Eterno Retorno

Saturday, July 03, 2021

Ruleta rusa nabokoviana, el hater de Dostoievski

 

No se puede afirmar que el profe Vladimir  Nabokov sea un modelo de objetividad e imparcialidad a la hora de enseñar literatura rusa a sus alumnos gringos en la Universidad de Cornell. Cómo carajos leer  a Dostoievski después de ser despellejado en forma tan inmisericorde por el maestro. Nabokov considera al Dostoievski un escritor “bastante mediocre con algunos destellos de excelente humor separados por desiertos de vulgaridad literaria.” Le llama ingenuo, tosco y vanidoso. Sus personajes son sentimentaloides, monótonos, aquejados por complejos prefreudianos.  Nabokov incluso se permite narrar con un dejo de sorna que un antepasado suyo era sargento en el pelotón de soldados que escenificó el falso fusilamiento que marcaría a Fiódor para el resto de su vida. Cuando uno ve la devoción casi mística que algunos escritores como Coetzee y Pamuk sienten por el Dosto (leer a Dostoievski es como descubrir el amor o ver el mar por primera vez, nos dice el turco), cuesta trabajo que alguien pueda detestarlo tanto. En contraparte, Nabokov no duda en llamar a Lev Tolstoi el mayor escritor ruso de ficción en prosa. De hecho, Vladimir se permite hacer su clasificación de los más grandes artistas de la prosa rusa del uno al cuatro. El primero es (of course) Tolstoi, el segundo Gógol, el tercero es Chéjov y el cuarto Turguéniev. Dostoievski, obviamente, no alcanza lugar en el medallero.Nabokov es benigno con Chéjov, a quien considera un artista de verdad en contraposición a un narrador didáctico como Gorki. “Los libros de Chéjov son libros tristes para personas con humor; es decir, sólo el lector provisto de sentido del humor sabrá apreciar verdaderamente su tristeza”. A Gógol le reprocha su misticismo, su alma fantásticamente contrahecha y su vocación de predicador que requiere un púlpito para explicar la ética de sus personajes, pero reconoce sus dotes de narrador. En cualquier caso, le agradezco a Nabokov no ser un aburrido académico sumando horas de clase  sujeto a los lineamientos del programa, sino un apasionado lector que intenta contagiar lo que la literatura le produce. “La literatura hay que cogerla y hacerla pedazos, deshacerla, machacarla; entonces se olerá su grato olor en el hueco de la mano, se masticará y volteará sobre la lengua con deleite; entonces y sólo entonces se apreciará su raro sabor en la justa medida y las partes rotas y trituradas volverán a reunirse en el espíritu y revelarán la belleza de una unidad a la que el lector ha aportado un poco de su sangre”. This is Jarcor Vladimir. Déjame decirte que yo pienso lo mismo. Sigamos disfrutando la intensidad de la literatura rusa.


Friday, July 02, 2021

Calle Federico Campbell

 


“La Tijuana que yo extraño, la Tijuana por la que yo siento nostalgia es una Tijuana que ya no existe hace mucho y que ni siquiera sé a ciencia cierta si alguna vez existió”, me dijo Federico Campbell una tarde en su biblioteca mientras un diluvio retumbaba en el tragaluz. “Para mí Tijuana es la madre, es la leche tibia, es el hogar originario al que siempre estoy volviendo porque como dice Franz Kafka, hay un pájaro que vuela en busca de su jaula. Es un poco el regreso a casa el tema que más me inquieta, porque desde los clásicos el regreso a casa es un tema fundamental en la literatura, desde la tragedia griega. Ulises volviendo a Ítaca. Basta volver a casa para volver a estar lleno de implicaciones autobiográficas, emocionales, mentales. Por eso Tijuana es muy entrañable y en mi vida de escritor, en el campo de la recreación literaria Tijuana es significativa y se vislumbra en mis libros. El problema es que nunca podré volver a esa ciudad porque ya no existe y quizá nunca existió del todo”, concluyó Federico. Pero Tijuana, como la rulfiana Luvina, está embrujada y no es posible salir de ella. En Washington o en Sicilia o en sus divagantes paseos de flâneur por las calles de La Condesa, Federico Campbell seguía caminando por las calles tijuanenses. Tijuana no es en su obra una morada humana sino una entidad mental. Federico Campbell salió muy pronto de Tijuana, pero Tijuana nunca salió de él. La ciudad en formación de la que amamantó en su infancia dejó una cicatriz demasiado profunda en su psique. Campbell fue un salmón hasta en su manera de exiliarse y hacer de su ciudad natal un territorio literario encarnado en el subconsciente. Tijuana es una urbe que se devora a sí misma. Es una ciudad púber cuya sospechosa acta fundacional se remonta al 11 de julio de 1889, aunque pese a su juventud, apenas quedan vestigios de su pasado. La Tijuana de Federico Campbell es mítica e incierta porque no hay arqueología que rinda testimonio de su existencia. Tijuana es una ciudad del aquí y el ahora que suele arrasar con sus reliquias. Federico Campbell creció frente a una plaza de toros que fue demolida y una fábrica de pinturas que ardió en llamas. En las cercanías había un río que fue llenado de cemento y unas colinas que hoy yacen infestadas por fraccionamientos habitacionales. Tijuana es una infinita metamorfosis, pero hoy, en su cumpleaños número 80, Federico Campbell retorna a casa nombrado la calle que lo vio crecer. Mi reconocimiento al Consejo de Nomenclatura, a la Secretaría de Cultura y a los colegas que impulsaron esta iniciativa. Es inconcebible cómo puede haber tantas calles y colonias con nombres de políticos corruptos y tan pocas para honrar a la gente que consagró su vida a la creación artística. Caminemos por su calle pero sobre todo, leamos y releamos al gran Federico. La lectura es siempre el mejor homenaje posible.

 

 

Tuesday, June 29, 2021

El diablo de Tsvietáieva

 



 

Se llama Marina Tsvietáieva y la vida se encargó se mostrarle su cara más intensa y también la más hostil. Nació en Moscú en 1892 y fue una mujer errabunda con vocación de vela en la tempestad, poeta y cronista de un tiempo convulso. Me encontré con ella en las páginas de El viaje de Sergio Pitol y me di a la tarea de pepenar mostrenca pedacería de su obra. Cuando me da por creerme aquello de que la escritura es pura y vil carpintería apolínea, leo El diablo de Tsvietáieva y entonces recuerdo que en todo acto creativo hay una dosis de otredad, un espectro desdoblado que es al mismo tiempo aliado y oponente. Un sacerdote ortodoxo pregunta a la niña: “¿Diableas?” “Sí, siempre”, responde ella. El diablo vive en los libros . La condición creativa es una condición de alucinación. Alguien se apodera de ti, tu mano no es más que un intérprete, no tuyo, sino de otro. ¿Quién es? Lo que a través tuyo quiere ser”, escribe Marina en El arte a la luz de la conciencia. De Marina podríamos no saber absolutamente nada y pudo acabar como ceniza esparcida en el vientre del Gulag. Si algo sabemos de ella es gracias a su hija Ariadna, sobreviviente de Siberia, que rescató el rompecabezas de su obra y si hoy la leemos en español, es gracias a Selma Ancira, su devota traductora. Marina se consumió antes de dormir oxidada. Esposa de un ex guardia blanco que acabó como espía soviético, vivió su poesía naufragando entre amantes de ambos sexos y sosteniendo la mirada ante el horror bélico. Marina Tsvietáieva se quitó la vida en 1941 y a mí me ha dado por buscar señuelos en sus papeles perdidos.