Este es mi antiguo cuento titulado La Princesa Rusa, mismo que actualicé este fin de semana. El relato está estructurado como un monólogo en segundo persona. Creo que un poco de narrativa no nos viene mal en estos momentos.
- La Princesa Rusa
Mi princesa rusa: sólo hasta ahora nos venimos a dar cuenta que un retortijón de hambre es capaz de aventar al lodo cualquier juramento de amor. De verdad que me avergüenza el solo hecho estar considerando esta alternativa, pero ahora sí ya no tengo para dónde hacerme. Entregarte en manos de esos sardos que parecen piojosos recién pelados es la única esperanza que me queda para tragar algo. Ya no te digo para asegurar el trague de un mes, sino para tragar ahorita, en este preciso momento que hasta las lombrices de las tripas se retuercen como endemoniadas.
Mi princesita, tan codiciada por todos. Contigo a mi costado siempre fui la envidia de cuanta tropa me tocó integrar. Ya estaba muy acostumbrado a que hasta los comandantes y los chacas me miraran celosos.
¿Y de dónde sacaste esa preciosura?, me preguntaban y yo serio, altivo, permitiéndome mirarlos con desprecio.
Pos ahí cuando quieran una probadita cabrones, y no es por nada, pero contigo a mi lado cualquiera me tenía miedo.
Por si las dudas yo nunca me separaba de ti. Me dormía contigo bien amarrada a mi cintura y ni para ir a cagar te dejaba sola.
Pero que perra es la pinche vida. Que chingaderas tan humillantes llega uno a cometer con tal de satisfacer la necesidad más básica. Después de cuidarte tanto, de quererte más que a cualquier ser u objeto en el mundo aquí estoy, pensando en dejarte en manos de unos jodidos que a punta de fuetazos no han aprendido a disparar una pinche carabina 22.
Y no quiero que suene a reclamo, pero tú bien sabes que también tienes mucha culpa de esto. Si no estuviera cojo, tú y yo juntos saldríamos de este atolladero como lo hicimos tantas veces. Nada más fácil mi princesita que ir a esa tienducha de abarrotes que está enfrente y servirnos con la cuchara grande. Ni cartuchos nos harían falta. Cosa de que te vieran conmigo y ahora sí jijos de su puta madre, cáiganse con la feria y el trague que tengo hambre. Hasta unas botellas de tequila caro sincharíamos.
Pero así cojo, ¿A dónde chingados me voy a poder largar después del atraco? Nos apañarían mi princesa, lo sabes muy bien. Lo viejo no es problema. Tu viste que con más de 50 añitos me la seguían pelando, pero con la cojera sí tendría yo que hacer magia. ¿Te imaginas que chistoso me vería asaltando en muletas o dándole piso a un cristiano mientras brinco en una pata?
Ni modo mi rusita. Tú también tienes tu parte de responsabilidad. Tú me lo hiciste y no es que te lo reclame, yo te quiero con el alma aunque me hayas mochado una pata, pero la realidad es esta: Tengo mucha hambre y en el mundo no tengo nada más que a ti. ¿Dime qué puedo hacer?
Vieras como me gusta recordar cuando nos conocimos. Ya más de 30 años pasaron y como si nada mi princesita. Se fueron como agua todos los pinches días, repartiendo plomo, juntando billetes y atascándome pericazos.
¿Te acuerdas? Fue allá por el 73, en la sierra de Guerrero, cuando yo jalaba para la Federal de Seguridad. Andábamos allá en esas pinches tierras calientes combatiendo al cabrón de Lucio Cabañas. ¿Te acuerdas tú? Yo era un morro en aquel entonces, recién salido de los campos de entrenamiento del Campo Militar Número Uno. Como tenía buena puntería y era rápido para cargar las fuscas, me integraron a un comando paramilitar. Nuestra chamba era exterminar indios rijosos en la sierra. En aquel entonces los periodistas no chingaban con las pendejadas esas de los derechos humanos. Ni madre. Ahí hacíamos nuestro jale como debe ser, sin tocarnos el corazón. Vieras el coraje que me dio en el 94 cuando vi a los payasos enmascarados esos del Marcos. Se me retorcía la panza de la furia nomás de ver a esos reporteros gabachos y esos güeros greñudos vestidos de tehuanes abogando por los derechos humanos y la tropa como corderitos, sin tocarles un pelo a los mascarudos. Que hubieran enviado a mi tropa y en un dos por tres acabábamos con el problema. Ahora sí que como dijo el Presidente, en 15 minutitos. Tú sabes que sí mi princesita, te consta que no miento. Si tú yo hubiéramos ido a Chiapas, 15 minutos hubieran sido mucho para agujerarles la cabeza a esa bola de revoltosos.
Por eso me da tanto gusto y tanta nostalgia recordar el tiempo aquel en que nos conocimos. ¿Te acuerdas? Andaba yo matando indios con una Pietro Beretta, re jodida la pobre. Le decía mi prieta nomás de cariño, pero era como una novia fea, de esas que uno hasta vergüenza siente de sacar a la calle.
La cosa es que andaba yo solo con mi prieta allá por los rumbos de Ayutla y en eso que me encañonan en un monte. Fue entonces cuando te vi y perdóname la cursilería, pero desde que te miré me enamoré de ti. El problema es que tú estabas en manos de un pinche guerrillero mugroso y lo peor es que me estaba apuntando contigo. Sí mi princesita, no se te olvide, tú pudiste matarme aquella vez, pero por algo no sucedió.
Cómo llegaste a las manos de ese pinche comunista harapiento, es algo que nunca he sabido. Digo, me han dicho que muchos de esos pendejos se iban a estudiar a Rusia y tal vez fue ahí de donde te trajo, pero desde el primer momento quedó demostrado que tú estabas en muy malas manos con ese infeliz. Y digo que estabas en muy malas manos, porque el muy imbécil no supo como sacar provecho de ti y en vez de rafaguear en cuanto me vio ahí en medio de la cañada, se quedó tirando babas, según él apuntándome, pero yo nomás miraba la temblorina en sus brazos, el rostro asustado, sudoroso y de inmediato me di cuenta que el pobre ni tirar sabía y nomás nunca aprendió, porque yo con mi humilde prietita le metí soberano plomazo entre ceja y ceja antes de que él pudiera siquiera apretar el gatillo.
Ahí quedó tirado el pobre diablo y tú a mi entera disposición, solita para mí. Fue entonces cuando comenzó el romance.
Mamacita, nomás me acuerdo como se escuchaba tu tartamudeo, tan exactito, tan musical, traca, traca, traca, como un poema en mis oídos. En aquel entonces se estilaba que los subordinados entregaban el botín de guerra a los comandantes, pero que chingados te iba a andar entregando yo. Tú eras mía, de mí y para mí. Y sí, no creas que el general Acosta Chaparro no te echó unos ojitos lujuriosos, pero yo me aferré y les dije que nomás contigo podía combatir.
Vieras como nos tenían pavor mi princesita. Nomás veía a los pinches guerrilleros caerse como moscas cuando iniciaba el tartamudeo. Perdí la cuenta de cuantos me llevé de encuentro allá en la sierra. Échenme a los que quieran les decía yo, que aquí tengo mi princesita rusa y juntos los mandábamos al otro mundo mi preciosa.
Cuando finalmente cayó el piojoso ese de Cabañas y se acabó el problema en la sierra, me comisionaron para ir a Guadalajara a darles matarile a los mocosos de la 23 de septiembre. Puro pinche burguesito con su camiseta del Ché Guevara, que se metían a estudiar pendejadas de Marx y se creían revolucionarios sin aprender siquiera cómo fabricar una de esas mierdas de bombas que hacían en botellas de coca cola. Con esos acabamos de volada, mi princesita. Ni para el arranque nos duraron. Ya cuando no había guerrilleros que matar, nos mandaron a la Ciudad de México y de ahí a la sierra de Sinaloa. Durante años nos dedicamos a matar puro narco huarachudo del cerro y esos sí estaban felones, para qué te digo que no, tú te acuerdas mi princesita, con esos vaya que sufrimos. Pero para entonces tú y yo éramos uña y mugre y les dimos piso a los más pesadotes de San Ignacio y Badiraguato.
Hasta que allá por el 79 me comisionaron para integrar la escolta personal de mi General Durazo. Dicen que nuestras hazañas ya se habían hecho famosas y mi General quería un hombre duro para su seguridad. Todavía me acuerdo los ojos que puso el cabrón de Durazo cuando te vio en mis manos. ¿De donde sacaste esa preciosura? me dijo mi Comandante y yo, nomás serio, orgulloso, como quien presenta una novia bien buenota, sabiendo que hasta los más pesados me envidiaban.
Fueron buenos tiempos esos mi princesa. Nomás a puro pericazo de Caspa del Diablo nos pasábamos las noches, pura botella de Buchanas y el jale tranquilo, pues nomás a dos tres pendejos que se le quisieron poner al brinco a mi general Durazo nos tuvimos que despachar mi princesa. Así la pasamos tres añitos hasta que en el 82 se dio el escándalo y tuvimos que ahuecar el ala.
Me comisionaron entonces a varias partes: A Chihuahua, a Piedras Negras, a Reynosa, hasta que una triste mañana nos notificaron así, tan quitados de la pena, como si fuera cualquier cosa, que se deshacía la Federal de Seguridad. Luego de tantos y tantos años de servicios, nomás me dieron un chequecito que me tumbé en puro whisky y perico. Eso sí fue triste mi princesita, un patadón en el culo el que nos dieron.
Todavía busqué lugar en el Estado Mayor Presidencial, pero hubo dos tres comandantillos que me grillaron. Dijeron que yo era muy violento, muy acelerado, muy coco y no me admitieron para trabajar cuidándole las nalgas al pelón de Salinas.
Total que ahí estaba yo de desempleado mi niña, sin un pinche quinto para comprar perico del bueno como a mi me gustaba.
Y en eso recuerdo que me quede mirándote y dije: Pero si con esta preciosura me puedo hacer rico; tengo la experiencia, no me toco el corazón y pongo las balas donde pongo los ojos ¿Qué chingados me falta entonces? Así fue como nos hicimos asaltabancos mi hermosura y entonces sí, bienvenidas las vacas gordas.
Agarré a dos tres morros, principiantes recién ingresados a la judicial y empezamos a dar buenos trancazos. El primer banco que despachamos fue allá por Tecamachalco, de ese sí me acuerdo bien. Ya después perdí la cuenta. Eran uno o dos por semana y si quieres que te diga la verdad, se me hizo re fácil, mucho más fácil que andar combatiendo en la sierra. Imagínate mi rusita, si tú y yo habíamos enfrentado cara a cara narcos felones de la sierra de Sinaloa, que nos iban a durar unos pinches veladores de banco. Yo no me andaba con mamadas en los bancos. Llegaba contigo al frente y ahora sí hijos de su reputa madre, azótense con la lana culeros. Y a ti te consta preciosa, al que se ponía al brinco lo despachábamos. Yo sabía que nomás empezando el tartamudeo y habiendo sangre hasta los más machitos se doblaban. A veces nomás por eso le ponía un plomazo a un cabrón cualquiera nomás llegando, para imponer respeto, que miraran que no me iba andar con juegos de niñas. Yo hacía casi todo el jale y mis compas nomás cubrían la retaguardia. Por supuesto, más de la mitad del botín era para mí.
Para entonces contacté a dos tres comandantillos que habían estado en la corporación en la época de mi General Durazo y por una cuota semanal me despejaban el camino de los bancos que yo tenía en la mira.
Como tres añitos peinamos el DF y sus alrededores y cuando ya estábamos muy quemados nos fuimos a Querétaro, a Guanajuato, Cuernavaca, Acapulco y hasta a Guadalajara.
Fue ahí en la Perla Tapatía donde me contactó el cabronazo de Félix Gallardo. Fueron dos tipos acá, bien vestidos, educados, los que me contactaron afuera de una discoteca y me dijeron que me tenían una propuesta. Primero me saqué de onda, pensé que era raza de la Judicial, pero contigo a mi lado mi princesa, nada me daba miedo. Así fue como me llevaron frente al patrón de patrones, el mismísimo Félix Gallardo.
Para no hacer el cuento largo mi princesa, nos ofreció ir a trabajar a Tijuana. Tú te acuerdas bien ¿O no? Nuestra chamba era cuidarles las espaldas a los sobrinitos del patrón, el Ramón y el Tigrillo. Ese jale sí estaba pesado, princesita. Yo dije sí, sobres, la verdad ya me tenían muy ubicado como asaltabancos y quería ahuecar el ala lejos. Tijuana me pareció bien. Al principio parecía que era un jale tranquilo andar con los sobrinos del patrón. Me pagaban una feriesota nomás por ir a cuidar la entrada de las discotecas donde aquellos se ponían hasta la madre de pura Caspa del Diablo y champaña. Claro, dos que tres veces se armaron balaceras y ahí sí que le tuvimos que entrar, pero todo tranquilo princesita. Yo vivía a toda madre, con puro perico fino y agasajando morritas buenonas. Pero las cosas se empezaron a poner feas cuando los pinches sobrinitos me empezaron a comisionar para irles a dar piso a sus rivales a Juárez, a Sinaloa, a Guadalajara. Para entonces el Patrón Félix Gallardo ya estaba en el bote y los pinches sobrinos tenían el mando. Tenía que obedecerles, ni modo que no, si bastante bien me rayaban con puro cuero de rana. Pero ahí sí nos las jugamos en misiones peligrosas. Puro bato felón en territorio enemigo mi princesa. Aún así tu tartamudeo hizo magia. Nos llevamos de encuentro a dos pesadotes de Mazatlán y a uno de Juárez, con todo y escolta. Hasta la suburban blindada nos la peló princesita. Éramos indestructibles, como que había un pacto mágico entre tú y yo.
Todo iba bien hasta que pasó la pendejada aquella del Cardenal y entonces sí que cambió todo para nosotros. Se acabó la diversión, las salidas a las discotecas a pescar morritas, las mariscadas con banda en el malecón. Ahora sí como decían en el pueblo, a puro salto de mata nos traían y los patrones bien paranoicos. Yo tenía andar con el ojo bien abierto todo el día. Ni tiempo para dormir nos daba mi princesa. En aquellos años los patrones ya sentían que les echaban guante y mi chamba era impedirlo a toda costa
Los años pasaron y las cosas se fueron poco a poco calmando. Por ahí del 98 me comisionaron para la escolta personal de Don Chuy, el padrino de esos cabrones, con la advertencia de Ramón de que yo respondería con mi vida si a Don Chuy le pasaba algo. Un señor mucho más tranquilo ese Don Chuy. Fina persona. Era él quien manejaba la feria mi princesita. El que tenía los puros dólares en la cartera. Lo bueno que el señor casi ni se metía en problemas como el pinche ojete de Ramón y su matón estrella, el Tiburón, que no sabía hacer otra cosa más que echar bala.
Con Don Chuy andábamos por toda la ciudad de arriba para abajo, recorriendo sus propiedades, cobrando la feria de las rentas, haciendo contratos, abriendo bodegas. Puro buen negocio el de Don Chuy y ni por dónde le vieras que andaba en algo chueco. Seguido lo íbamos a escoltar a buenos restaurantes y Don Chuy nos pagaba buenas comidas. Era espléndido con nosotros el señor. Los escoltas vivíamos en una casa de seguridad allá por el rumbo de Hipódromo, bien cerquita de la casa de Don Chuy. A toda madre la casita donde vivíamos. Eso sí, Don Chuy nos pedía que fuéramos discretos. Nada de andar enseñando las armas ni armando borlotes callejeros sin necesidad. Me sentía bien a gusto con ese señor. Hasta que ocurrió la pendejada aquella que todos conocen.
Una mañana en que amanecí bien crudo, Don Chuy nos pidió que fuéramos a acompañarlo a la Prepa Lázaro Cárdenas, pues su hijo iba a jugar un partido de futbol muy importante. Era un sabadito soleado, tranquilo y yo dije, pues a toda madre, wachamos un ratito el futbol americano, luego unos mariscos, unas cheves, y a descansar ¿Qué le podía pasar a Don Chuy en la cancha de una prepa? Por si las dudas mi princesa, yo ye llevaba conmigo, siempre a mi lado como la novia más querida. Que le hace que hiciera calor. Yo siempre traía mi chamarra de cuero para ocultarte. Se jugaron los dos primeros cuartos del partido y la plaza 10-5. Tranquilito el día. Don Chuy platicando con su señora, los morros jugando el partido, las morritas bien buenas echando porras y yo acá, dos tres modorro, con ganas de ir a curarme la cruda con un aguachile. Había tomado tanta agua en la mañana para tratar de contrarrestar los efectos de la crudota que me cargaba, que ya me andaba con la meadera. Así que a la hora en que fue el medio tiempo, me separé de Don Chuy para ir a tirar el agua. Normalmente cuando la estoy haciendo de escolta, no le quito la vista a mi protegido, pero aquella mañana estaba tan tranquila, que no pensé que algo malo pudiera sucederle a mi patrón. La cuestión mi princesita es que ahí estaba yo tirando a gusto la meada, cuando en eso empiezo a escuchar un griterío por el lado de loas tribunas. Ni tiempo tuve de cerrarme el pantalón. Salí corriendo del baño y lo primero que vi fue a Don Chuy arrodillado en medio de la cancha encañonado por un Guacho. No sé cuántos segundos han de haber pasado, pero no creo que más de tres, antes de darme cuenta que toda la pinche cancha estaba rodeada de soldados. Chingos de soldados. Era una tropa más grande y mejor armada que aquella con la que fuimos a cazar al cabrón de Cabañas en el 73. Esposado por los soldados que le sacaron de la cintura su querida pistola escuadra, Don Chuy aún tuvo tiempo de echarme una mirada fulminante antes de que lo treparan al camión que lo llevó a la base aérea desde donde lo trasladaron a Almoloya. Mi suerte estaba decidida princesita. Teníamos que irnos de ahí, hacernos los disimulados entre los guachos y ahuecar el ala. Tomé un pinche taxi que me dejó en la Zona. Norte. Ni tiempo de pasar al cantón a recoger mis papeles y mi feria. Ahí empezó mi calvario princesita. Tú y yo sabíamos muy bien que haber descuidado a Don Chuy nos iba a costar carísimo. Ese descuido se pagaba con la vida. Y no nomás nos iban a meter unos plomazos princesita. No, que va, nos iban a torturar bien machín antes de enfriarnos. Para muestra lo que le pasó al pobre licenciado Gálvez, el abogado de Don Chuy, que a los tres días apareció muerto y torturado en una calle del DF. Ese fue el precio que pagó por no poder impedir que la PGR se llevara a Don Chuy de Tijuana. Si ese fue el precio que pagó el abogado, imagínate el que pagaría yo, mi princesa. Me escondí en el cuarto de una pinche vecindad sarnosa de esas que hay cerca de la Coahuila. El tecurucho era de una doñita que tiraba crystal a la que una vez le había hecho el paro cuando unos federales quisieron levantar a su hijo. Me debía un favor la doña y a mí me quedaban nomás como tres mil pesos en la bolsa, pero a leguas se notaba que no era seguro estar ahí. Cada que escuchaba pasos me imaginaba a la cara del pinche Tiburón con la gorra volteada apuntándome con su fusca, o creía escuchar la voz de Ramón ordenando queme torturaran. Fue una sensación de lo más culera que te puedas imaginar mi princesa. Estaba bien pinche paranoico, no dormía y no quería ni asomar la nariz a la ventana, pues sabía que estos hijos de la chingada iban a cazarme como rata. Ahí estábamos mi princesa, tú y yo solos, abandonados en un cuartucho echados sobre un catre piojoso. Yo me abrazaba a ti con todas mis fuerzas, princesa, tú sabías bien que eras y eres mi única compañía, mi confidente, mi aliada. La única que podía sacarme de ese atolladero y la que me mandaría al otro mundo cuando esos hijos de su puta madre me agarraran. Porque eso sí princesa, en el momento en que viera aparecer a los ahijados de Don Chuy yo me iba a pegar un plomazo antes de permitir que me torturaran.
Los días transcurrían lentos, infernales. Eso era el verdadera tortura princesita. Como a las dos semanas de estar ahí, le pedí a la doñita que me alivianara con un focazo de crystal. Ti sabes mi princesa que a mí esa madre hasta asco me daba, pues yo nomás mi Caspita del Diablo, pura y aceitosita, pero en esas situaciones no estaba para exigir, así que empecé a ponerle bien machín al cryco. De a seis o siete focos diarios me estaba quemando. Bien locote que andaba, pero el crystal es el Infierno princesita. Más pinche paranoico me sentía con esa madre y cualquier ruido, cualquier palabra, cualquier señala la interpretaba yo como mi final definitivo. Para bajarme la paranoia cuando ya andaba bien amanecido luego de cuatro noches de no dormir por el pinche crystal, me fumaba unos churrotes de mota. No se cuánto tiempo había pasado así. La cuestión es que el poco dinero que aún tenía se me fue acabando en pagarle a la doña los focos de cryco y los churros, que al principio me daba gratis nomás por buena voluntad. Una madrugada andaba yo para no variar pacheco y crystaleado, cantando rolas a grito pelado y deseando tomarte en mis manos princesita y repartirles una tormenta de plomo a todos los cabrones de este mundo que se me atravesaran. Nada más liberador que escupir fuego mi princesa, tú lo sabes bien. Te tomaba en mis brazos, te daba besos como a una novia y te juraba que mi última voluntad sería que me enterraran conmigo el día en que me mataran. Porque en esta vida sólo tú me has sido fiel princesa. Bueno, me habías sido fiel hasta esa noche en que me la hiciste. ¿Estabas enojada conmigo por haberte llevado a vivir a un lugar tan puerco y decadente como ese? ¿Quisiste castigarme por darte tan mala vida? La cuestión es que yo andaba cryco y mariguano, bien locote y estaba bailando contigo, abrazando mi rostro a tu culata, dándote besos, cuando en eso nomás sentí bien caliente en la pierna, un ardor machín y luego el sangrerío manando a chorros. No recuerdo haberte quitado el seguro, mucho menos haber accionado el gatillo. En realidad no recuerdo ni madre de esa noche, aunque por ahí tengo presente que desangrándome y toda la cosa, aún me las arreglé para esconderte muy bien mi princesa, debajo de unas tablas que estaban abajo del catre. Después, creo yo, me desmayé y abrí los ojos quién sabe cuántos días después, en una sala del Hospital General. Una pinche enfermera gorda me dijo como si tal cosa que la pierna me había quedado destrozada por los plomazos y me la habían tenido que amputar. Lo peor es que bajo la sábana yo aún sentía que tenía mi pierna y hasta me dolía. Pasé como tres semanas en el Hospital hasta que me dieron de alta. Me preguntaron si tenía yo un familiar que se hiciera responsable y les dije que no. Gracias a una organización de esas de monjitas me donaron unas muletas y apenas me las regalaron, me echaron a la calle, pues había una larga fila de enfermos y lesionados esperando por la cama que yo había ocupado por más de 20 días. Así, aprendiendo a hacer equilibrio en las muletas me salí a la calle a agarrar un camión que me llevara hasta el tecurucho donde te había dejado escondida. Cuando llegué, la pínche doñita malagradecida casi me da con la puerta en las narices. Me dijo que yo nada más le había causado problemas, que a raíz del desmadre que se armó la noche en que me di el balazo la AFI le había tumbado una feriesota para no catear la casa y en pocas palabras me dijo que me largara a la chingada.
Mi única y última voluntad, le dije a la doñita, fue que me dejara subir al cuarto para recoger una estampita de la virgen que tenía guardada por ahí. A regañadientes la doña me dejó entrar al cuarto y bendita gloria, se me iluminó la vida cuando te encontré, princesa mía, en el mismo lugar donde te había escondido. Qué le hace que tú fueras la responsable de mi mutilación. Nosotros habíamos estado juntos toda la vida y nuestro encuentro luego de tres semanas de separación fue lo único feliz que me pasó por esos días. Como pude te envolví en una sábana y me las arreglé para cargarte mientras daba brincos en mis muletas. La doña me regaló mil pesos disque en compensación por el favor aquel que le hice alguna vez a su hijo, pero me dio el dinero con la condición de que no regresara nunca a verla. Me renté un cuartucho en uno de esos hoteles de putas del Coahuilón y ahí me senté a esperar que llegaran el Ramón y el Tiburón a matarme. Pero pasó una semana y pasaron dos y no llegaron, hasta que yo me quedé literalmente sin un solo centavo en la bolsa y me corrieron del pinche hotel de putas. Y entonces sí, a vagar por las calles como un pordiosero teporocho en muletas, contigo envuelta en una sábana. Quién iba a decirlo, un indigente con semejante princesa rusa en los brazos. Y así hemos andado los últimos días mi rusita, recogiendo comida de los basureros y pidiendo limosnas. He estado tentado a ponerte frente a mi boca y pedirte que me des un beso que acabe de una vez por todas con mi vida, pero pa que es más que la pura verdad, me da miedo la Muerte princesa, aunque en este momento sería lo mejor para mí. Se que en cualquier momento se me aparecen Ramón y el Tiburón, pero tal vez me ven tan jodido y tan de lástima, que hasta piensan que matándome me hacen un favor. Y así he andado, hasta llegar a topar con ese letrero que me movió las tripas: Campaña de Donación de armas de fuego.
DONA VOLUNTARIAMENTE TU ARMA DE FUEGO Y RECIBE A CAMBIO MIL PESOS EN VALES DE DESPENSA. POR UN BAJA CALIFORNIA SIN ARMAS.
Discúlpame princesita, pero tú no sabes lo que es tener cuatro días sin probar bocado. Mil pesos en vales de despensa son una pinche miseria y sin embargo en este momento me salvan la vida muñeca. Y me da lástima, nomás de ver las fuscas viejas e inservibles que están recibiendo esos pinches guachos piojosos que están afuera de Palacio atendiendo el puesto de recepción. Me da coraje imaginar cómo se las harán agua los ojos cuando te miren llegar a sus manos, tan potente y majestuosa, y yo pobre teporocho, despidiéndome de mi amor a cambio de unos vales para comprar frijoles, mientras algún sardo jodido sin la más mínima instrucción ni capacidad para disparar siquiera una carabina de postas, se va a quedar contigo preciosura, pero a estas humillaciones conduce la miseria, eso es el hambre mi niña. Y ese es mi dilema, mi hermosa princesa: cambiarte por una despensa frijolera o pedirte que me mates. Tengo hambre y me faltan huevos para el suicidio, pero no quiero, no puedo entregarte a esos cabrones, ni siquiera podría comerme los frijoles que me den a cambio, pero me muero de hambre princesa, de verdad que me muero, sácame de este atolladero. ¿Entregarte o morir? ¿Comer indignamente una semana más o morirme de una vez? ¿Qué hago? ¿Qué carajos hago? Tú siempre has tenido la respuesta todos los dilemas de mi vida. Por eso, mi hermosa princesa Kalashnikov, hoy más que nunca te pido que me ilumines ¿Qué hago princesa?
Daniel Salinas Basave
- La Princesa Rusa
Mi princesa rusa: sólo hasta ahora nos venimos a dar cuenta que un retortijón de hambre es capaz de aventar al lodo cualquier juramento de amor. De verdad que me avergüenza el solo hecho estar considerando esta alternativa, pero ahora sí ya no tengo para dónde hacerme. Entregarte en manos de esos sardos que parecen piojosos recién pelados es la única esperanza que me queda para tragar algo. Ya no te digo para asegurar el trague de un mes, sino para tragar ahorita, en este preciso momento que hasta las lombrices de las tripas se retuercen como endemoniadas.
Mi princesita, tan codiciada por todos. Contigo a mi costado siempre fui la envidia de cuanta tropa me tocó integrar. Ya estaba muy acostumbrado a que hasta los comandantes y los chacas me miraran celosos.
¿Y de dónde sacaste esa preciosura?, me preguntaban y yo serio, altivo, permitiéndome mirarlos con desprecio.
Pos ahí cuando quieran una probadita cabrones, y no es por nada, pero contigo a mi lado cualquiera me tenía miedo.
Por si las dudas yo nunca me separaba de ti. Me dormía contigo bien amarrada a mi cintura y ni para ir a cagar te dejaba sola.
Pero que perra es la pinche vida. Que chingaderas tan humillantes llega uno a cometer con tal de satisfacer la necesidad más básica. Después de cuidarte tanto, de quererte más que a cualquier ser u objeto en el mundo aquí estoy, pensando en dejarte en manos de unos jodidos que a punta de fuetazos no han aprendido a disparar una pinche carabina 22.
Y no quiero que suene a reclamo, pero tú bien sabes que también tienes mucha culpa de esto. Si no estuviera cojo, tú y yo juntos saldríamos de este atolladero como lo hicimos tantas veces. Nada más fácil mi princesita que ir a esa tienducha de abarrotes que está enfrente y servirnos con la cuchara grande. Ni cartuchos nos harían falta. Cosa de que te vieran conmigo y ahora sí jijos de su puta madre, cáiganse con la feria y el trague que tengo hambre. Hasta unas botellas de tequila caro sincharíamos.
Pero así cojo, ¿A dónde chingados me voy a poder largar después del atraco? Nos apañarían mi princesa, lo sabes muy bien. Lo viejo no es problema. Tu viste que con más de 50 añitos me la seguían pelando, pero con la cojera sí tendría yo que hacer magia. ¿Te imaginas que chistoso me vería asaltando en muletas o dándole piso a un cristiano mientras brinco en una pata?
Ni modo mi rusita. Tú también tienes tu parte de responsabilidad. Tú me lo hiciste y no es que te lo reclame, yo te quiero con el alma aunque me hayas mochado una pata, pero la realidad es esta: Tengo mucha hambre y en el mundo no tengo nada más que a ti. ¿Dime qué puedo hacer?
Vieras como me gusta recordar cuando nos conocimos. Ya más de 30 años pasaron y como si nada mi princesita. Se fueron como agua todos los pinches días, repartiendo plomo, juntando billetes y atascándome pericazos.
¿Te acuerdas? Fue allá por el 73, en la sierra de Guerrero, cuando yo jalaba para la Federal de Seguridad. Andábamos allá en esas pinches tierras calientes combatiendo al cabrón de Lucio Cabañas. ¿Te acuerdas tú? Yo era un morro en aquel entonces, recién salido de los campos de entrenamiento del Campo Militar Número Uno. Como tenía buena puntería y era rápido para cargar las fuscas, me integraron a un comando paramilitar. Nuestra chamba era exterminar indios rijosos en la sierra. En aquel entonces los periodistas no chingaban con las pendejadas esas de los derechos humanos. Ni madre. Ahí hacíamos nuestro jale como debe ser, sin tocarnos el corazón. Vieras el coraje que me dio en el 94 cuando vi a los payasos enmascarados esos del Marcos. Se me retorcía la panza de la furia nomás de ver a esos reporteros gabachos y esos güeros greñudos vestidos de tehuanes abogando por los derechos humanos y la tropa como corderitos, sin tocarles un pelo a los mascarudos. Que hubieran enviado a mi tropa y en un dos por tres acabábamos con el problema. Ahora sí que como dijo el Presidente, en 15 minutitos. Tú sabes que sí mi princesita, te consta que no miento. Si tú yo hubiéramos ido a Chiapas, 15 minutos hubieran sido mucho para agujerarles la cabeza a esa bola de revoltosos.
Por eso me da tanto gusto y tanta nostalgia recordar el tiempo aquel en que nos conocimos. ¿Te acuerdas? Andaba yo matando indios con una Pietro Beretta, re jodida la pobre. Le decía mi prieta nomás de cariño, pero era como una novia fea, de esas que uno hasta vergüenza siente de sacar a la calle.
La cosa es que andaba yo solo con mi prieta allá por los rumbos de Ayutla y en eso que me encañonan en un monte. Fue entonces cuando te vi y perdóname la cursilería, pero desde que te miré me enamoré de ti. El problema es que tú estabas en manos de un pinche guerrillero mugroso y lo peor es que me estaba apuntando contigo. Sí mi princesita, no se te olvide, tú pudiste matarme aquella vez, pero por algo no sucedió.
Cómo llegaste a las manos de ese pinche comunista harapiento, es algo que nunca he sabido. Digo, me han dicho que muchos de esos pendejos se iban a estudiar a Rusia y tal vez fue ahí de donde te trajo, pero desde el primer momento quedó demostrado que tú estabas en muy malas manos con ese infeliz. Y digo que estabas en muy malas manos, porque el muy imbécil no supo como sacar provecho de ti y en vez de rafaguear en cuanto me vio ahí en medio de la cañada, se quedó tirando babas, según él apuntándome, pero yo nomás miraba la temblorina en sus brazos, el rostro asustado, sudoroso y de inmediato me di cuenta que el pobre ni tirar sabía y nomás nunca aprendió, porque yo con mi humilde prietita le metí soberano plomazo entre ceja y ceja antes de que él pudiera siquiera apretar el gatillo.
Ahí quedó tirado el pobre diablo y tú a mi entera disposición, solita para mí. Fue entonces cuando comenzó el romance.
Mamacita, nomás me acuerdo como se escuchaba tu tartamudeo, tan exactito, tan musical, traca, traca, traca, como un poema en mis oídos. En aquel entonces se estilaba que los subordinados entregaban el botín de guerra a los comandantes, pero que chingados te iba a andar entregando yo. Tú eras mía, de mí y para mí. Y sí, no creas que el general Acosta Chaparro no te echó unos ojitos lujuriosos, pero yo me aferré y les dije que nomás contigo podía combatir.
Vieras como nos tenían pavor mi princesita. Nomás veía a los pinches guerrilleros caerse como moscas cuando iniciaba el tartamudeo. Perdí la cuenta de cuantos me llevé de encuentro allá en la sierra. Échenme a los que quieran les decía yo, que aquí tengo mi princesita rusa y juntos los mandábamos al otro mundo mi preciosa.
Cuando finalmente cayó el piojoso ese de Cabañas y se acabó el problema en la sierra, me comisionaron para ir a Guadalajara a darles matarile a los mocosos de la 23 de septiembre. Puro pinche burguesito con su camiseta del Ché Guevara, que se metían a estudiar pendejadas de Marx y se creían revolucionarios sin aprender siquiera cómo fabricar una de esas mierdas de bombas que hacían en botellas de coca cola. Con esos acabamos de volada, mi princesita. Ni para el arranque nos duraron. Ya cuando no había guerrilleros que matar, nos mandaron a la Ciudad de México y de ahí a la sierra de Sinaloa. Durante años nos dedicamos a matar puro narco huarachudo del cerro y esos sí estaban felones, para qué te digo que no, tú te acuerdas mi princesita, con esos vaya que sufrimos. Pero para entonces tú y yo éramos uña y mugre y les dimos piso a los más pesadotes de San Ignacio y Badiraguato.
Hasta que allá por el 79 me comisionaron para integrar la escolta personal de mi General Durazo. Dicen que nuestras hazañas ya se habían hecho famosas y mi General quería un hombre duro para su seguridad. Todavía me acuerdo los ojos que puso el cabrón de Durazo cuando te vio en mis manos. ¿De donde sacaste esa preciosura? me dijo mi Comandante y yo, nomás serio, orgulloso, como quien presenta una novia bien buenota, sabiendo que hasta los más pesados me envidiaban.
Fueron buenos tiempos esos mi princesa. Nomás a puro pericazo de Caspa del Diablo nos pasábamos las noches, pura botella de Buchanas y el jale tranquilo, pues nomás a dos tres pendejos que se le quisieron poner al brinco a mi general Durazo nos tuvimos que despachar mi princesa. Así la pasamos tres añitos hasta que en el 82 se dio el escándalo y tuvimos que ahuecar el ala.
Me comisionaron entonces a varias partes: A Chihuahua, a Piedras Negras, a Reynosa, hasta que una triste mañana nos notificaron así, tan quitados de la pena, como si fuera cualquier cosa, que se deshacía la Federal de Seguridad. Luego de tantos y tantos años de servicios, nomás me dieron un chequecito que me tumbé en puro whisky y perico. Eso sí fue triste mi princesita, un patadón en el culo el que nos dieron.
Todavía busqué lugar en el Estado Mayor Presidencial, pero hubo dos tres comandantillos que me grillaron. Dijeron que yo era muy violento, muy acelerado, muy coco y no me admitieron para trabajar cuidándole las nalgas al pelón de Salinas.
Total que ahí estaba yo de desempleado mi niña, sin un pinche quinto para comprar perico del bueno como a mi me gustaba.
Y en eso recuerdo que me quede mirándote y dije: Pero si con esta preciosura me puedo hacer rico; tengo la experiencia, no me toco el corazón y pongo las balas donde pongo los ojos ¿Qué chingados me falta entonces? Así fue como nos hicimos asaltabancos mi hermosura y entonces sí, bienvenidas las vacas gordas.
Agarré a dos tres morros, principiantes recién ingresados a la judicial y empezamos a dar buenos trancazos. El primer banco que despachamos fue allá por Tecamachalco, de ese sí me acuerdo bien. Ya después perdí la cuenta. Eran uno o dos por semana y si quieres que te diga la verdad, se me hizo re fácil, mucho más fácil que andar combatiendo en la sierra. Imagínate mi rusita, si tú y yo habíamos enfrentado cara a cara narcos felones de la sierra de Sinaloa, que nos iban a durar unos pinches veladores de banco. Yo no me andaba con mamadas en los bancos. Llegaba contigo al frente y ahora sí hijos de su reputa madre, azótense con la lana culeros. Y a ti te consta preciosa, al que se ponía al brinco lo despachábamos. Yo sabía que nomás empezando el tartamudeo y habiendo sangre hasta los más machitos se doblaban. A veces nomás por eso le ponía un plomazo a un cabrón cualquiera nomás llegando, para imponer respeto, que miraran que no me iba andar con juegos de niñas. Yo hacía casi todo el jale y mis compas nomás cubrían la retaguardia. Por supuesto, más de la mitad del botín era para mí.
Para entonces contacté a dos tres comandantillos que habían estado en la corporación en la época de mi General Durazo y por una cuota semanal me despejaban el camino de los bancos que yo tenía en la mira.
Como tres añitos peinamos el DF y sus alrededores y cuando ya estábamos muy quemados nos fuimos a Querétaro, a Guanajuato, Cuernavaca, Acapulco y hasta a Guadalajara.
Fue ahí en la Perla Tapatía donde me contactó el cabronazo de Félix Gallardo. Fueron dos tipos acá, bien vestidos, educados, los que me contactaron afuera de una discoteca y me dijeron que me tenían una propuesta. Primero me saqué de onda, pensé que era raza de la Judicial, pero contigo a mi lado mi princesa, nada me daba miedo. Así fue como me llevaron frente al patrón de patrones, el mismísimo Félix Gallardo.
Para no hacer el cuento largo mi princesa, nos ofreció ir a trabajar a Tijuana. Tú te acuerdas bien ¿O no? Nuestra chamba era cuidarles las espaldas a los sobrinitos del patrón, el Ramón y el Tigrillo. Ese jale sí estaba pesado, princesita. Yo dije sí, sobres, la verdad ya me tenían muy ubicado como asaltabancos y quería ahuecar el ala lejos. Tijuana me pareció bien. Al principio parecía que era un jale tranquilo andar con los sobrinos del patrón. Me pagaban una feriesota nomás por ir a cuidar la entrada de las discotecas donde aquellos se ponían hasta la madre de pura Caspa del Diablo y champaña. Claro, dos que tres veces se armaron balaceras y ahí sí que le tuvimos que entrar, pero todo tranquilo princesita. Yo vivía a toda madre, con puro perico fino y agasajando morritas buenonas. Pero las cosas se empezaron a poner feas cuando los pinches sobrinitos me empezaron a comisionar para irles a dar piso a sus rivales a Juárez, a Sinaloa, a Guadalajara. Para entonces el Patrón Félix Gallardo ya estaba en el bote y los pinches sobrinos tenían el mando. Tenía que obedecerles, ni modo que no, si bastante bien me rayaban con puro cuero de rana. Pero ahí sí nos las jugamos en misiones peligrosas. Puro bato felón en territorio enemigo mi princesa. Aún así tu tartamudeo hizo magia. Nos llevamos de encuentro a dos pesadotes de Mazatlán y a uno de Juárez, con todo y escolta. Hasta la suburban blindada nos la peló princesita. Éramos indestructibles, como que había un pacto mágico entre tú y yo.
Todo iba bien hasta que pasó la pendejada aquella del Cardenal y entonces sí que cambió todo para nosotros. Se acabó la diversión, las salidas a las discotecas a pescar morritas, las mariscadas con banda en el malecón. Ahora sí como decían en el pueblo, a puro salto de mata nos traían y los patrones bien paranoicos. Yo tenía andar con el ojo bien abierto todo el día. Ni tiempo para dormir nos daba mi princesa. En aquellos años los patrones ya sentían que les echaban guante y mi chamba era impedirlo a toda costa
Los años pasaron y las cosas se fueron poco a poco calmando. Por ahí del 98 me comisionaron para la escolta personal de Don Chuy, el padrino de esos cabrones, con la advertencia de Ramón de que yo respondería con mi vida si a Don Chuy le pasaba algo. Un señor mucho más tranquilo ese Don Chuy. Fina persona. Era él quien manejaba la feria mi princesita. El que tenía los puros dólares en la cartera. Lo bueno que el señor casi ni se metía en problemas como el pinche ojete de Ramón y su matón estrella, el Tiburón, que no sabía hacer otra cosa más que echar bala.
Con Don Chuy andábamos por toda la ciudad de arriba para abajo, recorriendo sus propiedades, cobrando la feria de las rentas, haciendo contratos, abriendo bodegas. Puro buen negocio el de Don Chuy y ni por dónde le vieras que andaba en algo chueco. Seguido lo íbamos a escoltar a buenos restaurantes y Don Chuy nos pagaba buenas comidas. Era espléndido con nosotros el señor. Los escoltas vivíamos en una casa de seguridad allá por el rumbo de Hipódromo, bien cerquita de la casa de Don Chuy. A toda madre la casita donde vivíamos. Eso sí, Don Chuy nos pedía que fuéramos discretos. Nada de andar enseñando las armas ni armando borlotes callejeros sin necesidad. Me sentía bien a gusto con ese señor. Hasta que ocurrió la pendejada aquella que todos conocen.
Una mañana en que amanecí bien crudo, Don Chuy nos pidió que fuéramos a acompañarlo a la Prepa Lázaro Cárdenas, pues su hijo iba a jugar un partido de futbol muy importante. Era un sabadito soleado, tranquilo y yo dije, pues a toda madre, wachamos un ratito el futbol americano, luego unos mariscos, unas cheves, y a descansar ¿Qué le podía pasar a Don Chuy en la cancha de una prepa? Por si las dudas mi princesa, yo ye llevaba conmigo, siempre a mi lado como la novia más querida. Que le hace que hiciera calor. Yo siempre traía mi chamarra de cuero para ocultarte. Se jugaron los dos primeros cuartos del partido y la plaza 10-5. Tranquilito el día. Don Chuy platicando con su señora, los morros jugando el partido, las morritas bien buenas echando porras y yo acá, dos tres modorro, con ganas de ir a curarme la cruda con un aguachile. Había tomado tanta agua en la mañana para tratar de contrarrestar los efectos de la crudota que me cargaba, que ya me andaba con la meadera. Así que a la hora en que fue el medio tiempo, me separé de Don Chuy para ir a tirar el agua. Normalmente cuando la estoy haciendo de escolta, no le quito la vista a mi protegido, pero aquella mañana estaba tan tranquila, que no pensé que algo malo pudiera sucederle a mi patrón. La cuestión mi princesita es que ahí estaba yo tirando a gusto la meada, cuando en eso empiezo a escuchar un griterío por el lado de loas tribunas. Ni tiempo tuve de cerrarme el pantalón. Salí corriendo del baño y lo primero que vi fue a Don Chuy arrodillado en medio de la cancha encañonado por un Guacho. No sé cuántos segundos han de haber pasado, pero no creo que más de tres, antes de darme cuenta que toda la pinche cancha estaba rodeada de soldados. Chingos de soldados. Era una tropa más grande y mejor armada que aquella con la que fuimos a cazar al cabrón de Cabañas en el 73. Esposado por los soldados que le sacaron de la cintura su querida pistola escuadra, Don Chuy aún tuvo tiempo de echarme una mirada fulminante antes de que lo treparan al camión que lo llevó a la base aérea desde donde lo trasladaron a Almoloya. Mi suerte estaba decidida princesita. Teníamos que irnos de ahí, hacernos los disimulados entre los guachos y ahuecar el ala. Tomé un pinche taxi que me dejó en la Zona. Norte. Ni tiempo de pasar al cantón a recoger mis papeles y mi feria. Ahí empezó mi calvario princesita. Tú y yo sabíamos muy bien que haber descuidado a Don Chuy nos iba a costar carísimo. Ese descuido se pagaba con la vida. Y no nomás nos iban a meter unos plomazos princesita. No, que va, nos iban a torturar bien machín antes de enfriarnos. Para muestra lo que le pasó al pobre licenciado Gálvez, el abogado de Don Chuy, que a los tres días apareció muerto y torturado en una calle del DF. Ese fue el precio que pagó por no poder impedir que la PGR se llevara a Don Chuy de Tijuana. Si ese fue el precio que pagó el abogado, imagínate el que pagaría yo, mi princesa. Me escondí en el cuarto de una pinche vecindad sarnosa de esas que hay cerca de la Coahuila. El tecurucho era de una doñita que tiraba crystal a la que una vez le había hecho el paro cuando unos federales quisieron levantar a su hijo. Me debía un favor la doña y a mí me quedaban nomás como tres mil pesos en la bolsa, pero a leguas se notaba que no era seguro estar ahí. Cada que escuchaba pasos me imaginaba a la cara del pinche Tiburón con la gorra volteada apuntándome con su fusca, o creía escuchar la voz de Ramón ordenando queme torturaran. Fue una sensación de lo más culera que te puedas imaginar mi princesa. Estaba bien pinche paranoico, no dormía y no quería ni asomar la nariz a la ventana, pues sabía que estos hijos de la chingada iban a cazarme como rata. Ahí estábamos mi princesa, tú y yo solos, abandonados en un cuartucho echados sobre un catre piojoso. Yo me abrazaba a ti con todas mis fuerzas, princesa, tú sabías bien que eras y eres mi única compañía, mi confidente, mi aliada. La única que podía sacarme de ese atolladero y la que me mandaría al otro mundo cuando esos hijos de su puta madre me agarraran. Porque eso sí princesa, en el momento en que viera aparecer a los ahijados de Don Chuy yo me iba a pegar un plomazo antes de permitir que me torturaran.
Los días transcurrían lentos, infernales. Eso era el verdadera tortura princesita. Como a las dos semanas de estar ahí, le pedí a la doñita que me alivianara con un focazo de crystal. Ti sabes mi princesa que a mí esa madre hasta asco me daba, pues yo nomás mi Caspita del Diablo, pura y aceitosita, pero en esas situaciones no estaba para exigir, así que empecé a ponerle bien machín al cryco. De a seis o siete focos diarios me estaba quemando. Bien locote que andaba, pero el crystal es el Infierno princesita. Más pinche paranoico me sentía con esa madre y cualquier ruido, cualquier palabra, cualquier señala la interpretaba yo como mi final definitivo. Para bajarme la paranoia cuando ya andaba bien amanecido luego de cuatro noches de no dormir por el pinche crystal, me fumaba unos churrotes de mota. No se cuánto tiempo había pasado así. La cuestión es que el poco dinero que aún tenía se me fue acabando en pagarle a la doña los focos de cryco y los churros, que al principio me daba gratis nomás por buena voluntad. Una madrugada andaba yo para no variar pacheco y crystaleado, cantando rolas a grito pelado y deseando tomarte en mis manos princesita y repartirles una tormenta de plomo a todos los cabrones de este mundo que se me atravesaran. Nada más liberador que escupir fuego mi princesa, tú lo sabes bien. Te tomaba en mis brazos, te daba besos como a una novia y te juraba que mi última voluntad sería que me enterraran conmigo el día en que me mataran. Porque en esta vida sólo tú me has sido fiel princesa. Bueno, me habías sido fiel hasta esa noche en que me la hiciste. ¿Estabas enojada conmigo por haberte llevado a vivir a un lugar tan puerco y decadente como ese? ¿Quisiste castigarme por darte tan mala vida? La cuestión es que yo andaba cryco y mariguano, bien locote y estaba bailando contigo, abrazando mi rostro a tu culata, dándote besos, cuando en eso nomás sentí bien caliente en la pierna, un ardor machín y luego el sangrerío manando a chorros. No recuerdo haberte quitado el seguro, mucho menos haber accionado el gatillo. En realidad no recuerdo ni madre de esa noche, aunque por ahí tengo presente que desangrándome y toda la cosa, aún me las arreglé para esconderte muy bien mi princesa, debajo de unas tablas que estaban abajo del catre. Después, creo yo, me desmayé y abrí los ojos quién sabe cuántos días después, en una sala del Hospital General. Una pinche enfermera gorda me dijo como si tal cosa que la pierna me había quedado destrozada por los plomazos y me la habían tenido que amputar. Lo peor es que bajo la sábana yo aún sentía que tenía mi pierna y hasta me dolía. Pasé como tres semanas en el Hospital hasta que me dieron de alta. Me preguntaron si tenía yo un familiar que se hiciera responsable y les dije que no. Gracias a una organización de esas de monjitas me donaron unas muletas y apenas me las regalaron, me echaron a la calle, pues había una larga fila de enfermos y lesionados esperando por la cama que yo había ocupado por más de 20 días. Así, aprendiendo a hacer equilibrio en las muletas me salí a la calle a agarrar un camión que me llevara hasta el tecurucho donde te había dejado escondida. Cuando llegué, la pínche doñita malagradecida casi me da con la puerta en las narices. Me dijo que yo nada más le había causado problemas, que a raíz del desmadre que se armó la noche en que me di el balazo la AFI le había tumbado una feriesota para no catear la casa y en pocas palabras me dijo que me largara a la chingada.
Mi única y última voluntad, le dije a la doñita, fue que me dejara subir al cuarto para recoger una estampita de la virgen que tenía guardada por ahí. A regañadientes la doña me dejó entrar al cuarto y bendita gloria, se me iluminó la vida cuando te encontré, princesa mía, en el mismo lugar donde te había escondido. Qué le hace que tú fueras la responsable de mi mutilación. Nosotros habíamos estado juntos toda la vida y nuestro encuentro luego de tres semanas de separación fue lo único feliz que me pasó por esos días. Como pude te envolví en una sábana y me las arreglé para cargarte mientras daba brincos en mis muletas. La doña me regaló mil pesos disque en compensación por el favor aquel que le hice alguna vez a su hijo, pero me dio el dinero con la condición de que no regresara nunca a verla. Me renté un cuartucho en uno de esos hoteles de putas del Coahuilón y ahí me senté a esperar que llegaran el Ramón y el Tiburón a matarme. Pero pasó una semana y pasaron dos y no llegaron, hasta que yo me quedé literalmente sin un solo centavo en la bolsa y me corrieron del pinche hotel de putas. Y entonces sí, a vagar por las calles como un pordiosero teporocho en muletas, contigo envuelta en una sábana. Quién iba a decirlo, un indigente con semejante princesa rusa en los brazos. Y así hemos andado los últimos días mi rusita, recogiendo comida de los basureros y pidiendo limosnas. He estado tentado a ponerte frente a mi boca y pedirte que me des un beso que acabe de una vez por todas con mi vida, pero pa que es más que la pura verdad, me da miedo la Muerte princesa, aunque en este momento sería lo mejor para mí. Se que en cualquier momento se me aparecen Ramón y el Tiburón, pero tal vez me ven tan jodido y tan de lástima, que hasta piensan que matándome me hacen un favor. Y así he andado, hasta llegar a topar con ese letrero que me movió las tripas: Campaña de Donación de armas de fuego.
DONA VOLUNTARIAMENTE TU ARMA DE FUEGO Y RECIBE A CAMBIO MIL PESOS EN VALES DE DESPENSA. POR UN BAJA CALIFORNIA SIN ARMAS.
Discúlpame princesita, pero tú no sabes lo que es tener cuatro días sin probar bocado. Mil pesos en vales de despensa son una pinche miseria y sin embargo en este momento me salvan la vida muñeca. Y me da lástima, nomás de ver las fuscas viejas e inservibles que están recibiendo esos pinches guachos piojosos que están afuera de Palacio atendiendo el puesto de recepción. Me da coraje imaginar cómo se las harán agua los ojos cuando te miren llegar a sus manos, tan potente y majestuosa, y yo pobre teporocho, despidiéndome de mi amor a cambio de unos vales para comprar frijoles, mientras algún sardo jodido sin la más mínima instrucción ni capacidad para disparar siquiera una carabina de postas, se va a quedar contigo preciosura, pero a estas humillaciones conduce la miseria, eso es el hambre mi niña. Y ese es mi dilema, mi hermosa princesa: cambiarte por una despensa frijolera o pedirte que me mates. Tengo hambre y me faltan huevos para el suicidio, pero no quiero, no puedo entregarte a esos cabrones, ni siquiera podría comerme los frijoles que me den a cambio, pero me muero de hambre princesa, de verdad que me muero, sácame de este atolladero. ¿Entregarte o morir? ¿Comer indignamente una semana más o morirme de una vez? ¿Qué hago? ¿Qué carajos hago? Tú siempre has tenido la respuesta todos los dilemas de mi vida. Por eso, mi hermosa princesa Kalashnikov, hoy más que nunca te pido que me ilumines ¿Qué hago princesa?
Daniel Salinas Basave