Eterno Retorno

Saturday, November 30, 2024

IKERCHO QUINCEAÑERO


 

Después de una noche tan divertida, solo nos resta dar las gracias a quienes acudieron a festejar y a bailar con nuestro quinceañero. Bailamos como nunca y la pasamos bomba. Carol De Hoyos se lució con cada detalle de la planeacion, la familia entera hizo equipo para ayudar y anoche el espíritu adolescente simplemente hizo erupción. Y no crean que todo fue The Warning. Ikercho y yo mostramos una atípica apertura musical y bailamos de todo. Nuestra gratitud con ustedes. Nunca olvidaremos esta gran noche. XV y contando Ikercho. Con todo Campeonazo!!! Te amamos.

Friday, November 29, 2024

El cumpleaños de un viejo que envejece bien

 



Hace 143 años, un 28 de noviembre, nació en Viena Stefan Zweig y hoy podemos afirmar que es uno de los narradores de su generación que mejor ha envejecido, alguien que en el Siglo XXI parece tomar un nuevo aire y cobrar actualidad con bellas reediciones de su obra. A Stefan lo conocí (como a tantísimos autores) en la época en que hacía como que trabajaba en Librería Castillo San Agustín (y digo hacía, porque me la pasaba leyendo en lugar de atender a los clientes). Lo primero que leí fue la novela 24 horas en la vida de una mujer, pero lo que verdaderamente me voló la cabeza fue descubrir su legado como biógrafo o sus ensayos históricos. Nadie como el austriaco retrata al ser y sus circunstancias, con todas las contradicciones, sinsentidos y complejidades que encierra un alma humana. También me encanta la manera en que describe los caprichosos e incomprensibles hilos que van tejiendo un hecho histórico. Momentos estelares de la humanidad y Mundo de ayer están entre mis lecturas más queridas de todos los tiempos. Nunca entenderé por qué se suicidó Stefan Zweig. Cierto, era un momento muy oscuro y su mundo estaba en manos de Hitler, pero él ya estaba a salvo en Brasil y creo que si alguien dimensionó lo efímero de las tiranías y la condición de rueda de la fortuna inherente a la Historia, fue él. En mi adolescencia fui un fiel lector de su gran amigo Herman Hesse (su mutua correspondencia que me prestó Rodolfo Pataky es buenísima), pero en mi vida adulta el compañero de viaje ha sido Zweig. Por cierto, en el gran pandemonio de mi biblioteca, Stefan está representado por los ejemplares más caros y más baratos que se pueden encontrar en el librero. Una caja con sus biografías que costó 2 mil pesos y un ejemplar de sus novelas cortas que pepené usado en un mercadito sobre ruedas por 20 pesos- Ambos buenísimos.

Tuesday, November 26, 2024

Aquí no queda ni dios

 


Tras concluir un trámite consular en Monterrey, fui a caminar por la calle en donde yacía la casa en la que pasé mis primeros ocho años de vida. Una peregrinación para volver al origen, al lugar donde absolutamente todo comenzó para mí. Jugar ser arqueólogo de mi más remoto pasado solo para concluir que de aquella infancia embrujada no queda piedra sobre piedra. Estas ruinas que ves… ¿cuáles? Aquí en Río San Juan 103 Colonia Miravalle ni siquiera queda iglesia sobre pirámide. No queda ni polvo, ni ceniza, ni vestigio o siquiera sospecha de nuestro paso por este mundo. Aquí no queda ni dios diría Eskorbuto. Nacimos siendo ya el olvido que seremos. Aquí había una casa. Dentro de esa casa había más de 33 mil libros y siete vástagos del matrimonio de una malagueña con un tapatío. Aquí fui concebido. Aquí viví mis primeros ocho años de vida. Aquí había un jardín encantado donde todos los mundos imaginarios eran posibles. Aquí había un montón de árboles e infinitos países de las maravillas. Había un sauce llorón y un sauce alegre y un toronjo que daba jugosos e infinitos frutos en octubre. Había una casita verde donde yacían arrumbados mil y un cachivaches, ahí donde Chabela parió sus cachorrros en la Nochebuena de 1980 y un tlacuache se los quería comer. Había en el frente un escudo que acreditaba al recinto como Consulado Honorario de Portugal y una mecedora donde se sentaba mi abuela y una puerta con una campana. Pero de todo eso nada más queda. ¿Sabes qué hay ahora? Un hospital particularmente mamón. Se hace llamar Swiss Hospital y ya ha colonizado la cuadra completa. Un hospital con guardias malencarados y médicos que imagino sobrevalorados e insufribles. Doctores odiosos que luego de acuchillar tu capital con mil y un análisis concluyen que te vas a morir y que ya no bebas, ni comas, ni te desvelas, ni cojas ni hagas nada que huela ligeramente a hedonismo, e imagino que sería una gran burla del destino llegar a este pedante hospitalete a que un médico millenial que ni siquiera había nacido cuando la casa que había aquí fue derrumbada, leyera en mi sangre la catástrofe en la que me he convertido y justo en el lugar donde descubrí que vivir es alucinante, me advirtiera con su odioso tonito de sanguijuela moralista que estoy haciendo méritos para morir muy pronto y que debo inyectarme cataratas de ozempic y tragar apios hervidos, deslactosados, pasteurizados y envueltos en un condón y yo le diré simplemente F.O.A.D. (fuck off and die). 



Camino y me refugio en la librería del Fondo de Cultura Económica, lo único bueno que le ha pasado a la zona en los últimos 30 años. La parte de la cuadra que no fue colonizada por un hospital, la acapara la notaría 46 donde despacha orgulloso el señor notario Patricio Chapa ¿así o más estereotípicamente regio el nombrecito? Eso sí, don Patricio no derrumbó las casas de abuelos muertos que compró a precio de ganga, pero las adaptó para su corporativo notarial. Mi cartografía infantil transcurrió entre el Río Santa Catarina y las vías del tren, pero hoy el río es un amasijo de corporativos cristalizados. La calle Río San Juan, en donde aprendí a andar en bici, corre de la carretera Saltillo al Río Santa Catarina a donde se bajaba por una ladera. Hace muchos años en el río había pastores con sus rebaños y unos cuantos caballos prófugos. Después hubo una ciclopista que corría desde Santa Bárbara a Fundidora que recorrí muchas veces en mi bici hasta que Gilberto arrasó con todo. Vaya, con decirles que mi cuento publicado más antiguo se llama Río Santa Catarina, aunque de aquello que lo inspiró ya nada queda. Hoy en el lecho del río hay corporativos galácticos, petulantes torres fálicas buscando sodomizar un cielo siempre sucio. Casas abandonadas pudriéndose entre babeles erectas. Erupción de cemento, diarrea inmobiliaria. La torre más alta, el Tesla más nuevo (aunque Elon Musk te haya mandado olímpicamente a la chingada) el estadio más déspota, y en el Swiss Hospital de la Miravalle les practicarán la cirugía plástica de última generación para que recuperen la juventud que nunca gozaron por estar entregados a una competencia desalmada y les darán pastillas para dormir, para despertar, para no deprimirse y no estallar y hacer infructuosos intentos por mantener sosiegos a los mil demonios y a los mil traumas que los regios llevan adentro. Pastillas para no tener la recurrente pesadilla de volverse pobre o parecer pobre y seguir aspirando a ser algo que nunca serán del todo. Hoy es el futuro y de mi infancia sobreviven tan solo los cerros, pero el horizonte está tan sucio, tan puerco y tan opaco, que ni siquiera puedo verlos, porque en esta ciudad parece habitar un dios enfermo que te arroja en la cara su tóxico aliento mientras el sol ilumina espectros de mugre y pienso que este ya es el post apocalipsis pero en el Swiss Hospital no hay tratamientos para sacarle a los regios esos mil diablos que habitan en sus corazones.



Sunday, November 24, 2024

Hotel de aeropuerto

 



En ciertas teologías le llaman limbo; tú puedes llamarlo hotel de aeropuerto. Estos lugares son el no lugar por antonomasia, la catarsis de la asepsia. Llegas aquí de madrugada e irremediablemente te sientes inmerso en un cuadro de Edward Hopper o en un cuento de Lucía Berlin. De pronto reparo en que pese a haber nacido en Nuevo León nunca había dormido en el municipio de Apodaca. Siempre hay una primera vez.  El avión aterriza de madrugada sin mayores contratiempos. ¿Cuántas veces en mi vida he hecho la ruta Tijuana-Monterrey-Tijuana? Ya he perdido la cuenta. ¿El tramo aéreo que más veces he recorrido en mi existencia? Sin duda. El límbico hotel aeroportuario ofrece transportación gratis a sus huéspedes, pero el chofer tarda más de media hora en llegar. La madrugada ni siquiera alcanza a ser fría. El chofer me pregunta que de donde soy y le respondo que de Tijuana. Lo primero que quiere saber es si conozco al güey de la Patrulla Espiritual. Pero vaya que lo conozco, le digo. ¿No ves que soy un tazo dorado en fuga? Me gané la beca pero la rehusé. Conmigo no parió la cochi. Pienso entonces que El Chiquilín Osuna es el nuevo súper héroe de Tijuana, mucho más conocido que un montón de artistas, políticos o deportistas ¿Lo incluirá Galicot en su salón de la fama tijuanense? Debería.

Llego al hotel. La absoluta desolación que rodea al chico de la recepción es más hopperiana que el más triste cuadro de Hopper

El chofer ofrece llevarme al centro de Apodaca a buscar un restaurante 24 horas, pero opto por dormir sin cenar. Me siento un perfecto extraño. La ventana de mi cuarto tiene vista a un parque industrial.  Cuando en Monterrey la gente me pregunta que de dónde soy les respondo que de Tijuana. Pienso que si les digo que soy regio estaría mintiendo. Podría contarles que según cuenta la leyenda, yo nací aquí hace 50 años, pero la verdad ya no estoy tan seguro. ¿De verdad habré nacido aquí? Sospecho que las montañas son las mismas, pero el resto nada tiene que ver. Pienso que soy el único ser vivo en este hotel, pero cuando bajo a desayunar al amanecer me doy cuenta que está lleno. Los hoteles de aeropuerto son un negociazo. ¿A quién se le ofrece dormir aquí? A mucha gente. Veo sobrecargos de Volaris, ingenieros con el logo de la planta en la blanca camisa, coreanos armados con sus laptops listos para ir a pegarle una chinga al hatajo de haraganes que tienen por subordinados en la fábrica. Pienso entonces en la hipotética historia del ingeniero Cho Kwang-rae, graduado de la Universidad Nacional de Seúl, que trabaja en el corporativo de la Daewoo y un día de noviembre debe viajar a Monterrey a supervisar qué carajos pasa con la planta de Apodaca o Pesquería en donde esta sarta de pendejos no parece asimilar  el nuevo proceso de reingeniería. Eso sí, tal vez sería el cansancio, pero en el no lugar se duerme bien y aunque es otoño enciendo el clima. Entonces sueño que escribo una historia sobre un hotel de aeropuerto y la duermevela me dicta palabras como región límbica, no lugar, asepsia, Edwar Hopper Lucia Berlin y la noche oscura del alma se consume como ceniza en el viento contaminado y otro denso amanecer irrumpe en esta hostil ciudad a donde alguna broma de negrísimo humor me arrojó a nacer. Hotel, dulce hotel.