El último miércoles de mayo
Desde hace muchos años, el último miércoles de mayo ha sido un día de lo más especial para mí, como lo es para todos los verdaderos aficionados al futbol.
Sucede que ese día, se juega la gran final de la Champions, antigua Copa Europea de Campeones. Un enorme trofeo cuyas agarraderas parecen ser unas orejas de conejo y que es sin duda el título más preciado a nivel de clubes en el Mundo (con perdón de la Libertadores, pero es cierto)
Vaya, para mi el último miércoles de mayo es el equivalente al último domingo de enero para los aficionados al futbol americano.
El problema es que el último miércoles de mayo en medio día suelo estar siempre muy ocupado. Exámenes, tarea o mucho trabajo, han sido desafiados en la alta mar de entre semana para poder ver esos juegos siempre inolvidables.
Haciendo un ejercicio de reflexión, me doy cuenta que recuerdo con exactitud donde estaba y que estaba haciendo en las últimas 17 finales europeas. Mi vida se transforma; de ser un estudiante de secundaria que olvidaba un examen para ver el juego, me he transformado en un reportero que deja de hacer cualquier cosa con tal de no perderse la disputa de la orejona.
He aquí una reflexión histórica de los últimos miércoles de mayo en el Siglo XX (Y el improbable lector pregunta con toda razón: Oye Daniel ¿Y eso a mi que chingados me importa?).
La historia de la Orejona a través de mis ojos en los últimos años del Siglo XX (Siglo XXI continúa mañana)
PSV Eindhoven-- 1988- Con el agua hasta el cuello. Expulsado del Liceo Anglo Francés de Monterrey, la magnánima directora me concedió la gracia de presentar exámenes finales, pero con la condición de hacerlo alejado del grupo, pues por mi insalvable condición de fruta podrida daban por hecho que podía contaminar a mis compañeros con mi sola presencia. Recuerdo que la tarde de ese miércoles falté a mis clases particulares de matemáticas. La clase comenzaba justo al terminar el partido entre el PSV Eindhoven y el Benfica, pero holandeses y lusitanos tuvieron a bien alargar 30 minutos su irrompible 0-0. Unos tiempos extra bien valieron una falta, aunque segundo de secundaria estuviera en juego. PSV era una máquina robótica de hacer futbol. Me impresionaba su estadio térmico, ultramoderno, pequeño y funcional. Su camiseta sobria, con la simple leyenda que da origen a la fronteriza población holandesa: Philips. Koeman, Kift, Van Tieggelen y el portero Van Breukelen habían dejado fuera al Real Madrid de Hugo y el Buitre. Alargaron el suplicio hasta los penales y de ahí a la muerte súbita, a donde llegaron con un perfecto 5-5. Pero Van Breukelen atajó el sexto penal portugués, los tulipanes eléctricos alzaron la orejona y yo consumé mi primera falta a la clase de matemáticas.
Milán- 1989- El último miércoles de ese hermoso mayo de 1989 me encontraba lejos, muy lejos de donde pudiera existir una televisión que me transportara hasta el Camp Nou de Barcelona para ver el encuentro entre la Bestia Negra de Milán y los soldados de Cesescu, el Steawa de Bucarest. Encontrábame yo, con 15 años recién cumplidos, habitando en un precioso rancho a unas 20 millas de Fort Collins Colorado, propiedad del Roland y Helen Linder, amable matrimonio belga que tuvo la amabilidad de recibirme en su casa en una de las épocas más conflictivas de mi existencia. Entre montañas pobladas de ciervos, coyotes, pavos salvajes, zorros y pumas, me di a la tarea de intentar una telepatía para ver lo que sucedería en el campo barcelonés. Los rojinegros habían tenido la osadía de pegarle 5-0 al Real Madrid en el mismísimo día de mi cumpleaños, y fanático como era de de aquella Quinta del Buitre, sólo podía desearles la derrota. Imaginé que el espíritu del Conde Vlad, materializado en Cesescu y los hechiceros de los montes Cárpatos, intercedería por los rumanos, que tres años antes se habían coronado en el Sánchez Pisjuán de Sevilla, cuando su portero atajó la nada despreciable cantidad de cuatro penales. Pero la Bestia Negra de Gullit, Van Basten, Donadoni y Rijkard, podía engullir entero al sanguinario ejército del Conde Vlad. En plena revolución de terciopelo en Europa del Este, a Cesescu le quedaban sólo siete meses de poder y de vida. Aquella final empezó a cavar su tumba, pero del desastre me enteré días después, gracias a una carta de mi madre (en ese entonces el Internet era algo más que una ficción orwelliana) en la que me notificaba que Milán se comió al Steawa al son de un 4-0.
Milán 1990- Miércoles de exámenes finales. Debía escribir un gigantesco trabajo final de Lógica de más de 40 páginas. Mi maestra, una española egresada de Salamanca llamada simplemente Mari José, no estaba dispuesta a perdonarme un retraso, ni siquiera por el sagrado pretexto de la final europea entre el Milán y el Benfica. En el cuarto de estudio de nuestra enorme casa de Cerrada de Yuridia, en la Colonia la Herradura en el Estado de México, yo hacía infructuosos intentos por echar a andar la computadora de mi padre para empezar a hacer el trabajo. En ese entonces las computadoras me parecían extraterrestres incomprensibles.
Mi espíritu lusitano y mi ferviente anti milanismo, mezcla de admiración y odio por ser los eternos verdugos de mi Real Madrid, me hicieron apoyar con todo al Benfica, pero otra vez las Bestia Rojinegra de los holandeses tuvo a bien callarme el hocico. Con gol de Rijkard, el Milán se impuso 1-0.
Estrella Roja 1991- Pocas primaveras tan felices como la de 1991. Aquellos días eran dignos de una película rosa de adolescentes gringos en donde el héroe conquista a la chica más guapa de la prepa. Yo tenía 17 años, una novia preciosa y habitaba una linda casa estilo manchego en Lomas del Olivo, muy cerquita de Cuajimalpa. Tan felices eran esos días, que ni siquiera recuerdo haber tenido un examen final o algún pendiente que me distrajera mi atención de la final entre el Estrella Roja de Belgrado y el Olympique de Marsella. Sosegado, echado en la sala de tele, me divertí contemplando a ese negrito de Ghana, número de 10 del Marsella, que cambió su nombre para bautizarse como Pelé. Le quedó grande el nuevo nombre, pues un grupo de mercenarios de Milosevic, que recién iniciaba la guerra de los Balcanes, frenó las aspiraciones de los marselleses. Encabezados por Prosineki, los representantes de una nación unida que todavía se llamaba Yugoslavia, dieron cuenta de Pelé y compañía por 5-3 en los lanzamientos desde los once metros, luego de un 0-0. Meses después, Yugoslavia se desbarataría en un baño de sangre y mi existencia empezaría un descenso en espiral hacia abismales profundidades.
Barcelona 1992- Muchas cosas habían cambiado en mi existencia en 365 días; ya no tenía a la novia preciosa, pero me regodeaba en una viciosa promiscuidad. Aún vivíamos en la bella casa del Olivo, pero la situación económica era un desastre. Yo trabajaba en una tienda de discos en el centro comercial Interlomas El regreso a Monterrey era ya inminente y la sola idea de abandonar Tenochtitlán me tenía sumido en enviciante y autodestructivo luto. Por fortuna, mi día de descanso era en miércoles, los exámenes finales iban bastante bien y no hubo poder humano que me impidiera ver al Barcelona de Cruyff disputar la orejona contra la Sampdoria de Vialli, sobre el pasto sagrado de Wembley. El 92 fue el año catalán por excelencia. Olimpiadas, liga y orejona. ¿Who can ask for anything more? Stoikov, Zubizarreta, Luis Enrique, Alexanco y Koeman pintaron de azulgrana las gradas de Wembley. Me preparaba ya para la emoción de los penales cuando una bala quemante disparada por el gatillo mortal de Ronald Koeman, a más de 50 metros de la portería, le dio a los catalanes su primer trofeo de orejas grandes.
Marsella 1993- Una infernal primavera, como sólo pueden darse bajo el infernal Sol de Monterrey que Alfonso Reyes inmortalizó en su poema, me cobijaba entre sus llamas. Para entonces me había transformado en un estudiante de derecho y lo que es peor, en un estudiante de derecho responsable y becado, con un promedio casi perfecto, tan aplicado en las clases, que no me fui de pinta para ver la final entre Olympique de Marsella y Milán, sino que esperé a ver la repetición por la noche, deseando que nadie tuviera la indiscreción de comentarme el resultado. Pero a la hora en que fue la clase de Derecho Romano, la maestra Graziella Fulvi, italianísima directora de la escuela (tal vez no sean la mejor facultad, pero si pueden estar seguros de tener a la directora más guapa de todo México, nos dijo en una conferencia el mismísimo Ignacio Burgoa), abrió la clase con semblante triste. No hablamos de sui juris ni alieni juris. La cosa pública que tenía triste a nuestra directora, era que el glorioso Milán había perdido la final contra un equipo que ni en su casa conocían: Un tal Olympique de Marsella que le había pegado por 1-0. Alea, Jacta, Est-
Milán 1994- Otra infernal primavera llena de demonios sueltos, conspiraciones políticas y negros presagios para la Nación. Yo seguía siendo un estudiante de derecho y seguía siendo responsable. Por ello, esperé hasta la noche para ver en repetición al Milán enfrentando a Barcelona sobre el olímpico pasto de Atenas. Por fortuna en esa ocasión no hubo indiscreciones y llegué a casa con la duda sobre quién habría levantado la orejona. El Barcelona de Cruyff estaba imparable y Stoikov se regodeaba en pleno romance con la red. Pero la Bestia Negra volvió a ser tan aplastante como antaño. Nada más 4-0 le tascó a los catalanes. Por si fuera poco, semanas después, Italia pateó a España del Mundial de Estados Unidos con tremendo codazo que destrozó la dentadura de Guardiola.
Ajax 1995- No recuerdo si me fui de pinta o si estaba descansando, pero la cuestión es que al mediodía estaba encerrado con aire acondicionado, viendo al Ajax de Van Gaal enfrentando, ni más ni menos, que al eterno combatiente de las finales europeas: La Bestia Negra de Milán. Aquel Ajax hacía recordar a la más suculenta naranja mecánica de Cruyff que hipnotizó al Mundo en el año en que nací. Partido disputado como pocos, hasta que por ahí del minuto 75, Van Galla mandó a la cancha a un jovencito, un mulato alto de 17 años que me recordaba al personaje de quien sabe que caricatura. Con unos cuantos segundos en la cancha, el tulipancito negro agarró la pelota, derritió a la impenetrable muralla de hierro milanista y les enterró un golazo. Como en los mejores tiempos de Cruyff, los de Ámsterdam agarraron de las orejas a la copa. Aquel mulatito, que después jugaría en Milán, se llamaba Patrik Kluivert.
Juventus 1996- Un año bello aquel 96, relajado como pocos, atiborrado de esperanzas, viajes y buenos deseos. Una de las pocas veces en que el último miércoles de mayo transcurrió sin ninguna obligación en turno. Así, en total sosiego y relajación, desde la comodidad de mi hogar, vi al Juventus de Turín y al impresionante Ajax de Ámsterdam enfrentarse en el Olímpico de Roma. Mi gallo, sobra decirlo, eran los de Ámsterdam (ciudad que visitaría ese mismo año, cuatro meses después) El cuadro de Van Gaal seguía jugando de manera impresionante. Pero la Vieja Señora del Calcio opinó otra cosa. Forzó los penales después de un apretado 1-1 y en esta instancia de los once pasos, los holandeses son más malos que los mexicanos. Holanda tiene una historia negra en penales. Ajax lo reconfirmó esa tarde y la Juve levantó la orejona. Un mes más tarde, los penales sacarían a Holanda de la Eurocopa a manos de Francia y a mí me esperaba uno de los veranos más bellos de mi vida en la lejana Nueva Inglaterra.
Borussia Dortmund 1997- Nadie daba un quinto por ese equipo alemán de media tabla cuyas calcetas amarillo con negro evocaban a una simpática abejita. Pues bien, esta abejita teutona resultó ser muy trabajadora y eficaz y al son de contundente 3-1, dejó sin calzones a la Vieja Señora del Calcio, la Juventud de Turín, que ya saboreaba el bicampeonato. Ví aquella final con mi hermano Adrián que a partir de ese día se declaró ferviente aficionado al Borussia Dortmund. No hubo presiones ese miércoles, pero digamos que fue mi última semana de libertad. Pocos días después, entré a trabajar al Periódico El Norte y mi vida cambió para siempre. Ocho años después, sigo empeñando mi existencia en una redacción, haciendo magia para no perderme el super- miércoles europeos.
Real Madrid 1998- Vaya veranito el del 98. Lo recuerdo con cariño extremo. Fue el verano del vodka y el amor. Caliente como pocos (¿hay un verano frío en Monterrey por ventura?) intenso y dinámico. Yo trabajaba en El Norte y por primera vez en un empleo no ganaba una miseria y dado que aún habitaba con mis padres (fue el último año que pasé en casa), me daba gusto despilfarrando feria en carísimas camisetas originales de equipos europeos, suculentas botellas de Absolut y cenas en restaurantes caros. Para coronar el asunto, Real Madrid llegó a la gran final contra Juventu, que se celebraría en la Arena Ámsterdam y fue catalogada por los críticos como el partido del siglo. Y como no. Zidane y Del Peiro por la Juve, Raúl y Roberto Carlos en el Madrid. Tanta expectación me causó el juego, que por primera vez pedí un permiso en el trabajo: Faltar ese miércoles de gloria para no tener interrupciones. Los merngues rompieron el maleficio con un gol de Pedrag Mijatovic y alzaron la orejona luego de 30 años de ayuno. Un mes después, en una cálida noche de verano en el Barrio Antiguo, encontré a la mujer que un año más tarde se convertiría en mi esposa.
Manchester United- 1999- Recién desempacado a Tijuana, tenía apenas dos semanas trabajando en lo que apenas era el proyecto de un nuevo periódico cuyo nombre aún no conocíamos y cuyo edificio aún no estrenábamos. Recién estrenábamos nuestro depa en Playas de Tijuana y la ciudad me parecía una oda al caos y el surrealismo. Ya saben, el típico efecto del recién llegado a suelo tijuanero. En esas andaba cuando llegó el Supermiércoles con Manchester United contra Bayer Munich disputándose la orejona en el Camp Nou de Barcelona. Ignorante entonces de los sitios adecuados para refugiarse a ver un partido en horas de trabajo, opté por meterme a algún antrucho de la Revo para ver el juego. Manchester perdía por 1-0 desde el minuto 6. Los minutos transcurrían y el equipo de la cuna de la Revolución Industrial, Joy Division y los Stone Roses no podía penetrar a esa muralla llamada Oliver Khan. Llegó el minuto 90 y yo pedí la cuenta resignado a la derrota. El juego ya estaba en tiempo de compensación. Esperaba a que el mesero me trajera el cambio para irme de ahí, cuando en ese el señor Teddy Sherinhamm se coló al área y batió a Hhan con tiro arrinconado pegado al poste. 1-1. UF,. Media hora más de tiempo extra y yo con tanto trabajo. Pero no fue necesario esperar tanto. Menos de 45 segundos después se produjo un tiro de esquina, el noruego Skolsjaer remató de media bolea y mandó al balón al fondo de la red. 1-2. Manchester Campeón de Europa en la que ha sido la más emocionante de las finales europeas.
Desde hace muchos años, el último miércoles de mayo ha sido un día de lo más especial para mí, como lo es para todos los verdaderos aficionados al futbol.
Sucede que ese día, se juega la gran final de la Champions, antigua Copa Europea de Campeones. Un enorme trofeo cuyas agarraderas parecen ser unas orejas de conejo y que es sin duda el título más preciado a nivel de clubes en el Mundo (con perdón de la Libertadores, pero es cierto)
Vaya, para mi el último miércoles de mayo es el equivalente al último domingo de enero para los aficionados al futbol americano.
El problema es que el último miércoles de mayo en medio día suelo estar siempre muy ocupado. Exámenes, tarea o mucho trabajo, han sido desafiados en la alta mar de entre semana para poder ver esos juegos siempre inolvidables.
Haciendo un ejercicio de reflexión, me doy cuenta que recuerdo con exactitud donde estaba y que estaba haciendo en las últimas 17 finales europeas. Mi vida se transforma; de ser un estudiante de secundaria que olvidaba un examen para ver el juego, me he transformado en un reportero que deja de hacer cualquier cosa con tal de no perderse la disputa de la orejona.
He aquí una reflexión histórica de los últimos miércoles de mayo en el Siglo XX (Y el improbable lector pregunta con toda razón: Oye Daniel ¿Y eso a mi que chingados me importa?).
La historia de la Orejona a través de mis ojos en los últimos años del Siglo XX (Siglo XXI continúa mañana)
PSV Eindhoven-- 1988- Con el agua hasta el cuello. Expulsado del Liceo Anglo Francés de Monterrey, la magnánima directora me concedió la gracia de presentar exámenes finales, pero con la condición de hacerlo alejado del grupo, pues por mi insalvable condición de fruta podrida daban por hecho que podía contaminar a mis compañeros con mi sola presencia. Recuerdo que la tarde de ese miércoles falté a mis clases particulares de matemáticas. La clase comenzaba justo al terminar el partido entre el PSV Eindhoven y el Benfica, pero holandeses y lusitanos tuvieron a bien alargar 30 minutos su irrompible 0-0. Unos tiempos extra bien valieron una falta, aunque segundo de secundaria estuviera en juego. PSV era una máquina robótica de hacer futbol. Me impresionaba su estadio térmico, ultramoderno, pequeño y funcional. Su camiseta sobria, con la simple leyenda que da origen a la fronteriza población holandesa: Philips. Koeman, Kift, Van Tieggelen y el portero Van Breukelen habían dejado fuera al Real Madrid de Hugo y el Buitre. Alargaron el suplicio hasta los penales y de ahí a la muerte súbita, a donde llegaron con un perfecto 5-5. Pero Van Breukelen atajó el sexto penal portugués, los tulipanes eléctricos alzaron la orejona y yo consumé mi primera falta a la clase de matemáticas.
Milán- 1989- El último miércoles de ese hermoso mayo de 1989 me encontraba lejos, muy lejos de donde pudiera existir una televisión que me transportara hasta el Camp Nou de Barcelona para ver el encuentro entre la Bestia Negra de Milán y los soldados de Cesescu, el Steawa de Bucarest. Encontrábame yo, con 15 años recién cumplidos, habitando en un precioso rancho a unas 20 millas de Fort Collins Colorado, propiedad del Roland y Helen Linder, amable matrimonio belga que tuvo la amabilidad de recibirme en su casa en una de las épocas más conflictivas de mi existencia. Entre montañas pobladas de ciervos, coyotes, pavos salvajes, zorros y pumas, me di a la tarea de intentar una telepatía para ver lo que sucedería en el campo barcelonés. Los rojinegros habían tenido la osadía de pegarle 5-0 al Real Madrid en el mismísimo día de mi cumpleaños, y fanático como era de de aquella Quinta del Buitre, sólo podía desearles la derrota. Imaginé que el espíritu del Conde Vlad, materializado en Cesescu y los hechiceros de los montes Cárpatos, intercedería por los rumanos, que tres años antes se habían coronado en el Sánchez Pisjuán de Sevilla, cuando su portero atajó la nada despreciable cantidad de cuatro penales. Pero la Bestia Negra de Gullit, Van Basten, Donadoni y Rijkard, podía engullir entero al sanguinario ejército del Conde Vlad. En plena revolución de terciopelo en Europa del Este, a Cesescu le quedaban sólo siete meses de poder y de vida. Aquella final empezó a cavar su tumba, pero del desastre me enteré días después, gracias a una carta de mi madre (en ese entonces el Internet era algo más que una ficción orwelliana) en la que me notificaba que Milán se comió al Steawa al son de un 4-0.
Milán 1990- Miércoles de exámenes finales. Debía escribir un gigantesco trabajo final de Lógica de más de 40 páginas. Mi maestra, una española egresada de Salamanca llamada simplemente Mari José, no estaba dispuesta a perdonarme un retraso, ni siquiera por el sagrado pretexto de la final europea entre el Milán y el Benfica. En el cuarto de estudio de nuestra enorme casa de Cerrada de Yuridia, en la Colonia la Herradura en el Estado de México, yo hacía infructuosos intentos por echar a andar la computadora de mi padre para empezar a hacer el trabajo. En ese entonces las computadoras me parecían extraterrestres incomprensibles.
Mi espíritu lusitano y mi ferviente anti milanismo, mezcla de admiración y odio por ser los eternos verdugos de mi Real Madrid, me hicieron apoyar con todo al Benfica, pero otra vez las Bestia Rojinegra de los holandeses tuvo a bien callarme el hocico. Con gol de Rijkard, el Milán se impuso 1-0.
Estrella Roja 1991- Pocas primaveras tan felices como la de 1991. Aquellos días eran dignos de una película rosa de adolescentes gringos en donde el héroe conquista a la chica más guapa de la prepa. Yo tenía 17 años, una novia preciosa y habitaba una linda casa estilo manchego en Lomas del Olivo, muy cerquita de Cuajimalpa. Tan felices eran esos días, que ni siquiera recuerdo haber tenido un examen final o algún pendiente que me distrajera mi atención de la final entre el Estrella Roja de Belgrado y el Olympique de Marsella. Sosegado, echado en la sala de tele, me divertí contemplando a ese negrito de Ghana, número de 10 del Marsella, que cambió su nombre para bautizarse como Pelé. Le quedó grande el nuevo nombre, pues un grupo de mercenarios de Milosevic, que recién iniciaba la guerra de los Balcanes, frenó las aspiraciones de los marselleses. Encabezados por Prosineki, los representantes de una nación unida que todavía se llamaba Yugoslavia, dieron cuenta de Pelé y compañía por 5-3 en los lanzamientos desde los once metros, luego de un 0-0. Meses después, Yugoslavia se desbarataría en un baño de sangre y mi existencia empezaría un descenso en espiral hacia abismales profundidades.
Barcelona 1992- Muchas cosas habían cambiado en mi existencia en 365 días; ya no tenía a la novia preciosa, pero me regodeaba en una viciosa promiscuidad. Aún vivíamos en la bella casa del Olivo, pero la situación económica era un desastre. Yo trabajaba en una tienda de discos en el centro comercial Interlomas El regreso a Monterrey era ya inminente y la sola idea de abandonar Tenochtitlán me tenía sumido en enviciante y autodestructivo luto. Por fortuna, mi día de descanso era en miércoles, los exámenes finales iban bastante bien y no hubo poder humano que me impidiera ver al Barcelona de Cruyff disputar la orejona contra la Sampdoria de Vialli, sobre el pasto sagrado de Wembley. El 92 fue el año catalán por excelencia. Olimpiadas, liga y orejona. ¿Who can ask for anything more? Stoikov, Zubizarreta, Luis Enrique, Alexanco y Koeman pintaron de azulgrana las gradas de Wembley. Me preparaba ya para la emoción de los penales cuando una bala quemante disparada por el gatillo mortal de Ronald Koeman, a más de 50 metros de la portería, le dio a los catalanes su primer trofeo de orejas grandes.
Marsella 1993- Una infernal primavera, como sólo pueden darse bajo el infernal Sol de Monterrey que Alfonso Reyes inmortalizó en su poema, me cobijaba entre sus llamas. Para entonces me había transformado en un estudiante de derecho y lo que es peor, en un estudiante de derecho responsable y becado, con un promedio casi perfecto, tan aplicado en las clases, que no me fui de pinta para ver la final entre Olympique de Marsella y Milán, sino que esperé a ver la repetición por la noche, deseando que nadie tuviera la indiscreción de comentarme el resultado. Pero a la hora en que fue la clase de Derecho Romano, la maestra Graziella Fulvi, italianísima directora de la escuela (tal vez no sean la mejor facultad, pero si pueden estar seguros de tener a la directora más guapa de todo México, nos dijo en una conferencia el mismísimo Ignacio Burgoa), abrió la clase con semblante triste. No hablamos de sui juris ni alieni juris. La cosa pública que tenía triste a nuestra directora, era que el glorioso Milán había perdido la final contra un equipo que ni en su casa conocían: Un tal Olympique de Marsella que le había pegado por 1-0. Alea, Jacta, Est-
Milán 1994- Otra infernal primavera llena de demonios sueltos, conspiraciones políticas y negros presagios para la Nación. Yo seguía siendo un estudiante de derecho y seguía siendo responsable. Por ello, esperé hasta la noche para ver en repetición al Milán enfrentando a Barcelona sobre el olímpico pasto de Atenas. Por fortuna en esa ocasión no hubo indiscreciones y llegué a casa con la duda sobre quién habría levantado la orejona. El Barcelona de Cruyff estaba imparable y Stoikov se regodeaba en pleno romance con la red. Pero la Bestia Negra volvió a ser tan aplastante como antaño. Nada más 4-0 le tascó a los catalanes. Por si fuera poco, semanas después, Italia pateó a España del Mundial de Estados Unidos con tremendo codazo que destrozó la dentadura de Guardiola.
Ajax 1995- No recuerdo si me fui de pinta o si estaba descansando, pero la cuestión es que al mediodía estaba encerrado con aire acondicionado, viendo al Ajax de Van Gaal enfrentando, ni más ni menos, que al eterno combatiente de las finales europeas: La Bestia Negra de Milán. Aquel Ajax hacía recordar a la más suculenta naranja mecánica de Cruyff que hipnotizó al Mundo en el año en que nací. Partido disputado como pocos, hasta que por ahí del minuto 75, Van Galla mandó a la cancha a un jovencito, un mulato alto de 17 años que me recordaba al personaje de quien sabe que caricatura. Con unos cuantos segundos en la cancha, el tulipancito negro agarró la pelota, derritió a la impenetrable muralla de hierro milanista y les enterró un golazo. Como en los mejores tiempos de Cruyff, los de Ámsterdam agarraron de las orejas a la copa. Aquel mulatito, que después jugaría en Milán, se llamaba Patrik Kluivert.
Juventus 1996- Un año bello aquel 96, relajado como pocos, atiborrado de esperanzas, viajes y buenos deseos. Una de las pocas veces en que el último miércoles de mayo transcurrió sin ninguna obligación en turno. Así, en total sosiego y relajación, desde la comodidad de mi hogar, vi al Juventus de Turín y al impresionante Ajax de Ámsterdam enfrentarse en el Olímpico de Roma. Mi gallo, sobra decirlo, eran los de Ámsterdam (ciudad que visitaría ese mismo año, cuatro meses después) El cuadro de Van Gaal seguía jugando de manera impresionante. Pero la Vieja Señora del Calcio opinó otra cosa. Forzó los penales después de un apretado 1-1 y en esta instancia de los once pasos, los holandeses son más malos que los mexicanos. Holanda tiene una historia negra en penales. Ajax lo reconfirmó esa tarde y la Juve levantó la orejona. Un mes más tarde, los penales sacarían a Holanda de la Eurocopa a manos de Francia y a mí me esperaba uno de los veranos más bellos de mi vida en la lejana Nueva Inglaterra.
Borussia Dortmund 1997- Nadie daba un quinto por ese equipo alemán de media tabla cuyas calcetas amarillo con negro evocaban a una simpática abejita. Pues bien, esta abejita teutona resultó ser muy trabajadora y eficaz y al son de contundente 3-1, dejó sin calzones a la Vieja Señora del Calcio, la Juventud de Turín, que ya saboreaba el bicampeonato. Ví aquella final con mi hermano Adrián que a partir de ese día se declaró ferviente aficionado al Borussia Dortmund. No hubo presiones ese miércoles, pero digamos que fue mi última semana de libertad. Pocos días después, entré a trabajar al Periódico El Norte y mi vida cambió para siempre. Ocho años después, sigo empeñando mi existencia en una redacción, haciendo magia para no perderme el super- miércoles europeos.
Real Madrid 1998- Vaya veranito el del 98. Lo recuerdo con cariño extremo. Fue el verano del vodka y el amor. Caliente como pocos (¿hay un verano frío en Monterrey por ventura?) intenso y dinámico. Yo trabajaba en El Norte y por primera vez en un empleo no ganaba una miseria y dado que aún habitaba con mis padres (fue el último año que pasé en casa), me daba gusto despilfarrando feria en carísimas camisetas originales de equipos europeos, suculentas botellas de Absolut y cenas en restaurantes caros. Para coronar el asunto, Real Madrid llegó a la gran final contra Juventu, que se celebraría en la Arena Ámsterdam y fue catalogada por los críticos como el partido del siglo. Y como no. Zidane y Del Peiro por la Juve, Raúl y Roberto Carlos en el Madrid. Tanta expectación me causó el juego, que por primera vez pedí un permiso en el trabajo: Faltar ese miércoles de gloria para no tener interrupciones. Los merngues rompieron el maleficio con un gol de Pedrag Mijatovic y alzaron la orejona luego de 30 años de ayuno. Un mes después, en una cálida noche de verano en el Barrio Antiguo, encontré a la mujer que un año más tarde se convertiría en mi esposa.
Manchester United- 1999- Recién desempacado a Tijuana, tenía apenas dos semanas trabajando en lo que apenas era el proyecto de un nuevo periódico cuyo nombre aún no conocíamos y cuyo edificio aún no estrenábamos. Recién estrenábamos nuestro depa en Playas de Tijuana y la ciudad me parecía una oda al caos y el surrealismo. Ya saben, el típico efecto del recién llegado a suelo tijuanero. En esas andaba cuando llegó el Supermiércoles con Manchester United contra Bayer Munich disputándose la orejona en el Camp Nou de Barcelona. Ignorante entonces de los sitios adecuados para refugiarse a ver un partido en horas de trabajo, opté por meterme a algún antrucho de la Revo para ver el juego. Manchester perdía por 1-0 desde el minuto 6. Los minutos transcurrían y el equipo de la cuna de la Revolución Industrial, Joy Division y los Stone Roses no podía penetrar a esa muralla llamada Oliver Khan. Llegó el minuto 90 y yo pedí la cuenta resignado a la derrota. El juego ya estaba en tiempo de compensación. Esperaba a que el mesero me trajera el cambio para irme de ahí, cuando en ese el señor Teddy Sherinhamm se coló al área y batió a Hhan con tiro arrinconado pegado al poste. 1-1. UF,. Media hora más de tiempo extra y yo con tanto trabajo. Pero no fue necesario esperar tanto. Menos de 45 segundos después se produjo un tiro de esquina, el noruego Skolsjaer remató de media bolea y mandó al balón al fondo de la red. 1-2. Manchester Campeón de Europa en la que ha sido la más emocionante de las finales europeas.