Eterno Retorno

Friday, March 12, 2004

Mientras el mundo se globaliza y las fronteras se vuelen invisibles, las tendencias en materia de jerarquía informativa se arraigan cada vez más al terruño. La gente quiere saber qué pasa en su ciudad, en su cuadra, en su calle. Pese a la aparente cercanía virtual, el resto del mundo es un ente casi etéreo, siempre lejano y difuso.
Pero tal vez en ningún lugar se refleje esta tendencia como en Baja California. Nuestro carácter peninsular ha forjado muros de agua en nuestras prioridades informativas. El Universo yace entre el Pacífico y el Mar de Cortés.
Informativamente, Tijuana es un ente aparte. Los criterios que en otras sitios del país o del mundo rigen para clasificar o intuir la psicología y la reacción en teoría lógica de un lector, aquí simplemente no operan, son obsoletos. Tijuana es de por sí una ciudad de pocos lectores. Aquí los periodistas somos poco leídos. Si comparamos el número de habitantes con el número de periódicos que se tiran y leen, nuestro nivel es en realidad bajo. Ciudades mucho más pequeñas de Honduras, Guatemala o Costa Rica tiran más periódicos que nosotros.
Lo que interesa a todo México a Tijuana le viene guango. Que si Andrés Manuel, que si el Niño Verde, que si Doña Martha Sahagún. Al lector tijuanense le vale un carajo. Irnos con algo así en la primera página es un fracaso garantizado.
Aunque usted no lo crea, la revelación de las identidades de los asesinos de un policía corrupto coludido con el narco, muerto hace casi dos meses, le gana en jerarquía a la muerte de 200 madrileños. Ojo, no hablamos de una masacre en Ruanda o en Pakistán. No, es España; nuestra Madre Patria, un país que muchos de nosotros hemos visitado y en el que muchos tenemos familiares.
En Mexicali, la exigencia ciudadana de retirar camiones viejos quita el sueño a los cachanillas y se lleva los titulares, pues Atocha y El Pozo están muy lejos, mucho más allá de La Rumorosa y por ello no merecen una primera plana.
La mayor tragedia en la historia de la España contemporánea desde La Guernica en 1937, un horror que dejaría en juego de niños las imágenes inmortalizadas por Goya en Los Desastres de la Guerra de 1814, no fue capaz de merecer una primera plana en nuestra coqueta Tijuana y en el ardiente Mexicali, ensimismados ambos en sus peninsulares dilemas.