomás un trago largo y te olvidás
Bucanero de los bares del Congreso
Cuando quieras. Ahora quiero.
Te suplico que me avises, si me vienes a buscar, no es porque te tenga miedo, es que me quiero matar.
Ciudad travesti
Monterrey no es en esencia culta, ni cosmopolita, ni refinada y mucho menos bohemia. Ni modo, no nació así.
Pero Monterrey es un travesti aferrado a mirar al espejo la imagen de lo que no es. Acaso, como diría la Agrado, uno es auténtico en la medida que se parece a lo que quiso ser.
El travesti no nació con su par de tetas y tenía una verga estorbosa. De niño lo vestían con ropa de hombre y lo educaron para ser macho. Por supuesto, no sabía cómo aplicarse cosméticos ni podía caminar en tacones. Pero un día decidió que quería ser mujer y tras años de esfuerzos, el travesti se miró al espejo y se enamoró de su imagen.
Monterrey, bronca, mojigata, provinciana e ignorante, se dio cuenta un día que eso de ser sacramentalmente inculta podía remediarse con sus millones de pesos.
Monterrey, al igual que el travesti, comenzó a maquillarse y construyó Marco, el Museo de Historia, trajo el Fórum. Se miró al espejo y cayó seducida ante su imagen. Soy insoportablemente culta. Soy más cosmopolita que el planeta Tierra.
Al ver al trasvesti, los hombres afirman: está más buena que muchas morras y si me encuentra con cinco cheves capaz que hasta me lo cojo.
Pues bien, yo contemplo a esta urbe travestida y a veces hasta pienso que parece la mera verdad, que en un descuido hasta me la cogería. Pero por más derroche en depilaciones y maquillaje, el travesti es hombre y algunas mañanas de cruda lo traiciona esa barba mal rasurada, de la misma forma que a esta ciudad la traicionan sus malos gustos, su irremediable vocación de nueva rica. ¿Qué chingados puedes esperar de una sociedad que hace de Julio Galán su máxima deidad artística?
Urge a mis sueños transfusión de sangre
Escribir para bucear dentro de las venas del cuerpo hambriento de la noche. Cortar las riendas, cabalgar la bestia hacia las imágenes ocultas. En este templo me seducen los dioses de todas las mitologías, mi mente es la daga, mi cuerpo altar de sacrificios, hay que inmolarse para despertar en el orden perfecto, donde los fantasmas duermen bajo la ropa, para hacernos jurar que son mentira.
Escribir para bucear dentro de las venas del cuerpo hambriento de la noche. Cortar las riendas, cabalgar la bestia hacia las imágenes ocultas. En este templo me seducen los dioses de todas las mitologías, mi mente es la daga, mi cuerpo altar de sacrificios, hay que inmolarse para despertar en el orden perfecto, donde los fantasmas duermen bajo la ropa, para hacernos jurar que son mentira.
Sunday, November 25, 2007
En un viejo cuaderno arrinconado en casa de mis padres, di con estas letras prófugas y atormentadas. Hay que tomarlo como el vómito de un alma a la que veces le da por sentirse muy cómoda en la covacha del Infierno.
El vacío está ahí, seductor e invitante
El vacío, ofreciendo las delicias de su cuerpo abismal
El aliento de la Muerte en mi oreja
El rubor de intuir su mirada,
Presentir su tacto
De amante omnipresente e inmaculada
Hablando a mi oído en las noches sin luna
Eterna compañera
Tan sencilla y absoluta
Tan paciente e impredecible...tan mía...Mi Muerte
Los demonios, fueron los demonios o ese pavor tatuado a hierro ardiente en el alma
El pavor, a quién sabe qué cosa, heredada tras siglos y siglos de generaciones miedosas, sumisas y chantajeadas por el martirio egoísta del crucificado
Bajo la sangre, la cúpula ardiente
La roca madre, traición, sed, carne
Tu labio es hielo
Alcohol, desgarro, sudor, veneno.
Oscuridad me abraza y las estrellas me rebelan los nombres del vacío.
El silencio atado a mi cuello
Una navaja escarbando en mis venas
Filos de acero buceando en las entrañas
Mar y penumbra
Infinito romper las cadenas
De este cuerpo ceniza
De este embrujo en el alma
El mundo es el brocal del pozo seco de mis deseos, el filo de una navaja en la punta de mi lengua
Nubes, cúpulas rojizas, lluvia en mi rostro, destino en mis pasos, sensación de ser el último hombre en calles que viajan sobre un corcel desbocado
Gritar, gritar, gritar, caer y desgarrar el vientre a la orilla del Lago Ontario.
El vacío está ahí, seductor e invitante
El vacío, ofreciendo las delicias de su cuerpo abismal
El aliento de la Muerte en mi oreja
El rubor de intuir su mirada,
Presentir su tacto
De amante omnipresente e inmaculada
Hablando a mi oído en las noches sin luna
Eterna compañera
Tan sencilla y absoluta
Tan paciente e impredecible...tan mía...Mi Muerte
Los demonios, fueron los demonios o ese pavor tatuado a hierro ardiente en el alma
El pavor, a quién sabe qué cosa, heredada tras siglos y siglos de generaciones miedosas, sumisas y chantajeadas por el martirio egoísta del crucificado
Bajo la sangre, la cúpula ardiente
La roca madre, traición, sed, carne
Tu labio es hielo
Alcohol, desgarro, sudor, veneno.
Oscuridad me abraza y las estrellas me rebelan los nombres del vacío.
El silencio atado a mi cuello
Una navaja escarbando en mis venas
Filos de acero buceando en las entrañas
Mar y penumbra
Infinito romper las cadenas
De este cuerpo ceniza
De este embrujo en el alma
El mundo es el brocal del pozo seco de mis deseos, el filo de una navaja en la punta de mi lengua
Nubes, cúpulas rojizas, lluvia en mi rostro, destino en mis pasos, sensación de ser el último hombre en calles que viajan sobre un corcel desbocado
Gritar, gritar, gritar, caer y desgarrar el vientre a la orilla del Lago Ontario.