Eterno Retorno

Tuesday, May 11, 2021

Las más macabras de las vidas que nunca nadie narrará.

 


Indignarse por una muerte y exigir justicia en esta tierra mía es tanto como pretender vaciar el mar con una cubeta. Hace un par de semanas escribí con tristeza e indignación sobre el asesinato del pequeño Bryan Efrén. Acaso por la edad y la evidente inocencia de la víctima,  el crimen despertó una súbita reacción  social y la fiscalía investigó  con atípica celeridad. El detalle es que la matanza no se detiene ni se ha detenido nunca por estos rumbos. La muerte violenta es una infestación, una plaga, algo que hemos asumido como parte de nuestra vida cotidiana. Tan solo en lo que va del mes de mayo sumamos más de 40 homicidios únicamente en el municipio de Tijuana. En lo que va del  año pronto sumaremos mil.  Ayer apareció una mujer muerta entre la basura en la colonia ampliación Lucio Blanco en Rosarito. Presentaba huellas de violencia con sangre en la cabeza y en la oreja derecha.  Sin necesidad de leer nada más, la  fotografía publicada en Frontera te narra por sí sola una historia desoladora e infernal. El cuerpo de una muchacha joven y humilde yaciente entre los desechos de una barranca baldía. La estampa es idéntica a la de mil muertas de Juárez, de Ecatepec, de México entero. Es el mismo cuerpo de mujer, la misma barranca baldía, la misma indiferencia absoluta, los mismos cuatro parrafitos que mereció el hecho en la prensa, perdido en otro mar de notas rojas. La única certidumbre es que nunca sabremos el nombre de esa muchacha y mucho menos el de su asesino.

Hace diez días encontraron a dos mujeres muertas en el interior de una humildísima vivienda en la colonia Granjas Buenos Aires en Tijuana. Presentaban impactos de bala. Las fotografías de mi colega Margarito Martínez muestran una casita de cartón y maderas viejas, una sábana,  un percudido colchón ensangrentado y algunos viejos juguetes tirados en los alrededores. Miseria absoluta, carne de insignificancia, cinco párrafos. No se volvió ni se volverá a hablar de ellas. Lo más sencillo es simplificarlo en el estereotipo de dos pobres adictas embarradas en la mierda del pantano que no le importan a nadie, integrantes del nivel más bajo y mórbido de este despiadado ecosistema caníbal, una cadena alimenticia en donde todos son carroñeros. Sigo leyendo la nota policiaca en Frontera. Hoy encuentran un cadáver en descomposición en las faldas del Cerro Colorado y un hombre muere en un asalto armado en el Ejido Francisco Villa. ¿Quiénes son todos esos muertos que no le importan a nadie? ¿Qué historias ocultan todas esas toneladas de carne putrefacta que se acumula en el Semefo? Los muertos sin nombre, sin deudos, sin lágrimas, sin lápida ni cruz. Los muertos condenados a ser pura y vil estadística, nota de tres párrafos,  polvo en la noche eterna. Los que les toca morir porque nacieron en el lado violento de la existencia, en la periferia depredadora donde germinan las más macabras de las vidas que nunca nadie narrará.