Eterno Retorno

Friday, May 22, 2009

Cuatro caminos tijuaneros
(Odiando a Dios en Tijuana)


Toda esperanza es, por definición, inocente, el non plus ultra de lo iluso. Decir inocente esperanza es caer en un pleonasmo. Pues bien, voy a contar la triste y absurda historia de esa pendejísima esperanza que te trajo hasta Tijuana.

Tú naciste en algún lugar del Centro o Sur de la República ¿Cuál? No se; Zacatecas, Nayarit, Michoacán, qué importa. Naciste en un lugar llamado miseria y su ubicación es lo de menos. Después de todo, al llegar a Tijuana, aunque vengas de Sonora, siempre vendrás del Sur.

Tu inocente esperanza nació por culpa de ese incierto y mitológico compadre emigrado a tijuaneras tierras que todo árbol genealógico mexicano debe presumir. Puede ser un compadre, o un primo, o un conocido de tu cuñado. Lo importante es que a ese lejano pariente le ha ido bien. ¿Qué es bien? De entrada, tiene carro, máximo símbolo nacional de triunfo y estatus. Tiene tele, antena de Sky y gana una lana (hasta dicen que gana en dólares el condenado). Te dicen que Tijuana es aquí, pero es como estar allá. Se parece al otro lado y mucha gente habla el inglés. Te imaginas el día en que regresarás a tu pueblo arriba de tu trocota, con placa de California y unas bocinas para escuchar corridos toda la noche.

(Si hubieras leído uno de tantos estudios del Colegio de la Frontera Norte, te habrías enterado que bajo los criterios de la Secretaría de Desarrollo Social, en Tijuana no existe oficialmente la pobreza extrema, pues aunque vivas en el borde de un cerro que se desgaja con cada mínima lluvia, en una vivienda de llantas, lámina y cartón, lo más posible es que tengas televisión y hasta tu antenota de Sky colgada con diablitos y aunque sobrevivas con menos de un salario mínimo al mes, es posible que tengas un carrito chocolate que te costó 300 dólares. Pero tú no leíste el estudio del Colef y no te culpo por ello. Yo tampoco lo leí, como tampoco lo leyeron los compañeros, ni los amigos del académico que lo escribió, luego de diez años de arduos estudios pagados por Conacyt. Vaya, con decirte que la abuelita del académico sólo alcanzó a leer el abstract antes de quedarse profundamente dormida.)

En fin, la tentación es muy grande y un día cualquiera abandonas el ejido San Fortunato de las Miserias y emprendes tu camino rumbo al sueño tijuano.

Aquí tu historia puede bifurcar en mil caminos de vida (que no son como imaginabas)
Voy a permitirme andar contigo cuatro de esas posibles veredas tijuaneras. ¿Me acompañan?

Camino Uno: El esclavo

Lo primero que ves al llegar a Tijuana (pues llegaste por el Este y no por Playas) son los cerros como polvorones y el amontonar de casas sobre llantas y chatarra. También te sorprenden las calles atestadas y los trailers que parecen inmóviles.
Has llegado a tu nuevo hogar, ahí cerca de un lugar que le dicen el Mariano; lámina, cartón, piedra, llantas y zacate quemado, cerro calvo, roñoso, repleto de viviendas que un día brotaron como chancros.
Has llegado a una maquiladora. Tus patrones son de Corea o de Taiwán o de un pinche lugar de esos donde hay amarillos con ojos rasgados. Pagan 700 pesos a la semana, con un premio de puntualidad de 23.50 pesos al mes y un bono por buena actitud de servicio de 19.60. Intuyes que con eso no te alcanzará para tu trocota del año, pero agarrar jale está fácil. Dicen que te entrevistan y hasta pasas con una psicóloga, pero pura madre, ya estás adentro nada más con haberte acercado. Ni la secundaria te piden, saben que así de rápido te vas y te dicen que no hay problema, mañana empiezas, ¿mañana?, Sí, mañana y a lo mejor no llegas a pasado, aquí nadie dura, ni la mano de obra, ni su fruto. Salen las teles, los radios, los muebles, la ropa, salen por miles en trailers y se van, quién sabe a dónde, y después vuelves a verlas rematadas en algún mercado de segunda o hasta en los basureros. Con la mano de obra sucede lo mismo. También son muchas manos, también sobran y están en barata aunque duran menos que los aparatos. Pero no importa, nada se pierde, nunca van a faltar, van a desfilar por aquí, venidas de quién sabe dónde y se van a ir y sí, también los vas a ver luego echados en un basurero, no van a salvarse, de eso no hay duda, aunque a lo mejor alguno llega a ser gobernador. Aquí arriban muchas esperanzas y se acaban por disolver, aquí todo es efímero, desechable y lo peor es que no se recicla, ni siquiera se biodegrada, se queda ahí, contaminando la tierra, chupando sangre como una garrapata, negándose a dejar de existir, depredando cuanto se mueve a su alrededor. Una mañana cualquiera, la maquiladora donde trabajas emigra a Oriente como una golondrina. Dicen que la gripa de los marranos asustó a los chinitos, que la inseguridad los tenía espantados, que ya les habían secuestrado dos gerentes y que la mano de obra mexicana, con sus 700 pesos semanales, les parece muy cara.

Camino Dos: El pollo

Tal vez no necesito aclarar lo que se da por supuesto: Soñaste, alucinaste y te masturbaste una y mil veces pensando en ir a ese mítico paraíso llamado “el otro lado”. Viste la bardota, los migras, el omnipresente helicóptero volando como abejorro y ahí, a lo lejos, la bandera de barras y estrellas. Soñaste con dólares fáciles, un par de güerotas y claro, tu trocota del año. Pero los polleros son cada vez más caros. Por una visa láser robada donde se ve una cara que más o menos se parece a ti, te cobran mil 200 dólares. Dos mil por pasarte por la garita, escondido abajo del asiento de una troca. Ni pensarlo. Lo único que te alcanza es cruzar por el poblado de La Rumorosa en Tecate o por el desierto en Mexicali, con un pollero que al final te abandonó. No vamos a hacer de tu martirio un poema épico. Creo que no necesito aclarar que no pasaste. Los motivos pudieron ser diversos: te mordió una víbora, te deshidrataste, te agarró la migra. Pasaste a ser estadística. “5 mil muertes ha costado la Operación Guardián ¿Cuántos más?” grita Claudia Smith en una manifestación. Los políticos declararán que con Obama ahora sí se concretará el acuerdo migratorio, que se tratará a los migrantes mexicanos con toda dignidad, porque ellos hacen trabajos que “ni los negros quieren hacer”. Pero no te aflijas; tu historia servirá de pretexto a un grupo de artistas conceptúales y contracoolturales que se inspiran en los migrantes para montar sus exposiciones. A lo mejor una fotógrafa alternativa o un videoasta bien alucinado (que por supuesto es homosexual) usan la imagen de tu cadáver para hacer un collage artístico sobre el calvario de los migrantes en la frontera. El collage, que formará parte de una exposición mamona tipo Tercera Nación, será llevado a Madrid en donde la fotógrafa y el videoasta (¿qué chingados es eso?) se emborracharán en Lavapíes o Malasaña, mientras dicen que vivir en Tijuana es como vivir en el Berlín de la Guerra Fría o la Franja de Gaza y se ufanan de que la existencia en esta ciudad es “taaan contracooltural”.


Camino Tres: El encobijado

Decir “te jaló la maña”, es darte mucha importancia. Por supuesto te soñaste como todo un capo, con bota de avestruz y cuerno con cachas de oro, pero de mandadero nunca pasaste. Tu compadre o el tipo aquel que conociste en la barra de La Tropa Bar en la Coahuila, te dijo que te tenía un jale, de a 300 dólares semanales, con pura raza pesada y tú (ni falta que hace aclararlo) de volada aceptaste y ya hasta te imaginabas cantando tu propio corrido compuesto por Explosión Norteña en un restaurante de mariscos. Tu jale fue de recadero, de oreja, rondando los alrededores de la tiendita, llevando y trayendo globitos de cryko en tu bicicleta, avisando cuando se veía una patrulla desconocida en los alrededores. Si te portabas bien, chance y hasta te ponían de cuidador en una casa de seguridad. Pero tu jale duró poco. El moche con la Municipal no llegó completo una semana y dos días después el Ejército reventó la tiendita. El golpe fue presumido por el grupo de coordinación: “Fue desactivado un nido de narcotraficantes que envenenaban a la juventud con la nociva droga conocida como crystal”. Te salvaste de la detención, pero no de la furia de tus patrones. Hacía falta buscar chivos expiatorios, señalar al que puso el dedo o al que se le durmió el gallo y no avisó a tiempo sobre la presencia de los soldados y por supuesto, agarraron al más pendejo. No tuviste derecho a morir con tiros de cuerno de chivo, como los grandes capos. Es más, ni una pinche bala quisieron gastar en ti. Te mataron a batazos o asfixiándote con una bolsa. Te envolvieron en una cobija y te tiraron allá por el Bulevar 2000. Nadie te compuso un corrido. El reportero de guardia de un pasquín policiaco ni siquiera se molestó en ir a tomar la foto de tu cadáver. Ya iban seis muertos en el día y uno más le daba harta hueva. Al final te dedicó dos párrafos en la página ocho: “El cadáver de un individuo del sexo masculino de aspecto antisocial de entre 25 y 30 años de edad, apareció envuelto en una cobija en un terreno baldío de la delegación La Presa. El cuerpo, aún no identificado, presentaba evidentes huellas de tortura”. Un día después, el Procurador declaró que “según las últimas investigaciones del ministerio público, en los últimos días ha estado muriendo mucha gente que no se había muerto antes”.


Historia Cuatro: El tecato

Te ofrecieron chiva y te gustó. En tu pueblo ya le ponías seguido a la mota y nomás llegando a Tijuana te diste tu primer focazo de cryko. Pero la chiva, te dijeron, es otra cosa. La aguja estaba oxidada y adentro de la jeringa parecía que había agua con lodo, pero… ay qué chingón te ponía. Al rato andabas picándote en los camellones de la Avenida Internacional y cuando sentías venir el malillón, te ibas a robar cable de teléfono o tapas de alcantarilla. Diste dos tres cristalazos a los carros y hasta te atrevías a bajar a morros y viejitos. La Municipal te agarraba cada tercer día y te mandaban a la estancia luego de darte una buena putiza. Ahí en los separos te agarraba la malilla e irremediablemente te zurrabas. Al final te liberaban para no seguir aguantando la pestilencia y tú, ni tardo ni perezoso, te ibas a robar para conseguir los 40 pesos de la próxima cura. Dos o tres veces entraste a centros de rehabilitación y te volviste cristiano, pero la chiva te excitaba más que la palabra de Dios. Un día te picaste una artería, se te engangrenó la pierna y te la tuvieron que mochar. Claro, también dicen que te atropellaron en la Avenida Internacional cuando huías de una patrulla. La cuestión es que acabaste con muletas, pidiendo limosna, pues ya no podías robar. Lo de ser minusválido y hablar de Cristo te ayudó a despertar cierta compasión. Te veo pidiendo caridad en las cercanías de la Línea y sólo puedo concluir que al final, sigues teniendo esperanzas. De hecho, tienes una esperanza muy firme, muy concreta y nada más te importa en la vida: conseguir los 40 pesos para pagar tu próxima cura de heroína. Que nadie diga que eres un hombre que no sabe lo que quiere en la vida.


Epílogo: El más iluso de todos


Todos llegan a Tijuana con sus alforjas atiborradas de esperanzas. El problema es que algunas esperanzas son más ilusas que otras. Si eres esclavo de maquila, pollo deportado, malandro barato o tecato, no tienes por qué afligirte, pues siempre hay historias peores que la tuya. Hay quien llegó aquí con la esperanza de fundar un gran periódico que sería punto de referencia nacional, que sería algo así como el New York Times o el Le Monde de la frontera, que practicaría un periodismo de profundidad, sin compromisos, con énfasis en la investigación y la buena crónica. Tarde comprendió (o acaso jamás quiso entenderlo) que el periodismo es tan o más sucio que la peor politiquería, que todo medio de comunicación (y el suyo tiene mención honorífica) es ante todo un gran prostíbulo de la información y que casi todos sus colegas, algunos más, algunos menos, son rameras del poder. Sí, él ya sabe todo eso. La vida ha tratado de hacerlo comprender a chingazos y ¿sabes qué es lo peor de todo? Que este tipo es un iluso incurable, un inocente consumado, pues aún alberga esperanzas, no sabe exactamente en qué, pero tiene esperanzas y hasta disfruta la existencia, sonríe, la pasa bien, se levanta alegre cada mañana y si le preguntas, te dirá que la vida valió la pena ser vivida. Y para colmo, está enamorado de esta ciudad que considera suya.