Eterno Retorno

Saturday, August 15, 2020

 

 

Si la fase decisiva de la Champions se hubiera jugado en primavera,  con público y en duelos a ida y vuelta ¿habríamos visto este mundo patas arriba? Una atípica guerra franco-prusiana se escenificará en semifinales y aunque en el campo de batalla Bismark humilló a Napoleón III, a estas alturas de la vida es mejor no andarse con certidumbres a la hora de las apuestas. La combinación  obvia es una final Bayer Múnich vs París SG en donde los bávaros adelanten el Oktoberfest y llenen la orejona de cerveza, pero en estos duelos a partido único yo no meto las manos al fuego por nadie. El pobre Barcelona ha escenificado el “final de una era” más largo del mundo. Un camino de bajada que lleva ya siete años. En 2013, en la primera temporada post-Guardiola, con Tito Vilanova ya enfermo de cáncer, Bayer Múnich aplastó a los catalanes en semifinales por global de 7-0. ¿Y qué creen que se dijo entonces? “Es el final de una era”. Con todo, a ese Barcelona de capa caída le alcanzó para el mentiroso resurgimiento de 2015 con Luis Enrique, pero era un espejismo. Llegaron las hecatombes de Roma y Liverpool ¿y qué se dijo? “Final de una era”. La sinfonía azulgrana de Gaurdiola-Messi- Iniesta- Xavi fue tan sublime, tan perfecta, que todo lo posterior nos sabe a camino de bajada. Demasiadas veces he visto la extraviada mirada de Messi buscando señales en el vacío cuando irrumpe la tragedia y también la mirada matona Müller desollando sin piedad al adversario. El caballazo negro, obvia decir,  es Leipzig. Ojo, que en esa antiquísima ciudad se firman pactos fáusticos. Ahí, en el corazón de Sajonia, sobrevive la Auerbachs Keller, la taberna donde se fraguó el pacto entre Fausto y Mefistófeles. El equipo más joven de Europa, apenas once años de vida y tres en la Bundesliga, embriagado de su bebida energética, pudo haber firmado un pacto diabólico con la eternidad para traer la gloria a una ciudad marcada por Bach y Leibniz. El otro huésped no invitado son los auténticos leones negros del Ródano. El Olympique Lyon ha tenido equipazos alegres y goleadores con casta de campeón continental y hoy sumaron el enésimo descarrilamiento de Guardiola, otro genio roto que no se encuentra a sí mismo desde que dejó Cataluña.  Tendremos una final entre alemán y francés, o entre alemán y alemán o entre francés y francés. Para que se den una idea de lo atípico de la combinación, baste decir que durante todo lo que va del Siglo XXI, nunca habíamos tenido un cuarteto de semifinalistas en donde no hubiera por lo menos un español o un inglés.  La última vez que tuvimos una semifinal en donde no hubo ni ingleses ni españoles fue en 1996. Si ampliamos un poco el abanico, creo que es la primera vez en toda la historia de la copa Orejona en que entre los cuatro semifinalistas no hay por lo menos un español, un inglés o un italiano. ¿Dos franceses? Ni pensarlo.

Thursday, August 13, 2020

Mica chueca (recuperado del 2009)

 Encontrar una voz y una patria narrativa. Vaya hallazgo. Hay narradores que se pasan la vida buscándolas, rodando de acá para allá en desafortunados coqueteos con modas y estilos contrastantes. Pablo Jaime Sáinz, en cambio, parece haber encontrado ambas. Lo suyo, más que un estilo, es una voz y le sale naturalita, tan fluida como brotan las palabras tras la tercera cerveza. Su patria narrativa es un estigma, una cruz de parroquia imposible de negar, un acento tatuado en cada palabra. La patria de Pablo Jaime Sáinz es una dualidad; existe una patria mítica, omnipresente;  fantasmal e idealizada. Esa patria se llama Navolato, Polvolato, Lodolato o Navoyork.  Pero existe también una patria concreta, gloriosa y odiosamente material; un sueño conquistado que  a cada momento le recuerda la sentencia trágica: ten cuidado con lo que deseas. Se llama Huntington Park (entre otras cosas, la tierra de Slayer) Entre dos tierras, dirían los Héroes del Silencio... ¿cuál de las dos es la  prometida?

Desde un tiempo para acá  se ha puesto de moda hablar de narcoliteratura. En un país donde la palabra narco se antepone al más improbable sustantivo, la literatura no tendría por qué salvarse. Primero fueron los colombianos y Elmer Mendoza; después llegaron los demás, con  mil y un copias de dudosa calidad y procedencia. Hoy en día,  hasta los escritores chilangos “made in La Condesa” quieren pasar por sinaloenses. Por fortuna, Pablo Jaime Sáinz no cae en el predecible lugar común del canon “narcoliterario”. El sentido del humor lo ha salvado del odioso paradigma. Sí, la narcocultura está ahí, omnipresente en su mítica patria navolatense, como omnipresentes son las bancas de una plaza, la cantina o la catedral, pero no es aspiración, karma ni horror. Pablo Jaime no quiere espantar buenas conciencias ni tampoco darse golpes de pecho. Lo suyo es más bien la narrativa de la globalización, la voz del migrante. Grandes plumas hay cuya patria es un exilio. Por ejemplo, no podríamos meter a Salman Rushdie en el chaleco de un escritor de la India de la misma forma que Hanif Kureishi no es de Pakistán. Pero ¿podríamos acaso llamarlos narradores británicos? Tampoco. Son la voz narrativa de la comunidad indo-pakistaní exiliada en Gran Bretaña. “Soy inglés…bueno, casi”, nos dice Kureishi en la primera frase de “El Buda de los suburbios”. Es en ese contexto en donde ubico a Pablo Jaime. La perpetua nostalgia de un culichi exiliado en Los Ángeles. Tras el grato sabor de boca (sabor a aguachile por cierto) que me dejó “Corrido norteño. Relatos para la plebada”, cae en mis manos “Mica chueca” un libro que es “happening” puro, néctar de voz migrante. Las calles de Huntignton Park y Juliana;  la high school y Juliana; las troconas y Juliana;  la eterna caza de una mica, de un social security number y Juliana. La Pacific y Juliana. Sueño y nostalgia perpetua; aspiración y desarraigo; existencia migratoria, saudade eterna. Mica chueca son pedazos de vida cotidiana,  conversaciones inconexas, pensamientos al vuelo, estampas en el ir y venir de un autoexiliado cuyo santo grial es una “green card”. Cuando leí “Corrido norteño” identifiqué a Pablo Jaime como un discípulo hormonal de Elmer Mendoza. Tras leer Mica chueca encuentro en este narrador una innegable e inocultable vena Crosthwaite. Toda comparación es odiosa, dice Cervantes pero  esa suerte de happening-saudade de Pablo Jaime me remite irremediablemente al “Gran pretender”, sin que ello signifique falta de originalidad.  Mica chueca incluye en su segunda parte algunos de los escritos presentados en “Corrido norteño” como el divertidísimo “Cómo escribir un narcocorrido” e “Historia completa de la guerra del 92”, éste último a mi juicio, lo mejor que ha hecho Sáinz. Pablo Jaime se ha hecho muy pronto de un sello, de una marca registrada. Trazó su camino y lo definió claramente. Cierto, cuesta demasiado trabajo imaginar a Pablo Jaime fuera de este contexto, apostando por una novela no hablada en sinaloense y desarrollada fuera del ambiente chicano. Acaso lo mejor sea mantenerse fiel a su microcosmos. Si Faulkner pudo encontrar el infinito en Yoknapatawpha, Pablo Jaime puede seguir girando eternamente en la Pacific de Huntington Park mientras añora al espectral Navolato. Después de todo, la buena narrativa no requiere ser cosmopolita ni apostar por un caleidoscopio estilístico para aspirar a la trascendencia.

 

Zorba y Castillo

 

Los  dos primeros empleos formales de mi vida (antes de dedicarme de lleno a los medios impresos)  fueron en una tienda discos y en una librería. En ambos casos se trataba de cadenas que hace tres décadas eran exitosas  marcando la pauta en sus respectivos mercados y que sin embargo acabaron por extinguirse más temprano que tarde. En los años ochenta,  Discos Zorba llegó a ser un punto de referencia en la Ciudad de México por ser la cadena especializada en vinilos importados que difícilmente podían encontrarse en tiendas comunes. La sucursal de la Zona Rosa llegó a ser un santuario para miles de melómanos que ahorraban dinero para irse a comprar sus nada baratos discos. A mí me tocó partir plaza en la sucursal Interlomas cuando dicho centro comercial se inauguró en 1991 y la tienda solía estar a reventar, sobre todo los fines de semana. Recuerdo las caras de emoción de la gente cuando encontraban el disco deseado  e iban a la caja a pagarlo. Eran los tiempos en que el costo de un disco compacto de importación equivalía a mi  sueldo de una semana. También la Librería Castillo llegó a ser la más  grande y exitosa de Monterrey. En su momento tuvo seis sucursales e incluso llegó a manejar una casa editorial, Ediciones Castillo, que publicó a los mejores escritores regios de principios de los años  90,  además de  comprar los derechos de traducción de algunos best sellers internacionales.  Hoy, tanto Discos Zorba como  Librería Castillo son solo un buen recuerdo, pero en este caso no solo hablamos de dos compañías que perecieron sino de dos modelos de negocio que hoy están en peligro de extinción. Tanto la tienda de discos como la librería están amenazadas de muerte. En Estados Unidos,  las todopoderosas Tower Records o la Sam Goody pasaron a mejor vida. En México sobrevive MixUp, pero ya no se dedica exclusivamente a la venta de música. Paradójicamente, el  presente (y acaso el futuro) de la venta de discos, se enfoca ahora a lo artesanal, a tiendas de culto como la Ciruela Eléctrica en Tijuana que venden vinilos de colección. Ya no se trata de comprar sonido sino objetos de culto. Cualquier canción puedes escucharla gratis en internet, pero para muchos melómanos hay un placer indescriptible en poseer un objeto con valor artesanal. Con las librerías ocurre algo similar. La célebre  Borders cayó en bancarrota y la Barnes and Noble parece sangrar de una herida que no cicatriza. En México,  Gandhi mantiene en alto la bandera mientras El Péndulo parece mostrar  la ruta que debe tomar el negocio, pero decenas o cientos de pequeñas librerías han acabado por perecer en 2020. Después de mi experiencia en Zorba y Librería Castillo,  empecé a trabajar como reportero en medios impresos y dos décadas y media después  sigo en estrecha relación con ellos. Al igual que con los libros y con los discos, las reglas del juego cambiaron radicalmente para periódicos y revistas. Nuestro universo dio un vuelco de 180 grados. Mucho he escrito ya sobre las turbulencias que enfrenta la letra impresa. La forma en que yo trabajaba en 1997 no tiene nada que ver con la forma en que se trabaja hoy en día, pero algo me hace sospechar que la metamorfosis apenas comienza y que dentro de  20 años muchos de las costumbres que hoy forman parte de nuestra vida cotidiana serán solo un buen recuerdo. La época actual es un tren bala sin frenos.

Monday, August 10, 2020

Adiós a las horas nalga

 

Acaso uno de los mejores legados la gran distopia del 2020, es la paulatina eliminación de las “horas nalga” en el plano laboral y escolar.  Claro, implica todo un rompimiento de paradigmas y un quiebre radical de taras culturales que arrastramos por generaciones. Hemos sido  condicionados a que la escuela y el trabajo se definen por el estar y no por el hacer. Para muchísima gente no se trata de desempeñar una labor y cumplir objetivos, sino de hacer presencia dentro de un salón de clases o una oficina en donde la meta más anhelada, el máximo trofeo, es el momento en que el reloj marca la hora de salida. El buen empleado es el que checa tarjeta temprano y el último en retirarse de la oficina, aunque ya no tenga nada que hacer. Mis  primeros empleos estaban marcados por el reloj. A las 10:00 am abría la tienda de discos y a las 8:00 pm cerraba. Lo mismo en la librería. Ni un minuto más, ni un minuto menos, pero una vez que salías de ahí eras libre y dejabas de pensar en eso.  Cuando empecé a trabajar en medios impresos la cosa no cambiaba mucho. Tenías hora de entrada y rigurosa junta matutina, pero no tenías hora de salida. Lo peor del caso es que aun cuando desahogaras en tiempo y forma todos tus pendientes del día, era muy mal visto si te retirabas de la redacción antes de que anocheciera. El buen reportero era el que se quedaba al pie del cañón hasta la media noche. Fundación viejo periodismo.  Hoy el trabajo es un ente abstracto omnipresente. Cuando veo a Carol contestando correos un domingo en la noche reparo en que aun cuando la oficina sea inexistente, el trabajo no termina nunca. Creo que estamos asistiendo a la gran transformación (o acaso deba decir al gran derrumbe) de la oficina como lugar de trabajo

Sunday, August 09, 2020

Cartógrafos en el castillo de Miramar (gracias Villy)

 

50 mil y contando

 

En los Idus de Marzo, cuando el confinamiento comenzó, empecé a hacer cálculos ilusos sobre mi agenda libresca del futuro inmediato. Estaba particularmente ilusionado con la charla que daría el 23 de abril en la Capilla Alfonsina de la UANL para celebrar el Día del Libro y la Lectura, para la cual faltaban cinco semanas. Días antes, el 18 de abril, estaría presentando el Samurái de la Graflex en el Festival of Books de Los Ángeles.  Crucé los dedos y pensé que tal vez para mediados de abril esta pesadilla habría acabado y podría continuar sin problemas con mi caminito. Al final, todo terminó en un mensaje virtual. También estaba emocionado con la invitación a la Feria de Mérida en la segunda semana de mayo. Pensé que para entonces ahora sí se habría acabado esta mala broma y que sin duda ya nadie estaría pensando en virus coronados. Teníamos unas vacaciones familiares con avión y hotel reservado para mediados de abril. Las movimos para principios de agosto, pensando que para el octavo mes sin duda el Covid sería solo un mal recuerdo, pero justo cuando nos debíamos estar poniendo el traje de baño México llegó a los 50 mil muertos y las movimos otra vez, ahora para noviembre. Y en noviembre? Iremos en 100 mil muertos para entonces?