Hoy Dios no está aquí ni estará
Hay mucho de ridículo cuando tienes una faringitis infernal en pleno junio. Vaya, digamos que en diciembre y enero, sepultado bajo las cobijas y el calentador, el papel principal de la faringitis como actriz de reparto tiene un poco de sentido, pero cuando el sol brilla y lo que se antojan son unas chelitas en el malecón, esta mierda de ardor en mi garganta está en espantoso off side. Lo peor es que el juez de línea no se ha dado cuenta. Ni el aderogil, ni los redoxones ni los mil y un vasos de tequila Herradura o las toneladas de limón han sido capaces de redimirme.
El eterno retorno a la cancha
El pasado martes regresé a las canchas. Después de no se cuántos años volví a jugar un partido de futbol completo. Digo, me refiero a un partido con árbitro, rival y cédula. A gritos, sombrerazos y como pudimos, armamos un equipo de la Redacción para jugar un torneo interno de cinco equipos. El rival fueron los vagos cancheros de Producción. Cómo nos fue? Pues perdimos 3 a 1. Cómo jugué? Pues supongo que pésimo, como toda la vida y sin embargo estoy contentísimo y saben por qué? Porque puede correr todo el partido sin cansarme, repartir leña como es mi sana costumbre y pelear a sangre y fuego por la pelota. Cuatro meses de ejercicio han rendido frutos. Buen futbolista nunca he sido, pero por lo menos recuperé mi condición física. El lunes jugamos el segundo partido y ahora sí vamos por la victoria. Hagan sus apuestas.
Lila Downs apesta
Hay noches o días en que simplemente no conectas. Pones de tu parte, tratas de mentalizarte para pasartela bien, pero nomás no puedes. Cuando la música imperante no me gusta no hay poder humano capaz de ponerme en órbita. Exhortados y animados por una amiga de Carol, fuimos anoche a ver el concierto de Lila Downs en el Jai Alai. Ni Carol ni yo la habáimos escuchado nunca y en honor a la verdad no sabíamos qué esperar. Resumen: Aguantamos sólo 40 minutos de Lila Downs y creo que fue muchísimo. Nos salimos al carajo a las cinco canciones. Me cuesta trabajo creer que quepa tanto patetismo en un recital musical. De entrada, el sonido del Jai Alai es un pedazo de mierda. La vieja grabadora de tu abuela que a medias sintoniza el radio en AM cuando te bañas suena mejor. Luego el ambiente, totalmente anti yo. Pura tipeja vestida de india oaxaqueña con complejo de fridas khalos fronterizas y bastardetes pro zapatistas, prototípicos clientes del lugar del nopal (aclaro que nunca en mi vida he ido al lugar del nopal, pero imagino su clientela sin verla) La música de la tipa esa, una pocha ridícula vestida de piñata, es de hueva total. Un amasijo malogrado de posmoderna mexicanidad tratando de hacer simpáticas versiones de José Alfredo, Cuco Sánchez y la Cucaracha. Y miren que soy amante de la música mexicana señores y reto a cualquiera de los asistentes a ese concierto a que se sepa más corridos revolucionarios y más canciones de José Alfredo que yo. Pero para hacer versiones de José Alfredo y brindar con mezcal nadie como mi Chavela Vargas. Ella y sólo ella es la reina de la cantina y todo lo demás suena a refrito chatarrero como esa Lila que me dejó totalmente down con su mierda de espectáculo. Al final, acabamos en el Sanborns de la Ocho bebiendo tequila y escuchando a un triste trovador que versionaba a Sandro y Alberto Cortés y que en cualquier caso resultó bastante menos patético que esa Frida chicanoide pretenciosa. Supongo que su público de indias marías blancas con maestría en sociología en UCSD, visa laser y camiseta del Che comprada en Fashion Valley se la han de haber pasado bien desde sus palcos VIP de 400 pesos, encargando bebidas al mesero mientras hacen la revolución y exigen justicia por las Muertas de Juárez. Por cierto que las únicas indias reales que vi anoche no estaban adentro del Jai Alai en los palcos VIP, ni en el escenario vestidas de piñatas, sino afuera, en la Calle Revolución, con sus tepescuincles en la espalda, pidiéndole limosna a esa tropa de freaks izquierdosos prehispanoides que hacían fila para entrar al concierto. La mejor noticia y él único consuelo es que el próximo mes tocan Slayer y Children of Bodom en San Diego y que los blackmetaleros austriacos de Belphegor se darán su rol por Tijuana el próximo 23 de junio.
Pasos de Gutenberg
Abril rojo
Santiago Roncagliolo
Alfaguara
Por Daniel Salinas Basave
Debo empezar por confesarlo y admitirlo: le tengo cierto prejuicio a las novelas premiadas de Alfaguara. Tiendo a priori a imaginarlas convencionales y complacientes con el lector, como si fueran la canción pop de moda que suena en la radio. Luego, cuando es mucha la gente que empieza a recomendarme un libro, inmediatamente desconfío. En estos casos sucede una de dos: o es un señor librazo o estamos ante un caso irredimible de literatura chatarra. Hace una semana, en la Feria del Libro de Tijuana, fueron tres las personas que en un mismo día me recomendaron leer Abril rojo de Santiago Roncagliolo. Parado frente al puesto de Grupo Santillana, trataba de decidir mi compra del día jugando un volado entre dos autores peruanos. Uno consagrado que se llama Mario Vargas Llosa con sus Travesuras de la niña mala y otro bastante más joven, llamado Santiago Roncagliolo, recién premiado por Alfaguara. Fue Benito Taibo quien ayudó a que mi volado acabara por caer a favor del segundo.
¿Por qué me gustó tanto Abril rojo? ¿Por qué lo leí con semejante premura? Visto con un poco de frialdad es como una novela que ya he leído muchas veces antes. Tenemos que hay un héroe con sangre de antihéroe, un rompecabezas detectivesco convencional, varios cuadros típicos de thriller y por supuesto, no podía faltar, su dosis melcochona de romance. Vaya, como que alguna vez ya he leído algo parecido y sin embargo la conclusión es que el libro me gustó y muchísimo.
El pilar que sostiene la narración es un señor personajazo de esos que aseguran antología: Félix Chalcatana Saldívar, fiscal distrital de Ayacucho Perú. Este Chalcatana es pariente cercano del Pereira que sostiene Tabbuchi o del Don José de Todos los nombres de Saramago. Es el héroe apocado, tímido y ninguneado, sin atributo ni gracia alguna que empieza por acaudillar su propia rebelión interna para después enfrentar toda una red de complicidades criminales. Por alguna razón uno siempre acaba por tomarle cariño a estos personajes. Si usted se enamoró del Pereira de Tabbuchi, Félix Chalcatana le hará las delicias. Tal vez lo más latinoamericano del asunto es que pese a ser una novela que narra horrores y atrocidades que por desgracia fueron tristemente reales, Abril rojo es capaz de arrancar varias carcajadas. El sentido del humor de Roncagliolo a la hora de describir los laberintos burocráticos del sistema judicial y transcribir los informes policiales es delicioso. Cualquier parecido de esta burocracia inca con la mexicana realidad, es latinoamericana coincidencia. Sí, uno puede reirse bastante con Abril rojo y no por ello olvida que el libro nos narra la trágica historia reciente del pueblo peruano, desangrado por el terrorismo de Sendero Luminoso y ahogado en los corruptos pantanos del régimen de Fujimori.
Un informe policial salpicado de incoherencias y pleonasmos narrando el hallazgo de un cadáver chamuscado al que le han mutilado un brazo, abre el museo de los horrores por el que paseará el fiscal Chalcatana, ratón codiguero de sótano ministerial que de pronto se transforma en el involuntario detective que en plena Semana Santa debe resolver los acertijos planteados por un auténtico infierno en tierra peruana.
Hay mucho de ridículo cuando tienes una faringitis infernal en pleno junio. Vaya, digamos que en diciembre y enero, sepultado bajo las cobijas y el calentador, el papel principal de la faringitis como actriz de reparto tiene un poco de sentido, pero cuando el sol brilla y lo que se antojan son unas chelitas en el malecón, esta mierda de ardor en mi garganta está en espantoso off side. Lo peor es que el juez de línea no se ha dado cuenta. Ni el aderogil, ni los redoxones ni los mil y un vasos de tequila Herradura o las toneladas de limón han sido capaces de redimirme.
El eterno retorno a la cancha
El pasado martes regresé a las canchas. Después de no se cuántos años volví a jugar un partido de futbol completo. Digo, me refiero a un partido con árbitro, rival y cédula. A gritos, sombrerazos y como pudimos, armamos un equipo de la Redacción para jugar un torneo interno de cinco equipos. El rival fueron los vagos cancheros de Producción. Cómo nos fue? Pues perdimos 3 a 1. Cómo jugué? Pues supongo que pésimo, como toda la vida y sin embargo estoy contentísimo y saben por qué? Porque puede correr todo el partido sin cansarme, repartir leña como es mi sana costumbre y pelear a sangre y fuego por la pelota. Cuatro meses de ejercicio han rendido frutos. Buen futbolista nunca he sido, pero por lo menos recuperé mi condición física. El lunes jugamos el segundo partido y ahora sí vamos por la victoria. Hagan sus apuestas.
Lila Downs apesta
Hay noches o días en que simplemente no conectas. Pones de tu parte, tratas de mentalizarte para pasartela bien, pero nomás no puedes. Cuando la música imperante no me gusta no hay poder humano capaz de ponerme en órbita. Exhortados y animados por una amiga de Carol, fuimos anoche a ver el concierto de Lila Downs en el Jai Alai. Ni Carol ni yo la habáimos escuchado nunca y en honor a la verdad no sabíamos qué esperar. Resumen: Aguantamos sólo 40 minutos de Lila Downs y creo que fue muchísimo. Nos salimos al carajo a las cinco canciones. Me cuesta trabajo creer que quepa tanto patetismo en un recital musical. De entrada, el sonido del Jai Alai es un pedazo de mierda. La vieja grabadora de tu abuela que a medias sintoniza el radio en AM cuando te bañas suena mejor. Luego el ambiente, totalmente anti yo. Pura tipeja vestida de india oaxaqueña con complejo de fridas khalos fronterizas y bastardetes pro zapatistas, prototípicos clientes del lugar del nopal (aclaro que nunca en mi vida he ido al lugar del nopal, pero imagino su clientela sin verla) La música de la tipa esa, una pocha ridícula vestida de piñata, es de hueva total. Un amasijo malogrado de posmoderna mexicanidad tratando de hacer simpáticas versiones de José Alfredo, Cuco Sánchez y la Cucaracha. Y miren que soy amante de la música mexicana señores y reto a cualquiera de los asistentes a ese concierto a que se sepa más corridos revolucionarios y más canciones de José Alfredo que yo. Pero para hacer versiones de José Alfredo y brindar con mezcal nadie como mi Chavela Vargas. Ella y sólo ella es la reina de la cantina y todo lo demás suena a refrito chatarrero como esa Lila que me dejó totalmente down con su mierda de espectáculo. Al final, acabamos en el Sanborns de la Ocho bebiendo tequila y escuchando a un triste trovador que versionaba a Sandro y Alberto Cortés y que en cualquier caso resultó bastante menos patético que esa Frida chicanoide pretenciosa. Supongo que su público de indias marías blancas con maestría en sociología en UCSD, visa laser y camiseta del Che comprada en Fashion Valley se la han de haber pasado bien desde sus palcos VIP de 400 pesos, encargando bebidas al mesero mientras hacen la revolución y exigen justicia por las Muertas de Juárez. Por cierto que las únicas indias reales que vi anoche no estaban adentro del Jai Alai en los palcos VIP, ni en el escenario vestidas de piñatas, sino afuera, en la Calle Revolución, con sus tepescuincles en la espalda, pidiéndole limosna a esa tropa de freaks izquierdosos prehispanoides que hacían fila para entrar al concierto. La mejor noticia y él único consuelo es que el próximo mes tocan Slayer y Children of Bodom en San Diego y que los blackmetaleros austriacos de Belphegor se darán su rol por Tijuana el próximo 23 de junio.
Pasos de Gutenberg
Abril rojo
Santiago Roncagliolo
Alfaguara
Por Daniel Salinas Basave
Debo empezar por confesarlo y admitirlo: le tengo cierto prejuicio a las novelas premiadas de Alfaguara. Tiendo a priori a imaginarlas convencionales y complacientes con el lector, como si fueran la canción pop de moda que suena en la radio. Luego, cuando es mucha la gente que empieza a recomendarme un libro, inmediatamente desconfío. En estos casos sucede una de dos: o es un señor librazo o estamos ante un caso irredimible de literatura chatarra. Hace una semana, en la Feria del Libro de Tijuana, fueron tres las personas que en un mismo día me recomendaron leer Abril rojo de Santiago Roncagliolo. Parado frente al puesto de Grupo Santillana, trataba de decidir mi compra del día jugando un volado entre dos autores peruanos. Uno consagrado que se llama Mario Vargas Llosa con sus Travesuras de la niña mala y otro bastante más joven, llamado Santiago Roncagliolo, recién premiado por Alfaguara. Fue Benito Taibo quien ayudó a que mi volado acabara por caer a favor del segundo.
¿Por qué me gustó tanto Abril rojo? ¿Por qué lo leí con semejante premura? Visto con un poco de frialdad es como una novela que ya he leído muchas veces antes. Tenemos que hay un héroe con sangre de antihéroe, un rompecabezas detectivesco convencional, varios cuadros típicos de thriller y por supuesto, no podía faltar, su dosis melcochona de romance. Vaya, como que alguna vez ya he leído algo parecido y sin embargo la conclusión es que el libro me gustó y muchísimo.
El pilar que sostiene la narración es un señor personajazo de esos que aseguran antología: Félix Chalcatana Saldívar, fiscal distrital de Ayacucho Perú. Este Chalcatana es pariente cercano del Pereira que sostiene Tabbuchi o del Don José de Todos los nombres de Saramago. Es el héroe apocado, tímido y ninguneado, sin atributo ni gracia alguna que empieza por acaudillar su propia rebelión interna para después enfrentar toda una red de complicidades criminales. Por alguna razón uno siempre acaba por tomarle cariño a estos personajes. Si usted se enamoró del Pereira de Tabbuchi, Félix Chalcatana le hará las delicias. Tal vez lo más latinoamericano del asunto es que pese a ser una novela que narra horrores y atrocidades que por desgracia fueron tristemente reales, Abril rojo es capaz de arrancar varias carcajadas. El sentido del humor de Roncagliolo a la hora de describir los laberintos burocráticos del sistema judicial y transcribir los informes policiales es delicioso. Cualquier parecido de esta burocracia inca con la mexicana realidad, es latinoamericana coincidencia. Sí, uno puede reirse bastante con Abril rojo y no por ello olvida que el libro nos narra la trágica historia reciente del pueblo peruano, desangrado por el terrorismo de Sendero Luminoso y ahogado en los corruptos pantanos del régimen de Fujimori.
Un informe policial salpicado de incoherencias y pleonasmos narrando el hallazgo de un cadáver chamuscado al que le han mutilado un brazo, abre el museo de los horrores por el que paseará el fiscal Chalcatana, ratón codiguero de sótano ministerial que de pronto se transforma en el involuntario detective que en plena Semana Santa debe resolver los acertijos planteados por un auténtico infierno en tierra peruana.