El arte de morir a tiempo III
Morir a tiempo es el arte de los inmortales. Hay que saber despedirse en el momento exacto para aspirar a la eternidad y evitar la pudrición de las horas extra. ¿Quieren ejemplos? En el mundo hay (todavía) miles de jóvenes luciendo camisetas con la cara del Che Guevara pero que yo sepa no hay ninguno que lleve la imagen de Fidel Castro. La diferencia es que uno murió a tiempo y el otro no. El primer barbón dijo adiós siendo un gallardo guerrillero y el segundo se pudrió siendo un decrépito dictador a medias retirado. ¿Quieren más? Colosio será siempre el gran mártir del priismo, el vocacional demócrata que vio truncado su sueño, aunque todos sabemos que de no haberse atravesado la inoportuna bala de Aburto, Luis Donaldo sería hoy tan solo un ex presidente más, tan corrupto, gris e incompetente como los otros. La historia más bella, la más fascinante, es siempre la historia de lo que pudo haber sido, el idílico futuro abortado. Porfirio Díaz sería un inmaculado héroe de la patria si hubiera caído en batalla el 2 de abril de 1867 y Santa Anna habría tenido sus soñadas estatuas ecuestres si en la Guerra de los Pasteles, en vez de solo perder una pierna perdía la vida. Miramón sería el séptimo niño héroe si las balas gringas lo hubieran matado y no solo herido en el Castillo de Chapultepec. ¿Saben por qué Salvador Allende es una deidad en el Olimpo de la izquierda mundial? Porque Pinochet le concedió un apoteósico martirio y con ello le regaló la inmortalidad de que otra forma no habría conseguido. Allende se hubiera caído solito sin necesidad de bombardear la Moneda, porque su gobierno era ya insostenible y estaba resquebrajado hasta las entrañas. Los ejemplos son cientos. También en la literatura hay artistas de la muerte oportuna. Bolaño e Ibargüengoitia dijeron adiós con el timing perfecto, mientras que Carlos Fuentes envejeció legándonos dos décadas de tardías obras prescindibles.
Ahora bien ¿quién es el político
mexicano más obsesionado con su dimensión histórica y su posteridad? Sí, lo
adivinaste: es López Obrador. El
tabasqueño no quiere ser solo un ex presidente más. Nada de eso. Él sueña con
trascender al nivel de un Benito Juárez, descansar bajo el Ángel de la
Independencia o tener su propio hemiciclo, con un estado, decenas de municipios
y cientos de avenidas y escuelas que
lleven su nombre. ¿Cómo podría Obrador cumplir su sueño de inmortalizarse en la
historia de bronce y asamblea? Fácil: muriéndose a tiempo. Es la única manera
de lograrlo. Si el de Mancuspana se
muere en 2020 0 2021 aún puede aspirar a ascender al pandemonio de los próceres e inscribirse
en la historia de oficialista y patriotera que tanto le fascina. Imagínense: 30 millones de
chairos chillando a moco tendido como magdalenas, declarando luto nacional por
el gran redentor de los pobres al que la solo temprana muerte impidió consumar
su histórico destino casi divino. El prócer evangélico sería canonizado y se
olvidarían de golpe y porrazo sus pifias y su incompetencia. Millones llorarían
frente a su tumba mientras sus partidarios se desangrarían con las uñas en una
guerra interna despiadada. Envejecer
solo prolongará el camino de bajada de López y el inevitable desgaste de su
figura. Sus posibilidades de éxito son mínimas, por no decir nulas. Una
economía en números rojos, un país
tapizado por los muertos del Covid y la delincuencia, una oposición cada vez
más beligerante y un partido en franco resquebrajamiento interno no auguran
nada bueno. Su base de seguidores con lobotomía seguirán justificándole todo,
pero cada vez perderá más partidarios. La verdad no se le augura un gran futuro. Al
llegar el 2024 López sentirá la tentación reelegirse, corriendo el riesgo de
transformarse en un senil dictadorcete delirante, más terco, polarizador e
intolerante que ahora, lo cual ya es mucho decir. En el improbable caso de
que respete el principio de la no
reelección presidencial y su partido logre sobrevivir a su guerra intestina y
mantenerse en el poder, Andrés será seguramente un ex presidente metiche y
controlador que no renunciará al vicio de perorar y evangelizar todas las
mañanas. A López le gusta escucharse a sí mismo y creo que para él lo más duro
será callarse la boca y ponerle un freno a su complejo de predicador. Créanme:
su futuro no es para nada prometedor. Si de verdad quiere inmortalizarse en una
moneda y en el nombre de varias ciudades y dormir junto a los héroes bajo el Ángel
de Reforma, la única forma de conseguirlo es muriéndose a tiempo, antes de que
la merma política sea demasiada. No digan que no se los advertí. Neil Young
nunca se equivoca: es mejor consumirse que dormir oxidado.