Eterno Retorno

Friday, February 07, 2003


Cuando fui ladrón

Hoy tuve la firme intención de robarme un libro. Fue una tentación que estuvo a punto de ser irresistible. Quería volver a sentir que se siente esconder un objeto entre tu ropa, poner cara de despistado y salirte de ahí a gozar del producto de tu hurto. En realidad era demasiado fácil hacerlo. Traía el dinero en efectivo y tarjeta, pero la cuestión era satisfacer el ansia cleptóma-na. El ejemplar era Literaturas germánicas medievales de Borges. Los empleados de la librería del Cecut estaban, como siem-pre, papando moscas. En la bábia total, haciendo inventarios o hablando por teléfono. Debo confesar que lo único que me de-tuvo, fue la mínima posibilidad de ser sorprendido. No tanto por el mínimo problema jurídico, sino por el hecho de que mis colegas de El Mexicano y Sol de Tijuana se enterarían de inmediato de la travesura y la magnificarían. Odian demasiado a Frontera y a mí en lo particular como para dejar pasar tan deliciosa oportunidad de joderme. Ya me imagino: “Periodista de Frontera encarcelado por ladrón” “Descubre PGJE que controlaba una mafia de traficantes de libros robados”. “Autoridades panistas solapaban sus ilícitos”. No es broma. Así son de bajos los golpes entre periodistas. Somos peor que carroñeros sobre un cadáver. No me hubiera detenido un conflicto ético. Por supuesto que le robaría al Cecut, pues como ya he señalado antes, aborrezco las instituciones culturales oficiales. Con mucho más gusto le robaría a Sanborns pues no siento ningún remordi-miento hacia el cerdo de Slim. En cambio no le robaría nunca a El Día, pues es alguien que me queda claro, ha hecho bastante por la lectura. Mucho menos le robaría a la librería de viejo que se encuentra en la calle Mutualismo. Pese a que el hijo ado-lescente del dueño, la atiende con un inocultable fastidio y pasa el día en la pendeja, jamás sería capaz de ceder a manías cleptómanas en ese negocio.
Pero no lo hice. Literatura germánicas medievales sigue ahí, en la librería y no en mi librero y además pagué muy pun-tualmente por una novela llamada la Materia del deseo que aún no he abierto. ¿Ven que bueno soy?
En fin. Mis antecedentes penales de ladrón no existen en mi expediente de mayor de edad y en Tijuana jamás he cometido un delito. Pero dado que el blog es también una suerte de confesionario y está muy de moda hacer revelaciones, debo aceptar que siendo adolescente cometí algunos hurtos. La manía me costó pasar la noche del 11 al 12 de diciembre de 1988 en el Centro Tutelar para Menores de Monterrey, de donde salí luego de que mis familiares pagaron una feria. Lo que más robé fueron discos. Era la época en que aún había la posibilidad de burlar a las tiendas. Al igual que las defensas en los sistemas futbolísticos de la antigüedad, en aquel tiempo la marca personal de guardias y alarmas no era tan férrea. Mi colección de casets heavymetaleros de los años 80 es casi toda robada. Aún recuerdo una espectacular persecución de la que salí bien librado en el Suburbia del Toreo en México cuando adquirí el And justicie for All de Metallica. De hecho mi primer empleo en nómina fue a los 16 años en una tienda de discos. Zorba Interlomas en el Edo Mex. No fui tan atascado y abusivo como mis compañeros y tan solo hurté un disco por semana. Despreocupen, jamás robaría a la Ciruela Eléctrica. Los respeto demasia-do y son nobles camaradas, no importa que hayan contaminado su alma por la peste electrónica. Al pasar mis 18 años dejé de robar al azar. Era ya un estudiante de derecho y tenía muy claro el concepto de antecedente penal.
Ayer se hubiera cometido mi primer hurto de la edad adulta. Pero me ganó el inquisidor que lleva dentro el buen ciudadano, el animal doméstico de la sociedad políticamente correcta. El próximo viernes la empleada estará deslizando mi tarjetita y poniendo en una bolsa blanca Literaturas germánicas. Ni modo, ahí será para la otra.


Thursday, February 06, 2003

No creo en los post, ni en los protos, ni en los booms, ni en los inn ni en los out. Los enfermos de teorrea tienden a matar todo con demasiada anticipación. Se regocijan pronosticando fines y trabajando como heraldos de apocalípsis baratos.
Los teorréicos se realizan al otorgar certificados de defunción. Son tan “absolutamente modernos” que atiborran sus carre-tillas con maniquíes de sus futuros cadáveres para llevarlos a inmolar al altar de su propia estupidez.
Desean a toda costa ser los primeros en proclamar el nacimiento de lo nuevo, aunque no haya nacido. Acaso declararán como su autor favorito a un feto que tal vez mañana yazca en el basurero de una clínica de abortos.
Pero eso no importa. La especie de los teorréicos tiene una especial fijación por ser observada mientras copula con entes abortados. Experimenta un regocijo sin igual cuando presume gustos que nadie, absolutamente nadie más comparte. Placeres difíciles, complicados, inaccesibles para el común de los mortales. Son simpáticos los teorréicos. Ociosos y desocupados por naturaleza, tienen todo el tiempo del mundo para desparramar su excremento. Es una de las únicas especies del mundo que es capaz de defecar aún más de lo que lee. También son especialistas en encontrar chalecos de oro y mantos de diamante en los cuerpos escuálidos de reyes desnudos. Su absoluta modernidad les lleva a ser casi siempre ellos, sólo ellos (y algunas veces sus mejores amigos) los únicos que acceden a masturbarse sobre la cama de la modernidad (A Rimbaud por cierto lo mataron hace mucho)
Los teorréicos son fanáticos de los géneros. Les fascinan los estereotipos y las clasificaciones. Tal vez por ello sienten dudas sobre su propio género sexual.
Francis Fujuyama mató la historia antes del 11 de septiembre. Los imagólogos y los homo videns decretaron la muerte del periodismo escrito en el altar del becerro de oro de la imagen. Alguien dijo que los cinemas serían asesinados por el video. En nombre de internet se han pronosticado incontables masacres. Al libro como objeto lo han condenado a la hoguera. A la novela clásica se le considera el colmo de lo obsoleto. Al rock ya me lo mandaron a la tumba en nombre de los dj.
¿Y? Mientras exista un lector que se imagine el rostro de Ana Karenina y en tanto haya quien se trate de concebir como sería el cuerpo de Emma Bovary, Tolstoi y Flaubert estarán vivos, como lo está Balzac, como lo está Dumas y como lo está la tropa novelística del Siglo XIX, considerada por los teorréicos como el non plus ultra de lo obsoleto.
Es cierto, no tienen certificado de inmortalidad, pero pueden ser pozos inagotables mientras haya la posibilidad y la voluntad de explorarlos.
Ante los teorréicos, la novela es vista hoy como el más anacrónico de los dinosaurios. Un aborto decimonónico que yace en un panteón jurásico. Un banal pasatiempo de masas.
Es cierto, tal vez no volvamos a ver gente amontonada en los puertos esperando la llegada de la última entrega de Dickens, pero hasta ahora nadie ha mostrado que alguno de sus libros despida un hedor a muerte...Continuaré.



Me agrada ver fotos de Asia Argento. Nunca he visto una película de ella, pero sus fotos son fascinantes y su tatuaje bajo el ombligo estimula la imaginación.



No hay duda; puedo asegurar que Benito Torrentera se llevaría el premio al mejor antihéroe moderno de la literatura mexi-cana. Hacía demasiado tiempo que no encontraba un personaje tan bien logrado. De hecho podría afirmar que es el mejor per-sonaje que ha construido Guillermo Fandanelli en toda su carrera. Torrentera es un hombre que puede hacer reír, rabiar y en-ternecer al más apático lector. Una de las expresiones más acababas del prototípico “loser”, que como tal se asume en la vida. Un retrato sátira casi perfecto de un vulgar anacoreta intelectual que de pronto, en el otoño de su existencia, se ve frente a las puertas del placer al que jamás ha podido acceder en medio siglo de vida. En realidad todos los personajes de Lodo resultan deliciosos. Torrentera, Eduarda, Copelia y Bolaños son de esas escasas creaciones que parecen correr a través de las páginas con vida propia.
Narrado en primera persona por el profesor Benito Torrentera, Lodo, la última novela de Guillermo Fandanelli, puede leerse como un afortunado matrimonio de sátira y tragedia.
La vida de Torrentera, un apocado ratón de biblioteca cuyos modestos placeres mundanos están en extremo dosificados, se encuentra a sus 50 años de edad a las puertas de la primera aventura erótica de su vida.
Eduarda, una veinteañera que huye de la justicia tras haber cometido en crimen, pide resguardo en la casa del viejo profe-sor.
La fugitiva ofrece al viejo maestro ilimitados favores carnales a cambio de ser ocultada y el profesor, harto de recurrir a su magra bolsa cuando se trata de tener sexo, acepta el pacto sin dudarlo. A partir de ese momento se inicia una breve aventura que para Torrentera constituye el momento más intenso de su aburrida existencia.
El desenlace trágico de la novela puede conocerse desde la primera página o desde la misma contraportada. Sabemos casi desde un principio que el profesor narra la historia desde la cárcel. Sabemos que su aventura amorosa fue efímera. Sabemos que su mísera existencia ha descendido un peldaño y sin embargo nos adentramos en Lodo deseosos de empaparnos de su desgracia. He ahí la sagacidad de Fandanelli. Es una novela que en el plano meramente anecdótico mantiene siempre niveles de tensión, no obstante su carácter satírico.
Pero lo más delicioso de este Lodo no son las desventuras del pobre profesor Torrentera, sino sus disertaciones filosóficas. El maestro nos cuenta su vida de la única forma que sabe hacerlo, es decir a manera de ensayo filosófico. Como si recurriera una suerte de tratado de lógica para conceptuar la insignificancia, el caos y las jugarretas de un destino de fatalidad griega.
Vaya, se me ocurre que hasta puede leerse como una antifábula. No importa si en la mente humana se acumula un caudal de racionalidad; al final, el instinto más simple, básico y mundano acabará triunfando. La razón es una pesada carga, los ape-titos humanos son los gobernantes de toda existencia, la existencia transcurre sin que los hombres puedan participar de ella, el amor es un invento absurdo. Más de 30 años de filosofía se desbaratan frente a la visión de una jovencita de barrio (Los estu-dios no matan las pasiones, aceptará el filósofo al final de la aventura).
Torrentera es un perdedor nato que tiene la virtud de jamás autocompadecerse. Tampoco lucha por superar su condición y se asume a si mismo sin falsas pretensiones. Asume su derrota con una resignación que tiene mucho más de desidiosa que de es-toica. Pero la entrada de Eduarda en su vida, toca los desvanes ocultos y hace florecer con toda su intensidad las pasiones demasiado humanas del intelectual. Y aunque jamás abandona su perpetua resignación, Torrentera, como no queriendo la co-sa, le abre las puertas a la ilusión del enamoramiento, a creer que el sentido de la vida puede encontrarse en el misterio del otro. He ahí la mayor derrota para un nihilista. Ceder al afán de poseer y entregarse, de celar, de ambicionar y arrojar sobre la amada todos sus ilusiones, complejos e inseguridades. El absurdo erótico en su máxima expresión.


Wednesday, February 05, 2003


Los días que más blogueo son los de más intenso trabajo. Los días de descanso me alejo involuntariamente de este vicio. Tal vez el blog es el antídoto contra el trabajo. O más bien dicho el antídoto perfecto contra el tipo de trabajo que desempeño, llamado periodismo. Cuando ya llevo casi una hora desparramando grilla y calumniaje polako, no hay nada mejor que sumergirse en un blog al azar o simplemente postear algo. Por alguna razón, esos posts son increiblemente largos. Lo cierto es que los blogs me liberan momentáneamente del cáncer periodístico. Como analgésicos son muy efectivos contra todo tipo de estrés o tensión. Tal vez debería llevar la lap top encendida en el carro y ponerme a bloguear cuando el tráfico se pone denso. Sería la mejor manera de cojurar al eterno caos vial. Es más ¿Que tal sería bloguear en la línea?


Anoche fui al Memorial Coliseum de Los Ángeles a ver México vs Argentina. Los pamperos se impusieron uno a cero. Tardamos demasiado en llegar al estadio. Todas las calles y carreteras estaban abarrotadas. Y yo que pensaba que eso del caos vial era un mal propio del tercer mundo. No sentí el sello Lavolpe en la cancha. Tampoco los chicos de Bielsa me parecieron una maravilla. Tal vez si hubiera sabido lo que me esperaba, acaso no hubiera ido, aunque eso traiciona aquella máxima de que toda experiencia futbolística, sea buena o mala, merece la pena ser vivida.

Monday, February 03, 2003

El regreso a los antros

Sabbath bloddy sabbath- Carolina y yo fuimos a un antro. Hacía un buen rato, por lo menos algunos meses, que no salíamos a reventar. No significa eso que nuestro escaso tiempo libre lo pasemos en casa. De hecho somos bastante restauranteros y se nos puede ver con cierta frecuencia en la playa, pero lo de los antros había quedado en el pasado. Cuando recién llegamos a vivir a Tijuana en 1999, nuestra vibra antril estaba todavía en una etapa post adolescente. Pese a que la carga de trabajo y de gastos era mayor, casi todos los fines de semana acudíamos a la Plaza Fiesta (Ranas o puercos) Tiempo después, nuestras salidas fueron cada vez más esporádicas. El sábado, luego de cenar en un delicioso restaurante argentino cuya exietencia ignorábamos hasta ese día, decidimos caer a la Plaza. En parte por mi necedad de acudir a ver una tocada death metal al Quinto Patio. La cuestión es que entramos primero Porkis Place. Llegamos temprano, antes de las nueve y el lugar estaba semivacío. Toda nuestra vida nos había tocado abarrotado. Incríble, el mesero nos condujo hasta una mesa y se puso a nuestras órdenes. Me sentí un señor. Nos vieron cara de la pareja de casados que no escatimarán en gastos y propinas. El reencuentro con la cancha antril fue interesante. Cool, a gusto, aunque ya no lo concibo como un modo de vida para cada fin de semana. Para mi esposa, lo mejor fue el sincero gusto que tiene el Dj por The Smiths, banda de su absoluta predilección. Yo, pese a ser un metalero intolerante con una mente cerrada a otros géneros, disfruto con honestidad algunas expresiones británicas ochenteras. Mi debilidad no metalera siempre fue Duran Duran. También me agrada bastante Depeche Mode y disfruto a Peter Murphy, si bien prefiero por mucho a Bauhaus.
El Porkis nos agrada. En lo personal creo que no le iría nada mal quitar tanto Madonna y U2 y poner Sisters of Mercy, Cristhian Death y algo de Sex Pistols y The Damned. No creo que contrastara mucho con su estilo. Si hubieran tocado Lucretia my reflexion de los Sisters, me hubiera parado a bailar. Fuera de eso, tengo la firme teoría de que las caguamas poseen una menor carga piscoactiva que las botellas regulares. Con las caguamas me acabó de cansar de beber, como sui fuera una tarea, pero tampoco les hago el feo. Otra cosa que me agrada de Tijuana es que las chicas suelen bailar solas o entre ellas. Se ven bastante bien. Tras la experiencia porkeana, fuimos a la tocada metalera como a las 12:00, pero en honor a la verdad el sonido era pésimo y no aguantamos mucho. La cruda no fue muy castigadora y bastó un cafecito de olla para olvidarla.
El resumen, es que fue un sábado divertido y algo nostálgico, aunque me quedó demasiado claro que la marcha antrera dejó hace algún tiempo de ser una parte importante de nuestro tiempo libre. Y no podemos hacerla menos ni olvidarla. Después de todo, nuestro reencuentro definitivo, el que derivó en matrimonio, fue en una noche de antro en el Café Iguanas de Monterrey. De no ser por el espacio de convivencia que ofrece el antro, nuestro reencuentro y por tanto nuestro matrimonio hubiera sido improbable. Después de todo, un casual encuentro antril sí puede cambiar una vida para siempre. Vaya que sí. Vale la pena no olvidarlos.


Mis primeros discos del año

Resistí. Transcurrió todo el mes de enero y no compré ningún disco. Así que hoy me permití comprar los primeros discos del año. Como quien se pone a dieta y después de enflacar algunos kilos, decide permitirse un pastel. Tal vez en el resto de febrero no vuelva a comprar nada. Además, hice buenas adquisiciones y a precios moderados. Los primeros discos del 2003 fueron el Engines of creation de Joe Satriani que estoy escuchando en este preciso momento y el Dead or dreaming, primer trabajo de los canadienses de Into Eternity, un death metal semiprogresivo y estilizado. Por cierto que el mes que entra se presentan en San Diego. Con este nivel de voracidad controlada, uno disfruta más sus discos.