Confesiones de un hereje libresco
Hace un par de meses, el día que regresé de Colombia, Iker y Carolina me
recibieron con un sorprendente regalo de cumpleaños: un Kindle. Hace algunos años,
aquello me habría parecido el rompimiento del séptimo sello, la consumación
de una profecía apocalíptica. Hoy solo puedo decir que me han hecho uno de los
regalos más útiles y prácticos que he recibido en muchísimo tiempo.
Cuando alguien me pregunta cuál es mi profesión o a que me dedico, les digo
que soy un lector que me he ganado la vida como reportero. Si hiciera un
resumen de mi vida, la actividad que con mayor devoción y constancia he
practicado, es la lectura. En mi vida han transcurrido infinidad de días sin
que escriba un solo párrafo, pero creo que nunca he pasado doce horas sin leer.
Soy un lector de tiempo completo y aunque siempre he mirado con interés los
conejos que brotan del inagotable sombrero de la maga tecnología, durante años
sostuve que como lector yo me mantendría por siempre en la trinchera del papel
y la tinta y que difícilmente podría encontrar un artefacto de lectura que
pudiera superar la practicidad del libro tradicional. Hoy, tras dos meses de
regular lectura en Kindle, debo reconocer que me estoy transformando en hereje
de mi propio credo. Las ventajas de este dispositivo digital son enormes.
Contrario a lo que yo pensaba, no es el equivalente a leer en el teléfono o en
el iPad, pues la pantalla del Kindle no emite brillo ni destella y su tamaño y
peso son ideales para sostener en la planta de la mano, algo similar a los
antiguos misales. Sin embargo, pese a no brillar, el Kindle es perfecto para
leerse en total oscuridad. Me confieso un lector insomne. A menudo despierto a
las 3:00 o 4:00 de la madrugada y suelo leer en unos 40 minutos o una hora
antes de volverme a dormir. Ahora gracias al Kindle ya no tengo que encender la
lámpara y en leo en tinieblas. Lo mismo aplica cuando un avión va a oscuras. El
Kindle es ideal para portarse en la bolsa de un saco o una chamarra y su peso
apenas se siente. Lo mejor, es que el Kindle es libro, biblioteca y librería.
Ahí puedo guardar todos los libros pero también puedo adquirirlos. Casi
cualquier libro que he buscado lo he encontrado sin problemas y la mayoría no
suelen costar más de siete dólares. De hecho, me aterra un poco tener acceso
tan fácil, rápido y económico a casi cualquier libro. Objetos del deseo que
antes me llevaba meses poder conseguir, hoy los obtengo en un clic. ¿Logrará
este artefacto superar la prueba del tiempo? En mi biblioteca hay libros que
tienen más de un siglo de antigüedad. ¿Seguirá sirviendo mi Kindle dentro de 100
años? Claro, no todo son ventajas. Una de mis manías como lector es subrayar y
escribir en los libros y aunque el Kindle permite la opción del subrayado y la
marca, mi mayor placer consiste en hacerlo con pluma. Mis libros impresos son también
cuaderno de escritura y recipientes, pues a menudo guardo entre sus páginas pequeños
recuerdos de papel: boletos, flyers, fotos, cartas. Claro, ello por no hablar
de las dedicatorias de puño y letra del autor. No, no dejaré nunca de comprar
libros impresos, pero he de admitir que he comprado muchos menos desde que
tengo el Kindle. En cualquier caso, creo que a partir de ahora el papel y la
tinta tendrán que aprender a llevarse bien con este nuevo amigo digital que
llegó para quedarse. Uno no excluye al otro y confío en que sea posible una
pacífica convivencia.