Eterno Retorno

Monday, November 12, 2012

PURE FUCKING GUTENBERG. DANIEL SALINAS BASAVE

PRESENTACIÓN DEL LIBRO “RÉQUIEM POR GUTENBERG” DE DANIEL SALINAS BASAVE

Como algunos de ustedes saben hay profundos lazos que me unen con Daniel: los de sangre (soy su tía, hermana de su mamá), y los de afinidad: ambos compartimos la pasión por los libros y la lectura. Cabría preguntarse si el segundo vínculo va también incluido en los genes, es más bien aprendido, o quizás un poco de ambos factores. Lo cierto es que pertenecemos y crecimos en una familia que fomentaba el hábito de leer, tanto por imitación de nuestros padres, como por invitación del entorno: más que vivir en una casa con biblioteca, sucedía al revés, habitábamos una biblioteca que devoraba a una casa casi en todas las habitaciones. Sin embargo, no a todos se nos contagió de la misma manera ni con igual intensidad. El primer lazo podría verse como un obstáculo para la imparcialidad de mi comentario respecto al libro de Daniel. Y de hecho, en un principio quise rehusarme, pero quienes me conocen bien, saben que suelo aplicar la máxima “amor no quita conocimiento”, aún con mis familiares y amigos más cercanos. De hecho, dos de mis hermanas pueden atestiguar este hecho, porque sufrieron la circunstancia de ser alumnas mías en la Facultad de Comunicaciones de la UR, y mi exigencia hacia ellas en las clases era incluso mayor que la que demandaba del resto de los estudiantes. Dichas estas aclaraciones, entro en materia. Como mi carrera de origen es Letras, no puedo menos que pasar primero al análisis estructural de “Réquiem por Gutenberg”. Y el primer punto a destacar es el género literario de esta obra, si bien en estos tiempos los purismos son escasos y mal vistos como arcaicos. En realidad, la mayoría de las obras literarias actuales son híbridos de varios géneros. En este caso, se trata de un ensayo, así lo presenta la contraportada del libro y es de hecho la categoría en la que concursa y gana, creo que merecidamente, en el Premio Estatal de Literatura 2010 en Baja California.Con todo, se trata de un ensayo con fuerte carga autobiográfica y escrito con estilo periodístico, en un cruce de caminos entre el ensayo, la crónica y el relato. En cuanto al tono y punto de vista, cabe señalar que Daniel es un escritor intenso, apasionado, comprometido, que se implica vivencialmente en lo que narra, y en este libro se percibe de principio a fin, a pesar de momentos de humor y de sátira, un fuerte tono de elegía. Aparte del tono de tristeza, melancolía y carga dramática propia de la música de un réquiem que permea el texto, es posible destacar además en una primera ojeada, el manejo de imágenes, metáforas y alegorías en torno precisamente a la agonía y la muerte: suicidio, eutanasia, funeral, sentencia, cadalso, cáncer, muertos caminantes, inyección letal, moribundos, santos óleos, ataúd, epitafio, tumba… Y no es para menos, Daniel nos está hablando de la agonía y muerte de su propio oficio de periodista, el cual ha desempeñado por años, cada vez más consciente de que se inició en esta carrera justo cuando “el cáncer ya estaba diagnosticado, si bien la metamorfosis aún no generaba sintomatología”. Por eso advierte que “el tema da para vestirlo con traje de tragedia griega”. (p. 16)
El libro inicia con cinco interesantes epígrafes: de Sartori, Baudrillard, Eco, Tomás Eloy Martínez y Jesús Blancornelas, que anticipan acertadamente buena parte del meollo de la obra, y está subdividido en tres secciones, la primera incluye 23 partes, agrupadas sin título, mientras que la segunda considerablemente más breve, tiene sólo 6, pero sí va titulada como “Gajes del oficio”, y finalmente cierra con un Epílogo. Parecería por momentos que son artículos independientes, y cada uno lleva por lo general un nombre sugerente, que logra captar la atención y despertar curiosidad, muy al estilo periodístico. Por otro lado, la secuencia entre uno y otro no siempre es muy clara y tersa. O así me lo pareció a mí, que suelo ser algo obsesiva con la estructuración, la continuidad y la simetría de las cosas, incluidas las obras escritas. En cuanto al contenido, Daniel va revisando de manera sintética a través de su texto la historia de la escritura, de la imprenta, del periodismo, del internet y de la serie de inventos que han ido marcando el progreso tecnológico de la Humanidad. Cuestiona a los futurólogos por sus aventuradas y erradas predicciones, como por ejemplo el hecho de que -contra lo profetizado- la música grabada no mató a los conciertos en vivo, ni la aparición de la televisión hizo desaparecer a la radio. Destaca en esta historia de la escritura, la importancia de la creación de la imprenta, que marcó un hito en la civilización de Occidente, y tardó cinco milenios en aparecer, mientras que el lapso de tiempo transcurrido entre Gutenberg y el surgimiento del internet -que llegaría a revolucionar nuestra cultura- es mucho más corto: cinco siglos. En este recorrido histórico, cita diversas ediciones del S. XVI, con autores relevantes y obras clásicas, en donde queda patente la faceta de bibliófilo que Daniel ha mostrado desde temprana edad. Compara la Antigüedad y la Modernidad, con instituciones emblemáticas como la vasta Biblioteca de Alejandría y el buscador cibernético Google, y va elaborando elucubraciones en torno al símbolo del Aleph de Borges, de quien se declara admirador… por cierto otro punto que comparto con mi sobrino. Menciona obras y autores pre-y post- Gutenberg, y reconoce que si bien muchos de los grandes clásicos de la Literatura se escribieron antes de este revolucionario invento, fue la imprenta la que logró su difusión y masificación. Al comenzar a hablarnos de la agonía que sufre el periodismo, Daniel reconoce una innegable contradicción: está escribiendo en papel y letra impresa sobre la muerte de la misma. Y señala a la tecnología como “asesina serial”. Y él, como autor, se coloca en la posición de testigo de esta muerte anunciada. Si consideramos su involucramiento personal en el tema sobre el cual escribe, es interesante observar la doble vertiente que ofrece: Por un lado nos presenta datos concretos y estadísticas de un fenómeno específico (el ocaso de los periódicos), así como algo de teoría de la comunicación y de futurología. Y por otro, nos narra algunas de sus vivencias personales como reportero, un testimonio que mantiene cierta imparcialidad con respecto a los datos duros, pero que no puede ni quiere evitar la toma de postura ante tales hechos. El mismo Daniel reconoce que su texto “pretende ser un ensayo, aunque en realidad tiene mucho de testimonio y adolece de toda esa inevitable carga de subjetividad inherente a los relatos vivenciales” (p. 13). Por ello, además de los análisis más amplios y de las críticas concretas, aparecen en esta obra breves historias intercaladas -algunas figuradas, otras verídicas- muy al estilo del actual periodismo de investigación, que difícilmente se queda con la pura teoría o los datos duros, sino que siempre ofrece una narrativa que engancha con una trama y unos personajes concretos para ilustrar el tema y volverlo ameno y humano. Ahí está el caso de Tello, el voceador más famoso de Tijuana quien a pesar de su inagotable creatividad, sus múltiples sombreros y su entusiasmo, sucumbirá como todos en este gremio. Así, la parte autobiográfica va entremezclándose en este ensayo, y nuestro autor va hablando en primera persona en muchos pasajes, contándonos sus vivencias de reportero, de ahí las anécdotas y casos concretos de su historia en Monterrey y Tijuana, y de los periódicos en donde colaboró: El Norte y Frontera. Esos datos anecdóticos podrían resultar poco interesantes para un lector que no viva ni conozca estas dos ciudades, pero no son gratuitos, creo que los emplea para ejemplificar y para demostrar su experiencia de primera mano; de hecho, me parece que los enlaza bien y que esas historias vuelven amena la lectura.
Este implicarse en el fenómeno que presencia y en el cual se ve envuelto, da toda una escala de emociones que va desde la frialdad objetiva del análisis, hasta la tristeza, la melancolía y la nostalgia, pasando por el enojo y el miedo, hasta llegar finalmente a la esperanza. Esta última –la esperanza- se muestra fuerte en especial con respecto no tanto a los periódicos sino al buen periodismo de investigación, porque ante la dolorosa aceptación de una realidad ineludible ya, hace una especie de llamado a sus colegas de oficio: “Si las palabras impresas han de morir, démosle de una vez los santos óleos. Lo que de los periodistas depende es que no muera el buen periodismo.” (p. 19) En el trasfondo, como si fuera un leit-motiv musical constante de este Réquiem, escuchamos vibrar las notas de un profundo amor al periodismo, a la lectura y a la letra impresa. Por lo que se refiere al periodismo, aparece también y quizás por lo mismo una fuerte crítica a “la codicia y falta de visión de quienes administran como un negocio” (p. 17) algo que tendría que ser manejado con más visión, respeto a los lectores y mucha mayor creatividad que la demostrada. Porque si bien es cierto que ha sido la “daga cibernética” la que ha herido de muerte a los periódicos impresos en el mundo, sus directivos “optaron por la eutanasia con dosis de aburrimiento y falta de imaginación. El suicidio de los periódicos se concreta cada que intentan competir con internet utilizando sus mismas armas.” (p. 9) A pesar de ese suicidio lento, sostiene que “los periodistas, como la hierba mala, no mueren nunca”. Y es que al revisar el hecho obvio de que el predominio de internet impone la necesidad de la edición en línea, sin embargo hay ahí una transformación más profunda que captar: “La verdad es que la revolución de Internet va mucho más allá de una forma de empacar o presentar las noticias. En la superficie, la metamorfosis es del papel a la pantalla, pero en ello va implícita toda una transformación en el rol y el quehacer del periodista profesional, compitiendo con millones de bloggers y navegantes de redes sociales.” (p. 18) Menciona que el deterioro y los riesgos parecieran mayores antes con los textos impresos en papel (y ahí está como muestra el terrible incendio que acabó con la Biblioteca de Alejandría), pero lo cierto es que la modernísima tecnología con sus computadoras, e-books, kindles, iPhones y demás equipo electrónico, enfrenta también serios peligros, con todos esos virus, hackers y daños físicos que pueden ser incluso más letales que los que amenazan al libro impreso. Es curiosa la observación sobre la similitud que encuentra entre la lectura frente a una pantalla y la del antiguo códex con sus pergaminos enrollables: en ambos casos es discontinua y fragmentada. Daniel hace constantes juegos de imaginación, basados en datos reales. Compara el pasado con el presente y hace luego una prospectiva hacia el futuro, y va recreando personajes, relatos, circunstancias, posturas en un caso similar (por ejemplo el del reportero con sus utensilios del oficio en las diversas etapas de la historia del periodismo), comparación que saca a relucir las semejanzas y las diferencias, y que busca rescatar tanto lo esencial compartido a través del tiempo, como lo accesorio cambiante que caduca. Como periodista que es, va pasando revista a una serie de hechos, datos, fenómenos; menciona nombres de países, de los grandes periódicos, de autores de teorías y saca sus conclusiones: el proceso es irreversible, y los periódicos desaparecerán del todo cuando se resuelva la extraña paradoja de los costos y ganancias de la publicidad. Es evidente que ningún diario vive de sus suscripciones sino de la publicidad, pero en la actualidad, los grandes periódicos tienen una cada vez más importante y leída edición en línea, mientras el tamaño de los periódicos impresos va menguando. Sin embargo, los anunciantes se resisten a pagar publicidad en internet, y los lectores a que se les cobre por esa lectura. Cuando se rompan esos paradigmas, morirán los diarios impresos, y destaca una posible excepción: los tabloides que se especializan en notas policiales, fotografías morbosas, deportes y chicas con poca ropa, pues llegan a un público sin acceso a internet. Aparte del tema clave de este ensayo, sobre la extinción de los periódicos, el cambio del libro tradicional y de la lectura, subyace aquí un tema generacional, que me parece curiosamente ilustrado en quien escribe y quien comenta. Representamos dos generaciones distintas, Daniel nacido en los ‘70’s y yo en los 50’s somos exponentes de dos estilos de educación, ideología, cultura y tecnologías diferentes. La suya logró montarse en la ola cibernética y adueñarse de sus herramientas tecnológicas con naturalidad, mientras que en la mía lo hicimos con diversos grados de dificultad , y no todos, hay que aclararlo, pues abundan quienes la manejan pobremente o definitivamente la eluden. La generación que antecedió a la mía, prácticamente se deslindó de las nuevas tecnologías, con honrosas excepciones de los abuelos cibernéticos, que aprendieron a manejar lo más básico. Pero acertadamente señala Daniel que la generación de aquellos nacidos a mediados de los ‘90’s, llegó al mundo dentro de la era digital, y parecería que traen ya el chip integrado. Para ellos no hay nada previo al mundo del internet, su relación con los diarios y libros impresos es casi inexistente, de modo que serán quienes dentro de poco dirijan al mundo e impongan una cultura que gire completamente en torno a las redes del ciberespacio. Es de apreciar con respecto a la televisión, que generaba y genera todavía adictos en actitud pasiva, que al menos el internet demanda cierta participación, y como requisito mínimo exige saber leer y escribir. Poniéndome de nuevo como ejemplo para captar esta revolución, yo ingresé al mundo cibernético siendo ya adulta por necesidad, conveniencia y también por curiosidad, pero definitivamente, no me adapté a Twitter ni soy lectora asidua de blogs, y aunque comencé a escribir uno hace algunos años, no lo continué. ¿Por qué? Porque mi generación tiene muy poca presencia en esos sitios y no le encontré sentido a dialogar sólo con jóvenes. Daniel en cambio, es un ‘bloggero’ consumado, que defiende con denuedo la libertad y el anarquismo de la ‘blogósfera’. Tanto él como los jóvenes de su generación están perfectamente adaptados a la inmediatez y velocidad del Twitter, y son ya creadores algunos de la incipiente ‘Twitteratura’, que yo tal vez indague ocasionalmente pero que me resulta ajena. En cierto sentido, Daniel tiene un pie puesto en los dos mundos, el de mi generación y el de la suya. Por eso puede apreciar las bondades del internet y su comunicación inmediata, pero lamentarse –tal como lo hago yo y gentes de mi generación- de las barbaridades que escriben los jóvenes cibernautas, con su nuevo idioma de horrores ortográficos, abreviaturas y léxico paupérrimo. Con todo, reconoce –y estoy de acuerdo- que al menos están escribiendo textos e intentando comunicarse por escrito, si bien predomina “la total ausencia de profundidad y concentración, triste marca de nuestro tiempo”. (p. 75) Porque a pesar de la hiperconexión en que viven los jóvenes en la actualidad, es palpable también esa superficialidad, dispersión y vacío, de manera que si bien prevalece una escritura continua a través de los sitios como Facebook, Twitter y demás redes sociales, y es más que evidente el obsesivo apego a sus computadoras, iPads y teléfonos celulares, lo cierto es que el ‘homo videns’ que preconizó Giovanni Sartori va ganando terreno con gran velocidad. Se van imponiendo imágenes, figuras, íconos y videos, sobre los textos, cada vez más breves, casi taquigráficos.
Daniel –al igual que yo- ama los libros, los periódicos, la letra impresa, las librerías y las bibliotecas; ama y practica asiduamente la lectura y la escritura desde la infancia -como fue mi caso-, lo cual tanto en su época como en la mía, se trata de algo atípico ciertamente, pues si bien en mi época el internet no existía y en la suya era incipiente, tampoco era común encontrar esa pasión por los libros y la lectura en un país como el nuestro de tan pocos lectores. Y ahí también revisa Daniel el papel de la lectura y muy a su estilo anárquico y rebelde, ante la pregunta ¿para qué leer?, y contesta con una respuesta -que reconoce como políticamente incorrecta- : “para nada”; es decir, aclara que lee sólo por el placer de la lectura en sí misma: “Leo porque leer me genera placer y evasión inmediata” (p. 162). De pasada critica a quienes buscan respuestas en los llamados libros de superación como recetas de vida, y nos asegura que él no está en esa búsqueda, y que sin embargo, al leer siempre encuentra respuestas, revelaciones, claves de su existencia. Comparto con él la aversión a esos textos cursis y llenos de lugares comunes que suelen ser éxito de ventas, repitiendo una fórmula trillada que encuentra su nicho y vende con mucha mercadotecnia. Pero disiento con Daniel, porque yo leo también –y leo mucho- para aprender, para conocer, para viajar a través de los textos. Y sí, también busco a través de ciertos libros una agradable evasión, pero considero que no están peleados el placer de leer con el aprendizaje y el conocimiento. A mí aprender me causa placer, y sí, también como mi sobrino dice, me maravilla encontrar claves, pistas, respuestas que iluminan mis búsquedas. Vi nacer y crecer a Daniel y conozco de primera mano su gran capacidad intelectual y su memoria prodigiosa; además fui testigo de esa curiosidad cultural insaciable que mostró desde niño, inspirada por su abuelo y alentada por su madre, que lo convirtió en un lector adicto y precoz. Observé cómo fue adquiriendo desde muy joven una enorme cultura general, con un acervo extraordinario en especial en Historia y en Literatura. Opinar en esto me enfrenta de nuevo con la dificultad de ser objetiva no obstante el parentesco, pero quienes lo conocen pueden ratificar mi afirmación. Y quienes me conocen a mí pueden saber que no prodigo elogios sin merecimientos. Todo este bagaje a su favor, podría dar a luz a un escritor erudito pero –y ahora yo me voy a aventurar en las predicciones- creo que difícilmente se convertirá en un ensayista o en un historiador en el sentido tradicional, aunque sea casi una enciclopedia andante en muchos temas, porque lo suyo no es el análisis frío, la mesura ni la objetividad. Daniel en cambio sí puede ser un excelente periodista de investigación (ya nos entregó una muy bien lograda muestra de esta veta con su obra “La liturgia del tigre blanco”), y además tiene la cultura, el talento y la disciplina necesaria para convertirse en un gran crítico, en un cronista apasionado y/o en un novelista original y creativo. La causa de esto se encuentra en su misma personalidad apasionada e iconoclasta. Nuestro joven escritor no puede dejar de ser, en afortunada expresión suya: un “salmón anárquico”. Es individualista y provocador, le gusta ir contra corriente, marcar con claridad su postura, armar polémica, debatir y defender con pasión sus puntos de vista. Tal vez cabría pensar que tales rasgos de rebeldía y confrontación son parte del típico fuego de juventud. Pero Daniel ya no es un adolescente; claro, tampoco es un señor mayor, sino un hombre joven que va madurando física, mental y emocionalmente. Con todo, creo que ese ímpetu apasionado e iconoclasta seguirá siendo característica personal, aunque llegue a los 100 años. A su favor hay que reconocerle una postura honesta, directa, comprometida y me atrevería a decir idealista, por más que a veces su tono suena desengañado y escéptico. También hay humor en las páginas de este ensayo: desde la sutil ironía, pasando por el tono burlón y la sonrisa picaresca tan mexicana, hasta llegar al sarcasmo acre. Es muy transparente Daniel, no le gustan ni emplea retorcimientos, eufemismos ni diplomacias. Con todo, esa manera abierta y tajante, muy al estilo norteño, no es virulenta, sino que –desde mi punto de vista- posee un dejo de inocencia infantil y de reto adolescente. En sus líneas, expone y se expone, muestra parte de su historia personal, desnuda su alma y capta con palabras un lamento que por momentos suena desesperanzado y hasta quizás nihilista. Ahí se nos presenta Daniel como un Sísifo de nuestros días, arrastrando una inmensa piedra cuesta arriba, con la clara conciencia de que habrá de volver a derrumbarse y él tendrá que comenzar de nuevo. Por eso, en uno de los últimos capítulos o divisiones, llamada precisamente “El adictivo mito de Sísifo”, confiesa con honestidad lo siguiente: “Podría ser romántico y decir que el periodismo escribe la historia del día a día, que trasciende y define en cierta manera el rumbo de una comunidad, pero lo cierto es que somos una piedra más en un muro de intrascendencia y ridiculez. Hay notas que alguna vez me costaron desvelos y hoy me sorprendo al ver que las he olvidado por completo. Las leo como si hubiera sido otro el que las escribió. Me da un poco de risa y otro tanto de lástima. Éste es mi modus vivendi y lo peor es que no me veo haciendo otra cosa. La mala vida me gusta a mí, esa malsana vocación de salmón anarquista va muy bien conmigo. El arte de ser decadencia que practico a la perfección.” ( p. 147/8) No obstante ese aparente pesimismo, la esperanza de Daniel sigue viva, pues, como ya comenté, él deposita su fe en el verdadero periodismo y en el valor imperecedero de la lectura. Nos cuenta y lo sé de primera mano, que su biografía está llena de momentos felices siempre ligados al solitario acto de leer, a las visitas a hemerotecas, librerías y bibliotecas. Nos dice que México -como de costumbre- va a la saga con respecto a nuestro poderoso vecino del Norte, en donde ya han sucumbido la mayoría de los diarios impresos, mientras que en los países europeos observamos un proceso algo más lento, pero también inexorable.
Compara y extrae interesantes conclusiones de dos momentos claves en la historia del periodismo y de la comunicación por internet: Watergate y el Washington Post en el primer caso, y Wiki-Leaks de Assange en el segundo. El análisis comparativo que hace de estos dos casos -emblemáticos de dos momentos históricos- me parece sumamente interesante. Así como los reporteros Woodward y Bernstein en su tiempo y durante muchos años más se convirtieron en los modelos del periodismo de investigación y denuncia, demostrando el enorme poder de la prensa frente a la política, Assange que representa una nueva era en el periodismo de investigación, no es realmente un periodista sino quizás un activista, y fue posible gracias a la existencia del internet, si bien supo aprovechar el poder y la credibilidad de los periódicos más poderosos y confiables del mundo, así que aquí el famoso Cuarto Poder fue sólo un medio para provocar un ‘terremoto político’. Y a continuación viene uno de los análisis más profundos de esta obra, que lleva a Daniel a mostrarnos en qué mundo estamos viviendo en la actualidad, develando con fría exactitud a nivel nacional ese “gran teatro de horrores y obscenidades” que padecemos en México (y nos lo ilustra con algunos casos muy sonados en los medios, como por ejemplo el del asesinato de la niña Paulette y el del accidente de Mouriño). En esta nueva etapa, los periodistas compiten por la atención del público con ciudadanos comunes, cibernautas y ‘bloggeros’ para informar y comentar los sucesos más diversos, y con frecuencia, ‘se roban el show’, acepta con sinceridad Daniel, que es periodista y bloggero a la vez. Atrás de esto capta en el ambiente esa actitud ávida de novedades y de morbo, como si todo fuera un ‘reality show’, así se trate de las peores tragedias y desgracias. Siempre va “la marca del escándalo, de la fugacidad y la intrascendencia, todo absurdo puede ser posible.” (p. 139) La velocidad y universalidad del internet multiplica las noticias en la pantalla y envía en instantes información de todo tipo, continua y cambiante, a millones de seres humanos. Sin embargo, nos asegura Daniel que el tirano en turno del sistema no pierde el sueño ante esta situación. ¿Por qué? Y aquí viene una fuerte y considero que muy acertada crítica: Porque sabe que no pasará nada, pues “el público escandalizado olvidará pronto y pedirá a gritos el siguiente espectáculo, que puede ser el video de una sesión de tortura a cargo de sicarios del narco, o la fotografía infraganti de un actor homosexual con su amante. Al final, en el gran reality show del Apocalipsis, hasta los cuatro jinetes acaban transformados en comediantes.” (p. 140) Es decir, y considero que es una triste realidad, se ha perdido la capacidad de asombro y de indignación. Pero no todo es destrucción y desolación en este panorama que vemos desfilar ante nosotros. Daniel concede que se salvarán o al menos serán los últimos en desaparecer las ediciones conmemorativas en papel para lectores mayores de edad, y los tabloides, y con sentido humorístico, comenta que los periódicos no sólo tienen un valor emotivo y nostálgico para quienes nos acostumbramos a leerlos con el desayuno y una buena taza de café, sino que todos hemos sacado provecho de ellos: “para sacar manchas, para encender asadores y para envolver recipientes en las mudanzas. También para cubrir ventanas, fabricar sombreros y para usarlo de alfombra en la jaulita del hámster.” (p. 89) En cuanto al libro, reconoce que pueden convivir los ‘kindles’ y demás artefactos electrónicos con los libros impresos en papel, a los cuales reconoce utilidad y funcionalidad en muchos aspectos, y por supuesto –al igual que yo- utiliza por practicidad. Pero proclama que su apego por el libro como objeto de colección - apego que califica de ‘fetichista’- no desaparecerá nunca. Y no es difícil entenderlo. De hecho, nos confiesa Daniel que tiene un placer casi orgásmico ante los libros, que los ve, los hojea, los acaricia, los huele. De nuevo, comparto con mi sobrino este apego libresco, incluido lo de olfatear los libros nuevos, si bien en mi caso no tan extremadamente fetichista, pero sí lo suficientemente fuerte como para comprender su desasosiego ante la amenaza de extinción. En síntesis, Daniel nos presentó en “Réquiem por Gutenberg” un variado, ameno y sui géneris ensayo. En él analiza con claridad y precisión el ocaso de los periódicos impresos y se atreve a hacer algunos “pronósticos condenados a fallar” de lo que veremos en Latinoamérica y en el mundo en los años venideros gracias a la omnipresencia y omnipotencia del internet y de los artefactos electrónicos. Me quedo con las frases finales donde sella su pacto de amor a los libros y la lectura: “Por más que las estridentes sirenas de la modernidad canten loas a los Kindle, habremos algunos aferrados sectarios que llegaremos al final de nuestros días con un libro de papel bajo el brazo. Vaya, algo me hace sospechar que ese objeto inseparable, compañero fiel por el que la vida ha valido la pena ser vivida, ha firmado un pacto con la eternidad.” (p. 170) Sabemos que muchos de los más grandes escritores han sido además grandes lectores, como también es cierto que hay algunos autores de pocas lecturas, y lectores consumados que no han escrito nunca, o al menos ningún texto que valga la pena. Me atrevo a decir que Daniel conjuga ambas vertientes, que así como es un lector voraz, va desarrollando una escritura propia, lúcida y honesta, un buen manejo del lenguaje, con una buena mezcla de inteligencia y sensibilidad… Y en mi opinión esto es posible porque ha sabido conjugar, a pesar de la demandante y acelerada profesión periodística, inspiración y transpiración; es decir, oficio y talento, disciplina y creatividad. En ese sentido es un digno nieto de su abuelo, mi padre, el Dr. Agustín Basave, y aunque siga una vertiente distinta con un estilo muy diferente, le auguro -si persevera en esta dirección- un promisorio camino como escritor. Por lo pronto, dado que en este ensayo yo me quedé con ganas de que hablara más sobre las obras literarias, lo alentaría a que escribiera un libro en el que nos hable sobre sus lecturas, sobre su placer de lector, sobre esos hallazgos que no busca pero siempre encuentra al leer. ¡Muchas felicidades, Daniel!
PATRICIA ISABEL BASAVE BENÍTEZ