Eterno Retorno

Thursday, October 14, 2004

Plaza Santa Cecilia

La Plaza Santa Cecilia me contagia quién sabe qué sentimiento parecido a quién sabe qué cosa. Los otoños en Tijuana pintan el cielo más azul que de costumbre. Hay un viento fresquecito y una esencia de mística pachorrez en cada rostro a mi alrededor. Octubre es por costumbre un jarabe de melancolía, un mes alucinógeno que por poco engaña a la pesadilla de mi razón, jurándole que nada en el entorno es demasiado cierto. Octubre siempre tiene el olor de la antesala, el ánimo de los puntos suspensivos, la promesa de que algo está por venir. Me es inevitable sorprender al Mito del Eterno Retorno riéndose de mí una vez más.

Este octubre se parece tanto al del 2001. ¿Tan potente es el sabor a papel arroz que dejan los Faros en mis labios? No soy precisamente lo que se llama un fumador y he estado a punto de presumir que el tabaco jamás me ha tomado en sus garras, pero cuando mi entorno se disfraza con el otoñal vestido del misterio, la única alternativa es sentarme bajo los arcos de la Santa Cecilia, prender un farito, chupar con calma el papel y reparar en que hay mil y un duendes acechando mi vida, una eternidad de absurdos y un collar de casualidades haciendo fila para gastarme la última broma.

Sentado en la Plaza Santa Cecilia al medio día pienso en todos aquellos para los que esta imagen precisa, la de este día y la de este cielo, es la primera visión de Tijuana. En la frontera más transitada del planeta, existe siempre un nivel de probabilidad de estar parado junto a un recién llegado. El migrante con el morral atiborrado de pesadillas aún disfrazadas de esperanzas, el turista de pasos inseguros y mirada tonta, incrédula e irremediablemente desconfiada ...so...this is México.

Hace seis años, casi seis años, yo fui un recién llegado. Tal vez por ello con la llegada de cada otoño la ciudad se regocija recordándome su supremacía: Ya ves, te agarré de los huevos, de los ojos y de los sueños.
Bebiste agua de la Presa y del Pacífico, respiraste el polvo del Bordo y te embriagaste con tanto viento de Santa Ana.


Desde hace algunos días me doy a la tarea de hacer un trabajo de investigación sobre las putas de la Zona Norte y las marías mixtecas de la Santa Cecilia. Temas recurrentes, cíclicos, trillados hasta decir ya y que sin embargo aún son capaces de ofrecer por ahí un nuevo ángulo capaz de jalar lectores. Recorro las calles de la Zona Norte. Los músicos hablan de vacas flaquísimas y añoran los tiempos en que narcos y polleros hinchados de oro pedían canciones hasta el amanecer e invitaban la parranda. Los cantineros te dicen que ya no es como antes. Que los clientes calientan una hora la misma cerveza, que muy a trancazos sacan para pagar a las meseras. Y las putas, las pobres putas se aburren espantosamente y hablan de tiempos de hambre, de un deseo más muerto que un pez en el asfalto, de una generación de puñetos compulsivos que prefieren la mano amiga a la caricia comprada. Ya no hay dinero. Los tiempos están difíciles. Ya sabe, desde el 11 de septiembre, la guerra, el turismo no viene y todos, absolutamente todos, putas, trasvestis, mariachis, mixtecos, cantineros, boleros, comerciantes, pordioseros coinciden al unísono: TIJUANA YA NO ES COMO ANTES.
Lo peor es que antes del 11 de septiembre, yo escuchaba decir lo mismo. Ya no se puede con las filas de la línea, me acuerdo antes que pasabas en tres minutos y ya no vienen los gringos como antes a gastarse miles de dólares, ahora puro chicano que busca la cerveza más barata y ya se acabaron los tiempos de la buena gente, de las vacas gordas, cuando todos ganábamos en dólares y derrochábamos la abundante Navidad en Fashion Valley.

Ay mi Tijuana; una adolescente de apenas 115 añitos y ya tan dada a pasarse la vida añorando los tiempos de glorias pasadas, de prófugos esplendores, de una abundancia robada.



When the Life Giver Dies, all around is laid waste
And in my Last Hour, I m a slave to The Power of Death

Bruce Dickinson