Eterno Retorno

Thursday, September 17, 2020

El arte de morir a tiempo III

 

Morir a tiempo es el arte de los inmortales. Hay que saber despedirse en el momento exacto para aspirar a la eternidad y evitar la pudrición de las horas extra. ¿Quieren ejemplos? En el mundo hay (todavía)  miles de jóvenes luciendo camisetas con la cara del Che Guevara pero que yo sepa no hay ninguno que lleve la imagen de Fidel Castro. La diferencia es que uno murió a tiempo y el otro no. El primer barbón dijo adiós siendo un gallardo guerrillero y el segundo se pudrió  siendo un decrépito dictador a medias retirado. ¿Quieren más? Colosio será siempre el gran mártir  del priismo, el vocacional demócrata que vio truncado su sueño, aunque todos sabemos que de no haberse atravesado la inoportuna bala de Aburto, Luis Donaldo sería hoy tan solo un ex presidente más, tan corrupto, gris e incompetente como los otros. La historia más bella, la más fascinante, es siempre la historia de lo que pudo haber sido, el idílico futuro abortado. Porfirio Díaz sería un inmaculado héroe de la patria si hubiera caído en batalla el 2 de abril de 1867 y Santa Anna habría tenido sus soñadas  estatuas ecuestres  si en la Guerra de los Pasteles, en vez de solo perder una pierna perdía la vida. Miramón sería el séptimo niño héroe si las balas gringas lo hubieran matado y no solo herido en el Castillo de Chapultepec. ¿Saben por qué Salvador Allende es una deidad en el Olimpo de la izquierda mundial? Porque Pinochet le concedió un apoteósico martirio y con ello le regaló la inmortalidad de que otra forma no habría conseguido. Allende se hubiera caído solito sin necesidad de bombardear la Moneda, porque su gobierno era ya insostenible y estaba resquebrajado hasta las entrañas.  Los ejemplos son cientos. También en la literatura hay artistas de la muerte oportuna.  Bolaño e  Ibargüengoitia dijeron adiós con el timing perfecto, mientras que Carlos Fuentes envejeció legándonos dos décadas de tardías obras prescindibles. 

Ahora bien ¿quién es el político mexicano más obsesionado con su dimensión histórica y su posteridad? Sí, lo adivinaste: es López Obrador.  El tabasqueño no quiere ser solo un ex presidente más. Nada de eso. Él sueña con trascender al nivel de un Benito Juárez, descansar bajo el Ángel de la Independencia o tener su propio hemiciclo, con un estado, decenas de municipios y cientos de  avenidas y escuelas que lleven su nombre. ¿Cómo podría Obrador cumplir su sueño de inmortalizarse en la historia de bronce y asamblea? Fácil: muriéndose a tiempo. Es la única manera de lograrlo.  Si el de Mancuspana se muere en 2020 0 2021 aún puede aspirar a ascender  al pandemonio de los próceres e inscribirse en la historia de oficialista y patriotera que tanto le fascina. Imagínense: 30 millones de chairos chillando a moco tendido como magdalenas, declarando luto nacional por el gran redentor de los pobres al que la solo temprana muerte impidió consumar su histórico destino casi divino. El prócer evangélico sería canonizado y se olvidarían de golpe y porrazo sus pifias y su incompetencia. Millones llorarían frente a su tumba mientras sus partidarios se desangrarían con las uñas en una guerra interna despiadada.  Envejecer solo prolongará el camino de bajada de López y el inevitable desgaste de su figura. Sus posibilidades de éxito son mínimas, por no decir nulas. Una economía en  números rojos, un país tapizado por los muertos del Covid y la delincuencia, una oposición cada vez más beligerante y un partido en franco resquebrajamiento interno no auguran nada bueno. Su base de seguidores con lobotomía seguirán justificándole todo, pero cada vez perderá más partidarios.   La verdad no se le augura un gran futuro. Al llegar el 2024 López sentirá la tentación reelegirse, corriendo el riesgo de transformarse en un senil dictadorcete delirante, más terco, polarizador e intolerante que ahora, lo cual ya es mucho decir. En el improbable caso de que  respete el principio de la no reelección presidencial y su partido logre sobrevivir a su guerra intestina y mantenerse en el poder, Andrés será seguramente un ex presidente metiche y controlador que no renunciará al vicio de perorar y evangelizar todas las mañanas. A López le gusta escucharse a sí mismo y creo que para él lo más duro será callarse la boca y ponerle un freno a su complejo de predicador. Créanme: su futuro no es para nada prometedor. Si de verdad quiere inmortalizarse en una moneda y en el nombre de varias ciudades y dormir junto a los héroes bajo el Ángel de Reforma, la única forma de conseguirlo es muriéndose a tiempo, antes de que la merma política sea demasiada. No digan que no se los advertí. Neil Young nunca se equivoca: es mejor consumirse que dormir oxidado.

Monday, September 14, 2020

Cazador de liebres y bisontes

 

https://www.infobaja.info/cazador-de-liebres-y-bisontes/

Esto de buscarse la vida yendo a la caza de premios literarios, tiene el espíritu de los galleros que van de feria en feria soltando a sus gallos a pelear en improbables palenques.  También nos parecemos en algo a los jugadores de póquer o a los cazadores de recompensas.  Al igual que los tahúres, nos encomendamos a la malicia, el colmillo retorcido pero sobre todo, al azar. La aleatoriedad y sus caprichosas leyes ponen mucho de su parte a la hora de ganar o perder un certamen.

Los concursos literarios son antiquísimos. Si le hacemos caso al capítulo XVIII de Don Quijote, ya en el Siglo de Oro español había justas literarias. Así como los caballeros se enfrentaban con sus lanzas, escudos y caballos, los poetas ponían frente a frente sus sonetos. Todo hace indicar que ya en aquel tiempo estaban los premios bajo sospecha.  El primer premio se lo lleva el favor o gran calidad de la persona; el segundo se lo lleva la mera justicia, y el tercero viene a ser el segundo, y el primero a esta cuenta será el tercero, escribe Cervantes. Las justas literarias solían organizarse con motivos de ferias o festividades religiosas y en ellas convergían autores primerizos e inexpertos pero también algunos consagrados como Lope de Vega, Quevedo o el mismo Cervantes. Se dice que los certámenes literarios más tradicionales eran los de Zaragoza y Huesca que se celebraban desde el Siglo XVI. La tradición se ha mantenido a lo largo de los siglos, porque al menos en el  mundo de habla hispana,  España es el país que  cada año abre  más convocatorias a premios literarios de todos  los tamaños seguido de México. El universo de los premios  es vastísimo, diverso y contrastante. Tenemos humildes concursos en donde el botín es un diploma, un lote de libros o la simple publicación del trabajo ganador,  pero tenemos otros, como el Premio Planeta, donde el ganador se lleva 600 mil euros. Hay un montón de certámenes con pagos apenas simbólicos y unos cuantos cuya bolsa supera los 100 mil dólares. Entre ellos hay una vasta media tabla en donde se puede ganar un monto que si bien no te convierte en millonario, sí te resuelve uno o dos años de vida. Hay premios como el Herralde que sin ser un derroche en lo económico (18 mil euros) marcan un antes y después en una carrera literaria y otros que simplemente engordan la cartera del ganador pero poco o nada influyen en la trascendencia de la obra premiada. Un cuento del escritor chileno Roberto Bolaño llamado simplemente Sensini, narra la historia de un viejo escritor argentino en el exilio que pese a haber vislumbrado un destello de  consagración con una novela, sigue siendo un asiduo concursante en pequeños certámenes municipales. Poquísimos escritores pueden vivir de las regalías generadas por sus obras y las grandes becas suelen ser para una hermética cofradía. Así las cosas, a menudo la única posibilidad de sacar sangre de la roca habita en esos redondeles de gallos literarios en donde talento y azar suelen verse las caras. Hay que atreverse a  salir a cazar y los verdaderos cazadores, van por liebres y van por bisontes.