Rabia de viento cuaresmal, insurrección de mil y un demonios. Febrero en rebelión, las señales yacen en el azul de este cielo desnudo, en los dientes afilados de una vida en altamar, en las sombras largas de la mañana, en el pillar desesperado del pájaro ante la hecatombe de su nido. ¿No es demasiado claro lo que me grita el viento? En los santaaneros yace el camino.
Las cabezas de ratón no fueron un sueño, aunque hoy mismo no metería las manos al fuego por su recuerdo. Tampoco el águila devorando la ardilla en medio de Sánchez Taboada ni la petulante desnudez de este horizonte cuchillero. Tres veces ha rodado la maceta y el canto de este pájaro suena a clamor inexorable. Del este viene la luz y a mi izquierda vigilan las hirientes sombras.
Saturday, February 14, 2015
Wednesday, February 11, 2015
Río Tijuana le llaman y aunque de piedra es su lecho, hay eneros apocalípticos en los que se acuerda de llevar agua. Surge en alguna altura de la Sierra de San Pedro Mártir y sin pasaporte cruza a desembocar en un estuario del lado estadounidense. Sus furias repentinas y sus crecidas sin heraldo marcaron la pauta y el biorritmo de la idílica Sodoma de los veinte. Sobre un puente tembeleque y suicida llamado La Marimba cruzaron las sedientas gargantas cuya derrama triplicó la población de la ciudad en tan solo una década. De sus desbordes surgieron leyendas de catástrofes bíblicas y de sus lodos brotaron destinos casi siempre torcidos.
Tuesday, February 10, 2015
Cada que leo una entrevista con algún autor escandinavo de novela negra la cantaleta es más o menos la misma: que bajo la idílica imagen sueca (o danesa o noruega) se oculta el mórbido rostro del crimen, que el estado de bienestar de Olof Palme ha quedado atrás, que las tensiones raciales están a flor de piel, que en Estocolmo hay barrios aterradores, que las mafias rusa, serbia y estonia tienen controlado el mercado negro y que la blanca nieve está manchada de sangre. Sin embargo, cuando uno lee la lista de los diez países más seguros del mundo, se da cuenta que los cinco de Escandinavia están entre ellos (Islandia es en teoría el más seguro del planeta). En una sola entidad federativa mexicana, digamos Guerrero o Michoacán, se cometen en un año el triple de crímenes que en todo el quinteto escandinavo. En las novelas de Mankell un solo asesinato voltea de cabeza a toda Suecia y aquí una masacre ni siquiera altera el sueño.
En un cuento incluido en el sexteto de Dispárenme como a Blancornelas, llamado La reina de los hielos de Maclovio Herrera, imagino a una hipotética Camilla Lackberg visitando Ciudad Juárez y pasando el día a lado de un reportero policíaco juarense en su ronda fotográfica de cadáveres. Si la producción de novela negra fuera proporcional al índice de criminalidad de un país, entonces México, Honduras y Venezuela deberían infestar festivales como BcNegra o la Semana Negra de Gijón. Desde hace algunos años San Pedro Sula y Caracas aparecen como las ciudades con más asesinatos en el mundo y sin embargo, fuera del salvadoreño Castellanos Moya (que parece tener el monopolio de Centroamérica) no he leído todavía un novelista hondureño o venezolano contemporáneo que narre la carnicería (debe haber decenas de colegas trabajando, pero el centralismo editorial es mierda densa). Intuyo que debe haber no pocos narradores venezolanos reflejando el infierno delincuencial del chavismo, pero yo todavía no leo al primero.
Paradojas del sonido o la educación. En los países escandinavos el Black y el Death Metal encuentran tierra fértil, pero en Honduras, donde el asesinato está en barata, lo que manda es el pestilente reggaetón.
Monday, February 09, 2015
De repente imagino que en mis manos cae un texto juvenil de Sergio Pitol en donde se narra la historia de un anciano escritor que ha perdido el habla y es secuestrado por una parte de su familia. Aparentemente el escritor carece de lucidez, pero dentro de su limbo alcanza a percibir que es víctima de una conspiración orquestada por su clan. El tema va perfectamente con el estilo de los primeros relatos de Pitol en su etapa llamémosle “gótica-veracruzana” compilada en el volumen Infierno de todos. ¿Soñar la realidad? Lo cierto es que el epílogo de su vida es terriblemente pitoliano. “Mis primeros relatos concluían irremisiblemente en una agonía que conducía a la muerte del protagonista o, en el más benigno de los casos, a la locura. Acceder a la demencia, ampararse en ella, significaba vislumbrar una última Thule, la isla de Utopía, donde todas las tribulaciones, angustias y terrores quedaban para siempre abolidos”. Así se refiere Sergio Pitol sus primeros textos en la nota introductoria de Infierno de todos editado por la Universidad Veracruzana.
Al final del pasado otoño se presentaron en mi vida una serie de serendipias pitolianas. Primero fue la foto que me hizo llegar mi colega Jaime Cháidez Bonilla, tomada por Lorenzana y publicada en Identidad hace cuatro años. Yo ignoraba que en este mundo existía una foto mía junto a Sergio Pitol. Días después llegó a la puerta de mi casa el magistral ensayo El dueño y el creador. Un acercamiento al dédalo narrativo de Sergio Pitol escrito por Hugo Valdés. Un ensayo exhaustivo, ambicioso, buceador de profundidades, sin duda el más sólido análisis que he leído (y aún estoy leyendo) sobre la obra de Pitol. Una semana más tarde encontré en La Paz una atípica edición de Juegos Florales en Siglo XXI y la referida compilación de los textos juveniles. A ello se suma un raro cuaderno editado por el Itesm llamado De la realidad a la literatura donde se incluye íntegra la charla de Pitol en la Cátedra Alfonso Reyes. Debe ser el deja vu de febrero y el recordar que hace un año Federico Campbell yacía en terapia intensiva, pero el caso es que empiezo a sentir saudade anticipada por Sergio Pitol.
Sunday, February 08, 2015
Por supuesto a ti no te corresponde aclarar quién eres, si es que eso tiene alguna mínima importancia a bordo de este autobús de la compañía Norte de Sonora que llevará tu descomunal humanidad a través del desierto, desde Mexicali hasta Hermosillo. Te esperan 695 kilómetros y aproximadamente diez horas de viaje. De tripas corazón hay que hacer.
Esto es punk rock, piensas apelando a la dosis de rudo romanticismo con que intentas conjurar las malquerencias e hijoeputeces de esta vida tuya. El rock es eso: carretera, aventura, incomodidad.
“Solo 16, sin dinero, sin suerte”, has cantado mil y un veces alrededor el mundo. Lo cantaste hace unas horas en Mexicali y lo volverás a cantar en Hermosillo, si es que este autobús no vuelca en el desierto y si no eres acribillado por los sicarios del cártel. “Corriendo salvajemente, corriendo libre, una cárcel en Los Ángeles, whisky y putas”. ¿No es ese el himno de tu vida? Correr libre a los cincuenta y tantos años, sin dinero, con asma, una pierna rota y una gordura de hipopótamo. El rock es para tipos rudos, has espetado una y otra vez, pero lo que te espera raya en la tortura. La ecuación matemática sigue sin resolverse ¿Cómo carajos vas a meter tus 120 kilos en ese espacio? Y no solo es meter los 120 kilos, suponiendo que lo logres, sino aguantar las diez horas ahí, ensardinado con tu pierna jodida que no acaba de recuperarse y antes de la mitad del viaje estará entumida y gangrenada. Sentarte es un vía crucis y levantarte será aún peor, pero intuyes que la meadera no va a perdonarte. ¿Cuántas veces tendrás que ir al baño en las siguientes diez horas? Sí, a veces sería bueno tener un pañal extra grande, un pañalote como carpa de circo capaz de absorber toda la mierda mientras tú duermes como hace años no has dormido. Lo deseable hubiera sido poder tomar algo fuerte para dormir o por lo menos traer contigo un gallito de mota para conjurar el vía crucis, pero los músicos mexicanos te han advertido del peligro. Tendrás que pasar una aduana al entrar al estado de Sonora y la carretera está atiborrada de retenes militares donde los soldados suben en plan de sabueso a los camiones. El narco infesta estos rumbos y lo mejor es viajar limpio, te dicen, pero nadie te ha revelado el secreto para soportar diez horas aquí metido.