Eterno Retorno

Saturday, December 27, 2003

Con inmenso placer escucho el disco de Saratoga que me ragalò mi hermana. Una banda española de heavy metal ortodoxo y puro, muy de la escuela de Baròn Rojo. Tal vez con una mejor distribución esta banda se ganarìa una buena horda de seguidores en este paìs. Pero las bandas españolas de heavy no se caracterizan por traspasar fronteras. La ùnica banda metalera española cuyos discos se consiguen en cualquier supermercado de México es Àngeles del Infierno, cuyas rolas me influyeron terriblemente en la adolescencia. Cosas del destino, Àngeles del Infierno es casi desconocido en España donde hace muchos años que no tocan en vivo, mientras que en México suelen tocar infinidad de veces al año. En cambio, Baròn Rojo, sin duda la banda heavy màs respetada en España, apenas se conoce en este paìs. Saratoga es un digno alumno del Baròn, aunque me parece que en virtuosismo musical supera al maestro. Perfeccionismo en el guitarreo, potencia en la voz, un sonido muy limpio. Vale la pena.


Luego de una serie de conversaciones profundas, mi posición en torno a la reforma fiscal empieza a volverse màs flexible. Sigo temiendo los efectos que generarà en las clases màs desprotegidas y en las miles y miles de personas que carecen de un ingreso fijo en este paìs, pero estoy seguro que de aprobarse, traerà grandes beneficios a la gente que como yo, trabajamos y recibimos un sueldo en nòmina, del que papà gobierno se encarga de morder un abusivo ISR.

Ayer probè una nueva cerveza: Leòn, Made in Yucatán. Mira que venir a probar una cerveza yucateca en Monterrey, la tierra donde la Carta Blanca es diosa y señora. Me gustò la Cerveza Leòn. Oscura, cremosita, apta para una buena cena.


Eso sì, a Monterrey le faltan los vinos bajacalifornianos. Yo no sè porque Don Luis Cetto no distribuye por estos terruños los deliciosos productos de sus viñedos. Y es que si hay un aspecto de la vida donde demuestro mi regionalismo bajacaliforniano, ese es sin duda el consumo de las delicias que emergen del Valle de Guadalupe.

El Cerro de las Mitras, que ahora mismo observo desde esta ventana, ha sido condenado a mantenerse en una suerte de segunda división de la orografía regiomontana. Tal vez por no tener la estètica tan característica de su petulante primo sureño llamado de la Silla, las Mitras apenas es conocido fuera de Monterrey e incluso hay habitantes de esta ciudad que no saben exactamente como se llama. Jamás podrà siquiera atreverse a soñar con ser considerado un monumento nacional como ya lo es la Silla y de hecho jamás he podido descubrir en èl la forma de mitra arzobispal que se le atribuye. Pero los cerros no ocupan títulos nobiliarios y eclesiásticos ni mucho menos ser considerados monumentos nacionales para ganarse mi aprecio. Y yo quiero al Cerro de las Mitras.

Monterrey es una casa, una familia, una biblioteca llena de viejos libros que me marcaron en la infancia. Monterrey es un atiborre de nostalgias, de recuerdos que llegan sin avisar ni tocar la puerta.

A menudo uno piensa que cuando pasa demasiado tiempo sin ver a una persona, las palabras fluirán como torrente. En casi dos años, debe haber mil y un cosas que contar. Sin en las 16 o 17 horas que dura un dìa activo pasan tantas cosas, luego de dos años parecerìa que uno tiene màs de una cosa para decir. Pero no. Compruebo una vez màs que con las personas que màs quiero me gusta a menudo compartir los silencios o la simple palabra cotidiana.

Y hablando de silencios compartidos, me permito transcribir un párrafos de la biografía de Joyce, escrita por Richard Ellman.

“Joyce tenìa entonces 50 años y Beckett 26. Beckett era adicto a los silencios y tambièn Joyce; entablaban conversaciones que a menudo consistìan sòlo en un intercambio de silencios, ambos impregnados de tristeza, Beckett en gran parte por el mundo, Joyce en gran parte por sì mismo. Joyce estaba sentado en su postura habitual, las piernas cruzadas, la puntera de la pierna de encima bajo la canilla de la de abajo; Beckett, tambièn alto y delgado, adoptaba la misma postura. Joyce de pronto preguntaba algo parecido a esto: - ¿Còmo pudo el idealista Hume escribir una historia?-
Beckett replicaba: - Una historia de las representaciones”-

El quebrantahuesos y Esquilo

El quebrantahuesos es un gigantesco pàjaro carroñero que habita en las montañas europeas. La fuerza descomunal de este buitre blanco le permite alzar con sus garras a una cabra montès o a un cervatillo y dejarlos caer desde las alturas hasta los peñascos, en donde sus huesos se hacen añicos. Una vez que la osamenta de la vìctima yace destrozada en las piedras, el quebrantahuesos desciende para devorar los restos. Obvia decir que es esta loable actividad la que le da su nombre. El quebrantahuesos es un buen ejemplo de cómo pueden relacionarse literatura y zoología. Y es que en mi infancia, fueron las lecturas en torno a la vida y costumbres de este pajarraco, las que me llevaron a saber de la existencia del poeta Esquilo, el primer trágico griego.
Esquilo, quien naciò en Eleusis, localidad cercana a Atenas en el año 525 A.C., fue un sobreviviente de las guerras contra los persas en Maratón y Salamina donde fue gravemente herido. Pero las paradojas del destino, o esa suerte de fatalidad que pesa sobre los personajes de tragedia griega, y por lo visto tambièn sobre sus creadores, quiso que Esquilo no muriese como un héroe de guerra. Cuenta la leyenda que un oráculo le dijo al autor de Prometeo encadenado y Trilogía de Orestes que morirìa a consecuencia de la caìda de un gran bulto sobre su cabeza. Esquilo imaginò sin duda una piedra lanzada por una catapulta o un objeto arrojado desde el techo de un edificio, por lo que se retirò a vivir como ermitaño en un valle, donde según èl, no podría caerle ningún objeto desde el cielo.
No imaginò jamás el pobre Esquilo que un inoportuno quebrantahuesos dejarìa caer desde las alturas una tortuga que fue a estrellarse contra su cabeza. Lo que la leyenda no se cuidò de aclarar, es si el quebrantahuesos tuvo banquete con dos platos, pues además de devorar a la tortuga, no creo que le haya hecho el feo a la destrozada cabeza de Esquilo. O sea, que el pico del pajarraco se atragantò de un poco de lirismo griego aderezado con caldo de tortuga. Mmmm. Que delicia.
Un grabado clásico de la Crónica Florentina que alguna vez tuve la oportunidad de ver en el British Museum, muestra el momento en que el quebrantahuesos arroja la tortuga sobre la cabeza de Esquilo.

Geoffrey Chaucer

Alguna vez tuve la oportunidad de pasar por Caterbury. Me hubiera gustado tener màs tiempo para empaparme con la mìstica de ese legendario sitio, fuente de inspiración para grandes poetas de las letras británicas. Fue ese el lugar que inspirò a Geoffrey Chaucer a escribir sus cèlebres Cuentos de Canterbury en 1386.
Geoffrey Chaucer fue el primer gran poeta de Inglaterra. Naciò probablemente en Londres en 1340 y fue soldado de su paìs en uno de los tantos episodios de la Guerra de los 100 Años contra Francia, la misma en la que participò Juana de Arco medio Siglo después. Dado que viajò en una misión diplomática a Génova, se considera muy probable que Chaucer haya podido conocer personalmente a Petrarca y a Boccaccio. El encuentro entre dos poetas italianos y un poeta inglès en el Siglo XIV era por demàs improbable, dadas las precarias comunicaciones de la època. Se sabe que Chaucer dominaba perfectamente el latìn, el francès y tambièn el italiano, por lo que no debe haber tenido problemas para comunicarse con sus colegas. Los crìticos dicen que como poeta lírico, Chaucer no estuvo jamás a la altura de Petrarca o Dante, pero como poeta narrativo fue sin duda el mejor de su tiempo. Fue precisamente a Chaucer a quien le tocò inaugurar el rincòn de los poetas en la Abadía de Westminister en donde siglos màs tarde estarìa atiborrado de vecinos.

El baròn de Teive es el heterónimo menos conocido de Fernando Pessoa y tambièn el menos prolífico. El ùnico manuscrito que dejò Teive fue “La educación del estoico”, una suerte de tratado sobre la imposibilidad de hacer un arte superior.
Teive, por cierto, no es tan famoso por su limitada obra, sino por ser el ùnico de los heterónimos de Don Fernando que se suicidò. Perdonando la odiosísima comparación: ¿Optarà algún dìa mi Amber Aravena por el suicidio?

Cuando en 1848 un desconocido Dostoievski publicò su novela “El doble”, recibiò duras crìticas, pues se considerò a su obra una vil y malograda copia de Gogol.
Yo soy un lector confeso de Gogol, una pluma que bajo mi opinión merecerìa màs atención. Al igual que a Dostoievski, a Gogol lo acabaron por obsesionar dilemas ontològicos y a diferencia del buen Fedor, Nicolai acabò por perder totalmente la razón. Murió demente y obsesionado por temores místicos. Lo extraño del caso, es que una personalidad complicada como la de Gogol, haya sido capaz de crear cuentos tan cómicos. Y es que la lectura de “La nariz” fue capaz de arrancarme honestas carcajadas.

Me dijo Vila- Matas que dice Keats: “El poeta lo es todo y no es nada. No tiene carácter, disfruta de la luz y de la sombra. Lo que choca al virtuoso filòsofo, emociona al camaleónico poeta. Un poeta es el ser menos poético que haya porque no tiene identidad: Esta continuamente sustituyendo y rellenando algún cuerpo”.

Friday, December 26, 2003

Muy pronto llegò la madrugada. El tiempo parece tener prisa. Escribo desde Monterrey, concretamente desde el lugar que fue mi cuarto desde agosto de 1992 hasta el 14 de febrero de 1999. A veces me da la impresiòn de haber habitado la prehistoria de Monterrey y la prehistoria de esta casa. Avenidas nuevas, puentes espaciales del Siglo XXII, carros modelo 2005, centros comerciales, negocios y restaurantes donde hace unos años habìa monte y sòlo monte. Monterrey tiene prisa por llegar a quien sabe donde, por crecer reproducirse y mirarse al espejo para darle un beso y transformarse en oro. Me cuesta trabajo creer que nacì y crecì aquì. Me resulta difìcil concebir que soy regio por designio de alguna deidad caprichosa.
Y aquì estoy, otra vez, sòlo para afirmar con cara de estùpido e incrèdulo: Como ha pasado el tiempo. Como diablos ha pasado tantìsimo tiempo. Mi exilio tijuanense significa habitar afuera de de la cronologìa familiar, mi permanente y voluntario destierro frente al Pacìfico es un congelar la mirada en un atardecer. Y cuando retorno me doy cuenta que lo ùnico que permanece es el cambio.
Por lo demàs, lo ùnico que puedo decir es que extraño horrores estar con Carolina en este preciso momento, pero eso me pasa siempre que llega la noche y no estoy con ella.
De cualquier manera, es bello recordar que en este mundo hay una casa y un nucleo familiar que me acepta y me quiere como soy y que ademàs me ha recibido con muchìsimo cariño y toda clase de regalos, entre ellos la nueva camisa de los Tigres en manga larga y un disco de Saratoga que me trajo Ana de Barcelona. La casa de mis padres es lo que en arquitectura llaman maximizar espacios. Cada rincòn de esta casa ha sido aprovechado y sin ser demasiado grande genera una sensaciòn permanente de inmensidad y dones creativos.
Y flota en el ambiente el olor a arrachera, la cerveza Carta Blanca y el rostro del eterno progreso regiomontano. Los anuncios panoràmicos de apoyo a los Tigres, el edificio de Cemex pintado con un mural de este gran equipo que mereciò ser el campeòn del futbol mexicano. Y sì, hay una vibra regia que llevo demasiado adentro. Mi vocaciòn por el trabajo y el ahorro, el amor por mi familia y mi absoluta devociòn por un equipo de futbol, aunada a la adicciòn por la contemplaciòn de las montañas, algo que me gusta casi tanto como contemplar los atardeceres de Playas de Tijuana. Sì, Tijuana y Monterrey son urbes norteñas, pero no se parecen en lo absoluto. No tienen nada que ver. Son vocaciones distintas, dirìase opuestas. Monterrey es orden, progreso, ascenso. Pero yo, como dirìa Fito Pàez, prefiero siempre un poco de caos. Luego entonces, prefiero Tijuana.

Muy pronto llegò la madrugada. El tiempo parece tener prisa. Escribo desde Monterrey, concretamente desde el lugar que fue mi cuarto desde agosto de 1992 hasta el 14 de febrero de 1999. A veces me da la impresiòn de haber habitado la prehistoria de Monterrey y la prehistoria de esta casa. Avenidas nuevas, puentes espaciales del Siglo XXII, carros modelo 2005, centros comerciales, negocios y restaurantes donde hace unos años habìa monte y sòlo monte. Monterrey tiene prisa por llegar a quien sabe donde, por crecer reproducirse y mirarse al espejo para darle un beso y transformarse en oro. Me cuesta trabajo creer que nacì y crecì aquì. Me resulta difìcil concebir que soy regio por designio de alguna deidad caprichosa.
Y aquì estoy, otra vez, sòlo para afirmar con cara de estùpido e incrèdulo: Como ha pasado el tiempo. Como diablos ha pasado tantìsimo tiempo. Mi exilio tijuanense significa habitar afuera de de la cronologìa familiar, mi permanente y voluntario destierro frente al Pacìfico es un congelar la mirada en un atardecer. Y cuando retorno me doy cuenta que lo ùnico que permanece es el cambio.
Por lo demàs, lo ùnico que puedo decir es que extraño horrores estar con Carolina en este preciso momento, pero eso me pasa siempre que llega la noche y no estoy con ella.
De cualquier manera, es bello recordar que en este mundo hay una casa y un nucleo familiar que me acepta y me quiere como soy y que ademàs me ha recibido con muchìsimo cariño y toda clase de regalos, entre ellos la nueva camisa de los Tigres en manga larga y un disco de Saratoga que me trajo Ana de Barcelona. La casa de mis padres es lo que en arquitectura llaman maximizar espacios. Cada rincòn de esta casa ha sido aprovechado y sin ser demasiado grande genera una sensaciòn permanente de inmensidad y dones creativos.
Y flota en el ambiente el olor a arrachera, la cerveza Carta Blanca y el rostro del eterno progreso regiomontano. Los anuncios panoràmicos de apoyo a los Tigres, el edificio de Cemex pintado con un mural de este gran equipo que mereciò ser el campeòn del futbol mexicano. Y sì, hay una vibra regia que llevo demasiado adentro. Mi vocaciòn por el trabajo y el ahorro, el amor por mi familia y mi absoluta devociòn por un equipo de futbol, aunada a la adicciòn por la contemplaciòn de las montañas, algo que me gusta casi tanto como contemplar los atardeceres de Playas de Tijuana. Sì, Tijuana y Monterrey son urbes norteñas, pero no se parecen en lo absoluto. No tienen nada que ver. Son vocaciones distintas, dirìase opuestas. Monterrey es orden, progreso, ascenso. Pero yo, como dirìa Fito Pàez, prefiero siempre un poco de caos. Luego entonces, prefiero Tijuana.

Wednesday, December 24, 2003

Sí, soy blogadicto y que chingados.

Madrugada, delirios de madrugada. Desperté hace un rato, como a las 4:00. a.m. No es insomnio, simplemente no se me da la gana dormirme.
Releí antiguos diarios. Me entretuve interpretando los jeroglíficos que escribí en cada víspera de pasadas navidades.
Me gusta releer la crónica de mi vida, el Evangelio según Yo y comprobar, una vez más, la existencia del Mito del Eterno Retorno.
Pensé en subir aquí algunos párrafos textuales de aquellos diarios, al menos los referentes a Navidad. Tal vez lo haga después.
De las últimas 10 navidades, sólo he pasado una con mis padres. La de hoy será mi sexta Navidad en Baja California.
Dado que soy ateo, para mi esta fecha no tiene el menor significado. Un cierre de ciclo, un punto final, un poco de cachondeo familiar que nunca viene mal.
Por lo demás, estos días no he podido acceder a la tranquilidad que tanto deseo. Qusiera abstraerme de todo, diluirme en la contemplación del Pacífico, caminar por el monte, pero no puedo. Y sí, por momentos he estado a punto de gritar: Odio la Navidad, pero luego sobreviene la ráfaga de paz y me sosiego.

Carol me ha regalado una bici. Ella siempre me da el mejor regalo, el más acertado. Una bici es sinónimo de libertad, de comunión con la naturaleza. En mi adolescencia y aún en mi etapa adulta, mi cuerpo y la bicicleta crearon una suerte de centauro mitológico. Desde que aprendí a utilizar este artefacto de dos ruedas en mi infancia, las bicicletas y yo hemos creado una unión perfecta. Miles y miles de kilómetros han sido recorridos por mí montado en una de estas prodigiosas máquinas.
Carreteras, montañas, bosques, playas. El placer que genera un paseo ciclista no tiene comparación. Durante años, la bicicleta fue mi medio oficial de transporte. Toda mi carrera me trasladé a la Universidad en bici e incluso ya trabajando en El Norte, recorría todas las mañanas el largo tramo que me separaba de Colinas de San Jerónimo a la calle Washington en el centro de Monterrey de la misma forma que durante 6 meses pedaleaba de Groton a Littleton entre los bosques de Nueva Inglaterra.
En mi adolescencia solía pedalear de Monterrey a Santiago. Llegaba a la Presa de la Boca, me bañaba en sus fangosas aguas y retornaba. Otras veces me fuí a Villa de García, otras tantas a Chipinque, La Huasteca.
Mi última bici, anterior a esta, también fue regalo de Carol, pero desapareció de nuestras vidas el 16 de agosto de 2000, día en que robaron nuestra casa de Playas.
Tenía más de tres años sin tener una bici, un record negativo en mi vida y salvo ocasionales paseos en una prestada, me había olvidado de esa bella actividad que a partir de hoy renacerá.
Espero poder dar un largo paseo e ir a rolar un poco por la playa. El lugar donde vivimos es ideal para el ciclismo. Esta bici ha hecho mi Navidad. Gracias amor.


Anoche, trás una tarde agitada de tráfico, trámites y coraje, nada mejor que una deliciosa y ligera cena. Una ensalada con anchoas, jamón serrano, aceitunas y queso Brie.
¿Quieren acceder a una de las llaves del paraíso? Tomen un bocado de queso Brie, mantenganlo en la boca y luego den un buen trago de vinto tinto, de preferencia un Bordeaux y dejen que ambas sustancias, productos de la campiña francesa, se diluyan en la lengua. Mmmm. Vaya delicia. Ayer bebimos un Chateau Gossin que fue acompañado por industriales cantidades de Brie. El Brie es el queso favorito de Carol y su sabor me hacer recordar la parisina primavera de 1999. En el hotel regalaban paquetitos del suculento queso para el desayuno. Carol y yo llenábamos nuestras bolsas de Bire y lo llevábamos de lonche en nuestras caminatas para saborearlo a la orilla del Sena, siempre con su inseparable tinto. Definitivamente, el Bordeaux y el Brie hacen un matrimonio perfecto.


He releído el cuento “El Matadero”, del escritor romántico argentino Esteban Echeverría. Su relectura fue motivada luego de leer la biografía del Restaurador Juan Manuel de Rosas, el primer dictador federal de la historia de Argentina.
Me llama la atención que “El Matadero” sea considerado uno de los momentos cumbres del romanticismo en Hispanoamérica. El cuento fue escrito por Echeverría en 1838, en plena dictadura de Rosas. Cada página está plagada de elementos satíricos y a cada momento se topa uno con una deliciosa blasfemia. “El Matadero” es un cague de risa cruel contra el catolicismo ignorante (perdón por el pleonasmo) que promovían las dictaduras populistas como la de Rosas.
Y es que a diferencia de los delirios aristocráticos de su contemporáneo mexicano Santa Anna, Rosas plasmó en su dictadura la vibra gauchesca e impregnó el culto Buenos Aires de un olor a pampa y ganado.
Si se puidera escribir un poco de historia comparada del Siglo XIX argentino y mexicano, encontraríamos grandes similitudes en lo que se refiere a los dilemas entre centralistas y federalistas o liberales y conservadores que allá en el Cono Sur se tradujeron en federales y unitarios. Guerras civiles, cuartelazos, conflictos fronterizos con grupos indígenas (el Malón le llaman a los sangrientos asaltos de hordas indígenas a las estancias y Malón, dicho sea de paso, es el nombre del mejor grupo de Heavy Metal que parió la Argentina)
Pero la gran diferencia entre el Siglo XIX mexicano y argentino, fue la vocación de sus dictaduras.Nuestros dictadores tuvieron complejos aristocráticos, delirios afrancesados y ello motivó que basaran su fuerza en el decidido apoyo de las clases dominantes. En cambio, Rosas fue siempre un gaucho pampero que odiaba las maneras cultas de los intelectuales liberales y su poder residía en el apoyo que le ofrecía el populacho.Los liberales, en cambio, eran aristócratas. Rosas, al igual que Chango 100, era un ferviente anticulturoso.


“El Matadero”, por cierto, es el primer cuento de la antología “El cuento hispanoamericano”, compilada por Seymour Menton. Esta antología la tenía mi madre en casa, la empecé a leer en mi preadolescencia y representó mi iniciación en más de un autor que considero de cabecera y de los que después me di a la tarea de buscar su obra completa. Para no ir más lejos, en esta antología tuve el gusto de conocer a Revueltas, uno de mis demonios sagrados, precisamente con Dios en la tierra, un cuento que leo y releo una y otra vez sin dejar de admirar esa pluma endemoniada. Para no ir más lejos, aquí conocí a Cortazar, a Arreola, a Martín Luis Guzmán y a José Agustín (de quien fui fiel lector en la adolescencia) y un panameño que firma con el seudónimo de Rogelio Sinan, de quien se incluye el cuento “La boina roja”, del que jamás he vuelto a saber más nada. Por supuesto incluyen a Rulfo con “Diles que no me maten”, pero para cuando esta antología cayó en mis manos, yo ya tenía el gusto de conocer a Don Juan. Jamás me cansaré de leer cuentos. Un buen cuento, como es el caso de “Dios en la tierra”, “O diles que no me maten” o cualquiera de “El llano en llamas” para no andarnos con mamadas, se te puede quedar tatuado como una buena canción y lo lees una y otra vez a lo largo de tu vida sin aburrirte. El cuento es una estructura inagotable. Platicando hace poco con Ángel Ruiz, coincidíamos en esa vocación que tienen ciertos post narradores teorréicos por aburrir soberanamente al lector. ¿Cuándo me aburrió Rulfo? ¿Cuándo me aburrió Poe? Cuestionaba Ángel y sí, tiene toda la razón del mundo. Puedo llevarme las narraciones extraordinarias de Poe a cualquier viaje y estaré seguro de haber elegido al mejor compañero, el más efectivo antídoto para el aburrimiento. Pero los teorreícos, tan obsesionados con la rimbaudiana absoluta modernidad insisten en dar por muerto al cuento y luego de otorgar un rimbombante y pretencioso certificado de difunto, se dan a la tarea de enaltecer a post narradores que lo único que han hecho es aburrirme soberanamente. Pongo un ejemplo, aunque se que más de uno me va a crucificar por la blasfemia contra un ícono sagrado de la blogósfera; algunas personas me recomendaron a Cristina Rivera Garza como una revolucionaria narradora que transformaría las letras mexicanas. Leí “Nadie me verá llorar”, del que incluso escribí una reseña y puedo afirmar, fuera de toda hipocresía, que me agradó bastante. Hasta ahí. Luego cayó en mis manos “La cresta de Ilión” y pa que es más que la pura verdad, me aburrió. Yo se que el aburrimiento como calificativo es políticamente incorrecto ante los teorreícos, quienes gustan de sufrir con la literatura. Pero yo soy hedonista y leo por placer y muchos revolucionarios narradores se han dado a la tarea de regalarme insufribles horas de aburrimiento que jamás tuve con un Poe o un Tolstoi o Gogol o Arreola. No importa que recurras a las formas clásicas y convencionales de un cuento. Si esas fórmulas son bien explotadas, el cuento siempre será uno de los mejores amigos del hombre y la mejor medicina contra el spleen.


Y hablando de teorreas, me parece por demás injusta y desacertada la crítica que le hacen en Letras Libres de noviembre a la novela Edén, de Pablo Soler Frost.
Bajo el título de “Anatomia de un conservador”, Rafael Lemus se da a la tarea de presentarnos una falsa imagen de Soler Frost al que nos describe como un narrador anacrónico, anticuado y romanticoíde. Y para aquellos que me acusan de radical e intolerante a la hora de expresar mi anticristianismo, aquí voy y salgo a la la defensa de un escritor católico como Soler Frost. Es cierto que no le ayuda nada a este narrador publicar su última novela en la Editorial Jus. Aunque este sello intenta renovarse, su pasado inquisitorial en los no tan lejanos tiempos de Salvador Abascal, ubican a Jus como la casa editorial de la mojigatería. Pero al margen de la editorial, lo cierto es que jamás he encontrado en Soler Frost a un narrador mojigato o conservador. Al contrario, su prosa me parece muy inteligente, diría hasta aguda y cada párrafo pone en evidencia a un erudito que sin duda se ha leído un buen arsenal de literatura no necesariamente cristiana. Es cierto, su catolicismo suele brotar a chorros en algunos párrafos, pero ello no le resta un ápice de calidad a su narrativa. Soler Frost es un narrador mucho más malicioso que muchos teorreicos progresistas obsesionados en escribir la post narrativa del Siglo 22. Por lo demás, me llama la atención la forma en que Lemus cierra su crítica. “Es un amanuense de Dios, pero Dios, ya se sabe, no existe”. Bravo, me da gusto descubrir en Lemus a un ferviente ateo como yo. Por supuesto que Dios no existe. Lo que me pregunto es si es válido cerrar un artículo de crítica literaria con semejante arrebato teológico. Vaya, en más de tres años que llevo publicando reseñas de libros, nunca me ha pasado por la cabeza hacer algo así, pero en fin, si le sigo con esto luego me van a acusar de ser un opusdeista próximo a publicar en Jus una apología que justifique la beatificación de Fray Juan de Torquemada.


Par de textos recomenables de la Letras Libres: “Explorador que avanza” del siempre genial Enrique Vila Matas y “Del microtexto al yo” de mi católico paisano Gabriel Zaid.
El número de diciembre es sobre la naturaleza del Mal y luce más que apetecible pero apenas le he dado una mirada. He de reconocer que ese empresario cultural campeón del colaboracionismo y record de ventas de publicidad al Gobierno Federal llamado Enrique Krauze, saca de vez en cuando ejemplares de su revista dignos de ser leídos. Yo por mi parte, confieso que los tengo todos, desde el 1 al 60, salvo el número dedicado al exilio español que nuca pude conseguir y que espero que PG Beas aún guarde.

Tuesday, December 23, 2003

Zeppeliana e irlandesa madrugada

He estado fuera. En teoría estoy de vacaciones, aunque desde casa he trabajado en un par de reportajes pendientes.
He pensado que para hacer de esto unas verdaderas vacaciones valdrá la pena salir también de la blogósfera por unos días, pero no lo sé. Aquí se verá que tan adicto soy a esta cosa.
Del sábado no quiero hablar. Fue cumpleaños de Carol, tuvimos la posada de su trabajo en un ameno y pequeño restaurante y bueno, supongo que si abrí tanto el hocico con los Tigres, debo hablar de la final.
Nuestra bronca es psicológica, un problema que debe ser atendido por un lacaniano profundo. Nos tiemblan las patas en el momento decisivo, nos traiciona la hormona, la patada fácil, el coraje. No mames, pinche Sancho, siempre lo traiciona la bilis. Y Gaytan flotando en otra pinche galaxia y Silvera mirando al arcoiris a la hora de tirar. Pero en el fondo, ese gol de último minuto lo grité con el alma, un gol de dignidad, de coraje. Sí, second place is the first loser. Andarme con lastimerías y conformidades futboleras, sería una contradicción a mis teorías de la historia que solo pertenece a los ganadores y en donde no debe haber piedad para el derrotado. Pero si de algo sirve, me queda el orgullo de haber ganado un juego con ocho hombres y de saber que el pinche Marco Antonio Rdz no quiso dar un minuto más, pese a los cuatro expulsados, los cambios, las broncas, la invasión de cancha. 48 minutos es para un partido normal. No creo en los campeones sin corona. Nos faltó frialdad y contundencia, ni pedo. Llevo 21 años esperando, puedo aguardar otros tantos, y seguire gritando ARRIBA LOS TIGRES.

El domingo la fiesta de Carol en Popotla.Mucha cerveza Noche Buena y chiles rellenos picosos hasta las lágrimas-Yo le regalé un nuevo celular y unas botas y por supuesto, como siempre, todo mi amor. FELICIDADES CARIÑO

Hoy día de compras, día consagrado al consumismo más vil en San Diego. Hoy pensé mucho en el blog de Filtro Cerebral y sus disertaciones anticonsumistas. Y es que todas las tiendas estaban atascadas, hasta el pinche culo literalmente. La gente se arrebataba cosas de los carritos, mal encarada, neurotica, haciéndo desfilar los dólares a latigazos.
Y también pensé mucho en el blog de Ju cuando habla de lo que representa ser una estadística, un lugar común, una probabilidad. Y es que las estadísticas dicen que un tijuanense de la Clase Mierda que está de vacaciones y tiene algo de dinero en su tarjeta, suele ir, hacer dos horas de fila en la línea y perder la cabeza en los palacetes chalifornicadores. Navidad, dulce Navidad, hasta los más anticristianos del mundo sucumbimos al consumismo. Me gustaría más recibir aguinaldo y fondos en abril para celebrar en grande mi cumpleaños o en cualquier otra fecha y dejar pasar la Navidad como cualquier otro día.
Pero para que la hago tanto de pedo. Nadie me puso una pistola. Mi vena clase mediera y consumista brotó. La verdad me vi muy medido. Sólo dos sudaderas y una T shirt de la Hot Topic, un Irish Cream del Dutty Free y un par de discos: Metal for the Mases vol 2 que en la Hot Topic lo venden a 4 dolaritos y un conciertazo de Led Zeppelin llamado How the West Was Won, en tres compactos, muy chingón. También le compré un vestido y cuatro sweters a Carol en la Charlotte. Al momento de escribir esto estoy escuchando Zeppelin y me subo al cielo en mi escalera mientras bebo un licor irlandés.
¿Bloguear o no bloguear? Los cuervos que vuelan en torno a nuestra casa tienen la respuesta.

Monday, December 22, 2003

Hoy amanecí y por primera vez en mucho tiempo, un lunes no inició con la contemplación del mito de Sísifo del diarismo. Y lo peor de todo, es que, como vil adicto que soy, lo extraño.Esta voluntad férrea de amanecer cada día con la sed de trepar una roca por una pendiente cuya cima es en todos los casos el sonar de las prensas a la media noche arrojando a la calle un compendio por demás siempre inexacto de la historia universal de un día.
Al amanecer, mientras echo una mirada furtiva al Oceano Pacífico y salgo a toda prisa a buscar que nueva historia deambula bajo el cielo bajacaliforniano mientras a un funcionario corrupto se le indigesta el desayuno redactando su ofendida carta aclaratoria y Juan Pueblo Tijuanense se entera que en esta ciudad roban un automóvil cada 35 minutos, la piedra que empujé a la cima la noche anterior ya está de nuevo en las faldas del cerro. Hay que treparla de nuevo.
Pero como les digo, debo sentirme agradecido con ustedes. Vaya, hoy en día no sobran las personas que lo pongan a uno a reflexionar las causas que lo llevan a ejercer esta profesión que a la vez es oficio, artesanía y vicio. Porque lo peor de todo es que esta cosa es adictiva y no es fácil rehabilitarse. Dicen que cuando se le ha agarrado gusto al vicio, ya no hay para donde hacerse y la única alternativa es darse cuenta de que se es periodista lo mismo en las profundidades de la modorra dominguera, que en un ritual deambular por la playa buscando gambetear esa sombra que llamán estres. Y si de vicios hablamos, ya mejor ni comento que la literatura es todavía más adictiva, aunque a la larga es parte de lo mismo.
Por otra parte, en Tijuana lo que verdaderamente sería imposible es no toparse con una historia digna de ser narrada en cada vuelta de esquina. Nada más para que los foráneos se imaginen el entorno donde me toca salir a pesacar historias, vale la pena que les diga que nuestra casa, (antigua casa en este caso) desde donde escribo esto, está a unos 80 metros de las belicosas olas del Pacífico y a unos 500 de esa barda de lámina oxidada que algún día de 1991 sirvió de pista de aterrizaje en el desierto iraquí y que hoy en día finge ser útil para marcarle el alto a los miles de migrantes que desde aquí contemplan las luces de los edificios de la bahía de San Diego, ubicados a años luz de sus sueños.
Desde mi ventana puedo ver el helicóptero de la Patrulla Frontriza librando encarnizada batalla con una noche de neblina cerrada que es cobija de varias decenas peregrinos. Para no ir más lejos, en el tiempo que he destinado a tratar de explicar esta pinche adicción redactando esta confesión pública, puedo calcular, a ojo de buen cubero, que unos 67 migrantes burlaron las luces de la Patrulla, pero al mismo tiempo, 93 zacatecanos acaban de llegar a la Central Camionera de Tijuana y dentro de unos cuatro días se olvidarán de la luz del día trabajando en el galerón de una maquiladora coreana partiéndose el alma por un sueldo de hambre y tal vez unas campesinas tlaxcaletecas descubran lo difícil que debe ser pasar horas de píe sobre unos tacones rojos en una esquina de la Calle Coahuila esperando que el deseo le haga cosquillas a algún parroquiano en cuyo bolso sobrevivan aún restos de la raya semanal.
Esto solo por hablar de las historias de todos los días y de la obsesión por buscarles a nuestros lectores un antídoto que los haga capaces de liberarlas de las fauces de lo ordinario.
Si Hegel y Borges ya nos dijeron que la suerte de un hombre es capaz de resumir la suerte de todos los hombres, no creo que sea demasaido pretencioso decir que acá en Tijuana, un relato callejero suele ser un compendio de la historia contemporánea de Latinoamérica.
Ya si nos ponemos a hablar de buques de carga desembarcando casi un millar de campesinos chinos en las costas de Ensenada o bailarinas eslovacas que acaban sus noches haciendo esfuerzos infructuosos por levantar la libido de un gordo comandante de la Policía Ministerial, sin duda que nos agotamos las palabrejas. Así que mejor vamos al grano y tratemos de ver como se vive la vida en Tijuana lejos, muy lejos, del periodismo. Al menos por unos días...

Ahí va una pequeña historia...


La carretera está ahí otra vez pero ya no es como anoche, cuando sentía deslizarse hacia el abismo sobre una lengua de serpiente.
Esta mañana la carretera es un amontonamiento de minutos muertos atiborrados de sudor y migraña. Ni siquiera sentir hundirse el acelerador de la Navigator le devuelve una dósis de placer. Su dolor de cabeza y esa sensación mierda de tener un millón de hormigas caminando debajo de la piel lo arrancan de toda posibilidad hedonista aunque por lo menos, piensa, áun no lo empiezan a torturar los demonios de la culpabilidad.
En realidad, Ariel Zazueta considera que no hay acto suyo consciente que sea capaz de generarle algún remordimiento. No importa cuan cruel o baja haya sido su acción. Si actuó en sus cinco sentidos, eso que llaman culpa o cualquier pensamiento que se le parezca, puede darse por descartado.
Pero nada odia más que albergar dudas sobre lo hablado o lo hecho la noche anterior. Eso es una tortura y últimamente se tortura cada vez más. Tiene pavor de imaginar las palabras no calculadas y de pronto, es como si su lengua se volviera insurrecta y actuara con sus propias reglas. Después de las palabras venían los actos y después, a veces mucho después, llegaban las consecuencias.
Pero hasta la culpabilidad parace estar amodorrada esta mañana. Es como si el taladro que siente en la cabeza fuera capaz de extirparle todo razonamiento. Ni siquiera tiene ganas de escuchar música y solo acierta a clavar la mirada en el Oceano Pacífico.
Aunque sabe de su poder de sugestión, no deja de atribuir a un castigo divino esa manía de despertar tan temprano de sus parrandas más inconscientes. Parece que se tratara de un principio matemático; a mayor cantidad de alcohol, cocaína e inconsciencia en la cabeza de Ariel Zazueta, menos horas de sueño tendrá derecho a gozar. Ahora delante de él están los 87 kilómetros que aún lo separan de Tijuana y un domingo insufrible en el que por más esfuerzos que haga, no le será dado conciliar el sueño.
Con la mirada puesta en la inmensidad del Pacífico y observando tan solo de reojo el trazado de la Carretera Escénica que conoce de memoria y en donde esta mañana parece ser el único automovilista, Ariel vuleve a transformarse en el director de Comunicación Social del Ayuntamiento de Tijuana. De repente, sus mortificaciones, planes e ideas obsesivas se vuelven a apoderar de él y entonces hasta la migraña y la taquicardia parecen neutralizarse. Sus conjeturas de Maquiavelo se reanudan justo en el punto en que anoche fueron interrumpidas.
Ariel es ante todo el vendedor de un producto. Su producto se llama Francisco Fernando Sevilla de la Fuente, al que el pueblo llama cariñosamente Paco y quien hoy en día y hasta el próximo 30 de noviembre, para el que faltan aún 74 días, es Alcalde de Tijuana.
Ariel sabe bien que él es el principal responsable de que Paco albergue todavía algún futuro político. La derrota en la precampaña por la gubernatura es un fracaso del que aún no se repone del todo, pero está convencido de que la guerra, al menos para él, no está perdida. Pero le duele admitir que desde el maldito domingo de la derrota en las preliminares ante el santurrón acartonado de Eleazar Madero Belmonte, ha perdido un poco el control sobre si mismo, lo que equivale a perder control del entorno. Desde el domingo maldito, ha sentido remordimientos por la pérdida de control de sus actos en al menos seis ocasiones. Ahora sus ganas de escape son incontrolables. Lo atacan como un síndrome de abstinencia y siente que debe enfocar toda la energía de su pensamiento en cualquier exceso que no sea la imágen política de Paco Sevilla. La sed de escape no es nueva, la diferencia es que ahora no puede controlarla.
De cualquier manera el ritual de sus días sigue siendo más o menos el mismo. Siempre sucede igual. El engranaje de su mente empieza a moverse, primero a marchas forzadas, lentamente y depués, como si fuera un carro al que le van cambiando las velociadades, alcanza el punto de máxima velocidad. En ese punto se puede pasar varias horas hasta que llega un momento en que la maquinaria está tan caliente que se quema y cuando esto sucede, después de 15 o 16 horas, solo tiene un deseo incontrolable de subir a la Navigator y correr a 120 millas.

Horas antes de ese punto tan crítico, cuando su mente se acerca al nivel más agardable de velocidad, Ariel sabe que ha llegado el momento de consumir el primer pase del día. Eso ocurre generalmente a la una de la tarde, cuando ya ha despachado los pendientes inmediatos del día. Le gusta aspirar el polvo mirando a la ventana y últimamente fija su vista en la Pirámide Monumental que se ha convertido por obra y gracia de grillos resentidos y periodistas de afanes quijotescos, en su más grande dolor de cabeza.
Con la coca debidamente colocada en su cerebro, suele Ariel empezar a hacer las llamadas fuertes del día, aquellas que requieren de cierto tacto para conducir la conversación hacia el resultado deseado que por lo demás siempre obtiene.
Nunca falla la llamada a los directores editoriales de los dos diarios aliados. A veces tan solo para comentar el punto y sondear el ambiente, medirle el agua a los frijoles de la grilla y hacerse a una idea de lo que verá en las portadas del día siguiente. Tampoco falta el telefonazo a alguno de los regidores incondicionales para indagar por donde pegarán el grito los opositores, que declaraciones han eructado y que nuevo resentimiento traen oculto entre las telarañas de sus mentes ponzoña.
Cuando de negociar se trata, siempre hay de por medio una invitación a comer. Esto sucede sólo cuando en el aire flota algún rumor que considera pueda perjudicar la imágen del Alcalde o bien cuando es él mismo el interesado en empezar a promover el rumor o sembrar cizaña. En esos casos Ariel jamás inicia un estira y afloja si antes no puso en claro que es él quien lleva las reglas de la negociación. Para ello utiliza procedimeintos que ha ido afinando con el tiempo. Jamás pregunta a su interlocutor si tiene tiempo o si le apetece ir a comer. Simplemente lo cita dentro de media hora en un lugar que él fija de antemano. Para cuando el periodista o regidor arriba al lugar de la cita, ya lo aguarda un mesero que le indica cual es la mesa que el Director de Comunicación Social ha reservado. El invitado debe esperar entre 15 o 20 minutos antes de ver aparecer a Ariel que ritualmente se acerca a la mesa inmerso en una conversación através de su inseparable celular misma que suele demorarse entre tres y cinco minutos antes de que se digne a dirigir al menos una mirada a la persona que lo espera. Cuando por fin cuelga, suele saludar a su interlocutor con algún sarcasmo distraído. Para entonces el mesero ha llevado a la mesa una botella de Black Label. Ariel finge estar ausente y con sumo desinterés hacia la persona que ha citado y espera a escuchar las primeras sandeces del individuo en cuestión, generalmente relativas al clima o a alguna idiotez por el estilo, para arremeter de golpe con el meollo del asunto. Si se trata de parar un golpe inminente contra el Alcalde arremete directo con un sentido “hijos de su puta madre estos desagradecidos, me anadan grillando al Presidente”.
Si se trata de pedir que le echen flores, ante todo trata de vender la idea; si vieras el proyecto tan cabrón que va arrancar el Presidente, me pidieron que no lo suelte todavía pero yo ahí te lo paso al costo, en exclusiva mi buen, tu sabes el trato que le das, y eso era suficiente para ver el asunto desplegado a ocho columnas si se trataba del director de un diario o el cabildeo efectivo y el voto a favor si era un edil el invitado.
Cuando el asunto es inyectar algo de veneno contra algún ente estorboso para los planes del Alcalde, Ariel lo disfruta de sobremanera. Comienza generalmente ninguneando al cizañado como si ni siquiera mereciera el ser llamado con demasiada familiaridad.
¿Te acuerdas de Marco Antonio?, pregunta en forma desinteresada.
Sí, ese, el Sindico Procurador, ¿a poco no es un pendejo? El pinche negro amargado, ahí lo tienes haciendo su luchita para agarrar un hueso, y suelta entonces el chisme que invariablemente aparece publicado en la columna sin firma del periódico.
En ese momento de la conversación, Ariel suele levantarse de la mesa para dirigirse al baño y una vez ahí aspirar el segundo pase del día. La coca le cae al centavo a esas alturas. Cada palabra dicha, cada gesto, cada silencio está en su sitio. Pasa su brazo por la húmeda nariz como si quisiera aspirar también una dósis del olor de su piel y después se mira detenidamente en el espejo. Ahí está el rostro aguileño y la mirada de lobo, inquisitiva, dominante. Siempre, o casi siempre está satisfecho consigo mismo. Se gusta y mucho. El día de mañana es suyo. Sabe que el sentido de la información que aparecerá en los diarios aliados es el que ha dictado. Su interlocutor, quien quiera que sea, está en sus manos y con la coca empezándo a danzar en su cerebro, Ariel se da el lujo de divertirse un poco arrojando a la mesa algún trapillo puerco de su invitado.Eso, lo sabe bien, le beneficia de sobre manera para sus planes y nunca pierde la oportunidad, sin importar quien esté sentado delante de él, de mostrar lo mucho que sabe de su vida privada. Información es poder, eso sí que lo tiene demasiado claro. Es una regla de oro, inviolable. Todo su poder se basa en eso; información, mucha información, de quien sea y de lo que sea, lista para usarse, dosificarse u ocultarse. De todo el entorno que podía de alguna manera influir en la suerte de su Alcalde, conocía Ariel el trapo más sucio, el mórbido secreto que toda vida, hasta la más simple, virtuosa o soberbia, arrastra. Nunca era mal momento para demostrar a los demás lo que sabía y enseñar su información como quien muestra a su oponente que oculta un arma de fuego que puede disparar en cualquier momento. La coca le venía muy bien para empezar con esos procesos de chantaje bromista.
¿Entonces que Enrique?, ¿Muy buena la nalguita que te sacaste del Bolero la otra vez? La verdad no es por ofenderte, pero una vez la ví de día y se carga una celulitis del puto asco, pero en fín, en tiempos de guerra...” e invariablemente nota en el director editorial de El Patriota un sudor delator impregnandose en el cuello de la camisa.
“A que pinche Abel ¿Nomás 10 mil bolas te fuiste a mamar Las Vegas? No tienes madre cabrón, ya ni yo, mínimo comprales zapatos a tus reporteros condenado, la verdad que en Palacio ya los confunden con pordioseros” y el director adjunto de El Alba de Tijuana sonríe nerviosamente. Para entonces el mesero trae la cuenta obedeciendo a una seña de Ariel que se limita a firmar. El interlocutor todavía hace el intento de fingir que piensa pagar su parte, pero Ariel ni siquiera lo voltea a ver, pues para entonces suele estar marcando su celular y apenas se despide con un gesto impersonal.
Pero también sus invitados han logrado aprender algo de Ariel; saben que cuando los deja en el restaurante no deben marcharse inmediatamente. Generalmente, si las cosas fueron bien, el mesero se acerca al invitado y le extiende un sobre que lo mismo puede contener de 100 a mil dólares dependiendo la delicadeza del asunto, o bien un boleto para la próxima pelea del Terrible Morales en Las Vegas o una reservación en un hotel de Los Cabos. Para cuando el invitado está abriendo el sobre, Ariel pisa el acelerador de la Navigator con dirección a la oficina sabiendo que cada palabra y cada silencio estuvieron en su sitio exacto.
Pero últimamente es a esas alturas de la tarde al regresar a la oficina cuando empieza a perder control sobre si mismo. Para empezar, siente ganas de más cocaína cuando no ha pasado ni media hora de la aspiración de la segunda raya del día. El tercer pase, que entra en su nariz cuando la mirada está colocada nuevamente sobre la estructura triangular de la incompleta Pirámide Monumental, empieza a romper cadenas. Ni siquiera es entonces obsesivo con la manera de servir el Blak Label que guarda en el refrigerador de su privado. Incluso se dio el caso, otrora impensable, de que ante la urgencia bebiera el whysky al tiempo en una tarde en que su secretaria había olvidado colocar hielos. En las más recientes semanas, ha concluído la mayoría de sus días jugando arrancones sobre el Bulevar Padre Kino. Cuando hace la primera apuesta de la noche y se dispone a pisar a fondo el acelerador del Thunderbird modelo clásico que acondicionó especialmente para los arrancones, Ariel ha consumido entre cinco o seis rayas de coca, pero aún así, jamás ha dejado de lado la precaución de llamar al Comandante de la Municipal para pedirle que cierre el Bulevar a la circulación normal. Todavía no se da el caso que pierda el control de su auto, aunque empieza a odiar esos arrebatos de lujuria obsesiva que lo han llevado incluso a terminar la jornada masturbándose cuando maneja de regreso a casa.

Uno de esos arrebatos calientes fue el que lo atacó anoche, cuando con tal de llevarse a la morenita de la pañoleta empezó a vomitar incoherencias.
En realidad, medita Ariel, el problema empezó desde el medio día. Supone que debe haber sido ese pinche pase tan duro que se atacó al servirse el segundo Black Label. Es cierto que la culebra blanca sobre el espejo estaba excepcionalmente gorda para la hora, pero lo cierto es que el pase lo enloqueció como nunca. Era una coca ruda, áspera y picante que calaba duro en las fosas nasales. Miró a la ventana y trató de concentrar su vista en la maldita Pirámide Monumental, pero no conseguía estarse quieto y sus pensamientos eran como una bestia rejega, desbocada, incapaz de entender órdenes. Lo único que le quedó claro en ese momento, es que no le sería dado negociar con nadie por la tarde. También se le hizo insufrible la idea de acompañar al Alcalde a dar el Grito de Independencia. Que se jodiera Paco, carajo, por una noche al menos tenía que poder prescindir de él. Había grillado lo suficiente durante la semana como para poderle asegurar que le tenía el camino allanado. Había asegurado que tanto El Patriota como El Alba llevarían en portada una foto del Alcalde agitando la bandera a lado de su esposa y resaltarían como titular alguna frase rimbombante y patriotera del discurso que él mismo se había encargado de corregir.
La instrucción para los dos directores editoriales había sido de lo más clara: Resaltar fotos del Alcalde abrazando a la señora Zuelma y de ser posible incluir alguna frase de la primera dama. Había que tapar a como diera lugar los rumores sobre el inminente divorcio del Paco que se habían convertido en el tema de sobremesa de todos los grillos.
Debían aparecer en las fotos como una pareja sólida y aunque fuera mucho pedir, enamorada.
Lo peor de todo es que Paco no lo disimulaba y hasta se había dejado retratar con una nalguita de lo más corriente en el cumpleaños de Valladolid. ¿Que no pensaba el imbecil la forma en que podían chantajearlo con esa foto? Esos carcamanes de mierda, con sus cámaras del Siglo XIX se las arreglaban para seguir al Alcalde hasta la tasa del baño y él no se daba cuenta que pese a su bandera de inocentes pordioseros, podían ser muy perjudiciales con sus flashasos indiscretos. Hasta la saciedad le había aconsejado a Paco que moderara sus indiscreciones relativas a sus segundos y terceros frentes, pues en el interior del partido, una inestabilidad matrimonial que trascendiera el mero ámbito privado, podía pasar una factura política muy alta. Paco le hacía caso a medias, pero la putita de Zulema, carajo, nomás no aprendió jamás a ser primera dama. En fin. Que se las arreglaran como pudieran, pensó Ariel. Por una vez, al menos por unas horas, quería echar fuera de su mente todo lo relativo a la imágen pública de Paco.
Miró una vez más hacia la Pirámide. Que pinche está, la pobre”, pensó Ariel, que se enorgullece de su capacidad para hacer defender lo indefendible. Paco, su precampaña estupida, su adefesio de Pirámide, sus zorras de mal gusto, todo era cada vez más indefendible y ahí estaba él, Ariel Zazueta, manteníendole sus niveles de popularidad en las encuestas, asegurándose que no pasará una semana sin que los periódicos aliados dieran por lo menos dos primeras planas destacando los inexistentes logros de su administración.
Sí, eso es. Paco se está arrojando solo al matadero, piensa Ariel. De nada le serviría tener el mejor vendedor de imagen del mundo, si está empeñado en sepultarse políticamente.
Yo lo salvaré hasta donde humana o inhumanamente sea posible, se dijo. Pero si el insiste en no salvarse, yo tengo con que asegurar mi salvación.
Una vez más, Ariel no está equivocado. Hasta el santurrón de Madero Belmonte, quien será Gobernador de Baja California dentro de 44 días, le insinuó hace una semana que en su administración podía haber un lugarcito disponible. Hasta un costal de virtudes cristianas como ese mojigato tradicionalista necesita su Maquiavelo que le haga el trabajo sucio, se dijo Ariel cuando ya enfilaba la Navigator hacia la primera caseta de cobro de la Carretera Escénica.
Ahora piensa que fue en ese momento, cuando empezóa perder el control, porque estaba pensando en lo fácil que sería hacer crecer aún más a la imagen de Madero Belmonte, mientras iba dando tragos a pico de botella de Black Label, con la Navigator a 150 kilómetros por hora.
Al ver esta mañana el Pacífico nebuloso, cae en la cuenta de que anoche el trayecto en la escénica se le fue en blanco, como si estuviera inmerso en un coma de whisky, coca y música electrónica donde la velocidad y las curvas eran apenas una caricia.
Solo cuando cayó en la cuenta de que ya estaba en Ensenada, pasadas las nueve de la noche, se le ocurrió la idea de ir a las cavas. Conocía bien al hijo de Luciano Galletti, el gran señor de los vinos bajacalifornianos y la veladas en torno a las barricas le traían buenos recuerdos. Nada como saborear las reservas de cosechas especiales mientras aspiraba un puro. Para su fortuna, la ansiedad frenética que lo había sacudido anoche no había sido lo suficientemente fulminante como para hacerlo olvidar la caja de Cohiba que guardaba en el cajón de su escritorio, comprada en La Habana durante su último viaje, hace tres semanas.
Su amigo Casio Galletti no estaba en las cavas, pero los empleados no olvidaban fácilmente sus propinas de 50 o 100 dólares, por lo que se desvivían por atenderlo a cuerpo de rey. Las botellas de Duetto o Nebbiolo, reservadas para las grandes celebraciones, eran descorchadas apenas veían aparecer a Ariel.
¿Cuando carajos fue que le empezó a alborotar la hormona la pinche morenita? ¿En que momento se transformó en el centro de todas sus obsesiones?
Ariel se lo pregunta justo en el instante en que empieza a sorber el café comprado en la tienda de comida rápida que está a la entrada de Rosarito. El café parece empezar a poner las cosas en su sitio, pero no logra reconstruir con precisión los detalles en torno a la aventura con la de la pañoleta. Vaya, ni siquiera puede reconstruir la imagen de su rostro pero siente traer encima de él esos ojos verdes color agua puerca que brillaban en la oscuridad del cuartucho. También recuerda el trapo rojo que llevaba en la cabeza y la falda larga, pero no ubica en que momento se le trepó tan endemoniadamente a ese infierno donde habitan los demonios más oscuros de su deseo.