Como Juan por su casa llegó el Otoño y se sentó a descorchar el mejor vino con su cara de “aquí mis chicharrones truenan”.
El Otoño se ha instalado entre nosotros y todo lo ha impregnado con su esencia. Hoy, el día, el aire, la atmósfera, los sueños y los presagios apestan a Otoño. El vaivén de los ciclos, el ir y venir de las estaciones, una cuestión de atmósfera, de reingeniería hormonal, Eterno Retorno de fantasmas que nunca duermen.
No hay rojos bosques como en Nueva Inglaterra, pero este Otoño indiscreto te recuerda en cada respiro que hoy eres siervo en su reino.
Hace un año, Mitos del Bicentenario -el libro- dijo presente como el Otoño y el barquito de papel, con su tripulación de letras insurrectas sublevada, fue a buscar puertos e improbables lectores. Zarpó tarde, pero zarpó.
Hace un año el calor mexicalense me dio la bienvenida a un nuevo encargo que me ha hecho peinar y repeinar las carreteras bajacalifornianas. Sin salir de mi microcosmos peninsular le he sumado a mi existencia un kilometraje con cifras que ni los tiempos de las escapadas europeas le eché encima. De la costa a la montaña, montaña al desierto, del valle agrícola a la periferia urbana. En fin, hoy es 23 de septiembre… y yo no puedo hacer nada al respecto.
Cuando la 23 de Septiembre fue el villano de la película
Por Daniel Salinas Basave
Hubo una época, no hace mucho tiempo, en que el gran demonio nacional, el malo de la película, se llamaba Liga Comunista 23 de Septiembre. Las “buenas conciencias del país” se horrorizaban ante la idea de poder ser secuestrados o asaltados por esta guerrilla urbana que allá por 1973 logró colarse a las pesadillas de la aristocracia. Sean cuales sean los motivos, la violencia no tiene categorías y al final el resultado es el mismo, pero lo cierto es que en el México actual, donde el homicidio cruel y la tortura- espectáculo están tan baratos, no es exagerado afirmar que en un día cualquiera de 2011 mueren muchas más personas que todas las víctimas cobradas por aquella liga comunista a lo largo de su existencia. Vaya, a casi 40 años de distancia, resulta hasta romántico imaginar a jóvenes de la clase media jugándose la vida por traer a México el “paraíso comunista” y la justicia social. Actualmente hay demasiados jóvenes, algunos casi niños, con armas en la mano, pero a diferencia de aquellos románticos muchachos setenteros, ellos se juegan la vida como sicarios soñando con tener algún día su narcocorrido y su “trocona” del año con la cual despertar envidias y seducir a las “plebes”, sin preocuparse demasiado por la alfabetización de los campesinos o la expropiación de capitales. La verdad es que contemplado desde esta época, aquellos jóvenes guerrilleros nos parecen poéticos y suicidas. El asalto al cuartel de Madera en Chihuahua, el 23 de septiembre de 1965 al mando de un puñado de guerrilleros encabezados por el profesor Arturo Gámiz, fue un acto de autoinmolación sin ninguna posibilidad militar de éxito. Para definir en pocas palabras lo que fue una primera impresión del asalto al cuartel de Madera, tal vez vale la pena leer lo dicho por el comandante Tiburcio Garza Zamora cuando entró en las oficinas de la zona militar en Chihuahua a dar parte a su superior, el general García Abauza.
- ¿Con esas armas querían tomar una guarnición con ciento veinte soldados?
- Así parece, general.
- ¿Estaban locos? ¿Les urgía morir?
Las palabras del militar parecen ser la bitácora del asalto al cuartel militar de Ciudad Madera el 23 de septiembre de 1965. ¿De verdad tenían urgencia por morir aquellos jóvenes? ¿Cómo es que emprendieron una acción tan temeraria?
Sin embargo, una acción en apariencia suicida y desahuciada se transformó en el símbolo y origen de la guerrilla mexicana de los años setenta. Este simbólico acto condenado al fracaso sería la semilla de la liga guerrillera urbana más célebre de la historia de México. Salvador Gaytán y Óscar González Eguairte fundaron en 1967 el M-23 que se fusionó con el Movimiento de Acción Revolucionaria que acaudillaba Federico Gómez Souza y con los restos de otro organismo juvenil clandestino denominado Los Procesos formado con células del Partido Comunista Mexicano. Está fusión da origen a la Liga Comunista 23 de Septiembre que tuvo en 1973 su periodo de auge con asaltos y secuestros espectaculares que buscaban allegar fondos a la organización o lograr la liberación de presos políticos. Jesús Piedra Ibarra, estudiante de la UANL, se transformó en el desaparecido más célebre de aquellos años, pues su madre, Rosario Ibarra de Piedra, jamás se cansó de luchar. Un tío mío, Jorge Poinsott Basave, fue un idealista que no dudó en sumarse a ese movimiento con toda la con sus 19 años y el gobierno de Echeverría lo acabó asesinado, como a tantos jóvenes de aquella década. Tal vez si yo hubiera sido joven en aquellos años, no hubiera duda en sumarme a aquella guerrilla. A casi 40 años de distancia de esos sucesos, da la impresión de que se ha disertado poco sobre ellos y casi nada se ha escrito sobre los hechos e ideas que motivaron a aquellos hombres, la mayoría estudiantes y profesores, a transformarse en guerrilleros. Paradojas del destino: mientras en el Monterrey de 1973 muchachos idealistas de 18 años creían en la revolución y leían Manifiesto Comunista o Diario del Che en Bolivia, en esa misma ciudad, a unos pasos de ellos, pero en otro extremo ideológico, los empresarios del ultra derechista Grupo Monterrey se juntaban en Chipinque para planear el derrocamiento del Presidente Luis Echeverría, al que odiaban por populista y al que se permitieron echar a patadas del funeral de Don Eugenio Garza Sada, aquel día de 1973, en que un comando de la 23 de Septiembre lo mató cuando intentó secuestrarlo. Hoy en día una de las más enormes avenidas de Monterrey, precisamente en la que se encuentra el Itesm, lleva el nombre de Eugenio Garza Sada, máximo patriarca del progreso y la siempre bien administrada abundancia regiomontana. De los jóvenes de la 23 de septiembre nadie, salvo Rosario Ibarra de Piedra y recientemente fallecido Carlos Montemayor, parece querer acordarse. El hubiera no existe, pero tal vez si yo hubiera sido joven en aquellos años, no habría dudado en sumarme a aquella guerrilla suicida. Al menos aquellos jóvenes tenían una razón para morir que iba un poco más allá de transformarse en héroes de narcocorrido.