Tratado de ateología
Michel Onfray
Anagrama
Por Daniel Salinas Basave
dsalinas@frontera.info
Pasos de Gutenberg
Definitivamente no es este el libro que un tipo políticamente correcto y temeroso de Dios recomendaría o regalaría en estas fechas. Pero en Pasos de Gutenberg, por fortuna, siempre hemos ido a contracorriente y acaso la Navidad sea la mejor época para leer este ensayo. Mientras suenan los villancicos y la gente juega a abrir sus corazones junto con la chequera y hace como que ama a sus semejantes en nombre del nacimiento del hijo de un dios al tiempo que la fiebre consumista que consume en un dos por tres los aguinaldos, yo me deleito leyendo el Tratado de ateología de Michel Onfray. Un libro que sin duda ha herido y va a herir muchas susceptibilidades, pues cuando el tema de lo sagrado se sube a la mesa, la sangre mana desde lo profundo. Mientras los aparadores de las librerías comerciales yacen repletos de textos pseudomísticos e infinidad de nuevos cultos religiosos ofrecen a la carta la salvación eterna en cómodas mensualidades, este filósofo francés no se anda con rodeos ni sutilezas. Aquí no hay lugar al relativismo ni se tiene que interpretar nada. Para Onfray la sentencia es sencilla y contundente: Dios no existe. Punto final.
Su Tratado de ateología es toda una declaración de principios del no creyente, una verdadera Biblia del Sin Dios. Lo suyo no es el clásico ``creo en Dios pero no en la iglesia ´´ o ``me mantengo en perpetua duda ´´. Nada. Onfray ni siquiera se permite caer en la tentación del agnosticismo. Lo suyo es ateísmo puro y duro, sin concesiones. Y sí, también una declaración de guerra a muerte contra los monoteísmos en torno a los que no hace distinción alguna. Onfray muerde con igual furia al judaísmo, al cristianismo o al islamismo y tan absurda le parece la una como la otra. En nuestras manos está una disección de los cultos monoteístas en nombre de la Santísima Trinidad: Hombre, materia y razón. Vaya, aunque no es un arranque furioso, la víscera de Onfray tiene carne de Nietzsche, su inocultable mentor, y algo de Ciorán. Con decirle que hasta cierto parentesco con el colombiano Fernando Vallejo y su ramera de Babilonia encuentro en estas páginas. Un libro que se ama o se odia. Luego entonces un libro que vale la pena ser leído. ¿Dirigido únicamente a ateos incurables? No necesariamente. También es un bálsamo excelente para creyentes críticos, de esos que hay tan pocos en el mundo o para buscadores de nuevos dioses. Miles de personas buscan el sentido de sus vidas aportando en las cuentas bancarias de nuevas religiones. Unos buscan dioses cibernéticos y extraterrestres, otros vuelven al paganismo y algunos, casi siempre los más snobs, buscan el camino en las religiones orientales. Si usted anda en busca de un dios, este libro es una excelente alternativa. El libro le dirá que pare de buscar dioses, porque no existe ninguno, así que no va a encontrarlos y únicamente gastará su dinero. Una sentencia cruel para algunos, pero a veces la luz más esclarecedora viene del vacío y la paz nos invade cunado miramos el rostro de la nada. Vaya, perdón por el contrasentido, pero hay mucho, muchísimo misticismo en el anticredo de un ateo.
Michel Onfray
Anagrama
Por Daniel Salinas Basave
dsalinas@frontera.info
Pasos de Gutenberg
Definitivamente no es este el libro que un tipo políticamente correcto y temeroso de Dios recomendaría o regalaría en estas fechas. Pero en Pasos de Gutenberg, por fortuna, siempre hemos ido a contracorriente y acaso la Navidad sea la mejor época para leer este ensayo. Mientras suenan los villancicos y la gente juega a abrir sus corazones junto con la chequera y hace como que ama a sus semejantes en nombre del nacimiento del hijo de un dios al tiempo que la fiebre consumista que consume en un dos por tres los aguinaldos, yo me deleito leyendo el Tratado de ateología de Michel Onfray. Un libro que sin duda ha herido y va a herir muchas susceptibilidades, pues cuando el tema de lo sagrado se sube a la mesa, la sangre mana desde lo profundo. Mientras los aparadores de las librerías comerciales yacen repletos de textos pseudomísticos e infinidad de nuevos cultos religiosos ofrecen a la carta la salvación eterna en cómodas mensualidades, este filósofo francés no se anda con rodeos ni sutilezas. Aquí no hay lugar al relativismo ni se tiene que interpretar nada. Para Onfray la sentencia es sencilla y contundente: Dios no existe. Punto final.
Su Tratado de ateología es toda una declaración de principios del no creyente, una verdadera Biblia del Sin Dios. Lo suyo no es el clásico ``creo en Dios pero no en la iglesia ´´ o ``me mantengo en perpetua duda ´´. Nada. Onfray ni siquiera se permite caer en la tentación del agnosticismo. Lo suyo es ateísmo puro y duro, sin concesiones. Y sí, también una declaración de guerra a muerte contra los monoteísmos en torno a los que no hace distinción alguna. Onfray muerde con igual furia al judaísmo, al cristianismo o al islamismo y tan absurda le parece la una como la otra. En nuestras manos está una disección de los cultos monoteístas en nombre de la Santísima Trinidad: Hombre, materia y razón. Vaya, aunque no es un arranque furioso, la víscera de Onfray tiene carne de Nietzsche, su inocultable mentor, y algo de Ciorán. Con decirle que hasta cierto parentesco con el colombiano Fernando Vallejo y su ramera de Babilonia encuentro en estas páginas. Un libro que se ama o se odia. Luego entonces un libro que vale la pena ser leído. ¿Dirigido únicamente a ateos incurables? No necesariamente. También es un bálsamo excelente para creyentes críticos, de esos que hay tan pocos en el mundo o para buscadores de nuevos dioses. Miles de personas buscan el sentido de sus vidas aportando en las cuentas bancarias de nuevas religiones. Unos buscan dioses cibernéticos y extraterrestres, otros vuelven al paganismo y algunos, casi siempre los más snobs, buscan el camino en las religiones orientales. Si usted anda en busca de un dios, este libro es una excelente alternativa. El libro le dirá que pare de buscar dioses, porque no existe ninguno, así que no va a encontrarlos y únicamente gastará su dinero. Una sentencia cruel para algunos, pero a veces la luz más esclarecedora viene del vacío y la paz nos invade cunado miramos el rostro de la nada. Vaya, perdón por el contrasentido, pero hay mucho, muchísimo misticismo en el anticredo de un ateo.