Eterno Retorno

Friday, October 15, 2004

Desvarío frente al Pacífico

(antiprólogo)

Mis pasos son puentes de humo sobre la incolora estepa del desvarío sobre la incolora estepa del desvarío,
Rasgaduras de un pensamiento siempre agonizante.
Pasos prófugos de mis ráfagas de anestesia, ojos que no aprehenden la furia del Pacífico.
El sol está sucio, las islas al mediodía son apenas un presentimiento, la barda oxidada es la reminiscencia de una broma perpetua y las gaviotas el sueño de un fantasma.
Hay en esta playa mucho de clandestino, un caleidoscopio alucinante tras cada oscuro lente, un dejo de sombra en cada amorío, un rumor de acecho y miedo en el incesante morir de estas almas solitarias.
Espera de salto y vuelo, presagio de transfiguración...aquí es siempre otra parte.
(disculpen, mi pluma no conoce de libertad responsable)

...y en un lugar del Pacífico (las otras memorias de Zicatela)


Lo poético sería abrir la puerta dando licencia al irreductible vicio de retornar pisando las huellas. Y es que ha sido este mismo Océano, de rugir crónico y sonrisa traidora, el que me ha obsequiado más de una anécdota de delirio y muerte. Fue este mismo litoral, algunos pasos al sur y un buen número de instantes en retrospectiva, quien me ha visto más de cerca copulando con la muerte y le concedo altas probabilidades de ser el testigo final de nuestro contrato definitivo. Para rajarle de una vez el cuello a la metáfora y ponerle nombre a las cosas, no queda más que confesarlo: sí alguna vez opto por el suicidio, elegiré a las aguas del Pacífico para invocar (una vez más) a mi muerte.
El carácter peninsular del entorno me impide parir sueños, pues mis relatos fantásticos no consiguen tan latas dosis de alucinaje como para describir una mesiánica caminata sobre esta aguas. Es decir, sería por demás bucólico imaginar que camino sin descanso por este litoral y pensar que si lo hago hacia el sur llegaré algún día a Tierra de Fuego y hacia el norte hasta el Estrecho de Behring.
Cuando camino hacia el sur, mis pensamientos son irremediablemente retrospectivos y filosóficos y suponiendo (sin conceder) que mi cuerpo inmaterial que mi cuerpo inmaterial atravesara los filosos acantilados y los impenetrables feudos de gringos jurásicos, toparía con las pintorescas rocas de Los Cabos y mi atea incredulidad me impediría seguir caminando sobre el agua. Cuando camino hacia el norte mi meditar es terrenal y materialista y suponiendo (también sin conceder) que mi cuerpo (una vez más inmaterial) traspasara el óxido de esa barda y la mirada omnipotente de los guardianes del Imperio, podría hacer la ruta inversa de los primeros pobladores de América y llegar algún día a Alaska. Si empiezo a caminar por el litoral sonorense, acaso un día llegue hasta Chile (el canal panameño lo cruzaré a píe) y es precisamente por ese litoral por donde debo caminar si acaso quiero pisar las huellas de mis citas con la muerte y mis incursiones clandestinas en artificiales edenes.
En fin, lo único que me queda claro es que el Pacífico me ha dolido, me ha hecho delirar y embarrarme de cielo, me ha regalado pavor y porciones de fuego infernal. Bien podría sumergirme lentamente en cada una de esas huellas y sin duda daría con el tatuaje rojo que en algún rincón del subconsciente me dejaron.
Mazatlán ¿1982? Sal en los pulmones y la mano de mi padre arrancándome el placer de morir a los ocho años.
Acapulco 1989- El retorno a la furia en nube burguesa y un cariñito de la muerte mientras perseguía peces multicolores.
Puerto Escondido- Zipolite 1991- Neuronas sobrepobladas de cheneques, unos labios rasposos y un rostro que no conseguí dibujar. Nudismo prefabricado, mi demonio de la guardia y yo únicos responsables de la improbable salvación. Pájaros e iguanas testigos presenciales de todos mis pecados.
Acapulco 1992- Viernes Santo en el Infierno. Satanás en mi piel y todas las pesadillas de la humanidad en mi frente. Promesa de no retorno.
Puerto Escondido 1993- Un improbable salvavidas de Mar del Plata me regaló un ticket para pasear en el paraíso. La muerte me dio su abrazo más emotivo y la mano de un ladrón me convirtió en pordiosero por un día.
San Francisco 2000- Tentación de saltar del Golden Gate y dormir en Alcatraz. Viento navaja. La muerte estaba de vacaciones o en algún retiro espiritual.
Tijuana 2001- Gaviotas, helicópteros, desvarío e irresponsabilidad y un viejo fotógrafo que me habla en inglés. Ya no hay nombres sobre la lamina, solo el infructuoso Alto al Guardián. ¿Seré yo el encargado de inducir mi nueva anécdota?
Los Cabos 2002- El Pacífico sodomiza a Cortés y entre rostros de rubios demonios inmortalizados en los muros de una cantina en el muelle, creo haber dado con el santuario perfecto para mi despedida.

DSB