Eterno Retorno

Wednesday, May 19, 2010


LOS MITOS DEL BICENTENARIO

La peor pesadilla de los insurgentes

Por Daniel Salinas Basave

Muchos años después, en la calle Berggasse número 19 en Viena, Austria, Sigmund Freud sorprendería al mundo occidental con su teoría de la interpretación de los sueños. Cierto, en los tiempos en que estalló la Guerra de Independencia aún faltaba casi un siglo para que se hablara de teoría del subconsciente, sin embargo, no es muy difícil tratar de adivinar e interpretar quién era el monstruo de las pesadillas de Miguel Hidalgo y José María Morelos en sus agitadas noches de catre o petate en aquellos campamentos de campaña. El “coco” que les produjo noches de insomnio a los próceres insurgentes tiene nombre y se llama Félix María Calleja del Rey. El Conde de Calderón fue el gran villano de la historia, el perfecto malo de la película. Nadie hizo tanto daño a las filas de los insurgentes como él. Calleja fue quien hizo pedazos al movimiento de Hidalgo y el artífice de la caída de los primeros insurgentes.

Pero ¿Quién era el hombre que habitó atrás de este monstruo? ¿Es posible redimir al gran malvado de la Independencia? Félix María Calleja del Rey nació en Medina del Campo, Valladolid, en 1753, en el mismo año en que nació su acérrimo enemigo, Miguel Hidalgo en Pénjamo, Guanajuato. Hay quienes descubren su vocación por un accidente o se ven arrastrados por la vorágine de la historia. No fue el caso de Calleja que desde muy jovencito tuvo muy claro el camino que había de seguir en la vida: el de las armas. Desde su adolescencia se alistó en las fuerzas armadas en donde hizo su especialidad en cartografía militar. Con menos de 22 años de edad, participó en la fracasada expedición contra Argel. Con menos de 30 fue nombrado director del Colegio Militar del Puerto de Santa María, hasta que en 1789 emprendió el viaje que definió su vida y se fue a la Nueva España siguiendo al Conde de Revillagigedo, quien iba con el nombramiento de virrey. Calleja fue comisionado como comandante del ejército realista en San Luis Potosí. Paradojas del destino: Ignacio Allende, el futuro jefe militar de los insurgentes, fue subordinado de Calleja cuando era un joven oficial. Se habla de cierta corrida de toros en 1800 donde habrían coincidido en la tribuna Calleja, Allende e Hidalgo que en aquellos tiempos de paz convivieron como grandes amigos, sin intuir que una década después se desearían la muerte. En 1807 Calleja ganó una de sus principales batallas al conquistar el corazón de Francisca de Gándara y llevarla al altar. La vida sonreía al militar realista.

En septiembre de 1810 llegaron noticias hasta tierras potosinas: una turba enloquecida de desarrapados comandados por un cura de pueblo estaba sembrando el terror en el Bajío. Calleja de inmediato se puso al frente de las tropas insurgentes, pero en aquel entonces no bastaban un par de horas para llegar de San Luis a Guanajuato y a la distancia Calleja se enteró del saqueo y la masacre de españoles en la Alhóndiga de Granaditas. El 30 de octubre de 1810, las fuerzas de Hidalgo tuvieron a la Ciudad de México a tiro de piedra luego de vencer a Tocrcuato Trujillo en el Monte de las Cruces. ¿Por qué Hidalgo no quiso atacar la desprotegida e indefensa capital del virreinato? Incomprensibles misterios tiene la Historia. Lo cierto es que el Cura de Dolores decidió marcharse a Querétaro en donde siete días después se topó por primera vez cara a cara con su “demonio”. Calleja lo sorprendió en Aculco, donde hizo pedazos a las tropas insurgentes. Fue la primera gran derrota de Hidalgo, que a partir de entonces no volvería a conocer el triunfo. Semanas más tarde Calleja tomó Guanajuato y e hizo méritos para igualar la saña y la crueldad mostrada por los insurgentes y cubrió de sangre los románticos callejones de la ciudad minera. Pero el punto culminante de la carrera militar de Calleja llegaría el 17 de enero de 1811, afuera de Guadalajara, en Puente Calderón, donde enfrentó a las fuerzas de Hidalgo, superiores en número. La balanza se inclinaba a favor de los insurgentes cuando una genialidad de la artillería realista cambió el rumbo de la batalla y de la Guerra de Independencia. Los realistas lograron disparar sobre un carro insurgente de municiones que estalló provocando horror y desbandada en las huestes hidalguistas. Era el final. Tocaba el turno de Morelos, un hueso mucho más duro de roer para Calleja, sin duda el gran rival de su vida. Contra el Cura de Carácuaro, Calleja conoció derrotas y victorias. Su gran humillación fue haberlo dejado ir vivo de Cuautla, luego de tres meses de sitio en 1812. Sus éxitos en el campo de batalla, le valieron el reconocimiento de la Corona Española, que lo coronó con el nombramiento de Virrey de la Nueva España el 4 de marzo de 1813. Como Virrey, Calleja mandó a la muerte a Morelos de la misma forma que había acabado con sus lugartenientes Matamoros y Galeana. Su crueldad se volvió leyenda. Cuando el país parecía casi pacificado, la Corona optó por una política de indulto y nombró en lugar de Calleja, al más bonachón Juan Ruiz de Apodaca. Calleja retornó a España con todos los honores, donde fue nombrado capitán general de Andalucía y Gobernador de Cádiz.

La leyenda también rodea la vida de Calleja. Hay muchas versiones que coinciden en el secuestro de su esposa Francisca Gándara a manos de los insurgentes y su intercambio por la mujer de un caudillo, Rafael Iriarte. Se habla también de una admiración de doña Francisca por Morelos, admiración que se confundía con el enamoramiento. En su obra “Mi gobierno será detestado”, José Manuel Villalpando construye una teoría aún más inverosímil. Dice que Calleja en el fondo de su alma, deseaba la independencia. También se dice que planeó la reconquista de México, pero la muerte lo sorprendió en 1828.