Eterno Retorno

Saturday, December 27, 2014

A ojo de pájaro nocturno el muro es una víbora de luz reptando sobre una topografía imposible; torrente de mil y un focos serpenteantes entre la colina y el barranco; una interminable herida sobre la espalda de la noche sangrando rayos infrarrojos. Desde la altura del ave, el destello es cegador como el largo brazo de un sol mutilado sobre la Tierra. Desde el asiento del avión que despega en vuelo de media noche aquello es un látigo de focos cual afiladas puntas. Aún en las madrugadas de tiniebla pertinaz y neblina baja, el muro brilla como una constelación de infinitos destellos. No hay sombras cómplices ni mantos protectores frente a los ojos eléctricos con visión nocturna y los sensores capaces de detectar la respiración de una liebre. El muro es un monstruo guardián que nunca duerme. Desde el oráculo cartográfico de Google Maps el muro diurno es una llaga gris, amorfa protuberancia que corre paralela a una interminable avenida; desciende y asciende por un cañón al que llaman del Matadero e irrumpe entre bordes y desfiladeros hasta internarse en el Océano Pacífico. Comencemos esta historia contemplando el entorno desde las alturas, usurpando el ojo de un pájaro que vuela sobre la frontera. Digamos que es media noche, o la zona profunda de la madrugada. Elijamos entonces un ave nocturna, algún improbable tecolote prófugo y errante al que le dé por volar sobre un látigo de luces que no dejan nunca de brillar. Preferible en todo caso la rapaz de las tinieblas al omnipresente helicóptero cuyo revoloteo no frena. El muro es una serpiente de focos, un brazo brillante extendido sobre la espalda de la noche. Si la vista se enfoca bien y el destello de la luz lo permite, es posible distinguir que el muro es una vértebra dividida en tres. Hay lámina carcomida, metal y piedra; entre ellos el espacio suficiente para que pueda correr una patrulla. Hay torres, puertas metálicas; alambradas de mil y puntas afiliadas; ojos eléctricos con visión nocturna y sensores capaces de detectar la respiración de una liebre. El muro es el monstruo guardián que nunca duerme; es nuestro parámetro, una cicatriz cada vez más visible, la columna vertebral que marca la cartografía de esta historia.

Friday, December 26, 2014

El limitadísimo inventario de palabras. Las palabras yacientes, como legos mostrencos de una pieza necesariamente incompleta. Hagas lo que hagas no podrás hacer gran cosa. Hasta la más sofisticada arquitectura será siempre limitada. Tu inventario es finito. Frente a ti están sus fronteras y no tienes los huevos ni la creatividad para transgredirlas. Tu cabecita no da para crear un nuevo lenguaje y estás condenado a utilizar parafernalia de segunda y tercera mano; a acomodar las piezas que mil y un imbéciles han acomodado mil y un veces. Las piezas que acomodan ahora mismo; las que irremediablemente seguirán acomodando. Presagios y cuentas regresivas. Los inocentes pasos fatales rumbo al cadalso. La más ordinaria despedida, la tarde de modorra que antecede al Infierno; la sombra siempre oculta, en omnipresente acecho. Aún en tu cuadro de cariñitos y sonrisas ella está ahí, reloj en mano, con la cuenta regresiva de los minutos, deshojados como una flor moribunda en otoño. Para ser un detractor del cine hay demasiadas secuencias e imágenes construyendo el relato en cámara rápida de tu vida. Cuarenta años y una memoria prodigio confinados a seis o siete imágenes, estampitas desfilando rumbo al hoyo negro que todo ha de chuparlo. Y la vida tan presurosa, tan mórbida e impúdica la pinche vida, espetando con desparpajo su absurda condición. Entregarse al abrazo de la Muerte como quien se sumerge en una bañera de agua caliente en medio de la nieve. Hace unas cuantas noches me sumergí en ese baño tibio, pero solo hasta ahora que releo mi cita de Kareinina en Racimo de Horcas reparo en el significado. Retorno a la uterina paz, volver a la condición de semilla.

Wednesday, December 24, 2014

Hay mil y un fantasías posibles inspiradas por las islas. Son, a un mismo tiempo, último reducto y territorio rebelde; escondite de prófugo y dimensión alterna; el salto a la otra realidad o esa vida plena siempre yaciente en otra parte. Las islas -como San Juan de Ulúa en 1825- son el último reducto donde sobrevive el vestigio final de un emperador destronado. Jirón mostrenco de un imperio en extinción, en las islas malcome el rey en el exilio cuyas noches insomnes se diluyen en fantasiosas conspiraciones reaccionarias condenadas al fracaso. Desde el peñasco más alto, el depuesto monarca mira las costas de su imperio condenadas a estar cada día un amilla náutica más lejos. Por supuesto, he alucinado también con la otra cara de la moneda: las islas se transforman en plaza insurrecta, bastión rebelde, terruño liberado. Feudo guerrillero desde donde se emiten mil y un proclamas y manifiestos contra la tiranía. Las islas como puerto libre a donde arriba el armamento y una horda de combatientes voluntarios. Escenario de cañoneos y fuegos cruzados; de himnos libertarios y ceremonias de banderas negras, las islas parecen acercarse cada día a la costa. La oligarquía tiembla. Al Capone vive en el subconsciente y en las fantasías de los promotores de leyendas tijuanenses. Alguien ha hablado de la existencia de un casino clandestino en aquellas islas operado a la distancia por el jefe mafioso. Alguien ha imaginado cabaret y rojas alfombras; glamour y orgía. Una Sodoma principesca y mafiosa que se diluye en el humo de nuestras patrañas. Las islas me han arrancado más de un prescindible exabrupto literario. Alguna vez las imaginé como el hogar de una misteriosa mujer llamada estereotípicamente Milena Herzingova, quien se las arreglaba para emitir señales con una linterna de luz púrpura que brillaba en las noches de neblina. Las islas fueron también el centro ceremonial de una secta maligna cuyos adeptos estaban marcados por un hexagrama dibujado con cuchillo debajo de la nuca. Imaginé rituales de jaulas, cadenas y capuchas de seda; alargados gorros de disciplinantes, látigos, velas y una dosis de sodomía. Las islas fueron también el escenario de un mitin proselitista con más de diez mil acarreados en donde hubo torta, cohete, maraca y fotografías del candidato cargando escuincles pringosos. En las islas hubo también un rave de fin de milenio en donde improbables pinchadiscos y cazadores de liturgias químicas se perdieron para siempre. De aquella fiesta sobrevive tan solo un sintetizador de fabricación alemana encontrado por los rumbos de Puerto Nuevo y un viejo flyer psicodélico pegado en una pared de la Ciruela Eléctrica. Una fantasía aún no materializada en palabra escrita (de hecho se me está ocurriendo en este momento) es la de las islas Decamerón. Una peste ha devastado por completo el litoral californiano y bajacaliforniano, pero una decena de audaces logra escapar en una barca de pescador y establece en las islas una comuna libre de epidemia. No sabemos (y no me corresponde aclarar ahora) cómo carajos sobreviven, pero diremos que matan el tiempo narrándose historias. A la distancia la gente muere cual moscas mientras los prófugos cuentan cuentos y se enamoran. Todo México se pudre contagiado por la peste (ébola ricketzia, lo que usted guste) pero los diez de las islas sobreviven y frente a ellos queda la ruda tarea de repoblar la Tierra.

Tuesday, December 23, 2014

El Oasis Resort y el atuendo de abrigo de mink y shorts inmortalizado por Ramón Arellano fue el clímax kitch de una época donde sobraban camisas de seda, cadenas de oro y cargamentos contados en toneladas. Aquellos tipos no debieron preocuparse nunca por poquiterías y narcomenudencias. Nada de secuestros, extorsiones y cobro de piso. Bastaba una tonelada de caspa del diablo colocada en suelo californiano para que los dólares brotaran en cascada, como una eyaculación interminable, heiser de abundancia suficiente para untar delegados de PGR, ministerios públicos federales y comandantillos corrientes de patrullajes municipales. Julio César Chávez ganaba por nocaut todas sus peleas, los judiciales los escoltaban a los antros y Tijuana era una fiesta donde los amaneceres irrumpían entre botellas de champaña y líneas rechonchas. La vida fue bella hasta el puto medio día de mayo en que mataron al cardenal y todo se fue al carajo. Del cuerpo agujerado de Posadas brotó la inmisericorde cacería, el hostigamiento de mil y un sabuesos, los carteles de la DEA con las caras de los hermanos adornando la garita de San Ysidro. Los reyes del antro debieron refundirse en covachas, dormir en una casa diferente cada noche, desconfiar de sus sombras. Empezaron los ajustes y las matazones; los cargamentos decomisados y las noches insomnes; las sospechas y las traiciones. A Labra lo encañonaron en medio de una cancha preparatoriana y al Mayel lo sorprendieron amanecido entre dos colombianas desnudas

Sunday, December 21, 2014

El año de la lectura Blitzkrieg

El 2014 fue el año de la lectura Blizkrieg. Hago un balance y reparo en que no fueron pocos los libros de 100 o 120 páginas que leí en una sola sentada, en dos viajes de taxi con tráfico lento o en un solo vuelo. Libros consumidos en intempestivos asaltos de bibliófilo bombardeo relámpago. Se bien que la moda en redes sociales exige un top 10 o un top 50 pero en esta ocasión no lo habrá. Hay años cuyo espíritu está marcado e impregnado por un libro en particular que destaca volando por encima del resto, pero no fue el caso de 2014 en donde leí por lo menos siete obras que con casi idénticos méritos podrían pelear por el primer lugar. Aclaro que en 2014 leí no pocos libros publicados a finales de 2013 y por supuesto di rienda suelta a la relectura y a la cacería de lo improbable. Mi primera lectura del año fue El cerebro de mi hermano, de Rafael Pérez Gay, que consumí en una sola tarde de 1 de enero, oscura, helada y con un poco de fiebre. Las primeras dos lecturas que realmente me volaron la cabeza en 2014, fueron Muerte súbita, de Álvaro Enrigue, y Librerías, de Jorge Carrión, sin duda de lo mejor que leí en los últimos 365 días e indiscutibles aspirantes al primer lugar. Un atípico ensayo sobre Bolaño, Piglia y Pitol llamado Lectores entre líneas, de Neige Sinno, y el libro conversacional El ojo en la nuca, de Juan Villoro e Ilan Stavans, también estuvieron entre la tropa de élite. La apuesta más sui generis (e incluso diría más útil para mi trabajo) fue Cómo dibujar una novela, ensayo de Martín Solares que leí casi completo en una sola mañana mientras esperaba la llegada del camión escolar de mi hijo afuera del zoológico de San Diego. Creo que no hubo página del libro de Martín que no subrayara o garabateara. Un librazo. Entre los libros nocturnos de buró y duermevela que marcaron mis madrugadas de Funes el memorioso, destacan Nada se opone a la noche de Delphine De Vigan y En la orilla de Rafael Chirbes. Frente a una cerveza y un coctel de pulpo en mariscos La Cacho disfruté Indio borrado, de Luis Felipe Lomelí y en una larga tarde de campamento con Iker en Toys R Us devoré Taller de no ficción, de Bruno Piché. Hubo algunas lecturas a las que llegué algo tarde este año pero igual me rompieron la madre como Efectos personales, de Villoro; Autobiografía soterrada, de Pitol; la Fábula de las regiones, de Alejandro Rossi y París no se acaba nunca, de Vila-Matas (este último leído durante un viaje a La Paz). También releí muchísimo Federico Campbell, Malcolm Lowry y algo de Revueltas. Entre las serendipias pepenadas en la feria de libro antiguo organizada por El Grafógrafo, destacan Gilles y Juana, de Michel Tournier; La historia del buen viejo y la bella muchacha, de Italo Svevo; El visitante y otras historias, de Dylan Thomas y Palabra capital, un retrato literario de Bogotá pintado por más de medio centenar de narradores. Por azares de la vagancia libresca fui invitado a ser presentador de algunos libros de colegas y todos resultaron ser gratas experiencias. Fue el caso de Dreamers de Elieen Truax; El misterio de la orquídea calavera, de Élmer Mendoza; Seguir a los gansos, de Javier Fernández y El extraditado, de Juan Carlos Reyna. También seguí en mi plan de reivindicarme con Bolaño leyendo Amuleto, La pista de hielo y Nocturno de Chile (me aguarda en fila Mounsieur Pain). Durante la escritura de mi ensayo Cartógrafos de Nostromo, releí en primavera una buena dosis de Siglo XIX mexicano con obvia mención honorífica al México 1827, de Henry George Ward y Poinsett, historia de una gran intriga, de José Fuentes Mares, con escarceos al Ensayo histórico sobre las revoluciones de México, de Lorenzo de Zavala y cantidad de piezas mostrencas pepenadas en internet. En este último mes en que he realizado tres viajes he leído uno o hasta dos libros en un solo vuelo. Fue el caso de Reseñas intempestivas, de Hugo Valdés, que leí en menos de lo que llega un avión de Tijuana al DF. Un traslado de Cuernavaca al aeropuerto chilango me bastó para leer La literatura es mi venganza, librito charla de Claudio Magris y Vargas Llosa y en el vuelo México-Tijuana leí La boca llena de tierra, del serbio Branimir Scepanovic. Otro trayecto México-Tijuana fue también suficiente para leer El café de la juventud perdida, de Modiano y para dejar casi concluida La hierba de las noches, del mismo autor. Los cielos peninsulares en un trayecto La Paz-Tijuana enmarcaron mi lectura de las minificciones de El sonido de las hojas, de Cristina Rascón y su traducción de Dos mil millones de años luz de soledad, del poeta nipón Shuntaro Tanikawa. También hubo espacio para algunos cuentos vagamundos de Pablo Rochín, la autobiografía no autorizada de Gabriel Trujillo y Obituarios intempestivos de Rael Salvador (cuyo manuscrito tuve la fortuna de leer antes de tener el ejemplar impreso en mis manos). La mayor pérdida del tiempo fue leer un mal mastodonte de aparador llamado La verdad sobre el caso Harry Quebert, de Joel Dicker y con toda franqueza me decepcionó un poco el informe (que no ensayo) Campos de guerra, de Sergio González Rodríguez (segundo año consecutivo en que el Premio Anagrama de ensayo no está a la altura). La fiesta de la insignificancia, de Kundera, fue el nostálgico reencuentro con un viejo compañero de juventud, pero quedará solo en añoranza por lo que un día fue. Una sola sentada en la silla de mi biblioteca y un solo vaso de Jack Daniels me bastaron antenoche para leer y alucinarme con Por qué no vuelves y me dejas en paz, de Gerardo Ortega (natural born poet mi orteguiano compañero de ruta). En la fila de lectura aguardan El dueño y el creador. Acercamiento al dédalo narrativo de Sergio Pitol, de Hugo Valdés; Historia descabellada de la peluca, de Luigi Amara, y Un hombre enamorado, del noruego proustiano Knausgard. Mi última compra del año será sin duda Después del invierno, de Guadalupe Nettel. El evento del año que más disfruté fue sin duda la charla Literatura y violencia con mi colega Javier Valdés y Sabino en el Jardín Velasco de La Paz (estaba programada para 60 minutos y se extendió por más de dos horas y media por la nutrida participación del público). La cuenta pendiente saldada fue por fin presentar Cartografías absurdas de Daxdalia en Tijuana (hubo también una pequeña presentación conjunta en Southwestern College en Chula Vista). Un evento particularmente triste y lleno de involuntarios adioses fue la charla sobre Juan Rulfo impartida por Federico Campbell en la Cineteca del Cecut. Sin saberlo, fue esa helada noche de invierno fue su gran despedida de los tijuanenses. La Máscara de la Muerte Roja estaba sentada en el teatro. El mejor rincón libresco que encontré fue La Rana de la Casona, una improbable covacha en Cuernavaca (misma que aparece en la foto) en donde fui tratado como parroquiano y no como cliente e incluso me permití subir a la escalera móvil para explorar el techo. Los adioses más tristes, ni duda cabe, Federico Campbell y Vicente Leñero. Hermanados por la honestidad de su legado literario, pero sobre todo por su vocación de generosos incurables. Mi principal deseo literario para 2015 es publicar y sacar a pasear Cartógrafos de Nostromo y Dispárenme como a Blancornelas. Quiero poder escribir tanto y con tan buenos resultados como en 2014 y si no fuera mucha molestia, que por favor me paguen ya el Premio Malcolm Lowry. Faltan muchos y sin duda omito algunos libros significativos (pues estoy escribiendo de botepronto y fiado a la memoria) pero en resumen estas fueron mis lecturas en el 2014. ¿No le gustan? No se preocupe, tengo otras. DSB