Eterno Retorno

Wednesday, February 03, 2010




Cuchillos bajo el hielo (Sangre negra escandinava)

Escrito para las integrantes del Taller de Lectura

Por Daniel Salinas Basave

Bueno amigas, todo hace indicar que a estas alturas han resuelto el misterio y han descendido al abominable sótano de aquel hombre que no amaba a las mujeres. Sí, estamos de acuerdo en que no es Shakespeare o Borges, pero Stieg Larsson sabe cómo volarnos la cabeza. Escribo estas palabras cuando estoy aún en shock por la muerte de un narrador y periodista que ha sido faro literario de mi vida: Tomás Eloy Martínez. Tal vez por ello inicio este texto con una cita suya utilizada para defenderse de aquellos que le echaban en cara su gusto por Julio Verne por considerarla literatura poco erudita. ¿Quién determina qué leer y qué no? Sí, Larsson no es Thomas Mann, pero es capaz de transportarnos con maestría a sus helados reinos. “La literatura no es una carrera de obstáculos o un catálogo de records, sino, por fortuna, una ceremonia de placer íntimo, de secreto encuentro con uno mismo. Sobran ya los lectores que disfrutan con Dostoievski, con Víctor Hugo, con las hermanas Brontë. Yo no me niego a esas navegaciones pero soy más feliz con el modesto Verne”.
No puedo menos que coincidir con el tucumano. Soy dostoievskiano y eso no quita que haya sido feliz con Larsson.

Ahora bien, cabría preguntarnos: ¿Por qué es tan adictiva la novela policíaca? ¿En qué parte de nuestro subconsciente habita ese detective vocacional que nos impulsa a resolver misterios? Sí, hay puristas que consideran al género negro literatura de segunda división, simple entretenimiento de ociosos, pero la realidad es que hace falta ser un arquitecto lleno de malicia para construir una novela con las suficientes dosis de negrura como para penetrar el alma de un lector y atraparlo en las redes de sus páginas. Borges mismo (mi non plus ultra literario) fue un ferviente lector de novela negra y él mismo, en dueto con Bioy Casares, escribió fascinantes cuentos policiales (no olvidar a don Isidro Parodi).

La idea común, es afirmar que Los crímenes de la calle Morgue de Poe es el primer cuento policial de la historia de la literatura. Sí, es tal vez la primera historia detectivesca con todos cánones debidamente alineados, pero la resolución de misterios ha sido omnipresente en la literatura. Vaya, sin ir más lejos, en el Hamlet de Shakespeare, nuestro príncipe danés se convierte en detective investigador del asesinato de su padre y él misterio se resuelve al final del drama. Con sus elementos fantásticos y demoníacos, la literatura gótica del Siglo XVIII, antecedente directo de Poe, también plantea a menudo la resolución de misterios.

Sin embargo, coincidimos en que hay rasgos inconfundibles que definen a la novela policíaca contemporánea. El detective es el alma de estas historias. La personalidad de los detectives, más que lo complicado del rompecabezas criminal, es lo que define a un autor. Tal vez como en ningún otro género literario, el autor acaba poseído por su personaje. Sir Arthur Conan Doyle será siempre Sherlock Colmes. Simenon será Maigret, Agatha Christie será Poirot o Miss Marple y Hening Mankell será Kurt Wallander. Construido el detective, es necesario definir el trazado de la cancha criminal. La teoría de la habitación cerrada siempre resulta efectiva. En este círculo hermético están todas esas personas y entre ellas yace el asesino. ¿Quién fue? ¿Cómo lo hizo? ¿Por qué lo hizo?

Mi primer contacto con la novela policíaca ortodoxa fue con Agatha Christie de quien mi madre era asidua lectora allá por 1983, en las épocas en que yo me entretenía con un juego de mesa llamado “quién es el culpable”. Si la memoria no me falla (y la verdad suele fallarme muy poco) el primer libro de esta autora inglesa que cayó en mis manos fue Tres ratones ciegos. Recuerdo también Cianuro espumoso y Un cadáver en la biblioteca. Doña Agatha es la ortodoxia más pura de la novela policial.

Nunca he dejado de leer literatura policial. Hay vicios incurables y la novela negra es uno de ellos. Sin embargo, en el invierno de 2002 ocurrió algo en mi vida: la novela policíaca encontró una patria llamada Suecia, una pluma llamada Henning Mankell y un detective llamado Kurt Wallander. Antes de proseguir, debo advertir que padezco una confesa adicción a Escandinavia. Las leyendas vikingas, las sagas islandesas, el black-death metal como soundtrack de mi vida y Martillo de Thor que llevo tatuado en mi hombro son símbolos de la omnipresencia del Gran Norte en mi existencia. A todos estos elementos debo agregar la adicción a la novela policíaca sueca. Como les decía, un día de invierno de 2002 compré una novela. La compré, como tantas veces en mi vida, sin otro punto de referencia que la siempre engañosa contraportada. Sin recomendación de por medio, por simple corazonada y claro, también por la nacionalidad del autor, compré Los perros de Riga. La extravagante improbabilidad de Letonia como escenario de una novela también me impulsó. La portada de aquel libro es horrible. Un perro con la cara de Mike Tyson detrás de un alambrado. Comencé la lectura un sábado por la noche, sentado frente a la ventana principal de nuestro antiguo departamento de Playas de Tijuana. Esa noche empezó mi romance con Henning Mankell.

¿Por qué me volví adicto a este autor? Mankell es lento, ortodoxo, conservador, sin juegos narrativos arriesgados ni estructura literaria alucinante. Su prosa es plana, lineal, recatada y sin embargo, adictiva. Paradójicamente, Henning Mankell no hizo de su inspector Kurt Wallander una apuesta de vida y llegó algo tarde al género negro. Dramaturgo y creador de relatos infantiles, Mankell dirige un teatro en Mozambique en donde redime con clases de actuación a niños de la calle. El mensaje que Mankell sueña dar al mundo, es que volteen sus ojos al África y se den cuenta del tamaño de esa gran injusticia social llamada raza humana. Wallander, nos dice Mankell, nació como una advertencia para mostrar las fisuras de la “perfecta” sociedad sueca. Mankell quisiera ser reconocido por su teatro africano, pero Wallander y la helada Ystad lo catapultaron a ser traducido al mundo entero.

Quiero detenerme en este punto, que acaso sea la clave de este fenómeno negro escandinavo. Todos, o casi todos los autores negros del Norte europeo, apuestan por una novela socio-policial. Detrás de sus crímenes hay un contenido de fuerte crítica social. Si la paternidad de Poe sobre la novela policial puede ser dudosa, no hay debate alguno sobre el nombre de los padres del fenómeno policial escandinavo. Son un hombre y una mujer, un matrimonio para ser exactos, quienes parieron con novelas a cuatro manos este monstruo detectivesco. Los padres de la criatura se llaman Maj Sjöwall y Per Wahlöö. Lo confieso: no los he leído y aunque se que existen traducciones, jamás he visto un libro suyo en México. Esta pareja de periodistas militantes de izquierda puso a Suecia en el mapa policial 30 años antes que Mankell. Su ciclo novelístico de diez obras tenía una fortísima carga de denuncia social contra la hipocresía del gobierno sueco. Novelas socialdemócratas en donde el mayor crimen era la traición del estado de bienestar sueco a la clase obrera. Sí, ellos fueron los padres, pero a la fecha sólo cuatro de sus libros se han traducido y no son fáciles de conseguir. El hombre que exportó a Suecia como tierra de crímenes y detectives, fue en definitiva Henning Mankell.

La literatura es una dama caprichosa y sus designios, en apariencia aleatorios, son incomprensibles. En un momento en que Mankell era el único punto de referencia mundial de novela negra escandinava, un reportero legó una obra póstuma que se transformó en un fenómeno mundial de lectura y que abrió las puertas de la traducción a las decenas de autores detectivescos escandinavos que andaban regados por ahí. Este hombre se llama Stieg Larsson y a diferencia de Mankell, jamás tuvo frente a su mesa a varios cientos de lectores haciendo fila para tener un libro firmado. Stieg Larsson murió inédito en 2004. Su obra, la serie Millenium, se publicó cuando él yacía varios metros bajo tierra. Una tarde cualquiera, Larsson, de 50 años, se encontró con que el elevador del edificio donde trabajaba no funcionaba y subió corriendo cinco o seis pisos por la escalera. Su corazón no lo resistió y cayó muerto de un infarto. Por fortuna, existía ya el manuscrito de tres novelas, las primeras y únicas que este reportero publicó.

Larsson es un heredero perfecto del canon fundacional de Maj Sjöwall y Per Wahlöö. Como ellos fue reportero de trinchera, de pluma combativa y quijotesca. A diferencia de Mankell, su detective no es un viejo policía solitario, sino un exitoso reportero estrella capaz de poner a temblar a los corruptos consorcios empresariales. Se llama Mikael Blomkvist y es, obvia decir, el alter ego perfecto de Larsson, lo que sin duda él soñó ser. La revista en la que Larsson trabajò no fue tan exitosa como Millenium ni tampoco se le conoce por haber sido un don Juan como Blomkvist, si bien sus investigaciones sobre los grupos suecos de ultraderecha sirvieron de referencia a Scotaland Yard. Blomkvist es un justiciero, un Quijote total, idealista, ético, combativo, el reportero modelo que todos soñamos ser. El comienzo de la novela me enganchò y me generò un inmediato punto de contacto e identificaciòn con mi colega. Mikael escribe sobre un poderoso empresario que lo demanda. Por experiencia se que aquì y en China, el mayor adversario de los reporteros no suelen ser los polìticos, con la piel curtida para el golpeteo, sino los grandes empresarios. Muchas veces ataquè a Hank y a Castro Trenti sin que nada me sucediera, pero debì enfrentar terribles represalias cuando se me ocurriò denunciar a Geo, Urbi o Cemex. Los empresarios siempre tienen lista su demanda por difamación, la cancelaciòn de un contrato de publicidad con el medio denunciante. Omnipotentes y acostumbrados a mandar, los empresarios suelen detestar a los incómodos reporteros. Sí, lo confieso, yo también quisiera ser Mikael Blomkvist pero me queda claro que la gran responsable del éxito de Larsson y su trilogía, se llama Lisbeth Salander. Estarán de acuerdo conmigo en que esta chica encierra el néctar mismo de la novela., el THC de esta historia alucinante. Sí, puede parecer por momentos una heroína de comix, pero Lisbeth Salander seduce. Y como personaje es redondo. De apariencia frágil, Lisbeth es ruda y rompe con el estereotipo de la princesa que no mancha sus manos de sangre. Antisocial, en apariencia perturbada, pero dueña de un corazón purísimo, Lisbeth es un personaje del que es difícil no enamorarse. Una heroína muy poco hollywoodense.
Una hacker esquelética con el cuerpo atiborrado de piercings y tatuajes. Hay personajes que definen una historia y son capaces de hacerla inolvidable. Salander es el alma de la trilogía.
El crimen, una típica teoría de habitación cerrada (o qué mejor habitación cerrada queremos que una isla donde se ha interrumpido el paso)
La verdad es que en términos estructurales es bastante simple y literariamente no es en absoluto innovadora, pero engancha, como una canción de composición simple y llegadora.
En apariencia, es un quijotesco absurdo tratar de resolver un aparente crimen cometido hace 40 años, pero Blomkvist se involucra con pasión en su nueva función de detective.

Larsson abrió la puerta al boom escandinavo. Acabo de leer Aurora Boreal a Asa Larsson, (que por cierto no es su pariente) y en donde los crímenes son la vía de denuncia contra la invasión de sectas cristianas fanáticas. También cayó en mis manos Crepúsculo en Oslo, de la ex ministra de Justicia de Noruega Anne Holt, lo más hollywoodesco de esta plaga. Ahora recién nos llega Nadie lo ha oído de Jungstedt. ¿Simple resplandor en el hielo? ¿Moda de invierno? Lo cierto es que la negra nieve escandinava se ha apropiado de mis madrugadas.

DSB

Monday, February 01, 2010


ADIOS TUCUMANO. YA TE EXTRAÑO UN CHINGO

Esta muerte me duele y en serio. Cuando un personaje dice adiós normalmente guardo una prudente distancia y me mantengo alejado del graznar de los pavos de obituario hipócrita, pero esta partida me deja por herencia una profunda tristeza. ¿Y por qué me hiere tanto el fallecimiento de Tomás Eloy Martínez? Por razones puramente egoístas señores, por puro principio del placer, por la simple y sencilla razón de desear que nos entregara unos cuantos libros más. Cada obra de Tomás Eloy fue para mí hedonismo puro y hedonista como soy, deseaba muchos más libros suyos en mis manos. Saber que ya no leeré nada parido por su pluma me encabrona. La vida me ha privado de un deleite. Como si en este mundo sobraran las plumas que supieran hacer del periodismo la más alucinante narrativa literaria. Hace una semana platicaba con Federico Campbell sobre las particularidades de ese improbable e imperfecto matrimonio entre periodismo y literatura. Pues bien, creo que la pluma que hizo de ese matrimonio un romance con olor a eternidad fue la del tucumano Tomás Eloy. Sí, existe el maestro Kapuscinski, pero lo suyo era periodismo narrativo. Mal que bien, el buen Ryszard despreciaba la ficción. Sí, existió Capote, existe Caparrós, pero sólo Tomás Eloy transforma el néctar periodístico en realismo mágico, Aleph borgeano, esencia onírica apestando a realidad aparte.

Hablo de Tomás Eloy en la Muerte como hablé en la vida. Mi cuna de porquería yace atiborrada de citas y referencias a su obra, porque cada libro suyo me voló la cabeza. Hace unos días, en el sótano de un autoexiliado, el padre de Carolina, Francisco Cabello, encontró un ejemplar de Santa Evita. Lo menos que pude hacer fue interpretarlo como una señal del destino y recomendar que leyera cuanto antes ese libro irrepetible. La más fantástica y demencial biografía de un cadáver. Yo mismo me di a la tarea de releer algunas páginas sólo para descubrir que García Márquez no se equivocó cuando dijo “por fin, aquí está la novela que yo quería leer”. Conocí a Tomás Eloy hace algunos (bastantes) años por Santa Evita y seguí con Lugar común la Muerte, un ejemplar rarísimo, atípico, que encontré por 30 pesos en el mercado Ley de Pueblo Amigo. Caprichosas e improbables caminos tiene la magia literaria.

Híbrido auténtico que deambula en la pantanosa frontera que separa al periodismo de la literatura, la pluma de Tomás Eloy nunca ha abandonado el incurable vicio reporteril. Se podría decir que el cuerpo de Lugar común La Muerte está hecho en su mayoría de papel periódico, pues los 15 relatos que lo conforman fueron publicados en diarios y revistas de Argentina y Venezuela. (apunte prófugo del pasado bloguero)

El cantor de tango tocó mi fibra de turismo borgeano y nos proporcionó un mapa sin igual de las milongas de Buenos Aires. Un loco visita la calle Garay en Palermo en busca del sótano de Carlos Argentino donde mora el Aleph. Carolina también disfrutó ese libro como estoy seguro disfrutará mi suegro. El vuelo de la Reina es tal vez el libro de Tomás Eloy que más se vendió en México. Después de todo, el Premio Alfaguara garantiza escaparate y reseña favorable. No es lo mejor de su obra y aún así lo he releído con gusto y hasta es candidato a viajar conmigo mi isla desierta. Más de la mitad de La novela de Perón la leí en un avión de Buenos Aires a México, lo cual no deja de ser simbólico y paradójico, tomando en cuenta que buena parte de la novela se narra desde el avión de Aerolíneas Argentinas que lleva a Perón procedente de Madrid de regreso al poder, aquel 20 de junio de 1973.

Si hay un tipo que sabe jugar al filo de la navaja entre la literatura y el periodismo para después sacarle la lengua a los dos y sorprender a todos con gambetas estilísticas capaces de volver locos a los puristas, ese es Tomás Eloy Martínez.Dentro de ese machacadísimo y a menudo falso cliché del periodismo que parece o pretende parecer literatura, son muy pocos los que logran crear un auténtico híbrido, un Golem con vida propia nacido a partir de la fusión y confusión del reportero con el creador de ficciones. (otro prófugo de Pasos de Gutenberg, autoplagio pues)

En noviembre de 2008, deambulando un sábado al medio día por el Parque Rivadavia de Buenos Aires topé en un puesto con Purgatorio, la más reciente y última novela de Tomás Eloy recién salida del horno. Creo que ni en las librerías estaba. Obvia decir que la compré y ahí mismo la leí y tal vez esté de más decir que también me voló la cabeza.

Alguna vez apliqué para un curso con Tomás Eloy en la Fundación Nuevo Periodismo pero los esbirros del Gabo me dijeron NO. Por alguna razón no soy bienvenido en Cartagena. Ahora imagino lo que hubiera representado en mi vida haber podido tomar clases con Tomás Eloy. Lo que no fue, no será. La fascinante historia de lo que pudo haber sido. Se nos ha ido Tomás Eloy y no digo que su Muerte será motivo para releer su obra, pues siempre la estoy releyendo y en honor a la verdad, jamás sale de mi buró y de mi cabeza.


La realidad se torna mutante, anfibia, es un mono de plastilina, es el mito etéreo y la deidad leprosa, los cuatro mil ojos de una mosca porteña volando en el invierno austral.